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asbesto, el riesgo subterráneo
Hace un lustro les llegó la noticia: en el subte de Buenos Aires trabajadorxs y usuarixs están expuestos al asbesto, un compuesto tóxico que en otras partes del mundo hizo estragos. Los años que siguieron comenzó una peregrinación por laboratorios, hospitales y un reclamo por seguridad laboral que continúa por estos días. Crónica de una lucha por preservar la salud de lxs laburantes.
Ilustraciones: Panchopepe
24 de Agosto de 2023

La noticia les llegó en febrero de 2018. Las y los trabajadores del subte de la Ciudad de Buenos Aires se enteraron entonces de que empleados del metro de Madrid estaban enfermándose por haber trabajado en trenes que contenían asbesto, una fibra mineral también conocida como amianto. En el 2011, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires había comprado a Madrid los trenes CAF modelo 5000 que, aseguraban los trabajadores madrileños, estaban contaminados. El material no  podía usarse en la Argentina desde el 1 de enero de 2003, según puntualiza la resolución 823/2001 del Ministerio de Salud, que prohíbe “la producción, importación, comercialización y uso de fibras de asbesto de la variedad crisotilo”.

La prohibición toma en consideración la existencia de pruebas científicas concluyentes acerca de los efectos carcinogénicos de la exposición al asbesto. La Organización Mundial de la Salud (OMS) establece que “la aparición de los efectos crónicos por exposición al amianto es independiente de la dosis”. Por eso, aseguran, es imposible establecer límites seguros".

El asbesto, usado como aislante, por su resistencia y flexibilidad, durante muchos años fue empleado de manera extendida en la construcción de casas y edificios y en la fabricación de autopartes y barcos. También formaba parte de trajes de bomberos y de pilotos de Fórmula Uno. En la actualidad, su uso fue reemplazado por otros materiales como fibras de cerámica, fibras vítreas o de carbono. "Si bien no dejan de ser fibras, no generan tanta resistencia frente al organismo como el amianto y son eliminadas. No quedan dentro del cuerpo", explica Leticia Lescano, geóloga del Centro de Geología Aplicada, Agua y Medio Ambiente (CGAMA), que depende de la Universidad Nacional del Sur de Bahía Blanca y de la Comisión de Investigaciones Científicas (CIC) de la provincia de Buenos Aires.

Durante mucho tiempo los trabajadores del subte llevaron la ropa contaminada a sus casas. “Si bien no hay casos registrados en familiares de los trabajadores hasta el momento, la literatura científica habla de contaminación de los familiares porque las partículas del asbesto pueden ser transportadas a través de la ropa. Yo he tenido pacientes con enfermedades de la pleura porque tenían parientes que trabajaban en puestos de amianto. Eso está descrito. Por eso es importante que la vigilancia médica no sea solo para los trabajadores, sino también para su familia”, explica Lilian Capone, médica neumóloga, integrante del Instituto Vacarezza, dependiente de la UBA, y especialista en salud ocupacional.

El taller Rancagua está en Chacarita, debajo del parque Los Andes. Construido en 1930, fue pensado para depositar y arreglar los coches de la Línea B. Allí llegaron en 2011 los trenes CAF 5000 que habían sido comprados a Madrid. “Treinta y seis trenes, con la idea de que funcionaran dieciocho. Querían hacer tres formaciones de seis vagones. Como no andaban, porque en Madrid estaban fuera de circulación, había que desarmarlos para volver funcionales algunas de las unidades. Eso quiere decir que se les metió mucha mano, hubo mucha manipulación de parte nuestra”, explica Beto Pianelli, Secretario general de la Asociación Gremial de los Trabajadores del Subte y Premetro (AGTSyP). “Las personas de los talleres fueron las primeras que empezamos a analizar y donde se encuentra la mayor cantidad de gente enferma. Mientras pulían y soldaban las piezas contaminadas, inhalaban el asbesto”, agrega.

En 1991, antes de la prohibición, el Ministerio de Trabajo aprobó un protocolo para la manipulación del amianto que explicaba que las personas que estuvieran expuestas al material tenían que usar ropa que los protegiera, que debía ser suministrada y lavada por el empleador. También debían usar máscaras de protección específicas para amianto y estar en conocimiento de los riesgos que implicaba la exposición. Además, tenían que ser sometidos a estudios clínicos que incluyeron una espirometría anual y radiografías de tórax cada dos años. “Ni siquiera cumplían con la ley antes de la prohibición del amianto. Y cuando llegó la prohibición, mucho menos. Ahí hicieron algo maravilloso: trajeron más amianto”, dice Pianelli.

 

398

 

En junio de este año, el suizo Stephan Schmidheiny fue condenado por la Corte di Assise de Novara, en Italia, a doce años de prisión por la muerte de 398 personas a causa del amianto. El ex representante de la filial italiana de la empresa Eternit tuvo que pagar, además, indemnizaciones millonarias al municipio de Casale Monferrato, al Estado italiano y a familiares de las víctimas. Schmidheiny había estado a cargo de la empresa entre 1976 y 1983.

Durante mucho tiempo, Casale Monferrato fue conocida como “la ciudad de los techos blancos”. El polvo de amianto recubría las casas. Eternit eligió esta ciudad por su cercanía con la mina de amianto Balangero (una de las más importantes de Europa), la amplia disponibilidad de hormigón en la zona y su ubicación dentro del triángulo industrial de Génova, Turín y Milán. La planta, que ocupaba una superficie de 94.000 metros cuadrados, empezó a funcionar en 1907 y generó muchas controversias a causa de las enfermedades que comenzaron a aparecer entre los habitantes del pueblo.

El primer caso de asbestosis, una enfermedad ligada a la inhalación de asbesto, en un trabajador de la fábrica fue descubierto en 1943. Durante los años siguientes, los casos se multiplicaron y traspasaron los límites de la empresa: llegaron a familiares de los trabajadores. El amianto era traslado a sus casas a través de la ropa de quienes trabajaban con el material.

Con la llegada de Schmidheiny a la dirección de la empresa, en la década del ‘70 empezó una nueva práctica que no tardó en contaminar el aire de toda la zona: la trituración a cielo abierto de los descartes de amianto. El material, en forma de polvo, era reciclado y vendido a pobladores, que luego lo usaban para hacer arreglos en sus hogares. En 1986, y en medio de protestas de sindicatos y de habitantes de Monferrato y poblaciones cercanas alcanzadas por el polvo del amianto, la empresa decidió declararse en quiebra.

Según pudo comprobarse después, los directivos actuaron de manera deliberada: conocían los riesgos que implicaba la exposición de los trabajadores de la empresa y a los habitantes del lugar al amianto e intentaron ocultarlo. Como resultado, al menos dos mil personas murieron y otras miles se vieron directamente afectadas.

No bastó con que la empresa cerrara sus puertas para frenar los diagnósticos relacionados a la inhalación de asbesto: más de treinta años después, los habitantes de Monferrato y zonas aledañas que también fueron alcanzadas por el polvo se siguen enfermando.

 

latencia

 

“Las enfermedades que produce el amianto tienen un período de latencia de veinte, treinta o incluso cuarenta años. Por eso la vigilancia médica tiene que ser de por vida”, explica Lilian Capone. Poco tiempo después del inicio del conflicto en el subte, la médica atendió a trabajadores que presentaban patologías en la pleura. Entonces decidió comunicarse con el AGTSyP porque sospechó que la causa podía estar en el ambiente del trabajo. Me pidieron que evaluara radiografías de otros trabajadores realizadas por una empresa aseguradora de riesgos del trabajo (ART). Los informes de las placas decían ‘sin particularidades’ pero las imágenes eran de muy mala calidad. Tanto que no servían para hacer ningún tipo de evaluación", recuerda.

En ese momento se conformó una comisión médica y se comenzó a trabajar con una nueva ART. La aplicación del nuevo protocolo reveló la presencia de patologías respiratorias en muchos trabajadores. Hoy hay 84 personas afectadas por la inhalación del asbesto. Seis fueron diagnosticados con cáncer y tres fallecieron. Una de ellas ya estaba jubilada cuando desarrolló un cáncer de pulmón.

Además de las respiratorias, “hay otras enfermedades que también pueden asociarse a este material -advierte la médica-. Por ejemplo, se vio, especialmente en Estados Unidos, un avance de cánceres digestivos por ingestión de partículas que se encontraban en tanques de agua de fibrocemento. Lo que pasa es que en nuestro país no podemos unir eso con el amianto porque al paciente no se le pregunta por sus antecedentes. No se le pregunta dónde vivió, donde trabajó. No hay unidad de criterio”.

 

poner el cuerpo

 

El 7 de junio se realizó una audiencia pública en la Legislatura Porteña por la contaminación del subte. Daniel Fernández es uno de los trabajadores afectados que realizaba tareas en el Taller Rancagua. Trabajó veinte años en el subte. Después de una operación de pulmón, fue despedido por la empresa. “Se agarraron de una ley y está bien. Según la ley yo no podía seguir llevando adelante mis tareas por la incapacidad que tenía y me indemnizaron. Mañana cobro mi segunda jubilación. Pero me hubiera gustado que la empresa, en lugar de hacer eso, me hubiera dado la oportunidad aunque sea de hacer una jornada reducida y que yo pudiera seguir trabajando, sin que le quiten a mis hijos, que son menores, la obra social. Hoy tienen PAMI. Yo no quería generar conflictos ni exponer a mis compañeros. Pero me hubiera gustado seguir trabajando, como lo hice durante toda mi vida”, cuenta Fernández.

Claudio Garay trabajó en el subte durante treinta años y está afectado por neumoconiosis. Dice: “Saber el diagnóstico nos cambió la vida. Nos cambió la forma de pensar, nos sacaron el futuro. Afectó a mi familia. Hoy mis nietos están alertas: si el abuelo tose, si se agarra el pecho. Esto se podría haber evitado. Pero lo hicieron a propósito. Sabían que las flotas que compraban tenían asbesto”.

 

La aplicación del nuevo protocolo reveló la presencia de patologías respiratorias en muchos trabajadores. Hoy hay 84 personas afectadas por la inhalación del asbesto. Seis fueron diagnosticados con cáncer y tres fallecieron. Una de ellas ya estaba jubilada cuando desarrolló un cáncer de pulmón.

 

El manual técnico de los trenes CAF 5000 comprados a Madrid daba cuenta de que los vagones tenían dos planchas aislantes de amianto. “Cuando a la empresa le preguntaron por eso, dijeron que no habían tenido tiempo de leerlo”, relata Pianelli.

Jorge Pacci murió en marzo de 2021. En octubre del año anterior, Metrovías había reconocido que poseía una enfermedad profesional por la exposición a las fibras de amianto. Un mesotelioma pleural. “Un cáncer por asbesto clarísimo”, dice Pianelli. Había empezado a trabajar en el subte en el 2013. “Los primeros cuatro años limpiaba trenes. Hay gente que limpia trenes hace veinte años. Él era deportista y no fumaba, pero su cuerpo reaccionó así. Analizamos toda su historia. En ningún lado había estado expuesto al asbesto excepto acá. Fuimos a su trabajo anterior; no había asbesto. Se lo agarró acá”.

 

apenas un soplido

 

“El primer objetivo que nos propusimos fue poner a todos los compañeros en vigilancia médica. Hasta ese momento no sabíamos quiénes estaban enfermos y quiénes no. Los datos que tenemos ahora son de los últimos tres años. No sabemos cuántos compañeros se enfermaron o murieron antes. Hoy tenemos a 2.200 compañeros en vigilancia médica y queremos extenderlo al resto de los 4.000 trabajadores que hay en el subte”, asegura Pianelli.

Él cuenta que primero tuvieron que sacar las piezas que decían los españoles que tenían asbesto y mandar a analizarlas a Bahía Blanca. En ese momento, el subte era administrado por Sbase y Metrovías (desde diciembre de 2021 es gestionado por Emova Movilidad S.A., perteneciente al grupo local Benito Roggio Transporte, asociado con Metrovías, y Sbase). “¿Y sabés cómo llegamos a que ellos reconozcan que hay asbesto? Les hicimos tres paros. Recién al tercer paro logramos que se generara una comisión para investigar lo que estaba pasando. Pero no funcionó rápido”, dice Pianelli.

Las conclusiones del primer informe de marzo del 2018, realizado sobre cuatro muestras dicen: “Contiene minerales del grupo de los asbestos de la variedad crisotilo” y “contiene abundantes fibras de asbestos variedad crisotilo”. Ese mismo mes llegaron los resultados hechos a los trenes Nagoya 300 de la línea C y los trenes Gee de la línea E, donde también analizaron las escaleras mecánicas. Todas dieron positivo. Los trabajadores decidieron también analizar las series 100, 200 y 5000 de los trenes Nagoya. Todos tenían. El último de la serie “había sido comprado a Japón en 2015, cuando ya estaba prohibido” dice Pianelli. Pronto comprobaron que también los coches Caf 6000, Siemens, Fiat y la Brugeoise tenían asbesto. La confirmación de la presencia del material llegó al premetro y a más instalaciones fijas de las estaciones.

 

El material también está en instalaciones fijas del subte, como depósitos de baños, paredes y techos. Hasta el momento fueron removidas noventa toneladas, pero estiman que faltan alrededor de doscientas. “Pero eso va a llevar mucho tiempo. Entonces, si vamos a seguir expuestos, tenemos que reducir la exposición. Y eso es trabajando menos”, explica Pianelli.

 

Cuando la geóloga Leticia Lescano llegó al laboratorio en Bahía Blanca en busca de un tema de investigación para su tesis doctoral, le sugirieron que estudiara el asbesto: “algo bastante nuevo y actual”, recuerda. En el 2018, los trabajadores del subte la contactaron para que analizara las piezas de los trenes. Después Metrovías contrató a empresas privadas y la mayoría de los resultados dieron igual. “No hay dudas al respecto”, afirma.

Las partículas de asbesto son microscópicas. “Pueden estar en el aire siempre. Un soplido o un viento las puede volver a levantar. Y un ambiente cerrado es óptimo para siempre estén dando vueltas”, explica Lescano. “El subte de Buenos Aires no tiene ventilación forzada”, agrega Pianelli. 

Puede estar en las paredes, en los techos, recubriendo caños o en tanques de agua. Se lo suele encontrar en edificios viejos. Visto desde un microscopio, aparece como una maraña de fibras con un material aglutinante (que puede ser cemento) que lo prensa. A medida que pasan los años, el material puede empezar a desgastarse y a liberar partículas. “Para demoler un edificio tiene que existir una constancia de que no tenga amianto porque las nubes de polvo que se generan son muy grandes”, describe Lescano.

 

reducir la exposición

El segundo objetivo que se propusieron los trabajadores del subte fue sacarlo. Hoy quedan trenes con asbesto en circulación en las líneas E y B. El material también está en instalaciones fijas del subte, como depósitos de baños, paredes y techos “El techo más conocido o, mejor dicho, el que ve todo el mundo sin saber que contiene amianto, es el de la salida del subte de la estación Primera Junta de la línea A, en Caballito. Está hecho de fibrocemento y se está descomponiendo”, relata Pianelli. Hasta el momento fueron removidas noventa toneladas, pero estiman que faltan alrededor de doscientas. “Pero eso va a llevar mucho tiempo. Entonces, si vamos a seguir expuestos, tenemos que reducir la exposición. Y eso es trabajando menos”, explica.

Los trabajadores del subte reclaman una reducción de la carga horaria semanal (que en la actualidad es de 36 horas, con un franco) a 30 horas, distribuidas en cinco días de la semana. “Eso no va a impedir que compañeros que estuvieron trabajando con este material tóxico durante veinte o veinticinco años puedan enfermarse. Porque hay algo que no podemos resolver y genera un daño irreversible: nos hicieron trabajar con un material que es cancerígeno, que estaba prohibido y no nos lo dijeron. No había forma de protegernos, pero ni siquiera nos monitorean para ver si estábamos enfermos”

En los trabajos de remoción del asbesto, las personas encargadas de llevar a cabo las tareas (que forman parte de una empresa privada autorizada por la Agencia de Protección Ambiental del GCBA) deben vestirse con mamelucos descartables y contar con una máscara protectora vidriada con filtros. El lugar debe aislarse para impedir que los residuos contaminen el exterior. El amianto es tratado como un residuo peligroso: se saca mediante presión negativa y luego es trasladado a un relleno ubicado en San Lorenzo, en la provincia de Santa Fe, donde es enterrado.

“Cuando empezamos a analizar el Mitsubishi, que circula en la línea B, vimos que tenía un montón de asbesto, más que el 5000, porque era más viejo. Tenía 60 años, era de los años ‘50. El asbesto estaba hasta en la pintura y todavía permanece ahí hasta hoy. No se lo puede sacar: cuando rasqueteás, generás contaminación y el daño es mayor. A esos trenes hay que sacarlos de circulación y enterrarlos. Pero no los sacan de circulación porque no hay otros que lo reemplacen. Los trenes que están en las otras líneas no entran en esas vías y tienen que licitar. Firmaron cuatro actas diciendo que iban a licitar pero nunca lo hicieron. Además, una vez que liciten, la empresa que gane va a tardar tres o cuatro años en traer los trenes, porque los tienen que hacer. Y ese es uno de los puntos fuertes de este conflicto”, explica Pianelli.

Los trabajadores llegaron a la Justicia por una causa ambiental. La empresa y el gobierno de la ciudad apelaron pero la cámara ratificó el fallo. Según la Justicia, todos los trabajadores, inclusive aquellos que ahora están jubilados, tienen que hacerse estudios y tener un seguimiento médico. Pero aseguran que no se cumple con eso. Además, el fallo dice que hay que sacar todo el asbesto. Y denuncian que algunos de los coches incorporados en el último tiempo al subte de Buenos Aires, como los Alstom de las líneas H, D y E y los CNR de las líneas A y C todavía no fueron analizados. “Supuestamente no tienen asbesto porque son nuevos, pero nunca nos dejaron muestrearlos” dice Pianelli.

Las enfermedades profesionales quedan registradas en la Superintendencia de Riesgos del Trabajo, que depende del Ministerio de Trabajo. El Decreto N° 658/96 incorporó una serie de enfermedades producidas por su inhalación al Listado de Enfermedades Profesionales. “Ahora se está haciendo un trabajo muy organizado y dentro de la normativa, pero hemos visto que hay trabajadores que hace diez años fueron operados por cáncer de pulmón y eso no quedó registrado como una enfermedad profesional. Al no quedar registrado no existe. Y en eso tiene mucho que ver la complicidad de las empresas con la ART. Hoy podemos decir que estamos trabajando muy bien ese tema, recibimos los estudios, los vemos, nos sentamos a discutirlos”, relata Capone y concluye: “Nuestro país necesita una política preventiva relacionada con las enfermedades laborales. Todavía no lo tenemos porque es un sistema de riesgo que está privatizado”.

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