Evita, la mujer del pueblo | Revista Crisis
crisis eran las de antes / julio de 1986 / hacia los días luminosos
Evita, la mujer del pueblo
Eduardo Luis Duhalde escribe sobre María Eva Duarte de Perón, en otro aniversario de su muerte, ocurrida el 26 de julio de 1952 . Un intento de recuperar a la imagen vital y descascarar las capas de la figura de cera que creció con la expansión del mito. Allí, sugiere el autor, en ese rescoldo que nunca se apaga, arde la chispa de la utopía.
27 de Julio de 2023

Más de tres décadas tumultuosas desde aquel 26 de julio del '52, son muchos años en el tiempo interno de los argentinos. Evita desde entonces ha ido creciendo míticamente: querida, odiada, venerada, prohibida, desaparecida, usada, copiada, añorada. El mito termina comiéndose al ser humano que se descorporiza y poco a poco encuentra reemplazo en el poster, la ópera-rock y el estereotipo. La imagen vital, desplazada por la figura de cera.

Es que en estas tres décadas, llegaron los cientistas sociales a explicarnos su rol mediador en la relación líder-pueblo, su sentido paradigmático y sus otros significantes; los militares a robarse su cadáver; los burócratas a castrar su mensaje político; los jóvenes montoneros a decirnos que si viviera estaría encuadrada; Perón y María Estela Martínez a dar razón a Marx que la historia se repite primero como tragedia y después como comedia; los fabricantes de fotos-estampitas; los autores de libros mediocres; los mercaderes del recuerdo y los manipuladores de la memoria; los letristas de canciones a pedirnos que no lloremos por ella y las actrices rubias subiendo a los escenarios peinadas con rodete.

Mientras tanto, cada uno busca y encuentra, como en un particular Rashomon, la faceta que le interesa y la eleva categorialmente como totalidad: la heroica ("Evita revolucionaria"); la populista ("Evita, abanderada de los humildes"): la institucional ("Evita fiel compañera del general"); la asistencialista ("Evita dirigiendo la Fundación"); la frívola ("Evita actriz desprejuiciada"); la feminista ("Evita luchadora por los derechos de la mujer") y así sucesivamente, sin olvidar la imagen -"la Señora"- de las viejas matronas de la rama femenina. Verdades parciales, como un espejo estallado en pedazos que no se pudiera recomponer.

¿Acaso Evita no fue todos los fragmentos juntos, aunque su mención colectiva tampoco alcance como síntesis de esa mujer continente de los mismos, ni siquiera haciendo juegos de palabras: apasionadamente fría, vitalmente calculadora, contradictoriamente clara, racionalmente intuitiva, atropelladora por insegura y decidida por débil?

¿Cuántos millones de vivencias hay entre la piba de provincia, hija de madre soltera, madurada adolescentemente en furtivos romances pueblerinos, y la esplendorosa imagen de primera dama deslumbrando a Europa como una bella reina sin corona?

Lágrimas enjugadas en sueños de cuarto de pensión; santo resentimiento contra "la raza maldita de oligarcas explotadores" aprendido del precio a pagar por una joven bonita que quiere ser actriz; utopías acuñadas en el ciclo radial de heroínas famosas; cuotas de ternura contenida, buscando canalizarlas luego en aquel coronel paternalista que no siempre pudo superar un machismo cuartelero; rebeldías incubadas en el propio sufrimiento. Ambiciones alimentadas y catapultadas mediante la apuesta grande de jugarse entera, como en ese 17 en que hubo de arengar por vez primera a gente del pueblo y aventar las flaquezas de quien parecía dispuesto a renunciar al llamado de la historia. Y de pronto la comprensión de lo posible. El descubrimiento del poder, la capacidad de hacer, de transformar, de dar pelea, con la vertiginosidad presentida de moderna cenicienta. Como una gran trágica dominando la escena nacional.

Contracara del realismo político, todo lo quiso y todo lo intentó obstinadamente y sin resuello, y tuvo, tal vez como nunca, su recompensa en el día más amargo de su vida, el 22 de agosto de 1951, cuando supo que había calado tan hondo en el corazón del pueblo que más de dos millones de personas inmóviles desafiaban la decisión de Perón y repetían enronquecidas su nombre. Forzada a renunciar a su candidatura, supo también en ese instante, que tenía cáncer, que las objeciones militares parecían existir y que los grandes líderes no comparten ni la gloria ni el poder, y lloró su dolor y su impotencia como mujer en el pecho de su hombre.

El primer gesto público en seis años que contradecía la figura granítica e implacable que ella misma había querido transmitir. Esa que perduró en el tiempo, como una imagen dura y de combate, el cuello tenso, la mano firme y el dedo levantado, tan flamígera como, sus mensajes, haciéndonos olvidar que tras la misma, palpitaba una chica tierna, que debía soltarse el pelo para hacer el amor, que sentiría alegría al estrenar un vestido nuevo o al preparar el café por las mañanas y que se emocionaba de verdad ayudando a los desheredados de la tierra.

El motor del proceso social, se paró una noche a las veinte y veinticinco. El pueblo se estremeció acongojado, sin que ese agujero en las entrañas colectivas tuviera nada que ver con el duelo institucional de los locutores de voz impostada ni con el autoritarismo cursi del luto obligatorio.

Nacía el mito que ella misma sembrara con la esperanza de ser llevado como bandera a la victoria el día luminoso de la liberación argentina.

Mientras tanto cada cual -de buena o mala fe- seguirá levantando una faceta de su significación múltiple. Unos la verán de un modo, otros la veremos distinta. Pero nunca su imagen podrá ser asociada con las tilingas de la revista"Gente" con las actrices almidonadas como Mirta Legrand, con la beneficencia de Amalita Fortabat o con el grotesco político de Isabel Martínez. Sólo donde crezca una mujer del pueblo, convertida en pasión y lucha, allí renacerá Evita.

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