las tres vías de la universidad que se viene | Revista Crisis
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las tres vías de la universidad que se viene
Todavía no está claro cómo será la dinámica de cursada en las universidades nacionales durante 2022. Luego de que muchas personas lograron adaptarse a la virtualidad en tiempos de pandemia, mientras otras padecieron esa misma modalidad a distancia, el debate sobre cómo seguir todavía no está resuelto. En esta nota encontrarás algunos matices para entender la cuestión de fondo.
Ilustraciones: Martina Cúneo
27 de Diciembre de 2021

 

Para algunos se trató de una broma provocativa y filosa de un grupo de estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, pero otros se lo tomaron muy en serio e hicieron estallar, con acalorados debates, los chats de estudiantes, docentes y autoridades de buena parte de las 67 universidades nacionales. Sea como fuera, la irrupción en las redes sociales del “Movimiento Virtualista”, el 25 de septiembre pasado, tuvo el mérito de poner en discusión cómo será la vida universitaria después de la “cursada remota de emergencia” que impuso la pandemia.

El movimiento virtualista se presentó con un “manifiesto radical” que a poco de comenzar explicita sus objetivos: “Queremos convertir las horas de viaje en horas de estudio, queremos que los y las que viven lejos no se autoexcluyan por no poder viajar; queremos que las y los que abandonaron la carrera y ahora con la virtualidad volvieron, se queden y no se vayan nunca más; queremos que los y las que tienen hijos e hijas no tengan que sentir que es imposible aprender; queremos que la lucha se centre en más conectividad, más tecnología y más opciones de cursada para los y las estudiantes que quieran la opción virtual y también para los que quieren la opción presencial”. A lo largo de un texto extenso, con cierto cinismo, los virtualistas acicatean a los defensores de la presencialidad y los definen como “los amantes del ladrillo” y después proponen una solución “tridimensional”: “1) Virtualismo total para virtualistas plenos; 2) Presencialismo total para presencialistas plenos; 3) Sistema mixto/híbrido/bimodal/anfibio/fluido para los que quieran y puedan alternar entre la opción de la virtualidad y la de la presencialidad”.

Algunos de los que se tomaron en serio el documento señalaron de manera crítica que en el entrelíneas se cuela cierto espíritu de época y lo que en el fondo subyace es una exigencia de clases on demand, como si se tratara de series de Netflix, de manera que se puedan ver a la hora que se quiera, en el lugar que se desee, de la manera que resulte cómoda y que se puedan interrumpir y retomar a piacere. “La universidad –advierte Adrián Cannellotto, rector de la Universidad Pedagógica Nacional (UNIPE)- tiene la obligación de dar una respuesta para encontrar la mejor estrategia para la transmisión de conocimientos, pero no se trata simplemente de buscar la comodidad para la vida cotidiana”. En sus redes sociales, a su vez, la directora de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA, Larisa Kejval, también se hizo cargo de esta arista del debate y posteó: “Hablo mucho con estudiantes por estos días. Los dos principales argumentos que resisten el regreso a la presencialidad en la universidad son el infierno de circular por la ciudad y la explotación/flexibilización en sus trabajos. ¿Por qué no discutimos estas cuestiones, entonces?”.

 

el cuerpo construye conocimiento

El manifiesto virtualista fue acusado, también, de exhibir cierta banalidad argumental. Por empezar, muchos cuestionaron el aspecto inclusivo que el documento enarbola como bandera principal: una encuesta realizada por el Ministerio de Educación de la Nación, entre los 350.000 estudiantes universitarios beneficiarios del Programa Progresar, reveló que el 71% de ellos tuvo dificultades de conectividad y el 46% enfrentó contratiempos con los dispositivos que utilizaba (el 15% subrayó que no cuenta con celular de uso exclusivo). Además, un 29% de los consultados manifestó problemas para vincularse con sus docentes y compañeros. El 46 %, a su vez, reconoció que padeció obstáculos para seguir las clases y el 32%, para utilizar nuevas herramientas como el Zoom o los campus virtuales.

La posición virtualista, agregan sus detractores, también le quita densidad a los procesos educativos. Desde este punto de vista, los militantes del online reducen la vida universitaria a la exposición lineal de un profesor frente a los estudiantes. Para ellos, alcanza con que las clases sean grabadas en un video y se reproduzcan en algún dispositivo. O que, a lo sumo, puedan ser reformuladas en una clase sincrónica de Zoom y tibiamente debatidas en un foro de un campus virtual. Olvidan –dicen los críticos-  que, además de la oralidad, en el aula presencial también comunican la corporalidad y la gestualidad y se construye conocimiento con los debates, que en la presencialidad no son radiales como sucede en la pantalla, en el mejor de los casos.

En definitiva, en la clase remota se pierde lo que Emilio Tenti Fanfani –reconocido investigador en Sociología de la Educación y profesor de la UNIPE- denomina el carácter “performático de la clase”. Se podría agregar, además, la desmotivación que puede invadir a un docente cuando le habla a un monitor que muestra una cuadrícula de letras o fotos, en la que no tiene interlocutores aparentes ni manera de saber si efectivamente hay alguien del otro lado prestándole atención.

Esteban Magnani es docente de la materia Comunicación Digital en la Universidad Nacional de Rafaela e insiste en prestarle atención a la cuestión de los cuerpos, muchas veces olvidada por la intelectualidad académica: “Es fundamental regenerar un vínculo sin mediación de una pantalla. En estos dos años, los vínculos se volvieron pura información. En palabras de Bifo Berardi, hubo una deserotización de los vínculos. Me pregunto qué pasó con el humor y con la empatía en las clases por Zoom. ¿Dónde quedaron? Es muy importante volver a habitar la universidad, sobre todo para los primeros años, donde se aprende también a ser un estudiante universitario. Quizá la hibridez o la virtualidad tenga más sentido para los estudios avanzados”.

El manifiesto virtualista también ignora los aprendizajes que se construyen en la universidad más allá de las paredes del aula, aquellos que suceden mientras se subraya un texto compartiendo un café con un compañero o cuando se comenta una clase en un pasillo. Tampoco alude a las actividades extracurriculares que irrumpen en un salón, en un auditorio o en un campo deportivo. A su vez, ignora lo que aportan a la formación de los estudiantes los desprolijos afiches que cuelgan de las paredes o las pasadas de las agrupaciones estudiantiles por los cursos. La vida política, que tanto caracteriza al ambiente universitario argentino, fue seriamente dañada durante la pandemia. “En la virtualidad –suma Cannellotto- es más difícil percibir el sentido de lo público que en la presencialidad”.

 

la hora de los campus

El coronavirus alteró de manera dramática los tiempos y espacios universitarios. Pero, en verdad, la enseñanza online no es algo novedoso. En 1999, la Universidad Nacional de Quilmes abrió su campus virtual e inauguró la Universidad Virtual de Quilmes. Desde entonces, el ingreso de las tecnologías al Nivel Superior fue constante y en muchas universidades hay interesantes aprovechamientos de ellas. Mucho antes de la irrupción del covid-19 ya existían en numerosas universidades las carreras a distancia, semipresenciales y los campus virtuales con foros de discusión, repositorios de materiales bibliográficos y audiovisuales y un sinfín de herramientas. Tal vez por eso haya sido el nivel educativo que mejor se adaptó al aislamiento. Discutir ahora el ingreso de las tecnologías a la educación superior parece un debate viejo. Quizás lo más apropiado sea pensar qué dejaron estos dos años de virtualización compulsiva y qué de todo eso se puede incorporar para potenciar la formación. “Sabemos cómo es el aula presencial (aún con dificultades para establecer relaciones de los estudiantes con los conocimientos), tenemos una idea de cómo es el aula a distancia (no exenta de dificultades), ahora tenemos que pensar, discutir, desarrollar el aula híbrida”, propone Cannellotto.

Si bien no hay ningún ámbito ad hoc donde se esté analizando la cuestión, el debate cruza por estos días al Ministerio de Educación y su Secretaría de Políticas Universitarias, a la CONEAU y al Consejo Interuniversitario Nacional (CIN), que desde 1990 cuenta con la Red Universitaria de Educación a Distancia de Argentina(RUEDA).

Por supuesto que las discusiones se dan también puertas adentro de cada una de las universidades. En una actividad organizada por la agrupación Sociales en  Movimiento, de la UBA, la profesora Sandra Carli señaló que la cursada en pandemia “conmocionó” las prácticas de la enseñanza. Subrayó que fue un logro administrativo y de todos los claustros poder continuar con la experiencia universitaria de manera online y que puso en primer plano el recurso de los campus virtuales que, hasta entonces, ocupaban un lugar secundario. Para la especialista, se rompió con los prejuicios que entrañaba el avance de las herramientas tecnológicas en la educación y, al mismo tiempo, aparecieron algunos riesgos, como la desterritorialización de las universidades y la amenaza del reemplazo de tutores por docentes. “Los desafíos, de ahora en más –dice-, es incorporar modalidades de formación universitaria híbrida. Las modalidades virtuales vinieron para quedarse. La cuestión es cómo se regulan. No pueden quedar libradas a la decisión individual, desde una perspectiva liberal, sino que debe haber una decisión política institucional, consensuada, acordada, pensada, que de alguna manera dé cuenta de en qué porcentaje de nuestras actividades podrían tener una continuidad virtual”.

Alexis Burgos, Director General de Gestión Académica del Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Moreno (UNM) parece con otras prioridades: “Nuestro objetivo es volver a la presencialidad plena en 2022 y ahí analizaremos qué nos dejó la pandemia y cómo seguir”. El 70 por ciento del estudiantado de esa institución ya regresó a algún tipo de presencialidad que, en verdad, se trata de tres modalidades diferentes: presencial, semipresencial y virtualidad con encuentros. La institución, además, ya cuenta con tres aulas equipadas tecnológicamente que permiten que mientras una parte de los estudiantes presencia la clase en condiciones similares a la prepandemia, otro grupo la sigue online, de manera sincrónica, desde domicilios o lugares de trabajo porque la clase se transmite en directo. Mientras que algunos “actúan” en el aula, otros son espectadores de lo que allí sucede. “Claramente las cosas ya no serán como antes –reconoce Burgos-. Por empezar, antes en un aula para 50 personas, metías 65 y ahora ya no lo vamos a hacer”.

 

y la nave va…

A partir de la experiencia de la virtualización de las clases durante la pandemia, en la UNM evalúan la posibilidad de ofrecer cursadas online para aquellas materias que forman parte de los programas de internacionalización, es decir, los alumnos extranjeros ya no deberían viajar al país para cursar en esa institución. Los tiempos de aislamiento –comenta Burgos- también dejaron nuevas formas de evaluación, más basadas en la producción de los estudiantes que en los sistemas de comprobación de lecturas tradicionales, que se expresaban en una serie de preguntas realizadas por los docentes y respuestas elaboradas por los estudiantes.

Si el Zoom trajo mayores y más económicas formas de conexión con el mundo, para algunos también entraña riesgos fronteras adentro: “Si la UBA decide ofrecer carreras a distancia, ¿qué va a pasar con las universidades del interior? ¿Cómo competirán con su prestigio y sus 200 años de vida? ¿Nos quedaríamos sin alumnos?”, se pregunta Magnani y propone “pensar bien” el día después. El docente introduce también la variable económica al debate: “No es todo blanco y negro, en esta redefinición también aparecerán discusiones sobre costos: hay chicos que ahorran dinero si no viajan a la universidad, muchos de los profesores viajamos desde Buenos Aires a dar clase a Rafaela, con gastos de transporte y alojamiento… va a ser difícil encontrar un equilibrio perfecto. Tendremos que ser lo más razonables posible. “No vamos a volver al mismo estadio anterior –agrega-, ya no será a la pura presencialidad. Tendremos más experiencia para aprovechar las ventajas de las plataformas y tomar lo mejor de las dos cosas. En UNRAF veníamos trabajando en Moodle desde antes de la pandemia, pero el aislamiento aceleró todo a las patadas. Ya teníamos un piso porque subíamos al menos los materiales de estudio al campus, algunos hacíamos actividades ahí. Estábamos acostumbrados a la comunicación entre docentes y estudiantes vía la plataforma y eso nos ayudó a no arrancar de cero cuando vino la pandemia. Da la sensación que ya pasó lo peor, ahora podremos elegir lo que consideremos mejor para enseñar”.

El diagnóstico de que la universidad ya no será igual que antes de la pandemia es compartido entre toda la comunidad del Nivel Superior. A la vez, todos los actores también comparten un alto grado de incertidumbre de cuáles serán los cambios por venir. Entre numerosos imaginarios, algunos hablan de materias que se darán exclusivamente a distancia, otros proponen que se pueda optar por cursar algunas asignaturas online y también están los que –como ya se dijo-  ensayan el aula híbrida, que transmite sus clases online y en directo. Sin dudas, las transformaciones se irán llevando a cabo a medida que la crisis sanitaria pase al olvido y que la nave educativa vaya avanzando, a base de prueba y error, para mucho el mejor método de aprendizaje.

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