Un hilo invisible une a Carolina Serrano, aquella inexperta guerrillera montonera que escondía detrás del alias a una joven de la altísima sociedad porteña, con Patricia Bullrich Luro Pueyrredón, la actual ministra de Seguridad de la Nación.
Ese hilo conecta los dos extremos de un recorrido que desde lejos parece contradictorio, pero que tiene una lógica interna vinculada a la personalidad y a la ambición política de Bullrich. Quienes la conocen desde hace décadas, quienes la acompañaron en alguna de las decisiones que la depositaron en el gabinete de Mauricio Macri, lo saben. Ese hilo traza un recorrido sinuoso, pero su fibra permanece intacta a lo largo del camino. Y en ese núcleo se revela la lógica del cambio: la apuesta altísima, fuerte, siempre a todo o nada.
Fue a todo o nada la decisión de unirse a una organización armada para enfrentar a la dictadura militar. Y fueron a todo o nada cada una de las siguientes decisiones de su vida política. A ganar o morir. La última, cuando eligió a ojos cerrados creerles a los 35 gendarmes que participaron de la represión que terminó con la muerte de Santiago Maldonado. “Nos jugamos en la ruleta a confiar en Gendarmería. Y salió bien”, reconoció uno de sus funcionarios más cercanos en diálogo con crisis.
juventud divino tesoro
Bullrich tiene 62 años. Es bisnieta de Honorio Pueyrredón, canciller de Hipólito Yrigoyen. Y define a su familia como “gorila”. En 1971, cuando tenía 15, se unió a la Juventud Peronista (JP). Esa es la única
militancia en el peronismo de los setenta que hoy reconoce. Niega su paso por Montoneros, aunque existió.
En 2003, el partido político que fundó (y que no dudó en disolver quince años después, cuando decidió sumarse al PRO) editó un libro autobiográfico en el que cuenta cómo desde la infancia comenzó a percibir las desigualdades sociales en el trato entre ella, sus hermanos y sus primos, y los hijos de los peones que trabajaban en el campo de su bisabuelo en Los Toldos. Esa conciencia la llevó a unirse a la JP, dice allí. No le importó perderse el primer Campeonato del Mundo de hockey sobre césped, en Alemania, para el cual había sido seleccionada como integrante del equipo argentino. Para la misma época, se jacta, llevó a su prima, Fabiana Cantilo, a su primer recital. Vieron a Pescado Rabioso. Y Fabiana se enamoró del rock.
Llegó a la JP por interés personal y por algunos vínculos familiares. En los tempranos 70, por el living de su casa pasaban con frecuencia Héctor Cámpora, Rodolfo Galimberti (novio de su hermana Julieta)
y Juan Manuel Abal Medina (padre). Empezó militando en una Unidad Básica del Abasto. Estuvo en Ezeiza el día del regreso de Perón. Escribía, cantaba y recitaba “Perón-Evita, la Patria Socialista”. Y se fue de la Plaza junto al resto de sus compañeros cuando el líder los llamó imberbes.
Estuvo seis meses detenida en el 75 por pintar con aerosol la puerta de la Facultad de Filosofía. Tenía 18. Cuando salió, fue cajera en Cheburguer y se afilió a Gastronómicos.
Fue entonces cuando la hoy ministra de Seguridad estuvo muy cerca de participar de una ejecución. En 1976 se presentó a una cita para organizar el asesinato de un ejecutivo de Sudamérica Textil (Sudamtex), según pudo establecer el periodista Ricardo “Patán” Ragendorfer. “Resulta que cuando ella llega a la cita, con unos minutos de retraso, se había filtrado el lugar del encuentro y se convierte en una ratonera. Los matan a todos menos a ella. Entre otros estaban el Gordo (Miguel Francisco) Lizaso, Cristian Caretti”, detalla Ragendorfer. Al menos en esa operación armada ella estaba dispuesta a participar. A todo o nada.
Eso no significa que fuera una integrante clave de Montoneros ni mucho menos. “Diría que su grado militar era cuñada primera”, ironiza Ragendorfer, en alusión a la pareja de su hermana Julieta y Galimberti, entonces jefe de la Columna Norte de Montoneros. “Ella formaba parte de la estructura de Montoneros cuando la organización estaba en desbandada. En otras épocas no hubiera sido así. Ella era muy jovencita. Tenía un nivel político bajísimo y un nivel militar paupérrimo”, la dispensa.
Con el Golpe de Estado se fue del país.
El exilio la paseó por Brasil, México, España (adonde organizó grupos de denuncia de la dictadura argentina) y Cuba. Allí se enfrentó, en el Congreso Mundial de la Juventud, con la delegación del Partido Comunista argentino. En el 79 regresó al país con un documento falso pero rápidamente volvió a exiliarse en Brasil, adonde trabajó como secretaria de Guillermo O´Donnell. Se movía junto a su primer esposo, Marcelo “Pancho” Langieri, integrante de Montoneros. Con él tuvo a su único hijo: Francisco. Con la Guerra de Malvinas regresó al país y nuevamente la detuvieron. Pasó 48 horas en Coordinación Federal. La defendió Alicia Oliveira y, una vez libre, volvió a salir del país, aunque regresaría pocas semanas después, ya de manera definitiva para militar por Ítalo Luder y por Antonio Cafiero.
A mediados de 1984 fue la primera oradora en el acto de la JP en el Luna Park. Cargó contra el presidente Raúl Alfonsín. “Dije que no tenía proyecto de país, que no sabía adónde iba, que el país iba a terminar mal”, recordaría sobre aquel discurso veinte años después. Algunos de los oradores invitados (Carlos Menem, Ramón Saadi) se agarraron la cabeza al escucharla. Ella no se inmutó. Apostó fuerte contra el alfonsinismo triunfante. Le dolía el componente gorila de los radicales. La enfurecía aquel cantito de “no tienen cuarto grado y nos quieren gobernar”.
Hasta 1989 operó como una dirigente del peronismo porteño de cierta relevancia. Ese año fue parte de la oposición interna a Carlos Grosso. El mismo que hoy, treinta años más tarde, oficia de asesor sin despacho de su jefe político, Mauricio Macri.
En el 93, a los 37 años, fue electa por primera vez diputada nacional. Se integró a la bancada del PJ. Dos años después rompió con el partido, en el mismo momento en que se fueron del bloque Gustavo Béliz y Jorge Argüello, entre otros. De aquella época data su ¿única? foto con Néstor Kirchner. Ella, él, Béliz, Argüello y Enrique Rodríguez se muestran sonrientes, tomados de las manos y levantando los brazos, celebrando durante la campaña en la que buscó y consiguió ser estatuyente de la Ciudad de Buenos Aires. Fue la misma época en la que decidió armar su propia fuerza política, Unión Por Todos. Para
entonces tenía casi 40 años y con ese gesto ponía fin a una militancia de 24 años en el justicialismo. Dos décadas y media en las que intentó y logró escalar posiciones en el peronismo porteño, hasta llegar como su representante al Congreso de la Nación. Hoy dice que ese cuarto de siglo fue “un error de juventud”. Y que el peronismo es un problema para la Argentina.
a dónde más vas a ir
Bullrich se mantuvo siempre atenta a la repercusión mediática de sus acciones políticas. Cómo los medios registran sus pasos es uno de sus principales temas de interés cotidiano. Por ejemplo, de todas
sus intervenciones públicas con la JP, subraya aquella vez en que junto a algunos compañeros irrumpieron en el primer navío inglés que iba hacia las Malvinas desde Montevideo. “Tratamos de subir
a bordo y de tomar el buque, lo que por supuesto fue impedido por los marineros”, le contó al periodista Albino Gómez. Hasta allí, algo menor. “Pero –agregó– logramos salir en la tapa de los diarios de casi todo el mundo, incluso Japón, ya que el día anterior habíamos anunciado a algunos periodistas amigos lo que nos proponíamos hacer”. El mismo resultado destacó de su brevísimo paso por las gestiones de Juanjo Álvarez en Hurlingham y en la provincia de Buenos Aires (sus primeros pasos en el rubro de las políticas de seguridad): su principal recuerdo son los buenos editoriales que le dedicaron entonces Clarín y La Nación.
Las acciones de alto impacto mediático como forma de construcción de su figura y la visibilización de las mismas a través de periodistas afines son desde aquel tiempo dos de sus principales herramientas políticas. Maridan con su estilo de a todo o nada.
En el 99, con la Alianza en la cresta de la ola, se sumó al gobierno de Fernando De la Rúa como secretaria de Política Criminal y Asuntos Penitenciarios. Su primer cargo nacional. Meses después, De
la Rúa la designó ministra de Trabajo. El nombramiento llegó el mismo día en que el gobierno comenzaba a caer. Enseguida de la jura de Bullrich, renunciaba Chacho Álvarez. Su gestión como ministra de Trabajo llevó la peor de las malas noticias al pueblo trabajador: un recorte del 13% para los empleados públicos y jubilados que ganaban más de $500, combinado con una suba de impuestos. Aplicó además la reforma laboral conocida como “Ley Banelco” y apostó por una pelea sin cuartel
contra lo que consideraba “el poder corporativo” de los sindicatos. Confrontó con los trabajadores, los jubilados y los sindicalistas. Un shock de desperonización contundente, intenso y total. Un mes antes de la caída del gobierno, y tras convertirse por quince días en titular del efímero Ministerio de Seguridad Social, renunció.
Sus años siguientes quedaron, sin embargo, atados a la Alianza residual y a la UCR, partido al que siempre se negó a sumarse. Fue candidata porteña en sociedad con Ricardo López Murphy, diputada aliada con la Coalición Cívica de Elisa Carrió y, finalmente, primera diputada electa por la Ciudad en representación de Cambiemos.
Cuando cerró su pase al PRO y accedió a encabezar la boleta porteña obtuvo de boca de Macri la promesa de que sería jefa del bloque amarillo en la Cámara baja. No llegó a asumir. “No te voy a poder cumplir –le anunció el presidente horas después de ganar el ballotage–. Te necesito de ministra de Seguridad”. Aceptó.
Se convirtió en la integrante del gabinete con más visibilidad del gobierno de Mauricio Macri. Fue protagonista clave de hitos de la gestión y el presidente la tiene en altísima estima aún cuando (¿o porque?) es la responsable de que varios organismos internacionales de derechos humanos lo critiquen abiertamente.
Con una inversión mínima en software, desarrolló un equipo de monitoreo de redes que suele ganarle a los títulos de los diarios. Su ministerio tiene varias historias de jóvenes presos por postear amenazas virtuales contra el presidente. Uno de ellos, incluso, por tuitear una canción de cancha.
Esa impronta es clave para la gestión nacional. Sin dudas, además de por su fracaso en la gestión de la economía, el gobierno de Macri será recordado por su política de seguridad. Y, particularmente, por las muertes de Santiago Maldonado y de Rafael Nahuel, y por el respaldo al policía Luis Chocobar, acusado de gatillo fácil. Tres episodios en los que la impronta Bullrich fue clave: a todo o nada.
Cuando hablan de Santiago los funcionarios del ministerio de Seguridad paladean un sabor a revancha. Se refieren a él por el apellido, Maldonado a secas. Y contrastan las denuncias de una desaparición
forzada con lo que, consideran, fue finalmente algo aceptable dentro de los parámetros de un operativo de las fuerzas de seguridad. “La mayoría de los periodistas creían que se lo habían llevado”, enfatiza uno de los integrantes del equipo de Bullrich que la acompañó durante esos 77 días en los que nadie sabía qué había pasado con Santiago. Ni la sociedad ni el gobierno. Nadie sabía.
protagonista clave de hitos de la gestión y el presidente la tiene en altísima estima aún cuando (¿o porque?) es la responsable de que varios organismos de derechos humanos lo critiquen abiertamente.
El ministerio vivió esos dos meses y medio en la incertidumbre total. Bullrich salió desde el primer momento a bancar a la Gendarmería y públicamente nunca claudicó. Internamente, sin embargo, la certeza no era tal. “Fueron 87 días tremendos [Santiago estuvo desaparecido 77 días]. Nosotros los apretamos a los gendarmes que participaron del operativo. Les hacíamos casi una tortura psicológica”,
admitió ante crisis un encumbrado funcionario que, además, se mostró sorprendido porque la Procuraduría Contra la Violencia Institucional denunció al ministerio por aquellos interrogatorios. “¡Nos metieron una denuncia de violencia institucional! ¡Mientras otro organismo de la Procuración
denunciaba la desaparición forzada! ¡De no creer!”. La sorpresa en su cara parece genuina.
En ese contexto, Bullrich fue citada ante el Congreso, adonde fue a exponer los detalles del operativo. Santiago aún no aparecía. El 7 de agosto, Horacio Verbitsky titulaba su nota en el diario Página/12: “Macri ya tiene su desaparecido”. Esa acusación y las denuncias de la comunidad mapuche, asegurando haber visto cómo los gendarmes se llevaban un bulto que podría haber sido Santiago en la parte de atrás de una camioneta, quedaron grabadas a fuego en cada integrante del Ministerio. Que Santiago haya aparecido ahogado resultó para ellos una especie de redención. “Nos comimos un montón de Plazas de Mayo. Y el último día, con la autopsia, nosotros estábamos preocupados de que le descubrieran un empujón. Pero pasamos de la desaparición forzada a un empujón. Un empujón hay todos los días. Está mal, pero no llenás la Plaza de Mayo ni me hacés una campaña internacional por un empujón”. Casi como cantar victoria.
La observación de que la Gendarmería no debió haber entrado a ese predio pues solo tenía orden para desalojar la ruta y nada más, no hace mella en el equipo de Bullrich. “Primero era un desaparecido. Después lo habían escondido y lo pusieron en el lugar. Después le tiraron una piedra. Después lo ahogaron. Después entraron ilegalmente al predio. Después lo corrieron. Y sí. Siempre va a haber un motivo”, recopila uno de sus integrantes.
Que a los gendarmes llegaran a aplicarles “casi una tortura psicológica” para que cuenten lo sucedido delata una incertidumbre que públicamente Bullrich jamás manifestó. ¿Por qué respaldar tan rápido y a ciegas a una fuerza de seguridad a la que después hay que hacerle “casi una tortura psicológica” para confiar en que dice la verdad?
“Y… nos jugamos en la ruleta a confiar en Gendarmería, cuando en realidad el manual te dice ‘separá a los 35 gendarmes, investigá’ y después ves que hacés”, admite una persona de su entorno más cercano. Lo que dicta el manual suena lógico. ¿Por qué no lo aplicaron? “No lo hicimos porque eso era replicar el modelo”. No apartaron a los gendarmes hasta esclarecer la situación porque eso era lo que hacía el kirchnerismo.
“Ella era consciente de que si le salía mal se iba. Pero si le salía bien está donde está hoy en la consideración pública y en la consideración del presidente. Se jugó todo su capital político a un número. Eso fue lo que hizo. Y ese número salió”. No es eso una anomalía en su historia política, sino la norma. “¿Cuántas veces tenés la oportunidad de hacer eso? Chocobar es eso. Nahuel es eso. Maldonado es eso. Moyano es eso”, recopila quien trabaja codo a codo con la ministra desde hace años.
Hoy el despunte de la campaña presidencial la encuentra envuelta en un nuevo escándalo. Esta vez, por sus vínculos con el ¿espía? Marcelo D´Alessio. En el ministerio dicen que solo lo recibió una vez, por pedido de un conocido de ambos. En esa reunión, aseguran, D´Alessio le pidió trabajo. Ella lo escuchó y no volvió, dicen, a recibirlo. Nunca lo contrató, aseguran. Las imágenes difundidas en los últimos días, sin embargo, no la ayudan. En un video se la ve compartiendo con él al menos un operativo de seguridad, durante la detención del exjefe de Hinchadas Unidas Marcelo Mallo.
Aun así, mantiene sus aspiraciones. Quiere ser la compañera de fórmula de Mauricio Macri en la búsqueda de la reelección. Hace números. Bullrich se siente una integrante más de la familia de las fuerzas de seguridad. Una familia que en provincia de Buenos Aires tiene 100.000 agentes, que en la Ciudad tiene 80.000 y que en el resto del país tiene 150.000. Son, entiende, 230.000 personas que la quieren y que pueden contagiar ese sentimiento a otras tres o cuatro personas de su entorno familiar. “Son un millón de personas para las cuales ella es Gardel y Lepera”, observa un analista de sus últimos movimientos.
Una versión algo extendida la señala como la ministra de mejor imagen del gabinete. Es una verdad a medias. Según la Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública de marzo de la Universidad de San
Andrés, su imagen positiva es la más alta entre los ministros, con un 41% de consideraciones favorables; pero su imagen negativa también es una de las más altas. El 59% de los encuestados opinó mal de ella.
Una candidatura a vicepresidenta, evalúa, sería una buena forma de comenzar a terminar su larga y variada vida política. “Por supuesto que es más divertido, más emocionante, más útil gestionar el ministerio. Ahora, vos pensá en una persona de 62 años que fue constituyente porteña, ministra de Trabajo, de Seguridad, secretaria de Asuntos Penitenciarios, diputada... ¿Cuál es el corolario de tu vida política? ¿Adónde vas a ir?”, recopila un funcionario de diálogo diario con la ministra.
El tema no la desvela, pero está presente. No la desalientan las lecturas que ofrece Jaime Durán Barba, quien señala que la imagen de Bullrich no le agrega ninguna cualidad que Macri necesite para crecer en intención de voto. Cree que la encerrona electoral en la que se encuentra el gobierno (con una estrategia más cercana al control de daños que al crecimiento, enfocado en solidificar a su electorado antes que en conquistar apoyos nuevos) la beneficia y la muestra como la candidata ideal para acompañar al presidente. Ella apuesta.