El Cordobazo: una ciudad ardiendo en la memoria | Revista Crisis
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El Cordobazo: una ciudad ardiendo en la memoria
El dictador fue el último en advertirlo, pero el Onganiato empezó su agonía el 29 de mayo de 1969 en las barricadas de la capital cordobesa. Episodios similares de insurgencia y protesta social se reiterarían en los años siguientes en otras ciudades sin alcanzar la repercusión del Cordobazo, comienzo ineludible en toda historia de los años 70’. La recordación de los sucesos se acompaña con las entrevistas a Elpidio Torres, entonces secretario general del Smata cordobés, Jorge Canelles, quien recibió la condena más alta de los Consejos de Guerra y Francisco Delich, actual rector de la Universidad de Córdoba y autor del texto más difundido sobre los hechos del 29 de mayo.
26 de Mayo de 2022

 

"¿Qué pasa en la Argentina? ¿Qué pasa en este país maravilloso que todo lo tiene: fecundidad, belleza en su suelo, aptitudes morales, intelectuales y físicas en sus mujeres y hombres?" (general Juan Carlos Onganía, setiembre 1969)

El primero de los dictadores que la llamada "revolución argentina" colocó en la Casa Rosada, luego que la cúpula militar asaltara el poder el 28 de junio de 1966, no solo se formulaba interrogantes: también tenía algunas certezas. A solo cinco días del cordobazo aseguró que "mientras el gobierno marchaba hacia su tercer año de realizaciones, la subversión emboscada acechaba en Córdoba". Se negaba a admitir, todavía, que la insurgencia popular había herido de muerte a su gobierno, que iniciaba entonces una prolongada agonía de trece meses, y en un nivel más global había quebrado el proyecto político implementado a partir del derrocamiento de Arturo Illia.

El formidable estallido social cordobés, enmarcable en una línea histórica que une acontecimientos como la Semana Trágica, el 17 de octubre o la ocupación del Frigorífico Lisandro de la Torre, abrió una etapa de levantamientos populares que tuvieron por escenario a ciudades como Rosario, Cipoletti, Catamarca y Tucumán. Y esto se explica, en un contexto general, en la persistente crisis del sistema económico, en los por entonces 14 años de proscripción política del peronismo como expresión mayoritaria de los trabajadores y en el taponamiento de todos los canales de participación popular.

Dos plenarios gremiales, en la noche del lunes 26 de mayo, aprobaron unánimemente la realización de un paro activo, con abandono de tareas a las 10 horas y una concentración en el centro de la ciudad para el jueves 29. Uno fue convocado por la regional local de la CGT de los Argentinos, que reunía a los sindicatos de la ortodoxia justicialista, encabezados por Alejo Simó (metalúrgicos) y Miguel Ángel Correa (madera) y a los gremios independientes liderados por Agustín Tosco (Luz y Fuerza); el otro, que sesionó en el local del Sindicato de Obreros del Vidrio, fue llamado por la corriente "legalista" del peronismo, orientada por Elpidio Torres (SMATA) y Atilio Hipólito López (UTA). Casi inmediatamente, la mayoría de las tendencias estudiantiles decidió respaldar la movilización, desde el "bloque nacional" (Integralismo, FEN) hasta el sector reformista (los comunistas del MUR, los radicales de Franja Morada y los socialistas del MNR), pasando por las corrientes socialistas como la Línea de Acción Popular o el Movimiento de Acción Programática 7 de Setiembre. Los comunistas revolucionarios del Frente de Agrupaciones Universitarias de Izquierda (FAUDI) vacilaban remiendo que la flamante alianza entre Torres y Tosco apostara al "recambio de Onganía" y a la entronización de los grupos Liberales del ejército. Los alumnos de la Universidad Católica influidos por la Agrupación de Estudios Sociales (AES), vinculada con los sacerdotes tercermundistas, también se sumaron al paro y casi todo el movimiento estudiantil que, dos años y medio atrás, había ocupado la primera línea de fuego en la batalla antidictaturial, con escaso apoyo gremial, asumía que la vanguardia reposaba ahora en el sindicalismo organizado.

 

La marcha de los mecánicos

La policía disparó las primeras bombas de gases lacrimógenos a las 11, en la céntrica esquina de Colón y General Paz, donde habían empezado a concentrarse los trabajadores de Luz y Fuerza. "A cuatro cuadras de ese lugar, en Catamarca y San Martín, se establece la primera barricada", recuerda Jorge Canelles. Pero todo el mundo estaba pendiente todavía de la columna de seis mil obreros mecánicos que había partido de la planta de IKA-Renault en Santa Isabel. Los policías la atacaron a treinta cuadras del centro, frente al hogar escuela Pablo Pizzurno, pero los trabajadores realizaron un movimiento envolvente y un sector avanzó por la Ciudad Universitaria, en tanto el otro tomó por Bella Vista y barrio Güemes. Ambas columnas comenzaron a enfilar después hacia plaza Vélez Sarsfield, engrosadas por los obreros de Fiat que se habían lanzado a la calle pese a que sus sindicatos, el Si. Tra. C. y el Si. Tra. M. -que un año más tarde iniciaría experiencia clasista- no se plegaron a la movilización.

"Cuando una de las columnas llega a Arturo Bas y San Juan, aparecen algunos vigilantes a caballo y uno de los tipos saca la pistola, la levanta, tira y mata a Máximo Mena. Era un cordón de muchachos, le tocó a Máximo como le podría haber tocado a cualquier otro. La bala le hizo trizas el corazón y la gente, en ese momento, perdió el miedo y se fue sobre la policía", cuenta Elpidio Torres. A cuatrocientos metros de allí, en las cercanías de la vieja terminal de ómnibus, caía en ese momento la segunda víctima: Raúl Castillo, un estudiante de arquitectura.

Para entonces, manifestantes y policías combatían ásperamente en todo el casco céntrico, a lo largo del boulevard San Juan-Junín, en barrio Güemes, en la zona de Tribunales y en las adyacencias de Colón y La Cañada, donde convergían los estudiantes que venían del Clínicas y los obreros de áreas norte y oeste. Oscar Álvarez, actual secretario de prensa de Luz y Fuerza, cuenta que “cuando la represión se intensificó y llovían balas por todos lados yo estaba muy asustado y, a la vez, admirado de esa muchachada que enfrentaba a la policía. Después empezó la rotura de vidrieras, las barricadas y llegó un momento en que todo fue dantesco, a mí me parecía Roma ardiendo”. A mediodía, la policía ya retrocedía en todos los frentes. Y los más difíciles de detener eran los mecánicos.

 

Las raíces de la rebelión

Exactamente quince días antes, los mecánicos habían sido reprimidos con increíble saña mientras realizaban una asamblea en el local del Córdoba Sport Club para tratar la anulación de la ley de sábado inglés, que suponía una reducción del 9,1 % en los salarios. La policía arrojó gases en el interior del local, hubo durante dos horas choques callejeros, el obrero Juan Vinazca fue herido de bala y los trabajadores juraron que no volverían al centro sin gomeras, bulones y algunas molotov.

El 16, SMATA paró junto con los operarios de la UOM, que le reclamaban al gobierno provincial que aplicara la resolución del poder central que suprimía las quitas zonales, y los trabajadores de UTA, un gremio que prácticamente había desaparecido en los últimos siete años, luego de la privatización del servicio de transporte urbano, y que Atilio López reorganizó en pocas semanas, recorriendo línea por línea. López comandaba la CGT Regional en julio del '57, cuando en Córdoba se realizó el primer paro contra la "revolución libertadora”. Al día siguiente, todos los sindicatos se sumaron a la huelga.

Más allá del movimiento obrero, una sensación de indignación invadía, por esos días, al conjunto de la sociedad. En menos de cuatro meses, la opinión pública había sido conmovida por una cadena de escándalos: uno fue el "caso Valinotto", apellido de un joven abogado villamariense que asesinó fríamente al mecánico José Ramírez. Pero su padre, Juan Valinotto, era socio del ministro de gobierno de la provincia, Luis Martínez Golleti, por lo que el homicida sorteó indemne el accionar judicial. Otro fue el affaire de la "brigada fantasma", una unidad móvil de la policía local que acumuló denuncias por exacciones ilegales, privaciones ilegítimas de la libertad, cohechos y torturas. Y por último estaba la política impositiva, con tributos que en un año crecieron en casi el 800 por ciento, alimentando el surgimiento de una Comisión Coordinadora de Centros Vecinales que propugnó la desobediencia civil.

Y, encima de todas esas calamidades, la presencia de Carlos Caballero, el gobernador más fascistizante, inepto y elitista de todo el elenco de Onganía. Caballero creó el Consejo Asesor, un engendro coorporativista, y en la Reunión de Gobernadores de Alta Gracia del 5 de mayo recibió la bendición presidencial.

Una semana antes del cordobazo, Francisco Delich escribió en la revista Jerónimo: "Las huelgas y las movilizaciones no tienen sólo por causa ni los últimos aumentos de algunos artículos de consumo, ni la supresión del sábado inglés. Es eso cierto, pero hay también algo más: indica el reemplazo del hastío por la indignación, de la indiferencia por la pasión, del miedo por la acción".

 

“fuimos dueños de todo”

A las 13 horas, agotada la provisión de gases lacrimógenos, la policía terminó de replegarse y se guareció en el viejo Cabildo, sede de la jefatura. "Llegó un momento en que la policía desapareció y fuimos dueños de todo. Había humareda por todos lados, barricadas, era algo que te ponía la piel de gallina. Desde los edificios la gente tiraba trastos viejos para hacer barricadas, no sé si para colaborar o para sacarse de encima esas cosas. Yo estaba cansado, pensé que la cosa había terminado y me fui, sin saber la actividad impresionante que habla cerca de la plaza Colón", relata Álvarez. En aquella zona ardían los locales de la Confitería Oriental, un viejo reducto oligárquico, y de las empresas multinacionales Xerox y Burroughs. Los manifestantes sacaron más de una veintena de automóviles de Tecnicor, la concesionaria Citroen, y los quemaron en medio de la avenida. "No olvidaré jamás esa sensación de poder que sentimos, propia de los pueblos cuando estamos claros y enfrentamos al sistema", rememora Felipe Alberti, entonces secretario de cultura y acción social de Luz y Fuerza.

Una enorme barricada en Avellaneda y Colón, frente a La Oriental, impedía el paso de los bomberos. Pero cuando las llamas que brotaban de Xerox empezaron a lamer los edificios vecinos, los propios manifestantes permitieron el paso de una autobomba, guiada por un activista trepado en el capot. Cuando finalizaron su tarea, los bomberos fueron premiados con delicadas masas y bebidas sacadas de la confitería.

A veinte cuadras de allí, en San Luis y La Cañada, los cajones de whisky y champagne, las heladeras y los muebles del Círculo de Suboficiales del Ejército pasaban rápidamente a manos de los dueños provisorios de la ciudad. Asomado a una de las ventanas, un morocho grandote levantaba un enorme televisor y miraba hacia La Cañada. "A que llego", les gritaba, desafiante, a sus compañeros de abajo. "Que vai a llegar", era la respuesta. Y el televisor terminó, finalmente, hecho añicos en el fondo del arroyo. A esa hora también ardían la nueva terminal de ómnibus, entonces en construcción, el Ministerio de Obras Públicas y el Banco del Interior, en Avellaneda y Castro Barros.

Esa mañana, Delich había concurrido a una clínica a dar sangre para un amigo y, al salir, "vi a un policía con los brazos en alto que había sido desarmado por un grupo de civiles que estaban ahí. Seguí caminando y en La Cañada y San Juan ya era una batalla campal, con los primeros muertos, muchos tiros, policías, sirenas y escenas muy dramáticas". A las 15.45 el ejército anunció, a través de un comunicado, que las tropas entrarían a la ciudad a las 17.

 

Los obreros cordobeses

Hay quienes sostienen, con el ánimo de simplificar las cosas, que SMATA fue la columna vertebral del cordobazo y Luz y Fuerza su cerebro. El gremio de los mecánicos tenía, en aquellos años, unos 8000 afiliados, de los cuales el 80 por ciento se concentraba en la planta de Santa Isabel. Luz y Fuerza, en cambio, agrupaba a 2.500, entre operarios, técnicos-y administrativos. La UOM reunía a unos 7 mil, dispersos en múltiples fábricas, ATE a 8 mil (todavía no habían cerrado las Industrias Mecánicas del Estado) y UTA a solo 1.600 choferes. El cuadro de potenciales activistas, además del resto de las organizaciones sindicales, se completaba con 40 mil alumnos universitarios y 15 mil estudiantes secundarios.

Para Córdoba, que contaba con 850 mil habitantes, la industria automotriz jugaba -y juega- un papel decisivo y sus comportamientos se reflejaban, rápidamente, en las innumerables fábricas de autopartes que abastecen las terminales. Cuando la producción de vehículos comenzó a descender, en términos absolutos, a partir de 1962, vinculada estrechamente al mercado nacional, esa industria sintió fuertemente el impacto de la política económica implementada por Adalbert Krieger Vasena.

Los asalariados percibieron también los efectos de la redistribución regresiva del ingreso y enfrentaron esa política desde las ventajas que suponen, para la lucha, un alto grado de concentración y una capacidad de organización alimentada por la experiencia de sus propias condiciones de trabajo.

En 1969, Córdoba, pese a tener una gra­vitación inferior a la del área litoral, no era una provincia pobre y, a diferencia de otros estados vecinos, exhibía una alta capacidad de reacción.

 

La hora de la espada

Bajo las órdenes del comandante del Tercer Cuerpo, Eleodoro Sánchez Lahoz, las tropas de la IV Brigada de Infantería Aerotransportada. comandadas por el general Jorge Raúl Carcagno, ingresaron por avenida Colón. Mientras los manifestantes abandonaban las barricadas, pintaban las paredes con la consigna "Soldados, hermanos nuestros, no tiren" y se replegaban hacia los barrios, después de haber ocupado un centenar y medio de manzanas. "En homenaje a la verdad, hay que decir que­ Carcagno hizo el desalojo con bastante prolijidad, no con una represión dura donde hubiera habido muchos muertos. Todos los muertos fueron consecuencia de la acción policial", asegura Elpidio Torres.

En realidad, la policía produjo tantos muertos como el ejército. Aunque solo se conoció una lista oficial de trece víctimas -Mena, Manuel Romero, Manuel Terza, Daniel Castellanos, Mariano Pereyra, Delia Noemí Guerra de Aramburu, Juan Saquillán, Hermes Freytes, Castillo, Leonardo Gulle, Juan Chávez, Griffa y Héctor Roldán- en aquel tiempo se estimó que el número de muertos fue de 35, además de 137 heridos y unos dos mil detenidos, de los cuales 34 fueron condenados por los consejos de guerra.

La rebelión popular fue dominada a mediodía del sábado 31 y los barrios que ofrecieron una resistencia más dura fueron Yofre, Talleres, Nueva Italia y el Clínicas, donde los militares allanaron casa por casa. ­ En esa zona, el casco céntrico y Nueva Córdoba el ejército aludió a una intensa actividad de francotiradores, algo que nunca se comprobó fehacientemente. Un solo comunicado habló de un francotirador abatido en el hotel Sussex, pero luego se supo que se trataba de un inocente pasajero que se había asomado a la ventana de su habitación para presenciar el vuelo rasante de los aviones de observación. Otro de los muertos, Juan Saquillán, fue asesinado el viernes a la tarde por la policía cuando se dirigía a su hogar, en el barrio Talleres, acompañado por su hijo de diez años.

La policía, por su parte, contabilizó siete heridos de bala, pertenecientes a la Guardia de Infantería, que fueron ametrallados en la noche del día 30, en el puente Antártida, por una patrulla militar. Es casi obvio decir que, más allá del rol que cumplió Carcagno en el 73’, la doctrina dominante en el ejército en los tiempos del Cordobazo consistía ya en la idea de que debía garantizar la “seguridad” de fronteras adentro del país.

"Mientras estábamos en la brigada aerotransportada esperando que nos juzguen, yo, que soy un gran fumador, tenía cigarrillos pero me faltaban fósforos. Le pedí al soldado que estaba en la puerta que me diera fuego, pero el tipo empezó a insultarme a los gritos y parece que lo escuchó un suboficial. Al rato recibo una caja de fósforos y en el cartón decía 'Ánimo Elpidio. Viva Perón'. Después supe que era de Alta Gracia, de mi pueblo, pero fue una de esas pequeñas satisfacciones que nunca se olvidan". detalla Torres.

 

¿Por otro 29?

Lo cierto es que el cordobazo difícilmente encaja en los esquemas teóricos de quienes subordinan la movilización popular a un programa acabado o se desviven por el perfeccionamiento de los métodos de organización. Los adoradores más fieles de las exquisiteces teóricas fueron, quizá, los más sorprendidos por la vitalidad de la rebelión. Y durante años la posibilidad de un nuevo cordobazo, anunciado en la consigna “Córdoba se mueve por otro 29”, fue una suerte de obsesión de la que pocos militantes políticos lograron sustraerse.

¿El cordobazo pertenece definitivamente al pasado? Aunque sucesos como los ocurridos recientemente en Venezuela traen a la memoria aquellos días vertiginosos de mayo del 69’, parece difícil que estos se repitan bajo similares formas, en un proceso democrático y en un país fatigado y desmovilizado. De todos modos, su evocación sirve para constatar que la paciencia popular tiene limites precisos. Y esto serían conveniente que nunca se olvide.

 

elpidio ángel torres

los límites de la negociación

Elpidio Ángel Torres, de 59 años, era el secretario general del SMATA cuando se produjo el cordobazo y hoy, pese a que abandonó la práctica sindical activa que realizó a lo largo de 22 años, todavía se enorgullece cuando recuerda que lo llamaban "el Vandor cordobés", a tal punto llega su identificación con el líder de los metalúrgicos.

¿Cuál es hoy su visión del cordobazo?

-Tengo un gran recuerdo de este hecho que significó, con el tiempo, uno de los acontecimientos más sobresalientes protagonizados por el movimiento obrero de Córdoba y del país. Y recuerdo muy especialmente a toda aquella gente que sacrificó incluso su vida y cayó víctima de la represión.

¿Fue un movimiento reivindicativo o político?

-Yo creo que fue una mezcla de ambas cosas. Empezó como una actitud reivindicativa, pero cuando se estuvo en la calle no se peleó solamente por la ley del sábado inglés. A lo mejor esto pasó al olvido y afloró todo lo otro, el rechazo a Onganía y Caballero. Nosotros teníamos, además, precisas directivas de Perón de forzar la máquina para tratar de terminar con Onganía.

Hoy, sin embargo, la conducción del peronismo no reivindica demasiado el cordobazo.

-Es parte de nuestra historia y no se puede borrar, pero quizás algunos compañeros piensan que en este momento el país necesita otro mensaje, otro proyecto que no es el de la lucha que se libró en ese tiempo.

¿Cuáles eran las previsiones en re­lación con el paro del 29?

-Movilizar a la gente y hacer un gran acto, pero nadie previó esto. Imaginábamos la ciudad paralizada, pero jamás calculamos la dimensión que alcanzaría a partir de la muerte de Mena, cuando comenzó el descontrol, mientras la policía perdía terreno y los trabajadores lo ganaban.

¿Los dirigentes intentaron frenar ese descontrol?

-No, en absoluto. Había que acompañar a la gente. Si alguien se hubiera opuesto a esa rebeldía y esa bronca, la gente le hubiera pasado por arriba. No se podía apagar el fuego con nafta. Así que, estuvieras o no de acuerdo, había que estar. Y yo estaba de acuerdo.

Usted tenía, como Vandor, fama de negociador.

-Yo peleo cuando debo pelear, no peleo por deporte ni por la pelea misma. No puedo mandar la gente al paro todos los días, porque el trabajador está perdiendo el jornal. Yo golpeo cuando me conviene y retrocedo cuando debo y las circunstancias me obligan.

¿Y qué ocurrió en los tiempos del cordobazo?

-Ahí ya no había más nada que negociar. No es lo mismo con una patronal con la que podés discutir un convenio, y acercar posiciones, que con los milicos que te borran una ley de un plumazo.

¿Qué opina de Agustín Tosco?

-Era un luchador, un muchacho muy capaz con el que disentía ideológica y filosóficamente.

¿Y de Atilio López?

-Un gran negro, al que me unió una profunda amistad. Tuvimos después algunas desavenencias por la forma en que había encarado la última etapa de su vida. Probablemente se equivocó en la vorágine de ese tiempo y ello, a mi criterio, le costó la vida.

 

francisco josé delich

Una gran protesta social y política

Recientemente elegido como rector de la Universidad Nacional de Córdoba, el sociólogo Francisco José Delich publicó, hace más de 19 años, Crisis y Protesta Social Córdoba, mayo de 1969, un sugestivo y sugerente análisis sobre el cordobazo.

¿Qué lectura hace hoy de ese trabajo?

-Creo que sigue siendo un buen análisis y con unos amigos estamos hablando de la posibilidad de reeditarlo. La tesis principal es que el paro que desencadena el cordobazo es una huelga política, como todas las huelgas generales, protagonizada por los obreros más avanzados de la producción y los mejores pagos del país, marcada por un anti-autoritarismo militante. También señalé algunas tradiciones como la de la Reforma del 18’, la reunión fácil del movimiento estudiantil y el movimiento obrero y algunas características específicas de Córdoba.

¿Lo definía como un hecho espontáneo u organizado?

-Tengo la impresión de que fue una combinación. En parte fue organizado como lo demuestra la forma en que se convocó y plegaron los sindicatos, donde se preveían enfrentamientos importantes con la policía. Pero, con seguridad, ninguno de los organizadores supo prever que el impacto iba a ser tan fuerte. A veinte años del cordobazo, lo que impresiona no es tanto la magnitud de la movilización obrera, sino la adhesión social que encontró esa movilización, algo que en la ciudad no se veía desde la Reforma del 18’.

¿Usted lo caracteriza como una insurrección?

-No. Creo que es una gran protesta social y política.

¿Se buscaba abrir la participación en las estructuras políticas del Estado o se apuntaba a cambios más profundos?

-Creo que las dos cosas. Mucha gente reivindicaba la democracia y pretendía abrir canales de participación y restaurar las libertades políticas, pero seguramente había también sectores partidarios y no partidarios que lo imaginaban como punto de partida para el socialismo. Pero en el cordobazo era muy difícil discernir estos proyectos: lo que allí marcaba todo y nos envolvía a todos era la lucha contra la dictadura.

¿La existencia de canales de participación política permite descartar la idea de acontecimientos similares?

-Seguramente.

¿Y lo que ocurrió recientemente en Venezuela?

-Creo que eso marca menos un sistema político que un conflicto social. Es decir, lo veo más como una explosión de rabia contra una medida determinada que como una estrategia de ruptura con un orden político. En el cordobazo hubo mayor envergadura de miras.

Cuando usted escribió su libro sustentaba posiciones distintas de las que tiene hoy.

-No, lo que ocurre es que en esa época no había partidos políticos y por eso no estaba afiliado. Pero quiero que sepa que me afilié al radicalismo en el 54’, concretamente a la ORES. Sucede que en la ducha contra la dictadura, al igual que cuando uno está preso, algunos matices se pierden y aparecen después más nítidos cuando hay democracia. Soy de los que han hipervalorizado la democracia, porque tengo la sensación de que este país ya tuvo demasiados muertos. Y algunos fueron mis mejores amigos.

 

jorge canelles

una pueblada organizada

Actual integrante del Comité Central del Partido Comunista, Jorge Canelles fue el dirigente sindical que recibió la condena más alta que aplicaron los consejos de guerra luego del cordobazo: 10 años de cárcel. En aquel tiempo militaba en la UOCRA y era miembro de la Mesa de Gremios Independientes de Córdoba.

¿Cuál es hoy su visión del cordobazo?

-Fue una explosión popular de mucha trascendencia, una pueblada, pero no espontánea. Tuvo una preparación, una organización y una conducción, aunque es real que en un momento esa conducción fue rebasada por las masas populares. En la madrugada de ese día, al separarme de Tosco, nos dijimos: bueno, las cosas están tiradas, y si reprime la policía a los trabajadores, al menos, darán vuelta dos o tres colectivos. Pero fueron doscientos.

¿Qué rol jugaron los gremios independientes?

-Fueron, bajo la dirección de Tosco, un factor fundamental, porque en conversaciones con Elpidio Torres, en las que participé, arreglamos enfrentar a la dictadura con una acción común. Muchos puristas no comprendieron esto y nos acusaron de unirnos con los burócratas, sin comprender que en un momento determinado es necesario actuar con todas las fuerzas posibles y que lo determinante es qué política se lleva a cabo, adónde apunta la lucha y quién la conduce.

¿Qué motivó la actitud de Torres?

-En los comienzos de Onganía, Perón había dicho que había que desensillar hasta que aclare, pero luego se produce un realineamiento y Torres, con una base en su gremio muy combativa, se pone al frente de la lucha. Se rumoreaba también que un grupo de coroneles estaban preparando un golpe y que Torres tenía vinculaciones con esos jefes militares. Después del cordobazo volvió a ser el de siempre y lo primero que hizo al salir de la cárcel fue entrevistarse con el interventor federal para blanquearse.

¿Cómo recuerda a Tosco y López?

-Tosco fue el dirigente más claro y honesto, el más convencido de la necesidad de que la clase obrera jugara un rol histórico en el proceso de liberación nacional y social. Su pasión era la unidad de los revolucionarios, de todos los combativos. Y Atilio expresaba el peronismo combativo, de la resistencia.

¿Hay en la izquierda una tendencia a buscar apropiarse de líderes y gestas populares como el cordobazo?

-En cierta medida sí, porque la izquierda ha adolecido de pretender un hegemonismo que no es producto de una concepción clara de la tarea revolucionaria. Nosotros tenemos que unificar a todos los combatientes sin hegemonismos, en una pluralidad, con respeto a la identidad cada uno.

También parecen existir dificultades para traducir políticamente hechos sociales tan importantes como el cordobazo.

-Ocurre que todavía no se ha estructurado un mensaje que contacte las reivindicaciones sindicales y sociales con la política. Durante un largo período tuvimos cola de paja por no haber comprendido los hechos desde el '45. La dirección de la clase trabajadora quedó por ello en manos de sectores del peronismo, y nosotros, como reacción, planteamos que no había que meter la política en los sindicatos, en lugar de confrontar el mensaje de la burocracia sindical. Tosco, en cambio, comprendía que hay que meter con todo la política en los sindicatos.

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