Juan Maquieyra es una de las promesas del PRO. Lidera (como llaman los cambiemitas a lo que en lenguaje peronista significa “conducir”) una agrupación de jóvenes cuadros que discuten política y ponen el énfasis en la periferia. “Trabajamos para los más desprotegidos”, sostiene Maquieyra. No lo dice pero, además, se sienten la plebe dentro del Partido de los privilegiados: los que no egresaron del Newman, los que no provienen de ninguna empresa mainstream, los que no pertenecen al “corredor norte”. Los que así y todo creen tener un futuro promisorio en la Argentina que viene. Como Vidal.
A falta de cuna de oro, atesora su propio mito de origen: “la pregunta incómoda a Cristina en Harvard”. Fue en septiembre de 2012 cuando aún no se cumplía un año del 54 por ciento. Maquieyra estaba cursando su Maestría en Políticas Públicas primermundista. Esperó su turno en la fila, le consultó a la Presidenta si pensaba cambiar la Constitución para reelegirse, y escuchó la respuesta de fastidio con cara de buenito. Fueron apenas dos minutos y medio en los que abrió de par en par su “ventana de oportunidad” (otro término de la jerga macrista).
Un lustro más tarde, a los treinta años, pasó a presidir el Instituto de Vivienda de la Ciudad, institución con caja que se ocupa de asuntos estratégicos. Está exultante por la consolidación del gobierno en las urnas, pero mantiene cierta pose de cautela como dictan los manuales del buen ganador.
¿Cómo sigue el gobierno después de la ratificación electoral en octubre?
—El gran desafío que tenemos es generar un desarrollo inclusivo y sustentable. Y lo que viene ahora es proponerle a la sociedad y a la dirigencia en la Argentina una serie de reformas que vayan en ese camino. Va a ser una etapa de búsqueda de diálogo, de consenso, de acuerdo. Siempre es difícil acordar entre fuerzas que tienen distintas ideas, historias e intereses, pero el gran desafío hoy es encarar esas reformas generando los consensos necesarios. Y se va a mantener una de las líneas que planteó con fuerza el gobierno: el gradualismo. No pretender que hay que refundar a la Argentina cada diez años, sino que sobre las cosas que se construyeron corregir lo que no estaba bien, sumarle condimentos que faltaban, y reformar lo que haya que reformar para poder estar mejor.
¿Cuánto hay de antikirchnerismo en el voto a Cambiemos?
—Respecto de lo primero, hay varias provincias donde el apoyo a Cambiemos no tuvo nada que ver con hacerle la contra al kirchnerismo. Por ejemplo en la provincia de La Pampa, entre otras. Pero para no esquivar el bulto, en la provincia de Buenos Aires es cierto que la polarización debe haber ayudado a la victoria de Cambiemos. Ahora bien, no se trata de un escenario generado por el gobierno. Nosotros creemos que la capacidad de la política de definir lo que quiere la gente es menos importante de lo que se creía hace veinte años. Hoy lo que estamos viendo es que la opinión pública es mucho menos permeable a una bajada de línea. No quiere decir que uno no pueda incidir desde la política o los medios, claramente se incide, pero la discusión sobre si “volver para atrás o ir para delante” estaba en la gente: el gobierno identifica eso y genera una propuesta consecuente, mientras el kirchnerismo en un momento coquetea con una manera distinta de presentarse pero en la última etapa de la campaña vuelve a ser el de hace dos años. De todas maneras, es un error pensar que Cambiemos es todo novedad. Tiene componentes nuevos, y tiene otros que toma de la política tradicional. Lo que nosotros llamamos timbreo no es algo tan distinto a lo que siempre tuvo el peronismo, que es el contacto cercano con la gente. Estamos en medio del cambio y el que tenga una explicación cerrada de lo que pasa en la Argentina no está entendiendo la época. Yo personalmente tengo un montón de dudas. Sí creo que estamos en un momento del país en el que se está reconfigurando todo el escenario político. Así como entre 2001 y 2003 vivimos una reconfiguración clara, creo que el 2015 (y su ratificación en 2017) introduce otras coordenadas, con actores nuevos y reglas distintas.
El hostigamiento contra la principal figura de la oposición y las señales de que el gobierno no está dispuesto a un pacto con otros sectores, ¿son indicios de una posible deriva hegemonista?
—La búsqueda de consenso está en el ADN de Cambiemos. No veo riesgo de que el gobierno se quiera cortar solo a reformar grandes cosas. Lo que sí creo que no es negociable es la voluntad de reformar. Lo que sí no va a pasar es que Cambiemos convoque a una mesa y si no hay acuerdo se resigne a seguir igual. Porque Argentina necesita reformas si quiere generar un desarrollo inclusivo y sustentable. No vamos a poder sacar de la pobreza al treinta por ciento de la población así como venimos, tenemos que cambiar varias cosas. La voluntad de reformar no es negociable, lo que es negociable es el ritmo de esa reforma, la gradualidad, con cuáles componentes se va a arrancar. Porque venimos a la política para esto, para generar una transformación real de una Argentina que desde la década del setenta para acá en la mayoría de los indicadores relevantes viene empeorando. Si mirás la Argentina que había antes de la nefasta dictadura militar del 76, en casi todos los indicadores estamos peor. Eso te habla de que la dirigencia que hubo en todas esas décadas no logró un desarrollo inclusivo y sustentable para la Argentina.
Vos decís que hay un déficit de la dirigencia política, pero los problemas de la Argentina se los debemos ante todo a los poderes económicos y fácticos, ¿no te parece?
—Yo digo que es un problema de la dirigencia en general, no solo de la dirigencia política. Creo que los principales responsables son los dirigentes políticos, pero también los grupos económicos, claramente, los medios, y el gremialismo como cuarto componente. Esta dirigencia es responsable de que Argentina tenga hoy mayor pobreza, peor infraestructura social, menor calidad de los servicios públicos, de la que había en la década del sesenta o del setenta. Pero yo sí creo en el poder de la política para ordenar, no en su omnipotencia, no en una política que digita desde arriba y bajando línea, sino en una que ordena desde el centro y coordinando. Y a veces diciéndole que no a algunos actores, claramente.
En el caso del gobierno actual hay una clara coincidencia entre dirigencia política y dirigencia empresarial, es el caso del Presidente.
—La caracterización del gobierno como un grupo de empresarios, la idea de que es un gobierno de Ceos, yo creo que es errónea, es una mala lectura. De los cuatro principales dirigentes que nos lideran dentro de Cambiemos, que son los que vienen del PRO (Macri, Marcos Peña, Larreta y Vidal), por lo menos tres no son personas que hayan desarrollado sus trayectorias en el mundo privado. Que el gobierno tenga mejor diálogo con el empresariado porque el Presidente viene de ese mundo, a diferencia de Cristina, sin dudas es cierto, pero eso no quiere decir que sea un gobierno de los empresarios. Yo creo que a la mayoría de la gente lo que le interesa es que el gobierno le provea por los servicios que paga. A la vecina de Tres de Febrero, de Moreno o de la Villa 20, le interesa que el gobierno le ponga la cloaca, le haga el asfalto, le arme los pluviales para que no se le inunde la casa cada vez que llueve, y que sus chicos vayan a una escuela donde aprenda cosas que después le sirvan para meterse en la Universidad o a trabajar, según decida. Y lo que vieron en María Eugenia, en Horacio, en Mauricio, en gran parte por la experiencia de la Ciudad, es que la calidad de lo público había mejorado después del gobierno del PRO. Eso es lo que vota la gente, más allá de la caracterización sobre si es mejor que gobierne un empresario o no.
¿No es una visión empresarial plantear que el Estado es básicamente un proveedor de servicios por el cual el ciudadano-cliente paga? ¿No es la política, además de gestión, un conflicto de intereses en el que hay poderosos y oprimidos?
—Yo creo que la política es la que tiene que coordinar esa contradicción de intereses para que el resultado sea un desarrollo sustentable e inclusivo. Y vos tenés un gobierno hoy que está discutiendo algunas cosas que ciertos actores, en particular los más poderosos, quizás no quieran que se discutan: impuesto a la renta financiera, por ejemplo. Otro ejemplo con un contenido político muy fuerte: este gobierno hizo un registro nacional de barrios populares, lo que muchos llaman villas, reconociéndole a toda esa gente que tienen derecho a vivir donde viven. Es una decisión a la que no se había animado nadie en la Argentina.
generación mac
La entrevista tiene lugar en la oficina de Maquieyra, en el último piso de un moderno edificio que funciona hace poco como sede central del IVC, a metros de Parque Lezama. Siguiendo las directivas de relocalizar las sedes del poder público, el Gobierno se dio el lujo de alquilar el inmueble por un valor de tres millones de pesos al mes.
El proyecto top del Instituto de la Vivienda hoy es la urbanización de la villas porteñas, una iniciativa de Rodríguez Larreta que desconcertó a extraños y también a propios. ¿Opción por los pobres o dádiva perversa? ¿Audacia progresista y neoliberal o voluntarismo ingenuo?
“Nosotros trabajamos mucho en la Ciudad de Buenos Aires para promover la integración como paradigma. Desde que comenzó el gobierno de Horacio fuimos los que planteamos que la acción en la periferia tenía que ser una de las banderas del PRO. Y Horacio estaba convencido, así que terminó asumiéndolo. Poner como prioridad gubernamental a los más vulnerables está muy presente en el grupo y es una de las banderas que nos caracteriza. El Registro Nacional de Barrios Populares, sumado a los pasos que hay que seguir dando para que no solamente se reconozca esa realidad sino que se traduzca en derechos, junto a la AUH, son las políticas sociales más importantes de las últimas dos décadas. La AUH es una medida que no comenzamos nosotros sino el gobierno anterior y yo creo que es una de las políticas sociales más importantes de la Argentina desde el 2001 hacia acá”.
¿Y qué tensiones tienen con las otras generaciones al interior de Cambiemos?
—Una de las tensiones que hubo fue con las segundas líneas que promovían la aparición del “larretismo”, el “michettismo”, el “marcospeñismo”. A nosotros en “La Generación” nos interesa una visión sobre la política, no con quién estás dentro del PRO. Y a veces nos pedían: “vos me tenés que decir si sos michettista o larretista”. Es algo que pasa en cualquier partido político. Y que resolvimos bien.
En una editorial de La Nación acusan a los jóvenes funcionarios que están trabajando en las villas de haberse pasado de la raya, y los catalogan como maximalistas casi fundamentalistas. ¿Cómo interpretás este ataque de sectores que se identifican con el gobierno?
—Yo creo que el conservadurismo en la Argentina va a estar incómodo con Cambiemos. Está muy incómodo, por ejemplo, con lo que estamos haciendo en los barrios de la ciudad. Ese editorial, que respeto pero no comparto en absoluto, expresa una mirada contrapuesta a lo que nosotros queremos hacer. Nos pasó también con el tema de los alquileres en la Ciudad de Buenos Aires.
Esos sectores son parte del oficialismo.
—Algunos miembros de esos sectores verán en el gobierno cosas positivas y lo apoyarán.
Difícil que un sector conservador en la Argentina no apoye al macrismo.
—Vamos a ver. Hay que observar si se desarrolla esa tensión o no. Es una de las cosas interesantes para seguir. Hay dos sectores en la Argentina que están planteando críticas conservadoras a algunas reformas que nosotros impulsamos: los que sostienen una concepción liberal del tipo siglo XIX, con una mirada más aristócrata si querés; y hay posturas desde la izquierda que son profundamente conservadoras. No estoy diciendo que todos aquellos que tienen una mirada de izquierda sean conservadores. Pero en temas como la educación, por ejemplo, la izquierda está siendo conservadora cuando rechaza repensar qué educación precisamos en este momento en Argentina. Su idea, en este sentido, es mantener el statu quo como está.
Vos reducís todo conflicto a una elección entre modernidad y conservadurismo. Pero otro eje de valoración, más importante quizás, es la alternativa entre democratización o elitismo. Si la comunidad educativa se opone a la reforma que ustedes propugnan no es porque el proyecto sea “modernizador”, sino porque es profundamente elitista.
—Primero: yo creo que la manera de evaluar el éxito o el fracaso de un gobierno es si fue democratizante o no. O sea, si logró hacer reales el ejercicio de más derechos en más gente o si no lo logró...
Entonces, un primer balance del macrismo teniendo en cuenta sus primeros dos años de gestión es que no se trata de un gobierno democratizador.
—Yo no tengo dudas que el macrismo, con su camino de desarrollo inclusivo, va a ser más democratizador que el kirchnerismo.
Por ahora sucede lo contrario.
—Pretender que en dos años se pueden realizar las reformas que te permitan iniciar el camino de un desarrollo sustentable e inclusivo es parte del problema que tuvo la Argentina.
La idea de que hay que ordenar para después democratizar es un supuesto clásico de la derecha: primero el esfuerzo, primero austeridad, en algún momento vamos a estar mejor.
—La manera tradicional hubiera sido primero ajustemos, reduzcamos el déficit fiscal, bajemos los programas sociales, los subsidios. Pero acá lo que se hizo fue primero cuidar a los que están más complicados. Si mirás lo que conocemos como política social, en las prestaciones asistenciales, en las inversiones en infraestructura, no puede decirse que la propuesta haya sido “primero ajustemos y después vemos”.
Es cierto que las políticas sociales no se desfinanciaron, e incluso se incrementó el gasto, pero hubo una transferencia de ingresos favorables a las élites como consecuencia de la política macroeconómica.
—Lo democratizante es poder construir un desarrollo inclusivo y sostenible. Porque si yo genero un modelo en el cual reparto un montón de plata, genero inclusión hoy pero después de cuatro, cinco o diez años tengo una crisis que deja a la mitad del país afuera del sistema, como en el 2001, o a un tercio como es ahora, la verdad que no es el país que yo quiero. Claro que si me venís con un planteo estilo neoliberal de los noventa, de que lo prioritario es un esquema sustentable porque al final del camino habrá una luz, yo tengo dos problemas con eso: uno, a mí me interesa cómo está la gente hoy, y por eso dedicamos muchísimos recursos para los que están más abajo; dos, nosotros no creemos en el derrame como mecanismo de inclusión. Cuando el Presidente dice “quiero que me evalúen por el hecho de si logramos o no disminuir la pobreza al final de mi mandato” yo le creo y para eso trabajo. Pero es algo que deberá medirse no en dos, ni en cuatro, sino en ocho años como mínimo.
Una de las políticas más agresivas del gobierno durante 2017 fueron los créditos Argenta y también los créditos inmobiliarios. ¿Es cierto que influyeron en la elección?
—Voy a hablar de lo que conozco que son los créditos hipotecarios. Creo que fueron muy bien recibidos, y la gente que está accediendo a estos créditos está realmente contenta porque les está permitiendo cumplir el sueño de la casa propia, con un esquema que es pagable si el país consigue instalar un modelo sustentable con inflación a la baja. El Procrear ya había sido positivo para el kirchnerismo, ahora lo es para nosotros. Y sumamos otros créditos.
La diferencia es que ustedes introdujeron el método chileno de las UVA (Unidades de Valor Adquisitivo), que ata la deuda a la inflación. ¿No es irresponsable este festival de endeudamiento, con los antecedentes de burbuja que hay en muchos lugares del mundo?
—Quilombos hubo en los países donde la cantidad de dinero que estaba puesta en créditos inmobiliarios era más de la mitad del PBI, en Argentina no llegamos ni a dos dígitos todavía. Con lo cual, me parece que es comparar peras con manzanas. Quizás sea una discusión para dentro de diez o quince años, hoy no estamos en los niveles de Uruguay, ni de Brasil, Perú o Chile. Hay muchísimo espacio para crecer sin que sea un problema el nivel de endeudamiento de la gente.
¿No es un poco perverso darle crédito a la gente sin modificar las relaciones de poder que convierten al mercado inmobiliario en un paraíso para la especulación?
—Cien por ciento no. Me parece muy tirado de los pelos decir que estamos dando créditos hipotecarios porque nos interesa alimentar la especulación financiera. Es igual de exagerado que decir que estamos integrando villas para que se beneficien determinados emprendimientos inmobiliarios de la zona. Creo que estamos dando los primeros pasos con acciones estatales concretas para que sea posible comprarte una casa. Y tenemos que revisar y conversar algunas de las asimetrías de las que vos hablás. Es probable que sea positivo que el Estado tenga un rol de regulación del mercado. Algunas dinámicas del mercado pueden ser perjudiciales. Y nosotros estamos considerando, con la cabeza muy abierta, distintas alternativas. Un primer paso, que no es solución integral, fue la recuperación de las comisiones inmobiliarias. Es un ejemplo de cómo puede intervenir el Estado para generar mejores condiciones para los inquilinos.
la mosca y la torta
El despacho amplísimo y luminoso parece una locación de la nueva “burocracia friendly”. Paredes de vidrios escritas con coloridas tintas indelebles donde leemos conceptos clave para la gestión:
“1. Evolución de la democracia: on demand. Opinión: un click.
2. Es la vida cotidiana, estúpido”.
Una mesa de reunión sin cabecera fija en reemplazo del típico buró donde el jefe despliega su jerarquía, y mas allá un cómodo juego de sofá ideal para conversaciones informales. Revistas y libros desperdigados sin orden aparente: a Maquieyra le encanta Galeano y hace poco descubrió a Rodolfo Kusch. Un pisapapeles desconcertante donde se lo ve al joven conductor con el pelo de Guevara, verdadera pieza de humor amarillo (y negro).
Inconmovible en su fe pero hábil y atento para la escucha, el conductor de La Generación se aferra al discurso del gradualismo. Relato que ha pasado a mejor vida luego de los draconianos proyectos de reforma laboral y del recálculo de las jubilaciones.
¿Se viene el ajuste en las políticas sociales?
—Creo que el gasto social es sustentable en la medida en que generemos una economía que crezca, una inflación a la baja, y seamos más responsables en el uso de los fondos públicos. Vamos a reducir el gasto en otros lugares, no en la inversión social. Y en la medida en que generemos un país con más trabajo, mucha gente va a dejar de necesitar un plan social. Pero creo que Argentina todavía necesita muchos años más de alta inversión estatal que le llegue directamente a los que están en situación de mayor vulnerabilidad.
Si no recortan el presupuesto para políticas sociales es porque precisan gobernabilidad; y siguen haciéndole concesiones a los que más tienen, “para retomar el crecimiento”; todo parece indicar que la principal perjudicada por el actual gobierno será la clase media.
—Nosotros no estamos poniendo guita en los barrios solamente para que no haya un estallido. Estamos haciendo, además, una inversión fenomenal en infraestructura social. Nos guste o no vivimos en un mundo cuyo sistema económico es el capitalismo. Dentro de ese paraguas la mejor manera de desarrollarte en la vida es acceder al capital. Cuando vos a una persona le das una casa, le estás dando capital. Es el capital más básico, un lugar donde dormir. El corazón de nuestra política social es generar esa base mínima que te permite desde ahí desarrollarte.
Pero si vos le das capital básico a los pobres pero la torta se la das a los ricos, estás aumentando el sometimiento. En Capital el PRO gobierna hace diez años y es fácilmente demostrable que, en lo que respecta al régimen de la vivienda, la desigualdad es cada vez mayor.
—Las causas de ese empeoramiento tiene más que ver con el modelo macroeconómico nacional que con lo que hizo o dejó de hacer Macri como jefe de Gobierno. Yo estoy de acuerdo con que la especulación inmobiliaria no es positiva para la ciudad, pero su razón de ser no tiene tanto que ver con las políticas que toma un gobierno local sino más bien con el modelo macro. Y no digo con esto que sea responsabilidad del kirchnerismo. Argentina viene desde la década del setenta con vaivenes constantes y crisis periódicas, y en el imaginario social la mejor manera de ahorrar es invertir en ladrillos. Efectivamente, tenés altos niveles de especulación inmobiliaria y tenemos que explorar arreglos institucionales para que eso no suceda.
¿Cómo evaluás la relación que han establecido desde el gobierno con organizaciones sociales como la CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular)?
—Si uno mira la historia de la Argentina, ve que el radicalismo logró representar a muchísima gente que estaba afuera del sistema, la que después sería la clase media. Luego el peronismo logró incluir social y materialmente al trabajador que estaba en la base de la pirámide, el obrero. Tan bien los representó como partido y desde el gremialismo, que durante décadas en la Argentina ser obrero y ser peronista era casi lo mismo. Lo que pasa hoy es que luego de varias décadas en las que se consolidaron niveles de pobreza estructurales, con una o dos generaciones que pasó gran parte de su vida sin laburo, ya no existe esa referencia tan fuerte con el gremio ni la identificación lineal con el peronismo, sobre todo las nuevas generaciones. Y me parece que las organizaciones sociales están intentando hacer que mucha de esta gente que está en la economía informal (o como ellos la llaman: economía popular) se sientan lideradas y representadas. Hay un montón de gente que necesita representación política y organizaciones como la CTEP están dando respuesta. Por eso el gobierno dialoga con ellas de modo permanente. Uno de los grandes desafíos de Argentina es cómo hacemos para que esa economía popular sea un vehículo de progreso social. Es un temón. Nos tenemos que poner a pensar y a laburar en serio, porque al menos yo no tengo la claridad para saber la solución.
Hay dos perspectivas distintas, incluso dentro de la CTEP: para unos, la economía popular es un sector económico que puede prosperar hasta incluirse en el mercado formal; para la segunda, existe una población descartada que demandará asistencia permanente hasta que no se modifiquen las variables principales del sistema económico global.
—A ver, yo esto no lo tengo claro, realmente. Pareciera muy difícil que la economía popular, por lo menos durante la próxima década, pueda por su propio esfuerzo incluirse en el mercado tradicional. Por lo tanto la sociedad, a través del Estado, tiene que invertir en ayuda, pero para que sea un vehículo de progreso. No para mantener un montón de gente que no se realice en la vida y no pueda crecer. Y para eso tenemos que preguntarnos en qué medida, dentro de un sistema global que mide el éxito en base a si ganás más guita, se puede fomentar una propuesta que te permita tener una casa razonable, poder irte de vacaciones cerca pero irte de vacaciones, ir a ver un recital, que tu hijo vaya a la escuela pública y que después consiga un laburo. Mi punto es: ¿podemos hacer que una persona se sienta realizada en ese esquema aunque sepa que no va a ganar cada vez más plata? Si la respuesta es sí, entonces para mí hay un sentido en invertir ahí.
Habría que convencer a los pobres entonces, que su destino es no hacerse ricos.
—No, por eso... hay algo en el razonamiento que no cierra.