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méxico, la chingada y después
En la segunda ola de gobiernos progresistas latinoamericanos, la mexicana quizá sea la experiencia más vital. Ahora que sí la ven, la Cuarta Transformación anuncia la construcción del segundo piso, de la mano de Claudia Sheinbaum. Viajamos a la tierra del mole para conocer de primera mano sus dilemas y reflexiones.
Ilustraciones: Nicolás Daniluk
13 de Julio de 2024
crisis #63

 

El primer sexenio de la Cuarta Transformación terminó de la mejor manera. El pueblo mexicano eligió su continuidad por una mayoría inapelable, que ni siquiera las encuestas más optimistas vieron venir. Casi el 60% votó a Claudia Sheinbaum, la primera mujer presidenta de la historia nacional, quien le sacó 32 puntos de diferencia a una amplia coalición de partidos tradicionales. A nivel parlamentario, el oficialismo consiguió en la Cámara de Diputados los dos tercios que se precisan para introducir reformas constitucionales, y en el Senado quedó muy cerca. Un nocaut electoral y político.
Dos postales llamaron la atención de estos forasteros que viajaron una semana antes del desenlace electoral para vivir el acontecimiento de primera mano. En primer lugar, el sereno festejo de la dirigencia y la militancia oficialista. Tanto en el búnker del Hotel Intercontinental, cuando se dieron a conocer los resultados la noche del 2 de junio, como en la masiva celebración en el Zócalo pocos minutos después, hubo un júbilo mesurado. Cero exitismo. Mucha conciencia de que el proceso es largo. Que viene de lejos. Y va para rato.
Por otra parte, nos sorprendió la escasa literatura política que explique en qué consiste la 4T. En las librerías de la Ciudad de México hallamos muchos textos de vilipendio. El único libro que despliega los argumentos del proceso de cambio se llama ¡Gracias! y fue escrito por el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), a modo de balance de su carrera política. Un mamotreto de 560 páginas que los vendedores ambulantes ofrecen en la calle a mitad de precio, siempre atentos a los resquicios comerciales que habilita la coyuntura política.
“El modelo posneoliberal mexicano es una respuesta a quienes, para justificar al neoliberalismo, esgrimen que no había otro camino posible, como si se tratara de un destino manifiesto o una fatalidad”, leemos en el último capítulo de esa obra. Y un poco más adelante: “Pues bien, desde el inicio del nuevo gobierno democrático se empezó a llevar a cabo una transformación pacífica y ordenada, pero al mismo tiempo profunda y radical, porque nos propusimos acabar de raíz con la corrupción y la impunidad que impedían el renacimiento de México”.
¿En qué consiste este proceso de cambio? ¿Cuál es su alcance? ¿Y qué podemos aprender?

 

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La mexicana es quizás la experiencia más interesante, y sobre todo la más consistente, de la segunda ola de gobiernos progresistas durante este siglo en América Latina. AMLO, también conocido como “el Peje” o “Cabecita de algodón”, se despide con una inédita aceptación del 80%, instala como sucesora a una académica de izquierda cuyo estilo es muy distinto al suyo, y deja una oposición desarmada y en desbandada.
El mejor argumento es una economía que luce robusta, a diferencia de la fragilidad que exhibe buena parte del continente. Pero sobre todo la reducción de la pobreza, que para muchos es la llave maestra de la reelección. Cinco millones de personas salieron de la pobreza en los cuatro primeros años del sexenio, según cifras oficiales. Aunque todavía quedan 46 de los 127 millones de mexicanos por debajo de esa línea que demarca estadísticamente la desigualdad. Un chingo. Es decir, si bien los guarismos correspondientes a 2023 y 2024 se conocerán el próximo año y se esperan buenas noticias, el camino por recorrer es aún largo.
La mejoría se explica fundamentalmente por dos estrategias gubernamentales. De un lado, el aumento del salario mínimo que se ubicó a comienzos de 2024 en 500 dólares, el doble que en Argentina. Por el otro, la batería de políticas públicas universales que permitieron a 25 millones de familias (de las 35 millones totales) recibir “apoyo directo de programas de bienestar”, mientras que 30 millones perciben “algo del presupuesto” según explica AMLO. Otro chingo.
El segundo motivo de orgullo es el llamado “super peso” mexicano, que pasó en pocos meses de un tipo de cambio de 23 pesos por dólar a 16, aunque luego de la elección tuvo un respingo y se ubicó en 18, producto del “nerviosismo de los mercados”. Lo importante, sin embargo, es la causa de esa fortaleza monetaria, que no es otra que el crecimiento de la inversión extranjera directa (IED). En 2023 el país consiguió un récord en la materia, ubicándose en el onceavo lugar mundial, muy cerca de Francia. Pero la IED tiene a su vez un fundamento llamado nearshoring, término que alude a la relocalización de fábricas cerca de las casas matrices, en este caso de Estados Unidos y Canadá, responsables del 48% de dichas inversiones. El objetivo: garantizar las cadenas de suministro. El curro de la desglobalización. Y aquí aparece un elemento clave para el proyecto de la 4T: la inevitable relación carnal con el imperio norteamericano, que determina la política exterior de México y va a ponerse a prueba en el próximo sexenio.

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En una conversación en off con un importante funcionario de la cancillería mexicana preguntamos si México entraría en los BRICS. “Olvídalo, no hay ninguna posibilidad”, respondió sin dudarlo. Y enseguida explicó los porqué. Esa comunidad de destino con Norteamérica les pone un límite explícito, también, a las posibilidades de integración con el resto del continente. Están condenados a mirar hacia arriba, en busca del éxito.
Tal vez por eso cuesta que la 4T irrigue su influencia hacia el sur. Como si hubiera una interferencia que impide sintonizar con claridad el mensaje. En un evento público que compartimos con el titular del Sistema Público de Radiodifusión, Jenaro Villamil, lo intimamos -es una forma de decir- a que hiciera un esfuerzo por insertar al gobierno de AMLO en el proceso latinoamericano reciente. Y el funcionario fue a fondo.
A su modo de ver, hay cuatro enseñanzas fundamentales de esta primera etapa de gestión:
a) luchar contra la corrupción de manera consecuente y no regalarle esa bandera a la derecha;
b) no zigzaguear, es decir avanzar sin retroceder, lo que implica elegir bien cuáles serán las batallas que se libran (el pálido recuerdo del experimento argentino de los Fernández fue evocado como ejemplo negativo);
c) desoír el canto de las sirenas mediáticas, que invitan a la moderación, o en el extremo a la traición;
d) romper con la saga del caudillismo, para dejar atrás lo que llamó “el necesariato” (y aquí mencionó “a Dios y María santísima”, lo que provocó escozor en una platea plagada de exiliados y visitantes latinoamericanos).

 

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El “necesariato” es un término bien chilango e interesante para referirse a la proverbial dificultad que ha tenido la primera ola de gobiernos progresistas sudamericanos para organizar una transición virtuosa. Alude a un patrón, o un régimen, donde la construcción de figuras dirigenciales que se tornan irremplazables, así como la traición al líder indiscutido, son caras de una misma moneda. Que consiste en hacer de la virtud, una necesidad.
En las tierras de Zapata y Pancho Villa existe una tradición institucional que proviene de la revolución mexicana, según la cual al terminar su sexenio el presidente se jubila de la política activa. Ni el más pérfido de los mandatarios del PRI, y esos sí fumaban bajo el agua, se atrevió a violar esa regla atávica. Y todo parece indicar que el “morenismo”, es decir el movimiento que orbita en torno al partido MoReNa, seguirá la misma senda. AMLO ya anunció que el 1 de octubre, ni bien le entregue los atributos del poder a Sheinbaum, se irá literalmente a “la Chingada”, un rancho que posee en Chiapas donde planea disfrutar de su retiro.
Solo un tema podría sacar al Peje del ostracismo, aseguran en su entorno. Si se complican demasiado las cosas con el vecino del norte. Dice la leyenda que Lázaro Cárdenas, presidente entre 1934 y 1940, fue convocado por su sucesor para dirigir las complejas negociaciones en materia de defensa con los Estados Unidos, pues se había desatado la Segunda Guerra Mundial y la Casa Blanca diseñaba su nueva doctrina para el continente americano. El mundo estaba dando un vuelco geopolítico mayor y México era una pieza clave para las pretensiones imperiales de los gringos. Luego de cumplir esa tarea, el “Tata” Cárdenas se retiró a su modesta morada cerca del Lago Pátzcuaro, en el estado de Michoacán, se dedicó a experimentar con prácticas de riego, a escribir artículos sobre política internacional, y murió en 1970 sin volver a involucrarse en la coyuntura nacional. Ver para creer.

 

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De las cuatro máximas lanzadas al viento por Villamil, la principal es la primera. Lo explica con lujo de detalles un brillante escritor y activista de inspiraciones ácratas, devenido director general del Fondo de Cultura Económica, editorial del Estado: “Nos tomó tiempo descubrir que estamos heredando un aparato muy podrido, muy ineficiente, repleto de reglas, bloqueos, sistemas. Y que una cosa era tener el gobierno federal y otra cosa es tener el poder. Las trabas estaban en todos lados, han ido apareciendo de manera caústica. La más virulenta es la de una parte del Poder Judicial que sigue estando a la compra y venta”.
Paco Ignacio Taibo II nos recibió en la mera puerta del edificio corporativo ubicado en el centro del DF, en unas mesitas instaladas en la vereda, un caluroso mediodía de primavera. Su meticulosa descripción de la corrupta burocracia estatal nos permite entrever que no se trata solo ni principalmente de una cuestión moral, sino de algo sistémico y muy político: “Empiezas a descubrir la lógica profunda del priismo y el panismo en el poder, esa cantidad de pasos o mediaciones que tenías que atravesar para cualquier trámite en el aparato del Estado. Porque si todo es difícil la corrupción es el aceite del sistema”.
Una frase más, para tomar nota de la magnitud del fenómeno en México: “Cuando hace seis años entramos al Estado no tenía ni idea de lo maléfico que era la opresión cotidiana de este aparato. No teníamos idea de dónde estaba el dinero de la corrupción, porque iba sobre la obra pública: tú construyes una carretera y en lugar de costar 8 costaba 14, pero no es dinero que estuviera ahí. Estaba escondido. O como se ha revelado claramente, en el no pago de impuestos por parte de la oligarquía. Logramos rescatar una parte de esos millones de pesos en obra pública, pero el dinero que se fugó con la corrupción ya no está”.
La aspiradora de fondos que se iban por la canaleta de la corruptela, más lo que se recuperó por exenciones de impuestos a grandes empresas que no lo merecían, alcanzó para financiar los potentes programas sociales y la faraónica obra de infraestructura pública que le puso el sello al sexenio de López Obrador. Pero hubo otro mecanismo decisivo en la recuperación del Estado como motor de la economía, sin el cual no se habría podido consolidar este keynesianismo a la mexicana, capaz de retomar el control de la industria eléctrica, sembrar cientos de sucursales del banco público en lugares recónditos para que los subsidios lleguen a donde más se precisan, o construir el icónico y muy debatido Tren Maya en la sureña península de Yucatán, o el estratégico Tren Interoceánico del Istmo de Tehuantepec que va a unir el Atlántico con el Pacífico. Se trata de la utilización de las fuerzas armadas en actividades empresariales habitualmente desarrolladas por civiles. Entre ellas, la obra pública.
Ese fue el atajo que encontró el Peje para quemar etapas y eludir los peajes de la burocracia estatal. Una democratización con las fuerzas armadas como sujeto. Las mismas que habían sido corrompidas hace dos minutos en la guerra contra las drogas. Y todo parece indicar que funcionó. Al menos por ahora. Así las cosas, hay quienes se animan a sugerir que la 4T podría erigirse como alternativa a la bukelización, incluso en este aspecto. Qué época difícil.

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Tuvimos que juntar varias mesas en uno de los tantos bares que están frente a la fuente de los Coyotes, en pleno centro de Coyoacán. Caía la tarde del jueves. De un lado de la conversa se sentaron cuatro calificados residentes en CDMX, dos de ellos argenmex; del otro nos ubicamos igual cantidad de turistas porteños, con chapa de observadores electorales, entre ellos un diputado nacional. Luego de un corto prólogo para resumir la catastrófica situación argentina, los acribillamos a preguntas mientras iban y venían las coronitas.
Uno es economista y trabaja en el Banco Central, mientras su compañera es académica y se especializa en política internacional. La otra pareja está integrada por una abogada que trabaja en derechos humanos, y el marido oficia de artista-influencer. Todes son hinchas de las 4T, de los que van a la cancha los domingos, pero no escatiman críticas. Así nos gusta.
Hay un tema que según nuestros interlocutores motiva álgidos debates en el oficialismo: la reforma impositiva para construir un esquema fiscal más progresivo. Los fondos provenientes de la corrupción ya no alcanzan para costear los programas sociales implementados durante el primer sexenio, por lo que en el año (electoral) en curso se disparó el déficit del Estado. Claudia Sheinbaum, entonces, comienza su gestión con un presupuesto en rojo, pero anunció que durante su mandato no impulsará modificaciones relevantes, para no enemistarse con el empresariado. Este es uno de los dilemas principales de los gobiernos que tienen como horizonte un posneoliberalismo de tinte igualitarista: ¿cómo profundizar la mejoría económica de las mayorías sociales? ¿Se puede avanzar en la democratización de lo económico sin redistribuir ya no los ingresos, sino también la riqueza?
Segundo dilema, y quizás el principal cuco que amenaza al sexenio de Sheinbaum: la renegociación del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC o NAFTA) en 2026. Se espera un endurecimiento de las condiciones para los sureños, especialmente en materia migratoria. Y más aún si, como todo parece indicar, Donald Trump vuelve. De hecho, apenas dos días después del gran triunfo electoral, un Joe Biden en campaña apretó las clavijas represivas en la frontera. Todo lo cual empuja al gobierno mexicano a criminalizar a las personas migrantes, como denuncian distintas organizaciones de derechos humanos.
Además del cuerpo a cuerpo diplomático, la 4T tiene un desafío enorme en materia de imaginación regulatoria. “La marea de inversiones que ingresarán gracias al neashoring puede ahogarnos, o la podemos surfear”, metaforiza el avezado informante. México va camino a convertirse en una enorme maquila otra vez, como en el momento expansivo neoliberal, con las desigualdades sociales y ambientales que eso implica. Salvo que ponga en marcha una estrategia de industrialización autónoma. Para lo cual, otra vez sopa, se precisa una reforma fiscal progresiva.
Mencionamos la palabra “derechos humanos”: he ahí el más ríspido de los pendientes de la 4T. Consecuencia de las amistades peligrosas que cultivó AMLO, no solo con el grandote de Norteamérica sino sobre todo con los militares locales. El tópico preferido de los grandes medios nacionales y extranjeros para esmerilar al izquierdista gobierno mexicano es la profusa violencia narco. Estamos ante “el proceso electoral más violento de la historia”, titularon hasta el hartazgo y quizás no les faltaba razón, ya que hubo más de 30 candidatos aniquilados. Además, durante el sexenio que termina se documentaron 92 ejecuciones extrajudiciales de defensores de derechos humanos y los desaparecidos se cuentan por decenas de miles. El sentido común de derecha cuestiona a las autoridades por inacción, complicidad o por haber distraído el poder armado del Estado en tareas civiles.
Sin embargo, las organizaciones de víctimas critican exactamente lo opuesto. Y nuestros contertulios les dan la razón. Antes de asumir, recuerdan, el presidente propuso un cambio en el enfoque de la “guerra contra el narcotráfico”, que preveía el retiro de los militares de la seguridad interior; sin embargo, la administración de López Obrador reforzó esa presencia, creó un nuevo cuerpo policial militarizado (la Guardia Nacional) y todo parece indicar que la colusión entre Estado y crimen organizado continúa.
No es un tema sencillo. En la presidenta electa convive un discurso no punitivista, junto a una reivindicación del rol de los militares: la solución de fondo consiste en atacar las causas verdaderas que son sociales, reconoce; pero en el corto plazo no queda otra que empoderar al ejército. El punto de quiebre con buena parte del movimiento de derechos humanos fue la controvertida evolución del caso Ayotzinapa, lucha altamente simbólica a la que AMLO se había comprometido a responder con justicia. La causa avanzó rauda al inicio del mandato, pero se frenó en seco cuando la investigación judicial llegó a la puerta de los cuarteles. Para la militancia, el Peje privilegió su alianza con los uniformados. O tuvo que acatar sus exigencias. Para el oficialismo hay una mano gris queriendo generar cizaña para romper ese maridaje inesperado entre izquierda y militares.

 

***

Todo el mundo siente que lo principal aún está por venir. “La primera parte ya se logró: ahora hacen falta los más allá”, sintetiza Paco Taibo. El Peje dejó un paquete de 18 reformas constitucionales denominado Plan C, que el anterior parlamento logró bloquear durante su mandato. Y con su porte espartano, Claudia Sheinbaum llamó a construir el segundo piso de la 4T. La pregunta es con qué materiales. Y por dónde le va a entrar el sol a esa planta.
Jesús Ramírez es un experimentado militante de la izquierda mexicana contemporánea, que hoy ocupa el cargo de coordinador general de Comunicación Social y vocero del Gobierno de la República. Le dicen Chucho y fue el ideólogo de las célebres mañaneras, dispositivo comunicacional único en el mundo, que habilitó un diálogo directo entre el presidente AMLO y el pueblo, con impactante eficacia.
Chucho nos cita en la Cineteca Nacional, un espacio estatal dedicado al séptimo arte que nos recuerda hasta qué punto México es realmente un país grande. En cultura y poderío económico. En historia, pero también en ambición de futuro. Le preguntamos qué es la 4T. Escuchemos.
“El movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador es un movimiento democrático, que ha apostado por la vía pacífica frente a toda la tradición histórica de México, donde los procesos de cambio son violentos, revoluciones armadas y levantamientos. Aquí lo que se ha buscado es una especie de levantamiento civil por la vía democrática de la organización, la movilización y la dimensión electoral. Esta lucha se plantea en el marco de un neoliberalismo que tiene tres características. Primero, la captura del gobierno del Estado por los poderes económicos, y los grupos de poder fácticos, nacionales e internacionales. Segundo, los contratos estatales eran la forma de subvencionar o promover el enriquecimiento de una élite. El gobierno funcionaba solo para las élites. Y la tercera característica es que las políticas neoliberales empobrecen a la población, porque nuestra ventaja comparativa para insertarnos en el plano internacional era la precarización, la mano de obra barata. Cuando empezó el neoliberalismo, en México el salario mínimo era el doble que en China; hoy está cuatro veces más abajo. Entonces, el objetivo democrático del movimiento consiste en revertir esa destrucción del Estado nacional, ese dejar indefensa a la población, lo que se logra recuperando la soberanía. Soberanía como poder del pueblo, que no es solamente decidir sobre el gobierno y tener representantes y participar en las decisiones, sino que las políticas del Estado benefician a la mayoría de la población”.
A partir de esta introducción, Ramírez comienza a desplegar el rosario de políticas públicas implementadas durante el primer sexenio. Se hace largo y estamos ya en la hora del mezcal, así que respiramos hondo, interrumpimos el monólogo y vamos directo a los temas urticantes. ¿Por qué una alianza tan estrecha con los militares?
Chucho se molesta un poco. Despotrica contra las oenegés que instalan estos temas porque están financiadas por los gringos. Luego dice que el ejército mexicano, a diferencia de otros países de Latinoamérica, no se puede definir como oligárquico porque la mayoría de sus cuadros vienen del pueblo y además tiene una tradición de compromiso con la soberanía. Pero termina reconociendo que “no era lo que queríamos, no es que yo esté a favor del ejército y la militarización. Lo que pasa es que el modelo neoliberal subordinó y construyó un Estado ad hoc para los negocios. Las empresas constructoras duplicaban o triplicaban los costos sin justificación. El ejército tiene un cuerpo de ingenieros constructores para edificar sus instalaciones, desarrollar sus proyectos, tiene una capacidad de ejecución que no tiene nadie en este país. Y sin el incentivo de ganancias. Construir con el ejército los aeropuertos, carreteras y otras obras de infraestructura ha sido muy eficiente para el Estado, porque le ha permitido mejorar los costos, los tiempos y la calidad de las obras”.
¿Y qué pasa si mañana gana la derecha? ¿No le están sirviendo en bandeja la militarización? Le preguntamos. “Obviamente, si participas más de la vida pública pues vas a tener mayor poder e influencia. Pero el contrapeso es que haya más participación de los civiles en las decisiones y sobre todo en la rectoría del Estado. Los derechos humanos solo se respetan si la gente se respeta a sí misma y se organiza para garantizarlos”.
Según el vocero del presidente AMLO, esa sería la tarea principal de la etapa que se abre con la consolidación de la gobernabilidad progresista: es la hora del protagonismo popular. En sus propias palabras: “La gente se siente empoderada y eso es producto de un gobierno que está cambiando el paradigma. Lo más importante políticamente es educar a la gente, en democracia, por la vía pacífica, pero en el ejercicio activo y organizado de sus derechos. Nada de voto y me voy a mi casa”.

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