Luego de la contundente derrota electoral del macrismo, la política se continuó por otros medios. Más precisamente por la guerra de la moneda. A eso le venimos llamando terrorismo financiero, sólo que ahora se ha acelerado.
Durante los últimos años desde los feminismos hemos hecho pedagogía popular de la cuestión financiera: sacamos del clóset a la deuda como mecanismo de captura, explotación y disciplinamiento de nuestros cuerpos, denunciamos las operaciones políticas del gobierno de las finanzas y evidenciamos cómo el pacto de caballeros busca imponer una salida patriarcal de la crisis. El terror financiero tiene múltiples métodos: el discurso amenazante del presidente, el rumbo enloquecido de las tasas de interés, la casta de los bonistas, el lenguaje técnico de los expertos, las corridas cambiarias que no tienen rostros ni responsables, el endeudamiento generalizado.
Nunca más visible que en estos días agitados que la moneda expresa relaciones sociales, es decir, relaciones de fuerza. Nunca más evidente que, como se demostró en la voracidad devaluatoria del lunes pos-electoral, en el valor de la moneda se juega una guerra civil (como decía Marx). No hay abstracción o enigma en el salto del dólar: hay disputas contra cuerpos concretos.
La guerra de monedas es la clave de la política global y de la política local: entre el yen y el dólar se libra la guerra de posiciones del planeta. En Argentina estamos ante una dolarización encubierta: lo que se logró derrotar en la calle en diciembre de 2001 (por entonces se hablaba de la vía ecuatoriana), ahora se instaló por otros medios (dolarización de las tarifas de servicios, del mercado inmobiliario, de los alimentos y medicamentos). La crisis inflacionaria y el fantasma de desabastecimiento de productos sensibles parecen plantear una falsa analogía también con aquella época de principio de siglo e, incluso, con la hiperinflación del 89. Sin embargo, al no haber saqueos, imagen a la que asociamos el descontrol de precios en nuestra memoria histórica, lo que hay es un “como si” la crisis no terminara de desencadenarse o una imposibilidad de dimensionar su impacto.
El terror financiero está siendo exitoso en eso. Se ha venido desarrollando una contención financiera por abajo que sostiene el empobrecimiento de masas (y su terror anímico) a través de la refinanciación permanente de deuda con más deuda para la compra de productos básicos y pago de tarifas de servicios.
Lo que nos interesa es pensar el escenario actual bajo un método desarrollado por el feminismo: se trata de ir de las finanzas a los cuerpos, en un movimiento que baje a la violencia de la moneda del cielo de la abstracción.
Vayamos a una imagen concreta. Las LELIQ (letras de liquidez del Banco Central) implican una operación política: se sustentan con los ahorros privados y la masa de salarios, subsidios y jubilaciones. Los bancos están usando el dinero de trabajadorxs, ahorristas y beneficiarixs de derechos sociales para especular y obtener las tasas de interés más altas del mundo en plazos mínimos. Así, este instrumento financiero se convierte en una bomba de tiempo y encapsula, aplaza y oscurece el conflicto que contiene.
Por eso, el problema de las LELIQ no puede ser pensado únicamente como un problema técnico a “desarmar”, son una operación política-financiera que ata otra vez el destino de los ahorristas, trabajadorxs y beneficiarixs de subsidios a la suerte de los bancos. De este tipo de confiscación de la capacidad política está hecho el terrorismo de los llamados “mercados” y la consecuente justificación del salvataje a los bancos.
Las movilizaciones feministas y populares han construido en estos años fuerza de veto para el programa económico del macrismo, que ahora se expresó también en las urnas. La extorsión financiera –y el endeudamiento como modo privatizado de enfrentar la pobreza– intenta expropiar también esa capacidad de veto y redobla el disciplinamiento por medio de la más violenta y veloz devaluación. Esto también se juega como disputa en el plano de la institucionalidad por venir.
El rechazo masivo en las urnas a un gobierno que propuso el endeudamiento público y privado como modo de expropiación y empobrecimiento, abre la pregunta sobre cómo reponer el conflicto en lo que se pretende “decisión de los mercados”; cómo confrontar con lo financiero cuando se capilarizó como terror.
No alcanza enfrentarlo en el lenguaje de la especulación y la espera: ese es su lenguaje. Hoy vemos cómo la delegación en la pericia técnica o en una negociación futura le entrega a las finanzas el monopolio de “producir” crisis como mecanismo político predilecto de extorsión y chantaje. La dimensión global de las finanzas impide también reducir la discusión sólo a los términos de la soberanía nacional. Y frente a esa geopolítica, la fuerza de la calle y su capacidad de traducirse en mandato electoral es clave. Simultáneamente necesitamos discutir y ensayar sistemas de préstamos no usurarios (otras tasas de interés), formas de desendeudamiento doméstico (propuestas de financiamiento alternativo y condonación de deudas existentes) y monedas alternativas (con circuitos locales y referencialidad concreta) que reduzcan el daño inflacionario. Necesitamos aquí y ahora denunciar y enfrentar el despojo, el saqueo y la violencia financiera.