diana bellessi y la lírica insurgente | Revista Crisis
conversación por las ramas / la política es un verso / pequeña voz
diana bellessi y la lírica insurgente
En la década del setenta comenzó a publicar su poesía y una serie de crónicas en la primera etapa de la revista crisis. En los ochenta despertó generaciones y hoy es una de las poetas más respetadas del país. Una voz rebelde que en su patio se sienta a pensar cómo lo político habita en lo pequeño y de qué manera se pueden conjugar con lírica las grandes preguntas de hoy.
Fotografía: Gala Abramovich
04 de Mayo de 2023
crisis #57

—Es el misterio. No sabés, mi amor. Nunca sabés qué te lleva a un lugar y qué te lleva a otro. Es el misterio de tu vida que te va llevando a distintos lugares.

¿Y aprendiste a confiar en ese misterio? ¿Cuándo lo detectaste?

—Cuando era niña y vivía en el campo. Hablando con las tortugas, con los pajaritos, ahí fue cuando me topé con el tremendo misterio de la poesía. No hay nada más hermoso que dejarse llevar por el misterio. Es una decisión también. ¿Tenés esa decisión? ¿La tenés?

Ella la tiene. Así encaró las rutas de América durante varios años, en los años sesenta, setenta, y cuando pocas mujeres lo hacían solas. Largo camino hizo desde su terruño, Zavalla, en Santa Fe, donde nació en 1946, entre campos de maíz, flores, carneadas y perros que arreaban vacas mejor que un hombre. Latinoamérica, Norteamérica, la cordillera como brújula y la poesía como modo de entender los días y los lugares, mientras trabajaba en distintas changas.

En los setenta, en Estados Unidos, fue conmovida por la segunda ola del feminismo. La mamó en las fábricas. Un feminismo proletario que dejó plasmado en su crónica para la revista crisis, en abril de 1975: “Las astillas se te meten entre las uñas, hay que ir más y más rápido para alcanzar la producción necesaria te dijeron desde el primer día, y a veces uno pierde la conciencia, como si se asimilara a la maquinita y formara con ella un nuevo cuerpo, una mente paralizada”, apunta en su experiencia en una metalúrgica neoyorkina.

A Bellessi no le gusta que le encasillen los versos. Leer su colosal reunión en Tener lo que se tiene, editada por Adriana Hidalgo, confirma que intentarlo sería una tarea vana. Jorge Monteleone hace ahí un pormenorizado estudio crítico de su trabajo, que constituye una maquinaria aceitada con impronta social y esa capacidad lírica descomunal para manejar las palabras y el silencio, como en Tributo del mudo, escrita en el Delta, donde se refugió durante la dictadura, luego de su travesía americana.

Ya durante la democracia, escribió poemas lésbicos cuando hacerlo era una verdadera irreverencia, como en Eroica, de 1988, un modo de recuperar la poética luego de la dictadura, y en esos versos despertó a una generación. Gabby De Cicco, de Rosario y poeta también (entre sus libros se cuenta Transgénica), dice sobre Diana: “Me hizo saber lo que era la libertad, no solo poética. Había un deseo, el deseo lésbico, que podía ser poetizado, pero sobre todo podía ser vivido. Imaginate, veintipico de años, rearmando lo que ni sabía que era la vida después de la dictadura”.

Cuando en 2011 le dieron el Premio Nacional de Poesía (que no se entregaba desde 1997, año en el que lo recibió Juan Gelman), justamente por Tener lo que se tiene, Bellessi dijo: “Los artistas estamos acostumbrados a los honores, pero no al dinero”. Consciente de que los versos no pagan en el supermercado, que el sistema habita en los intersticios, escribe con una hoz filosa aunque tenga las alas de un hada. Un año antes, en 2010, había sido consagrada como Ciudadana Ilustre de Buenos Aires y en el Jardín Botánico, donde fue celebrada, rompió cualquier romanticismo que el entorno pudiera generar con un discurso que entre otras cosas planteó: “Que el honor venga con el pan bajo el brazo, y no solo con el espectáculo de la cultura”.


 

la otra dimensión

Acaba un Marlboro Gold y enciende otro. Dice que fuma desde antes de los 20. Fumo y tomo, agrega. La luz de la tarde mengua y avanza la fresca. Por el patio, Milonguita y Moro, sus perros, van y vienen. Entre ese pequeño alboroto, ella les habla, se ríe. Una vez que Bellessi abre la puerta de su casa en Palermo, se ingresa en su dimensión. Hay personas que producen eso. Su casa tiene sus huellas por doquier: esas máscaras a las cuales encomienda el cuidado de su hogar cada vez que sale, animales tallados en diferentes maderas livianas, cuando los carnavales norteños, que cuelgan ahí desde hace tres décadas. El maniquí sin brazos que encontró en la calle en 2001 y hace equilibrio apoyado en un rincón. La pasionaria que crece guacha en una maceta. Y los distintos objetos que asoman en su biblioteca como duendes. Animales, en su mayoría, de distintos viajes: desde el cercano Delta del Tigre, donde está “su ranchito” (así lo llama), a la lejana África o América Latina o acá nomás. Y las plantas, claro, las plantas. Esta entrevista iba a hacerse en el Delta, pero al final hubo un cambio de planes. “Estoy cansada”, se excusó. “Vamos a ir a Tigre. Y vamos a ir a Zavalla”, dirá más adelante.

Tenés muchísimos animalitos en tu casa, en tu poesía. De cada paisaje llevás algo: búhos, jirafas, ciervos, una araña. Pero hablemos de África. ¿Cómo nació ese interés por ir allá? ¿De dónde se arma ese imaginario tuyo?

—El imaginario está sentado a fines del siglo XIX, principios del XX. Estuve en Tanzania, Kenia, en Etiopía. Leí mucho Salgari cuando era niña, y después leí una serie de libros muy populares de la colección Robin Hood: Bomba, el niño en la selva, de Roy Rockwood, que no era de África sino del Matogrosso nuestro, el Brasil. Creo que de esos dos lugares armé la selva y tengo el imaginario clavado ahí todavía.

¿Cómo planeaste el viaje?

—Con una amiga, y al revés del viaje de la India, en el que teníamos una camioneta y podíamos ir adonde nos daba la gana, en África lo armamos más con una agencia. Estábamos en hoteles para europeos. Claro, los negritos eran los que te servían. Son imágenes más que nada: los niños de Etiopía, que son los más hermosos del mundo, las criaturas más hermosas que he visto, las mujeres etíopes también. Y después por supuesto los animales: los leones, ver las cebras correr… Pero lo más importante fue el viaje que hice por América, fue lo que me constituyó como persona. Nosotros en los sesenta vivíamos con el imaginario de la Patria Grande. Y fue un viaje lento, que duró más años. Los otros son como más retorno a la infancia, o retorno al futuro (se ríe). ¿No te gusta retorno al futuro?

¿Y vos adónde retornás?

— Acá, a Tigre, a Zavalla. El pago chico es una mezcla para mí de la isla, Buenos Aires, que es una ciudad que amo también, y de mi pueblito Zavalla, de la pampa húmeda que ahora está seca, invadida de soja. Pero me encanta ir al cementerio allá, me compré una tumbita, los huesitos van a descansar ahí. Me costó mucho trabajo conseguir la tumbita en tierra. No sabés la alegría que me dio. Yo allá nací y allá quiero volver, porque ahí están enterrados mis padres, porque es en el medio del campo, campo y porque es un cementerio que me gusta. Supongo que porque fui de niña, creo. Porque mi padre me señalaba sus muertitos.

¿Cómo te llevás con tus muertos?

— Tengo el vínculo del amor, como con los vivos. Voy a ver a mis padres, llevo flores, tomo mate con ellos y vuelvo. Pero no hablemos tanto de los cementerios…

Hablemos de la lírica, entonces. ¿Por qué es política?

—Yo creo que la poesía está ligada al yo lírico y yo creo que el yo lírico está ligado a la vida de quien escribe esos poemas. Lo lírico no es solamente hablar del amor. La lírica es lo que más molesta en la vida. Y la poesía molesta mucho. Cuando vos leés a un poeta como el mexicano (José) Gorostiza, que escribió Muerte sin fin, y molesta tanto, todavía nadie lo entiende y los que más lo amamos somos los que menos lo entendemos, estás leyendo poesía política, poesía lírica. Todo junto estás leyendo ahí. La vida no tiene estancos separados, no tiene vida privada y política por otro. No, eso es un invento del patriarcado, pero no es real. No hay compartimentos estancos. Por eso creo que les gusta la poesía a los pocos que les gusta, por ese malestar que no cesa, o por esa alegría infernal que no cesa tampoco. ¿Por qué infernal? Por esa alegría celestial que no cesa. Pero no sé de qué estábamos hablando ya. ¿De qué hablábamos?

En La pequeña voz del mundo, un libro que es crónica, ensayo, Bellessi escribe: “Cada uno de nosotros sabe que nada somos sin los otros y que la vida es breve y no nos deja llevarnos nada al otro lado salvo el mérito, es decir, el haberlo intentado. Y nada nos asegura la verdad pero el rostro del otro nos confirma si lo hemos sostenido o negado”.


 

otras voces, otros ámbitos

En su vida los otros aparecen en toda su obra: las voces de los peones, de las gentes en su pueblo, las trabajadoras de las fábricas en Estados Unidos, las creencias de los selk’nam, de los wichis, las voces de los presos en las cárceles, donde dio clases durante varios años.

—¿Qué había en las cárceles? Lo mismo que en África, ese exceso de todo. Recuerdo que esos años trabajé casi exclusivamente ahí. Iba a dar talleres a todas las cárceles de Buenos Aires. Siempre llegaba con la tensión de que no te iban a dejar entrar. A veces se apagaban las luces y tenías que salir con un encendedor prendido porque en invierno a las seis de la tarde ya está oscuro. Y llevaba bizcochitos y ellos hacían mate, té, y hablábamos y reíamos y cuando yo me iba de la cárcel, me acordaba de que ellos se quedaban, y era una depresión total. Después de ese proyecto hubo otros. Volví por festivales. No eran las caras que yo conocía, pero la emoción la volví a sentir. Como decía Foucault, lo que pasa en una cárcel, en un hospital, en una escuela, en esos sitios donde la libertad se acaba…

Y a los otros sitios, los que suponemos abiertos, la naturaleza, ¿cómo los abarcás? ¿Cómo contarla sin impostar su voz, sin levantar el dedito…? ¿Qué es la naturaleza hoy?

—Ese lado salvaje se va perdiendo por completo. Uno va a la búsqueda de ello pero lo que encuentra son zonas controladas donde hay animalitos salvajes para que no los cacen. Vamos perdiendo lo que nos constituyó, lo que nos hizo ser, lo más hermoso. Yo creo que el alma de la naturaleza es el alma de dios. Y ahora la vemos porque se va yendo. Porque vamos acabando con ella, nosotros, la especie mayor. Y ahora la amamos porque se va yendo. Bueno, algunos la amamos desde siempre.

Mencionás a dios, desde una dimensión de lo sagrado. ¿Dónde reside?

—En la liebre, en el salto de los tigres como Borges, en la lauchita que se aparece en casa. En cada hojita. Hasta las piedras son vivientes, hasta la naturaleza inorgánica es viviente. Y yo creo que eso sagrado se me vuelve religioso ahí a mí. Yo vengo de un cristianismo primitivo en el cual me crié e intento devolverle la gracia todo el tiempo. Cuando ves un niño Jesús en un pesebre, sonreís como cuando eras una niña. No esperes respuestas muy racionales porque no las vas a obtener de mí, eh. Hasta que quede una cosita orgánica viva, lo sagrado no se va a acabar.

¿Cómo armás el poema? Este, por ejemplo, de Eroica:

 

Entramos solas

a la vida

y a la muerte

más

he aquí el misterio:

su mano

de este lado

del Edén.

 

—No lo sé, pero sé que el poema es forma por sobre todas las cosas. Ese que ves ahí es el cuerpo del poema. Pero para eso hay que saber muchas cosas y hay que saber usarlas. Es un oficio también. El poeta usa formas del lenguaje: marcas, silencios, pausas.

¿Cómo sería tu poema ideal? ¿Lo lográs?

—Ahora escribo poco. Te puedo decir cómo me gustaría que funcione, cómo anhelaría: simplísimo, transparente. Pero esa simplicidad tiene una complejidad. Es muy difícil llegar ahí. Hay un poema mío que me gusta mucho.

Sale de escena, se pierde en una de las habitaciones. Se la escucha decir algo a lo lejos, habla con los perros. Vuelve. Se sienta. Su voz se transforma. Como si una caja de resonancia expandiera su aire, lee.

El jardín secreto es un documental de 2013 dirigido por Cristián Costantini, Diego Panich y Claudia Prado. Quien hizo la música es Juan Pablo Fernández, compositor, integrante de Acorazado Potemkin, poeta. Él dice: “Hay una música en los versos de Diana cuando juega con los encabalgamientos y los acentos de un verso a otro, va y viene con eso, sobre todo en los últimos años, del dos mil para acá, y uno puede dejarse llevar por esa cascada, esos saltos sobre los versos más largos, ese entretejido de las sílabas, que es tan hermoso y cuidado en su forma como en lo que dice. Pero a mí lo que más me gusta de Diana es que es puro deseo de hacerla, de escribir y componer, como si uno tuviera otra vez diecisiete y no se pudiera hacer otra cosa y es como una hermana mayor rockera, ricotera, que te dice: “¿Querés hacer eso?, hacelo”.

Monteleone señala que en Sur el “humus” fue el pensamiento étnico y las culturas arcaicas de América. Una retórica elevada que mira lo que otros consideran pequeño. Bellessi ancla su origen en el campo, en su pueblo, en la chacra, donde trabajadores golondrina pasaban las horas muertas con música y canciones. Se lo lee en sus libros, como en Zavalla con Z (de Editorial Municipal de Rosario), y lo repite ahora:

Las coplas, las indígenas nuestras, bagualas y vidalas. Venían a la chacra de mis abuelos, dormían en los galpones y me pasaba los días con ellas, y cuando llovía sacaban sus guitarras y cantaban. Creo que por eso llegué a Sur. Y porque de adulta no lo borré, que es lo que hacemos casi todos, borramos parte de nuestra infancia, borramos lo que fuimos. Y de esa voz salió Sur. 


 

dicha y pavor

Bellessi menciona dos poetas que hoy la conmueven: el peruano José Watanabe, el argentino Osvaldo Bossi. Este último trae a cuento la experiencia de haberla escuchado por primera vez leer en vivo, en 2002, en un ciclo que se llamaba “La voz del erizo”, coordinado por Delfina Muschietti durante varios años: “Es una poeta que explora constantemente el lenguaje desde muchos lugares y muchos caminos. El trabajo con la voz, con el habla cotidiana, con la tradición, con la poesía argentina, española, las formas y cómo poco a poco esa voz se fue volviendo más íntima”.

El Festival Poesía Ya! 2022 la tuvo como protagonista. Al auditorio del CCK ingresó como una estrella, vestida de negro. Leyó sus hits: “He construido un jardín como quien hace / los gestos correctos en el lugar errado”. Terminó con una ovación atronadora y poco común en un encuentro de este tipo.

El Festival tuvo este año su segunda edición y mostró que la poesía convoca, aun en tiempos destemplados, de crisis y fragmentación. ¿Por qué? ¿Qué lectura hacés de eso?

—Poesía Ya! cambió mucho todo. Estaban esperándolo, las salas se llenan, eso es algo muy rico de hoy. Cuando todos los poderes se desmoronan, como pasa ahora, el judicial, el del parlamento, el del presidente, es cuando más se oye este tumulto por debajo, que es la voz del mundo, la pequeña voz del mundo, y es ahí donde se oye la poesía.

Ahí arriba, esa figura de San Jorge, en tus libros la Difunta Correa, la Virgen de la Leche, ¿qué vínculo mantenés con los santos populares?

—Supongo que tengo un encuentro chamánico con ellos, eso que viene antes del judeocristianismo. Los santos populares, que vienen antes de las religiones institucionalizadas. San Jorge desde Yemanjá and company, el Gauchito Gil, las tumbitas, las tacitas con agua, las banderas rojas, siempre encontré algo muy emocionante ahí. Siempre he sentido ante ellos una especie de dicha y pavor. Yo creo que siguen hablando.

¿Tuviste algunos temas que no quisieras tocar en tu poesía?

—No. Nunca. Quizá por eso estuve en la avanzada de nombrar el amor de una mujer a otra mujer y no tuve problemas en hacerlo.  Ahora es lo que más piden.

¿Cómo fue mutando tu idea de amor?

—Yo te decía que en el yo del poeta va subido lo que cree su vida, y habla del mundo desde ahí. Yo, que no creo mucho en el objetivismo, creo mucho en el yo lírico. Entonces, en una vida hay amor, entonces en mi escritura debe haberlo también. El paso del tiempo es como el paso del monte a un jardín. Y en un jardín hay sobre todo confianza y compañía. Esto es lo que ha cambiado para mí el amor. Ya no es el enamoramiento de la pasión lo que más me importa, sino la dulce compañía.

¿Qué sería disruptivo ahora?

—Lo de siempre. Lo diminuto, lo cuasi invisible, eso es lo disruptivo en la poesía, y es lo que canta el pueblo, y en ese sentido se parece a una oración, pero no oración en las iglesias. Una oración en la cancha del fútbol, ahí es donde yo veo que suceden las cosas. O cuando estás completamente a solas y no te oye nadie y escribís como si nadie fuera a oírte, y después lo leés y eso es maravilloso. Esa voz que fue armada en el silencio se amplía en los otros, por eso un poema se termina cuando lo leés en voz alta con los otros. Se termina en los otros. Eso indica que hace falta siempre el sujeto y hacen falta siempre los otros del sujeto para ser, en este caso, la poesía.

Los pueblos originarios. Los piqueteros. Los obreros. Incluso los animales como sujetos políticos. ¿Elegís racionalmente y luego poetizás? ¿Irrumpen? En especial es interesante cómo trabajás con las cosmovisiones originarias.

—Algo debe tocarte para que vos quieras ir ahí pero por el otro lado es imprescindible que vos vayas ahí para que el poema exista. Leer me llevó al intento de acercarme. O andá a saber qué hice ahí. Eso hace el mestizo: va en busca de su linaje perdido, y su linaje está verdaderamente perdido o a punto de perderse. Nunca sabemos qué encontramos del otro lado. Yo no sé qué encontré en el lenguaje de los Selk’nam, sobre todo en el libro Sur, pero algo me tocó impresionantemente, pero no sabemos si eso que me tocó es mío, o un invento mío. Siempre tenés que pedir disculpas. Perdón, si me equivoco en lo que creo percibir. Nunca una certeza. Porque además es un pueblo muerto a esta altura, con una lengua casi muerta. Andá a saber qué encontré en esas voces, pero algo creí encontrar. Espero que no sea solo el espejo de mi voz, espero que sean los otros. Lo mismo pasa con la lectura en voz alta. Los otros no son una amiga, es un auditorio que te escucha mudo hasta el aplauso. Tan mudo como los muertos. Ponerse a la altura del otro, nunca por encima del otro. Lo que debiéramos practicar entre nosotros y nos cuesta tanto, por eso no lo podemos practicar con el resto del mundo. Es un quehacer cotidiano e invisible.

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