Guatemala: la memoria viva | Revista Crisis
crisis eran las de antes / marzo de 1976 / Bellessi poeta crónica
Guatemala: la memoria viva
El colonialismo ha hecho históricos intentos por acallar o intervenir las expresiones y creencias de los pueblos originarios de América. Ninguno pudo borrar del todo la potencia de esas culturas. Lo vemos en la actualidad, en la convención constituyente de Chile, y podemos verlo también en esta excepcional crónica de la poeta Diana Bellessi, publicada en la revista crisis #35, donde con belleza y detalle narra rituales y celebraciones que no pudieron ser borrados.
09 de Julio de 2021

 

Este Dios Verdadero que viene del cielo

sólo de pecado hablará

sólo de pecado será su enseñanza.

 Inhumanos serán sus soldados,

crueles sus mastines bravos.

Libro de los libros de Chilam Balám

 

 Hay otros mundos pero están en éste

 Paul Éluard

 

1. Maximón, el dios mezclado que no renace

Se acerca el mediodía en Chichicastenango, el centro comercial más importante del occidente de Guatemala. Es día de mercado y la vida se centra alrededor de él y de las dos iglesias, enfrentadas como los antiguos templos mayas. El mercado centellea con los colores de los magníficos tejidos y bordados regionales. En medio del rumor y los gritos, en el atrio de la Iglesia mayor se desarrolla un rito fervoroso, atormentado. Sobre la escalinata una pequeña hoguera permanece encendida. Allí, el pom aromático y sagrado se quema sin cesar mientras la oración brota de los labios del ofrendante, en voz alta y en lengua quiché. Arriba, frente a las grandes puertas de madera, numerosas personas agitan sus sahumerios y rezan, sacudidas por sollozos o una especie de furor, hora tras hora, hasta que es alta la noche.

Es día de mercado en Chichicastenango. Desde el amanecer grandes columnas de campesinos, negociantes y artesanos bajan del monte con su mecapal en la frente, cargando bultos de tamaños increíbles. Las mujeres enfundadas en sus huipiles y rebozos de lana multicolor, los niños aferrados a la falda. Vienen a comprar, a vender, a chupar guaro en las cantinas, a oficiar sus ritos religiosos.

En el interior de la iglesia, pequeños grupos se congregan alrededor de planchas de metal donde arden numerosas candelas de variados tamaños y dispuestas en formas diferentes. Arrodillados o sentados en el suelo, rezan junto al ajkún, sacerdote nativo, considerado el verdadero intermediario ante Dios: más que el cura católico, porque comparte fatigas y trabajos, la germinación de la siembra, los lluvias o sequías, el nacimiento y la muerte. Pétalos de flores cubren el piso: rojos para protección de los malos espíritus, blancos por los matrimonios y los niños, verdes por los campos y amarillos en ofrenda por los muertos.

Pero la Iglesia no es el único templo. Otro centro ceremonial se alza sobre un pequeño cerro arbolado desde donde se ve la aldea y el cementerio con sus cruces de colores. Delgadísimas columnas de humo y pom se elevan de las Iglesias y de las cofradías, también desde algunas tumbas donde los familiares honran a los muertos. Hay una gran paz, estamos en el Turkaj.

 

Cuando amanece, entrando al pueblo, y por las tardes de regreso ya a los caseríos del monte, mucha gente pasa por el santuario de Turkaj: Las Puertas del Cielo. Al aire libre semienterrado en el suelo, se alza un ídolo de piedra negra que es objeto la adoración: rostro maya de expresión profunda, se salvó de la destrucción y el saqueo. sobrevivió a 400 años de conquista, de colonialismo, de neocolonialismo.

Es un rostro masculino: cuentan que en la parte hundida en tierra está tallada una imagen femenina. Alrededor crucecitas que señalan los puntos cardinales, velas, pétalos de flores; también se ven restos de plumas y marcas de sangre porque a veces se ofician sacrificios de aves. El lugar es conocido por los blancos y ladinos (mestizos) como San Pascual Abaj, el apelativo de santo logró salvar de la Inquisición, de la conquista, algunos objetos y lugares sagrados. Abajo en la Iglesia, se estremece el ritual atormentado, lo que se rechaza y se adora, la sombra de la ruptura y el pecado, la humillación. Religión de los vencedores, abismo de la conquista. Miro hacia arriba y giro mi cabeza bajo los árboles: hay paz en el Turkaj, en Las Puertas del Cielo.

Los campesinos mayas guatemaltecos, al igual que todas las comunidades indígenas de América, han asumido formas religiosas sincréticas donde se funden, en este caso, las ideas mayas antiguas con una forma rural de catolicismo. Ambos sistemas han influido mutuamente el uno sobre el otro, a tal grado que cuesta reconocer ahora tas formas más o menos puras que debían encontrarse en el momento de la conquista.

La política de las iglesias cristianas en América, apoyándose y siendo apoyadas a su vez por las administraciones gubernativas españolas primero y luego criollas, fue francamente represiva. La línea de acción perseguida desde el primer momento fue autocrática y etnocéntrica, proponiéndose uniformar a los pueblos indígenas sometidos, en el terreno político,social, cultural y religioso, de acuerdo con la civilización occidental y cristiana. En medio de este paisaje aparece en Guatemala la figura de Maximón, encarnación de un conflicto cultural, símbolo de la dualidad religiosa de un pueblo.

Los centros de culto a Maximón se alzan en tres pequeños pueblos de Guatemala: ltzapa. cercano a Chimaltenango, no lejos de la ciudad de Guatemala: Santiago Atitlán, uno de los doce pueblos -los doce apóstoles- que rodean el lago de Atitlán: Sunil, en las frías tierras de Chimaltenango. a unos diez kilómetros de dicha ciudad.

Llegando a Itzapa al atardecer, una música de flauta y tambora lo invadía todo. Eran los días que precedían a la fiesta religiosa del pueblo y a los costados de la iglesia los músicos repetían aquellas melodías incesantes. Ellos mismos construyen sus instrumentos, los pulen, los aprenden: parece imposible que, de aquella pequeñez, frágil cajita de carrizo, surja tanta música de caña. Pregunto por la cofradía de San Simón -otro de los nombres de Maxlmón- y me indican una casa rodeando el mercado. Sobre una especie de altar está Maximón, vestido con ropas occidentales: traje, zapatos y sombrero, parece un dandy de los años 40. Tiene la talla de un hombre y su rostro es una máscara tallada de madera

Numerosos cigarros y botellitas de guaro se asoman de sus bolsillos o están colocadas sobre las piernas: objetos de lo más heterogéneos, ropa, joyas y recuerdos lo rodean. Son obsequios de los ofrendantes para que acceda a sus pedidos. Alcancé a ver hasta un pañuelo de seda escrito en inglés, con paisajes de Los Angeles, California.

Los acólitos rezan ante Maximón y lo tocan, a veces con respeto, otras como si se tratase de un viejo conocido al que se recrimina algo o se pide un favor mientras se le brinda licor y tabaco. El telinel, ajkún especializado en el culto a Maximón, dirige la oración de algunos, mientras las velas en el piso crepitan y se derriten.

 

La religión maya era un sistema cíclico de perfecta armonía, donde los dioses Mam, jóvenes y hermosos, bajaban a las cavernas y cohabitaban con las mujeres, lo que producía su corrupción: la vejez y la muerte. Pero a la vez aquello estaba ligado con el acto sagrado de la fertilidad, razón por la cual los dioses renacían y se iniciaba el nuevo tiempo. Visión cíclica de la vida, donde el sentido de la fertilidad evita el abismo, la crisis, que en el cristianismo toma la noción de pecado sexual. Así, el cristianismo es esencialmente una doctrina de crisis, de ruptura en el espíritu maya, identificada con la conquista: ambas hirieron profundamente el mundo maya hace 400 años.

Maximón, padre de los ajkunes, perseguido muchos años por la iglesia y al fin tolerado, aparece como el símbolo del desacuerdo entre la cristiandad y la religión maya. A Maximón se lo conoce también con el nombre de San Andrés o San Pedro -recordemos que niega tres veces a Cristo-. Incluso como a Pedro de Alvarado, conquistador de Guatemala, pero también se le conoce por el nombre de Mam, Mam-shimón, dios envejecido. Es tratado con temor y respeto, pero a veces es también objeto de burla.

En Santiago Atitlán, permanece durante todo el acto desmembrado y envuelto, lo visten y sacan de la cofradía sólo para semana santa, cuando es colgado en el atrio de la Iglesia como si fuera Judas Iscariote, pero no lo insultan, ni lo queman, sino que hacen guardia frente a él, respetándole, haciéndole ofrendas. Se convierte en Judas durante el tiempo que predomina el mundo cristiano, cuando se escenifica la Pasión.

Mientras que otras comunidades nativas, frente a la opresión y el peligro de disgregación social, han elaborado expresiones religiosas que reinterpretan el cristianismo, caracterizadas por un mesianismo autonomista, tal como ocurre en África con constantes particularidades panafricanistas y en América del Norte con características panindias, en las regiones campesinas guatemaltecas el culto a Maximón no sostiene visiones mesiánicas de

liberación, sino que evidencia la clara encarnación del conflicto engendrado por el choque de dos culturas opuestas. Los dos mundos religiosos, el maya y el cristiano, se reúnen en Maximón, no como símbolo de la simbiosis, sino de la dualidad. En él se han rltuallzado el conflicto y la ambivalencia: el Mam envejecido que no ha vuelto a renacer.

En el pueblito de Sunil, Maximón me mira detrás de sus anteojos negros y el puro encendido constantemente en la boca. Su telinel le quita la ceniza e inclina la silla para darle de beber en la boca el licor que le ofrendan las visitas. Muchos comerciantes y pequeños contrabandistas ladinos vienen aquí desde lugares retirados para apelar a los poderes del santo. En Sunil vi también la "cama" de Maximón, un catre forrado de seda envejecida y mugrienta, que los creyentes tocan persignándose al llegar y partir de la pobre casa donde funciona la cofradía. Pero al lado de la habitación donde se encuentra Maxlmón, había otro cuarto desde el que también se oían rezos y donde no me dejaron entrar. Cuentan que allí está el verdadero ídolo pagano, enterrado bajo una silla vacía. También dicen que el ídolo está en el interior del cuerpo de la figura grotesca de Maximón.

El ocultamiento y el silencio fueron las formas básicas de sobrevivencia de una cultura que, a pesar de todos los intentos, nunca pudo ser aniquilada. Empieza la tarde y el sol ya no brilla sobre las casitas blancas de Sunil, el frío y una bruma espesa las cubre. Regreso a Quetzaltenango a pie, por un sendero bordeado de pequeñas quintas que huelen a verdura fresca, como siguiendo ia vertiente donde corre todavía, vigoroso, uno de nuestros orígenes, misma tierra que nos ampara

 

2. queché achí, el que muere con dignidad 

En la sierra de Alta Verapaz, por la región cobanera, se extienden los algodonales. Treinta centavos de dólar por el trabajo de cada día: aquí, la comida más barata para una persona sobrepasa los cuarenta centavos de quetzal, cuyo valor es paralelo al dólar. Un pueblo alimentado de tortillas de maíz, frijoles y chile cuando se puede.

Valle abajo, roca: roca abajo, el departamento de Baja Verapaz. Perdido en las montañas, a través de trochas polvorientas, se llega a Rabinal, pueblito de honda raíz indígena, de tradiciones prehispánicas. Pueblito de fiesta en estas fechas, cuando se celebra a los patronos Pedro y Pablo. Feria de Rabinal, campesinos que llegan cargados de leña, verduras, chile, aves de corral; traen cerámicas, bordados y tejidos, a la espalda, con el tenso mecapal sobre la frente. La venta de sus productos se convertirá en tres noches de licor y dantas melancólicas en el interior de las cantinas improvisadas, donde se oye sonar la marimba. También en regalos para los compadres: guacal de pinol, chuchitos o caldo de gallina criolla servido en tazas de barro. Durante el día se descansa buscando rincones de sombra que protejan de un sol ardiente. O se asiste a la representación de danzas tradicionales llevadas a cabo en terrenos baldíos, a las afueras del pueblo. Un riachuelo diminuto sirve para refrescarse o llevar los huipiles sudorosos de las mujeres. Por las noches se ven desfilar pequeñas procesiones que llevan a los santos de una a otra cofradía: Pedro, Pablo y sobre todo San Benito, el santo de la careta de toro en el pecho, el que protege a los “animalitos” y preside el ritual de las danzas, desde un altar construido sobre el entarimado, que los cofrades han adornado con musgo bajo el toldo del que cuelgan mazorcas, flores, frutas y ardillas disecadas traídas como ofrendas.

Allí, sentado en círculo sobre la tierra, hay un público golondrina que deambula día y noche, retirándose o acercándose o contemplando las danzas religiosas como la del "San Jorge y el dragón" o "la muerte de San Pablo". Danzas cristianas totalmente asimiladas por los indígenas, que les imprimen su ritmo, su imaginería en las máscaras y trajes, su concepción del mundo. También las farsas picarescas, como la de “los negritos”, donde se hace ostensible la burla, la agresión contenida contra el poderoso, el ladino, el dueño de las tierras. Las antiguas danzas rituales "del venado y los güegüechos", y particularmente la escenificación de un baile de drama que viene presentándose en esta aldea desde hace siglos, mucho antes de que Pedro de Alvarado asolara las tierras del Reino Quiché. Se trata del Rabinal Achí, extraña simbiosis de música, danza, poema épico y acto ritual al mismo tiempo. La obra, sin influencias cristianas, enteramente hablada en lengua kekchí, se divide en cuatro actos que poseen perfecta unidad de acción.

El drama Rabinal Achí está basado en las luchas que los señoríos de Rabinal y el Quiché sostuvieron durante largos años, en la época prehispánica, al final de la azarosa y legendaria peregrinación a que se refiere el Popol Vuh en una de sus narraciones, cuando ya las tribus procedentes de Tulán se habían establecido en las comarcas de Panajachel, Samaneb y Tezulutlán.

Siendo el abate Brasseur de Bourbourg administrador de la sede eclesiástica de San Pablo en Baja Verapaz, fue informado por sus sirvientes indígenas de que en un lugar cercano se había representado durante siglos el drama del Varón de Rabinal, cuyas presentaciones habíanse suspendido en los años posteriores a la independencia política de España. Las autoridades de la colonia habían mantenido vivo el fervor por este género de representaciones dramáticas para aprovecharlas en sus propósitos de catequización. Ante la insistencia de Brasseur por conocer el original del texto del drama, un vecino del lugar que había participado durante 30 años en las representaciones, se lo dio a conocer. Brasseur tomó al dictado, con la ayuda de sus sirvientes, la relación en lengua kekchí, que después tradujo al español y posteriormente al francés. De esta manera la obra volvió a representarse anualmente, a partir del 19 de enero de 1856, efemérides de la conversión de San Pablo.

Ocho personajes, luciendo ricos penachos de plumas y atuendos antiquísimos, interpretan el Rabinal Achí: Job Toj, rey de los Rabinales, su hijo Rabinal Achí, príncipe y Jefe de los guerreros águila y tigres: Queché Achí, hijo de Balam Achí, rey de los Quichés, príncipe de Chajul y de Cuen; la Madre Reina, esposa de Job Toj: la Esmeralda Preciosa de Rabinal Achí: su esclava favorita; Aj Kot, que representa a doce guerreros águilas y Aj Balam a doce guerreros tigres.

 

Desgarradora, profunda, suena la voz de las viejas trompetas de cobre y el tun. Se inicia el drama frente a la fortaleza de Aj You Silie Cakakaonlc Tepecanlc, residencia del rey Job Toj. Rabinal, con sus arreos y armas de combate, danza acompañado por varios guerreros al compás de la cadenciosa música del tun cuando aparece Queché Achí, blandiendo sus armas sobre la cabeza de Rabinal y amenazándolo de muerte:

-Sal, Príncipe infame, príncipe odioso, hombre perverso- dice Queché a Rabinal-, eres el primero a quien no he podido vencer, eres el jefe de los chacachib, de los Zamanib y príncipe de Rabinal: acércate te digo, ante la faz deI cielo, a la faz de la tierra.

La danza se suspende y los adversarios se miran en silencio, llenos de cólera. Rabinal contesta el reto, atrapando a su enemigo. Lo acusa del rapto de Job Toj, cuando éste tomaba su baño sagrado en los baños de Tojil, de haber destruido poblaciones y sacrificado a los niños.

Preso, Quiché Achí trata de negociar su libertad sin que decaiga su dignidad, ofreciendo a su captor sus armas de combate, sus plumas y sus jades. Pero Rabinal no las acepta, marchando a hablar con su padre. Pasa así al interior de la fortaleza, donde se encuentran Job Toj y su esposa, en un sitio de honor adornado de plumas y cordajes y bajo la custodia de guerreros águilas y tigres. Frente a su padre, Rabinal explica la situación del cautivo y exige que se castigue al príncipe Quiché, o de lo contrario él mismo depondrá su arrojo y su bravura. Job Toj reconoce la hazaña de su hijo y le ordena traer el prisionero.

Rabinal exige entonces a Quiché Achí que se humille, o de lo contrario estará perdido. El cautivo contesta a Rabinal que jamás se humillará, por lo cual es conducido al Interior de la fortaleza y condenado a morir.

Sentenciado a morir, Quiché Achí pide que se le conceda sentarse en los bancos de las piedras preciosas, vestirse con las telas tejidas por la Madre de las Plumas Verdes, beber en la copa del rey las doce dulces bebidas fermentadas. Exige a los músicos que toquen una pícara para danzar al compás. como lo hacía cuando retornaba victorioso a su tierra Quichelense después de sus grandes batallas. Pide bailar con la Esmeralda Preciosa, princesa de Rabinal, solicita ir a probar su fuerza con los guerreros lanzando la flecha. Todos estos pedidos se los concede el rey Job Toj, a excepción de las trece veces veinte días y las trece veces veinte noches que solicita para despedirse de sus montañas, de sus pájaros y sus animales.  Ante la negación, Quiché Achí hace el intento de retirarse y a pocos metros se encuentra en un sitio dominante en donde divisa por última vez sus montañas, y después de danzar, lanza sus lastimeros gritos, se inclina reverente hacia los cuatro ángulos de la tierra, después se incorpora,  acuerda enviar sus armas y vestiduras a su padre, pide que de su cráneo se elabore una copa bellamente labrada, como señal suprema de la muerte de un valiente guerrero, y dirigiéndose a los guerreros águilas y tigres les dice:

-Vamos, ejecútenme, pongan a trabajar sus garras, pongan en movimiento sus uñas, que quiero morir al instante: cumplan la orden del rey.

Finalmente es tomado y desgarrado por las doce águilas y los doce tigres, quienes lo tienden sobre la piedra sagrada del sacrificio. Suenan las trompetas, el tun con su voz de tierra, los chirimías y flautas de caña en la noche de Rabinal. Voz del vencido, que al morir lejos de su parril, solitario, entre enemigos, con lamentos se despide de su juventud.

Fotos al ejemplar de la revista original: Jazmín Tesone.

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