Antonio Romero quedó detenido, sin denuncia formal, cuando el mes de julio del 2023 apenas asomaba en el calendario. No era la primera vez que ganaba entradas para el encierro, pero sí que caía de esta forma: sin denunciante afectado por los actos de su delincuencia, sino más bien por una máquina. Una cámara del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires lo vio merodeando un auto e intentando abrir el baúl en el barrio de Once. Bajo la causa número 39163/23, a cargo del Tribunal Oral 16 de Capital Federal, El Tucu (como lo llaman por provenir de la provincia de Tucumán) quedó procesado y en tránsito al penal de Devoto. Fue alojado en la comisaría vecinal 3C, ubicada en Lavalle 1958. Allí, el 17 de Julio de 2023, un grupo de policías que llevaban su rostro cubierto con pasamontañas le regalaron a él (y a cuatro detenidos más) una golpiza con descargas eléctricas y golpes en la cabeza en medio de una requisa (poco) habitual. Este hecho lo dejó internado en el Hospital Ramos Mejía.
Llevaba cerca de dos semanas en observación y aún faltaba que le realizaran algunos estudios médicos antes de salir del hospital cuando fui a verlo. La sala era amplia, camas ocupadas en ambos laterales, sueros y monitores de pulsos cardíacos. Los médicos cruzaban con aire apresurado el salón. Comparado con la comisaría 3C, aquello era un lujo. Diez años atrás, El Tucu había sufrido un ACV y a partir de entonces las funciones biológicas de su corazón andaban como con baja batería. Las descargas eléctricas que recibió en la comisaría lo dejaron al límite del adiós.
-Él es mi consigna, con esas palabras me saludó, esposado en la camilla y señalando a un policía de civil. De esa manera, me advertía de antemano los límites que tendría nuestra conversación. Luego, se incorporó. Incluso sentado se notaba que era enorme, casi dos metros. De piel oscura, los tatuajes malgastados en sus brazos eran toda una marca identitaria para sus 51 años, la misma que llevan las personas que pasaron largos años en prisión.
Bajo la luz hospitalaria, Antonio Romero -delincuente desde temprana edad- se parecía más a un ser humano degradado en todas las aristas de la existencia que a un psicópata al estilo “American Psycho”, o a algún personaje de Hitchcock. Lo conocí hace más de dos años atrás en el barrio robado de Constitución. Hasta el momento, no me dejó saber de su prontuario más temible, ni el eco de sus paisajes internos. Sin embargo, se mostró siempre como un sujeto amable. Como si supiera mejor que nadie cómo debía manejarse una relación por conveniencia.
—Quiero hablar con vos, estoy cansado de todo lo que le hacen a los pibes en las comisarías, yo estoy acostumbrado… pasé la mitad de mi vida preso. Sé todo lo que hacen, cómo mueven la droga… yo estuve metido. Pero no quiero más, me susurró después de pedirle al consigna de turno que nos dejara solos un momento. Me sugirió que pidiera el informe médico de su ingreso al hospital, allí había registro de lo golpeado que había llegado su cuerpo. Hasta la fecha de publicación de esta nota, ese informe es una incógnita.
Casi un mes después de aquel encuentro recibí una llamada por cobrar desde el pabellón 9, módulo 3, de la cárcel de Devoto. Lo habían trasladado al servicio penitenciario apenas salido del hospital, sin denuncia ni sentencia firme. El informe médico seguía sin aparecer y las autoridades policiales alegaban que su internación se había debido a un episodio de asma.
Lo que sigue es una reconstrucción de los hechos más recientes de violencia policial vividos por El Tucu. Una recopilación que comenzó con una visita al hospital y conversaciones semanales que mantuve con él durante su detención en Devoto, así como visitas y encuentros posteriores, en aquellas otras detenciones.
Uniformados de “requisa”
Dos meses después de aquella visita al hospital, el 22 de septiembre de 2023, El Tucu se comunicó desde Devoto para decirme que le habían dado la libertad y que saldría en los próximos 10 días hábiles ya que no había testigos, ni denuncia del dueño del vehículo, ni acto consumado. Pasó unos días en situación de calle hasta que logró conseguir trabajo en una obra en construcción, sabía hacer todo tipo de oficios. Consiguió habitación en un hotel cercano al Abasto y conoció a una mujer llamada Andrea, quien sería su pareja a partir de entonces.
El 25 de octubre de 2023 fue citado a declarar por los hechos ocurridos en la comisaría 3C. En su declaración contó que el jueves 17 de Julio de 2023, sin recordar el horario, mientras se hallaba en el calabozo N° 4 junto a otros dos reclusos, repentinamente, se presentó personal de la requisa. Se trataba, según consta en la declaración, de “varios uniformados con cascos de asalto y pasamontañas, sin identificación, que querían ingresar a un cuarto detenido que se resistía a la fuerza a entrar al calabozo, momento en el cual uno de los uniformados le arrojó gas pimienta en el rostro y a todos allí presentes”. Ese mismo agente, luego, les propinó a todos varias descargas eléctricas con un elemento que no pudo reconocer pero que le causaron dolor en el pecho, mareos y vómitos. El Tucu, que ya tenía en su historia clínica asma bronquial y problemas cardíacos, se desvaneció. Lo trasladaron entonces al Hospital Ramos Mejía donde estuvo internado apenas un día para después regresar al mismo calabozo.
Dijo que al volver, un agente de unos 36 años, de baja estatura y piel trigueña, sin decirle su nombre le pidió disculpas ya que era el oficial a cargo del grupo de requisas. Poco después sufrió un paro cardíaco. Fue hospitalizado en la sala de terapia del mismo hospital del que había sido dado de alta. Tras diez días, fue trasladado a la unidad N° 2 de Devoto del Servicio Penitenciario Federal. Cuando fue indagado por el fiscal, El Tucu aclaró que las agresiones que sufrió fueron autoría de la unidad de requisa y que los agentes pertenecientes a la comisaría no habían tenido participación sino que lo habían auxiliado. Que los cascos de asalto y pasamontañas que cubrían el rostro de los atacantes le impedía identificarlos.
La División de Unidad Táctica de Intervenciones de Alcaldías (DUTIA), según contó al Mapa de la Policía un integrante del Comité Nacional para la Prevención de la Tortura (CNPT), es un cuerpo específico de intervención frente a conflictos y requisas. Se caracteriza por utilizar boinas rojas. Se creó con motivo del crecimiento incesante de personas alojadas en comisarías. Las mismas alcaldías fueron una respuesta de alojamiento transitorio ante el desborde que padecían las comisarías vecinales como la 3C. DUTIA, en un principio solo actuaba en las alcaidías, pero con el hacinamiento existente se expandió a todo tipo de centros de encierro. “Es común que las guardias internas de las comisarías recurran a la DUTIA frente a un conflicto como puede ser un intento de fuga, un motín o una requisa”, como sucedió aquel 17 de julio, en las circunstancias narradas por El Tucu. Según el último informe del Ministerio Público de la Defensa de la Ciudad , la comisaría 3C alojaba en un sector a 28 personas en una celda con dos letrinas y sin agua potable y en otro sector, a 20 personas sin baño. Se registró una gran cantidad de mosquitos, inundaciones en el edificio cada vez que llueve, y la falta de instalaciones mínimas que permitieran conservar los alimentos de los detenidos.
35 personas y una celda sin ventanas
Durante el siguiente mes El Tucu anduvo libre por la calle. Su expectativa de avanzar con la denuncia por lo sucedido en la comisaría 3C había bajado. La defensa oficial había investigado poco y nada de lo sucedido. No logró obtener el informe médico que daba cuenta de las lesiones con las que llegó al hospital, ni pudo recuperar sus pertenecías olvidadas en Devoto. Parecía tener miedo de "hacerlo bien" cada vez que salía del encierro. Es así que el 28 de noviembre de 2023 me llegó un mensaje de la Defensoría Penal N° 8 a cargo de Silvia Martínez. Luego de casi dos meses de libertad, estaba nuevamente detenido.
Según su relato se encontró con un amigo que había salido de estar preso, al que no veía hacía mucho tiempo. A éste se le ocurrió llevarse la pantalla de un auto (se vendían en esa fecha a 50 mil pesos en el mercado negro), y así fue: su amigo la sacó del auto y la descartó al lado de un contenedor de basura en la calle Corrientes. Cuando El Tucu fue a levantarla se encontró con un oficial de policía a su lado. A diferencia del otro muchacho, no intentó huir. Como no lo habían encontrado “in fraganti”, ni estaba involucrado directamente en el hurto, pensó que lo dejarían ir fácilmente. No fue así. Esta vez lo trasladaron a la comisaría vecinal 3A ubicada en Lavalle 2625, con un máximo de 4 meses de detención. Allí iba a durar poco tiempo.
Los medicamentos que El Tucu debía tomar a causa de sus enfermedades de base eran: hidroclorotiazida 25 mg/día para hipertensión arterial; amiodarona 400 mg/día para tratar arritmia ventricular y ritmo cardíaco anormal; bisoprolol 5mg/día para la presión arterial alta; omeprazol 20 mg/día para que el cóctel de medicamentos no sea mortal; budesonide puff de rescate para el asma. Todos los medicamentos mencionados fueron denegados por las autoridades de la comisaría. Había pasado semanas sin tomar la medicación necesaria, lo que lo llevó, en un almuerzo, a discutir con los oficiales. Resultó levemente herido y, como cortina de humo, fue trasladado a los hospitales Ramos Mejía y Argerich. Pero jamás lo bajaron del patrullero. La deambulación nocturna cargada de amenazas e incertidumbre parece ser otra práctica común de la Policía de la Ciudad.
A partir de ese hecho lo trasladaron a la comisaría 5 A, ubicada en las calles Billinghurst y Corrientes. Allí es donde recuperé contacto con él. En esa comisaría el régimen funciona de manera cerrada. Las visitas se pueden realizar los martes de 16 a 19 horas o los sábados de 10 a 18 horas. El teléfono se puede usar solamente 10 minutos por día y con una custodia policial que monitorea la comunicación. El Tucu compartía una celda sin ventanas con 35 personas más. Para bañarse tenía tres minutos y si tardaba era amenazado, golpeado o le reducían el tiempo de uso telefónico como castigo. Pero el problema más grande para él era que seguían negándole la medicación. Esto lo llevó a hacer una huelga de hambre y a amenazar con cocerse la boca.
El martes 5 de diciembre de 2023, pasadas las 16 horas, me trasladé a la comisaría con Santiago Kozicki, un abogado que el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) había puesto a disposición. Cuando quisimos verlo nos informaron que “el imputado está en la comisaría en calidad de alojado, no pertenece a la 5 A, sino a la 3 A”. Por dicho motivo no permitieron la visita de más de una persona. Santiago se quedó afuera pero pactó con las autoridades de la comisaría un encuentro con el detenido que sucedería al día siguiente. Al ingresar me encerraron en un cuarto. Me sacaron todo lo que llevaba en los bolsillos y me revisaron el cuerpo entero por sobre la ropa. Fui obligado a apagar el celular y a dejarlo apartado. No era la primera vez que iba a visitar a alguien que estaba detenido, pero sí que me hacían pasar por esa situación antes de ingresar a la visita.
El Tucu apareció con un termo y un mate lleno de azúcar, cebó y me convidó. Hice como si me gustara el mate dulce, aquella táctica popular para mitigar el hambre. Nos reímos. “Sos el último eslabón”, me decía enigmáticamente, una y otra vez. Pidió ropa y elementos de higiene. Entre susurros y palabras claves contó lo sucedido. Se lo notaba cansado y más flaco. Pero tenía esperanza: al día siguiente, el 6 de diciembre, tenía audiencia con el juez, su defensa pedía la excarcelación. Esperaba pasar las fiestas con su pareja que “encima está embarazada”.
—¿Es tuyo, Tucu?
—Si, me respondió.
Pasados los tres minutos
Al día siguiente Santiago, el abogado, fue a visitarlo temprano como tenía pactado. No dejaron que lo viera. Un aire extraño corría en el ambiente. Al mediodía, Andrea -la futura madre de su hijo- fue a llevarle comida pero tampoco la dejaron verlo. Ella insistió, escuchó gritos provenientes del sector de las celdas. Un oficial salió para comunicarle que su marido “se había descompensado” y que lo trasladarían al hospital Durand. Desesperada, se dirigió allí por su cuenta. Al llegar, un oficial le dijo que había llegado sin signos de vida.
La información que el inspector Ávila, de la comisaría 5A, le otorgó entonces a la defensa de El Tucu para dar cuenta del episodio fue la siguiente: “Antonio Romero se descompensó. Tenía pocos signos vitales cuando entró, lo llevaron al Durand para estabilizarlo”. También informaron que iban a trasladarlo a la comisaría 8BIS (hecho que jamás sucedió), ubicada en Lugano, pero que por el momento estaba en observación en el Durand.
Alrededor de las 19 horas, Andrea logró hablar con el médico Juan Blajeroh, que le dio el parte. Según él, El Tucu había llegado al hospital con convulsiones pero habían logrado estabilizarlo. Cuando pudo, sin permiso, Andrea ingresó a la sala donde estaba su compañero. Lo vio acostado y enchufado a los típicos aparatos médicos de terapia. Él le dijo algunas cosas al oído, ella tomó nota en su agenda. Al menos cinco oficiales de la comisaría 3A y de la 5A irrumpieron, le dijeron que se tenía que ir porque El Tucu estaba allí en calidad de detenido. Del brazo, la sacaron afuera de la sala. Andrea me llamó.
Mientras relataba los hechos, una segunda voz empezó a increparla. Un oficial le insistía en que se tenía que ir, aún cuando tenía derecho a permanecer en el hospital porque era familiar. La llamada se cortó y decidí ir hasta allí.
Llegué pasadas las 19.30 horas pero me negaron la visita. Andrea seguía ahí. Era la primera vez que la veía: menuda, morocha, castaña y con acento andino. Cubría la mitad de su rostro con un barbijo, así todas las veces que nos vimos. Jamás conocí el gesto de su sonrisa, solo la preocupación de sus ojos. Nos sentamos frente a la puerta de la sala donde estaba El Tucu, bajo una especie de pérgola rodeada de ambulancias. Había dos oficiales custodiando el ingreso: Jorge Rodríguez y Franco Cáceres, de la comisaría 3A. Andrea sacó su agenda. El Tucu había señalado a los oficiales Zapata y Spatta, de la comisaría 5A como quienes le habían propinado la golpiza de ese día. Según contó, se había pasado unos minutos de los tres otorgados para bañarse. Discutieron y, entonces, ellos le pegaron en la cabeza, lo empujaron contra una reja, y él se desvaneció.
A las 22 horas de aquel día el abogado del CELS se comunicó reenviando un mensaje proveniente de la comisaría: “ROMERO ROBERTO ANTONIO, de CV 3A (alojado en 5A), Srio. 665102, Carátula: Av. Ilícito el mismo se encuentra en el Hospital Durán, en el día de hoy el enunciado se sentía mal por lo cual fue derivado al nosocomio y en el Hospital tuvo convulsiones...ahora le van a realizar una tomografía Computada por lo sucedido”. El mensaje de la Policía de la Ciudad no coincidía con el parte del Durand que dictaminó como motivo de ingreso: “Síncope Escore de EGYSYS – U 5. Paciente de 51 años con antecedentes y factores de riesgo previamente mencionados es traído por patrullero a guardia externa por presentar episodio sincopal en contexto de discusión con reconstitución posterior ad integrum, niega angor o equivalentes anginosos, refiere episodios similares de 6 meses de evolución…”. El Tucu, según el informe médico, ingresó al hospital con pérdida de conciencia súbita.
Por segunda vez en menos de un año, terminaba internado a causa de la violencia instituida por la policía dentro de sus propias comisarías. La realidad, como un bucle. Debido a los antecedentes de arritmia, El Tucu quedó en sala de cardiología del hospital Durand, donde pasó su cumpleaños N° 52. Le hicieron vastos estudios médicos y le indicaron un nuevo tratamiento: amiodarana 900 mg/día, Aspirina 100 mg/día, atorvastatina 40 mg/día y una dieta hiposódica.
El 11 de diciembre de 2023, entré a la habitación 224 de la unidad coronaria acompañado por Andrea. Al ingresar, como déjà vu, vi al hombre acostado, semi desnudo en la primera camilla. A su lado, otra cama ocupada por una persona y más atrás, un hombre sentado mirando por una ventana que apenas dejaba pasar algunos reflejos de la luz del día. Era una mañana de mucho sol. Le pregunté por su consigna policial, me señaló a los dos jóvenes que estaban en la sala.
—Son pibes piolas, ya me conocen de antes—, dijo. Me miró y me guiñó un ojo –tenía uno más chico que el otro– mientras se reía.
—Vos me entendés.
Hablamos más de una hora. Se incorporó y vi una cicatriz que le recorría de lado a lado el ancho del cuerpo, a la altura del ombligo. Era profunda, le dividía la panza en dos pliegues.
—¿Cómo te la ganaste?—, le pregunté.
—Tengo mucho para contarte. La primera vez estuve 19 años preso, la segunda, 6. ¿Sabes la cantidad de veces que me torturaron? No puedo hablar ahora. Estoy vivo gracias a Dios, es un milagro.
—Sos el Bruce Willis negro y argentino—, contesté y reimos.
—¿Podes creer que me cobran 1000 pesos por ver la tele? La ficha se compra afuera y dura 24 horas. Ahora todo es guita.
Quince días después, a cuatro de nochebuena, El Tucu fue intervenido quirúrgicamente: los médicos decidieron ponerle un catéter. Para ese entonces, su causa había sido elevada a juicio y estaba a cargo de la Defensoría Pública Oficial Adjunta, ubicada en Av. Roque Sáenz Peña 1190, a cargo de Javier Aldo Marino.
Se recuperó una vez más. Le dieron el alta solo para devolverlo a la misma comisaría en la que le habían ocasionado la última internación. El Ministerio Público de la Defensa de CABA y la Defensoría General de la Nación (DGN), tomaron intervención en el caso con un escrito que se presentó en la causa donde se investigan como hechos de tortura lo sucesos de la comisaría vecinal 3C y se agregan los hechos sucedidos en la 5A.
El Tucu pasó las fiestas en situación de encierro, corroborándose falsa aquella frase de esperanza senil que escuchamos cada año: por más que se proclame, el año nuevo no trae consigo vida nueva.
El sábado 6 de enero de 2024 llegó un mensaje de Andrea: "Hola buen día, anoche llevaron a Antonio al Ramos Mejía. La policía le volvió a pegar. Te aviso porque Antonio me pidió que te contara”. La realidad, como un bucle.
El viernes 5 de enero de 2024 a las 21.30 horas, los oficiales de apellidos Figueroa, Lobos y Reyes, ordenaron una requisa en el lugar. Cortaron la luz de la comisaría. Entraron a las celdas y reprimieron a todos los internos, pegándoles y tirando gas pimienta. Para El Tucu, reservaron un trato especial: lo apartaron llevándolo a un cuarto y allí le propinaron golpes con bastones reglamentarios, dejándole múltiples lesiones en la espalda.
—Ellos saben dónde pegar, me decía la mujer. Tenía razón. Esta vez duró menos de una noche en el hospital. Llegó con la vía respiratoria tapada por el gas arrojado por la policía, le dieron una inyección en el pecho para que pueda volver a respirar con normalidad y lo trasladaron, de regreso, a la comisaría vecinal 5A. Allí permanecería hasta su libertad, fechada en abril del año 2024.
Han pasado varios meses y, a la fecha de la presente publicación, El Tucu sigue en libertad. Le perdí el rastro por un tiempo pero volvió a contestarme hace unos días. Todavía parece tener miedo de "hacerlo bien" pero esta vez no volvió sobre sus pasos aunque la sombra del encierro ronde sus días. Pero sigue en libertad. Al menos por ahora.