dónde jugarán los niños | Revista Crisis
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dónde jugarán los niños
La educación sentimental de miles de pequeños argentinos incluyó un paseo de fin de semana por la República de los Niños, el parque temático del Estado-Nación. Un recorrido por algunas de sus 50 calurosísimas hectáreas, entre trabajadores exhaustos, familias posmodernas y futuros ciudadanos que juegan en las réplicas de las instituciones que ya no son.
Fotografía: Santiago Hafford
21 de Septiembre de 2021
crisis #37

Para varias generaciones de habitantes de la ciudad de La Plata y del conurbano sur la República de los Niños es una esquirla de infancia clavada en el inconsciente adulto. Un accesible paseíto de fin de semana al que se puede llegar en auto o caminando unas cuadras desde la estación Gonnet del Roca, y de paso zafar de pagar los veinte pe de la entrada y los diez del estacionamiento. Monstruo verde de más de cincuenta hectáreas construido durante el primer peronismo —en un predio que pertenecía al campo de golf del frigorífico Swift—, “La Repu” fue diseñada para que niños y niñas conozcan sus deberes, obligaciones y derechos y también aprendan, claro, a “caminar derecho”. Una educación sensible y cívica a través de la cual la telaraña de instituciones de la máquina estatal le espoileaba a los pibitos y a las pibitas el futuro “ciudadano” que les aguardaría unos años después en esa Argentina grande con la que el San Martincito que está en la plaza soñó. Muestra a escala de la comunidad organizadita en la que latía un basamento moral fuerte y asomaba el filo plebeyo con el que la mujer de Los Toldos despejaba la verdadera grieta: para que “los niños pobres no tengan nada que envidiarles a los hijos de la oligarquía”. Más de sesenta años después de su inauguración, una muestra que se realizó en Los Ángeles sobre las “influencias culturales” entre América Latina y Disneylandia blanqueó que el yanqui criogenizado de Walter Disney metiera mano en la fábrica de los sueños del General y se llevara la idea a California.

 

pequeñas anécdotas sobre las instituciones

En “La Repu” hay juegos mecánicos, sendas peatonales con algún que otro local de comidas, Centro Cívico con placitas y callecitas que tienen nombres como “respeto”, “amistad”, “ternura”, lago y barquito y trencito —que descarriló en el 2016—, un lindo anfiteatro, una tristona granja “educativa”, hangares de la Fuerza Aérea —con la incorporación reciente de un avión que transportó soldados durante la Guerra de Malvinas—, un museo de muñecas, una “casa del niño” que hospeda visitantes, un surtidor de YPF, una canchita de básquet, una de fútbol, una pileta para las colonias y hasta salones en los que se organizan casorios, fiestas infantiles y cumpleaños. Entre los más de 35 edificios que homenajean a monumentos, palacios históricos y fachadas de cuentos de hadas hay una Legislatura, una Catedral, una Casa de Gobierno, un Palacio de Justicia —con un pequeño calabozo en el subsuelo—, una oficina de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) —en la que se asoma detrás de una puertita entornada un niño gordito y pálido con el rostro de Ricardo Echegaray y luego desaparece sin dejar rastros como si fuese una aparición en el Hotel Overlook—, y un Banquito Nación que enseña a hacer trámites bancarios a las criaturitas y de paso muestra en una pared un enorme cartel para cargar a los papis: Ahorra para la casa de tu hijo en UVI (Unidad de Vivienda).

Pero hoy que los únicos privilegiados son los mercados, "la Repu" tendría que aggiornar el diagrama de instituciones —o al menos sus funciones— y además de empanar a los pibitos y a las pibitas en los valores ciudadanos, meter un Banquito Central en el que se pueda jugar a subir las tasas de interés y hacer mierda la economía doméstica, provocar corriditas bancarias, armarte una mesita de guita y dedicarte a la timba financiera, o abrirte una off-shore en algún paraíso fiscal para evadir impuestos.

 

un sol para los laburantes

Luego de hacerme el boludo varios minutos en el Banquito Nación con el objetivo de aprovechar el aire acondicionado, salgo al sol y vuelve a atraparme un ritornelo que no me deja tranquilo: hooooy puedo morir de amor, rescata mi corazón, quédate conmigo. Cuando logro pegar señal gugleo y leo que la canción pertenece al boludo de Manuel Wirtz quien, ¡oh sorpresa!, es el actual “director” de la República de los Niños. Perturba pensar que subliminalmente inocula en los cerebros de los paseantes su viejo hit para cobrar más derechos de autor.

Maxi es uno de los pibes que se encarga del mantenimiento de los juegos mecánicos. Tiene 21 años y aunque no había nacido cuando el bizarro director cantaba en Ritmo de la Noche, recuerda haber estado acá de chico en una visita con la escuela. “Mantenimiento llevan todos los juegos: desde un carrusel hasta un simulador. Tenemos que ver que los botes de agua tengan nafta, que las pistas de ‘los chocadores’ estén bien, que el tobogán inflable esté limpio y seco, que no esté nada en corto, mantener la pileta, ver qué onda el bungee para que los chicos salten, el zamba…”. Para laburar con este sol hay que acostumbrar el pellejo a los ultravioletas. Nada de hacerse el jipi y adorarlo o ilusionarse con un lindo bronceadito veraniego: acá Febo asoma para rostizarte lentamente. Además de los reemplazos para ir al baño o para comer, entre compañeros rotan permanentemente para buscar un rato de sombra.

“Quizás en algún momento pongan algún lugar para comer, cambiarse y cubrirnos un poco del sol; un espacio nuestro”, anhela Luciano con optimismo. Tiene un par de años más que Maxi y trabaja ocho horas por día —con un franco semanal— además de estudiar la carrera de Turismo. Cada tanto algún mal llevado o mal llevada se dedica a romperles los huevos: “reconforta ver a los pibitos y a las pibitas felices, divirtiéndose”, dice Maxi dejando asomar la sonrisa de Perón y acomodándose a cada rato el piercing que lleva en la nariz, “pero cuando discutís con los padres es un garrón. Hay muchos juegos a las que los adultos no pueden subir y uno insistía en que quería pasar con su nena chiquita. El tipo se puso violento y fue a hacer una queja porque los juegos no eran seguros y que iba a pasar sí o sí. Otros se quejan porque por ahí al hijo le faltan 5 o 10 centímetros para entrar al juego”. Puede pasar que alguna madre se queje también porque vio a un empleado mirar la pantallita del celular en vez de cuidar a su hijo. Sobresaltos excepcionales que suelen quedar ralentizados bajo los violentos rayos de la estrella solar.

 

sin vergüenzas

Acá los adultos no parecen desambientados: se pasean sin vergüenza reclamando con pucherito —como harán para pedirle el joystick de la Play a sus hijos— entretenimiento para ellos, “tendrían que agregar juegos para los más grandes; muchísima gente los pide”, dice Luciano.

Pero una generación que se tomó —a joda— al “hombre de la bolsa” parece sentirse impotente y desorientada sin una mitología superyoica —¿una Evita castigando niños y niñas caprichosas?— que deje por un ratito en el molde a esas criaturitas que devoran sin piedad los chamuscados nervios de los adultos: el pasaje de ciudadanos a “manijitas” de mercado altera por momentos las ya detonadas paciencias familiares y deja ver a pibitos y pibitas que les hacen bullying a sus progenitores. En la puerta de la heladería una mamá amenaza a su hija mientras el padre se desentiende mirando la pantalla del celular: “Mirá que te están viendo por todas esas cámaras para saber cómo te portás”. La pibita la mira con cara de “qué boluda importante que sos”. Mamá devuelve una mirada fulminante —de las que anticipan una fea revanchita doméstica y privada— y le dice con los dientes apretados “en casa vos y yo vamos a hablar”. Por suerte quedan aún las abuelitas tiernas y pacientes: una doña le dice con tono suave a su hija, “debe tener sed, pobrecito, por eso llora”, mientras un tiranito de menos de un metro grita como un poseso y la mira con ganas de embocarle el cucurucho en la frente.

Una foto color sepia del día de la inauguración del Parque muestra una multitud de blancas palomitas ocupando el Centro Cívico. Souvenir de una época en la que el Estado docilizaba pero también cuidaba —y metía dentro de la sociedad— a los infantes más desamparados. Y en la que el fordismo dividía de manera tajante las lindas horas de esparcimiento y joda de aquellas que había que dedicar al laburo en la fábrica.

Una educación sensible y cívica a través de la cual la telaraña de instituciones de la máquina estatal le espoileaba a los pibitos y a las pibitas el futuro “ciudadano” que les aguardaría unos años después.

 

El paisaje visual multicolorido invita a tomarse un ácido y disfrutar de un sol con drogas o a dar rienda suelta para que, junto con los niños y las niñas, corra de aquí para allá la pulsión glotona de gatillar fotitos hasta fatigar el nervio óptico. El “divertido” cartel de Verano en Provincia, marca de la gestión PRO, irrumpe para cortar el mambo y mostrar la continuidad entre el ambiente infantil del lugar y la estética política de la felicidad ajustada. Así y todo, para quienes no poseen renta familiar, casita en la costa y ahorros en dólares, comerse el sapo de las playas secas —o de las reposeras y sombrillas de colores para calcinarte en familia— brinda al menos la chance de un rajecito momentáneo de la chapa y el cemento ardiente. Pero Cambiemos goza con el descanso estatal y en años de huelga de aires acondicionados ofrece lockers para cuidar “tus pertenencias”, estaciones de carga para celular y Wifi gratis, además de “un sector pensado para refrescarse y combatir el calor, con seis aspersores grandes, un túnel inflable y ventiladores de vapor frío”.

El pasaje de ciudadanos a "manijitas" de mercado altera por momentos las ya detonadas paciencias familiares y deja ver a pibitos y pibitas que les hacen bullying a sus progenitores.

 

gasoleros

“Cargás 500 pesos y te dan 250 de bonus, cargás 1000 y te dan 500”, cuenta Maxi, que labura los fines de semana cuando más de tres mil personas pasan por el predio. Comprar la tarjeta y ponerle crédito para visitar la granja, el paseíto en barco o algunos juegos mecánicos, hace que al toque se te evaporen “un yaguareté” o “un hornero”. Pero el parque permite visitarlo también, en época de bolsillos cocidos, en plan gasolero: salir a ranchar o ir a hacer deporte a cielo abierto. Un mapa de calor mostraría grupitos dispersos por aquí y por allá, y aunque los cuerpos que se cruzan parecen pertenecer a diferentes galaxias, se puede palpar algo del espacio público deshilachado pero vivo: unas parejitas se alejan de las miradas chusmas y se tiran bajo un enorme árbol para buscar sombra —se dice que por las noches “La Repu” se transforma en un lindo garchódromo al aire libre—; padres-turros con remera Supreme pasan llevando con ganas los carritos de bebé heredados; grupitos de clanes familiares que incluyen el doble comando abuela-madre para ayudar en la crianza; un cuarentón que lleva su propia sombrilla azul y que tiene en el rostro felicidad de Playa Bristol; una rubia parecida a Maru Botana que pasea vestida de blanco como si estuviese en Punta del Este; una morocha de brazos y pierna tatuada que le saca fotos al novio con su celular; termos rojos con canillita —el hit del verano popular— que llevan de la mano a unos vaguitos con remera de Don Osvaldo; un pibe que pasa en bicicleta cantando trap a los gritos; vecinas de Gonnet y City Bell que van al parque a hacer footing; una cincuentona con remera fucsia de Nike y cartera de esas que le bardeaban a Cristina; unos pibitos y unas pibitas que pasan gritando de alegría porque van a la pileta; una teenager con pañuelito verde y pelo teñido de azul con mochila y un broli en la mano; un flaco de barbita y cara de garca que empuja un cochecito de bebé tan sofisticado que parece que adentro va un emperador; un muchacho igual al que cantaba en Los Chakales y su novia —que seguro ya eligió un tema de Céline Dion para entrar al salón -buscando la localización ideal para las fotos de casamiento; unos patos con la delgadez de un Smart TV, unas cabras cansadas y unas llamas medio abandonadas a las que un chabón les acaricia la cabeza porque asegura que “tiran buena onda”. Pero para evitar derretirte es probable que al final de la jornada los pibes de limpieza tengan que hacer horas extras despegando visitantes adheridos a las sendas peatonales —hay que buscar refugios. Adentro del Mostaza una chica se pelea con el muchachito que atiende y le reclama —sin stockear ni un poquito de energía anímica para los tarifazos que se vienen — un descuento de 50 pe que no-le-hicieron-en-el-menú: “A nadie le importa un carajo la comida que ofrecen”, grita descargándose; “estamos acá porque tienen ese aire acondicionado de mierda”.

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