H ambre para hoy pan para mañana es la consigna que nos gobierna. La fórmula no es original, sí el acatamiento que consigue entre los perjudicados por el rumbo macroecónomico. Y es que un nuevo mantra lubrica al sistema político argentino: el apego a la gobernabilidad.
Viejos y nuevos actores de reparto acuden a cumplir su papel secundario en una escena en la que nadie cree pero a la que casi todos prestan consentimiento. El objetivo que persiguen es evitar la crisis, o más precisamente “que no se pudra”, y a duras penas conservar los pequeños privilegios que supone pertenecer.
Esta concertación sui géneris que involucra al ejecutivo y a una chiclosa mayoría legislativa, a los leones hervíboros sindicales y a los ya maduros movimientos sociales, aunque no logra entusiasmar a los siempre esquivos empresarios, es digitada desde dos terminales distintas, como en un ajedrez estratégico: la primera, estridente, son los medios de comunicación más concentrados, que no cesan de descorchar champán; la segunda, ubicua, el nuevo poder pastoral que emana del Vaticano, donde se lían ciertos nudos marineros de la trenza geopolítica.
Pero el gran acuerdo es precario, si atendemos a su base material: el consumo como síntesis y condensación de los derechos humanos y sociales. El hilo secreto que comunica al ciclo político que se fue con el que está en vías de consolidación. Todos unidos consumiremos es la promesa policlasista, siempre que las reyertas por la redistribución de la riqueza logren ser amortiguadas.
Para disolver estas tensiones que suelen derivar en una intensa conflictividad, cada gobierno hace uso de la caja de herramientas que ofrece el sistema financiero. Ayer fueron los excedentes que brotaban del consenso de los commodities, traducidos en subsidios que derramaron sobre los sectores populares, los empresarios amigos y no tanto, las provincias, los municipios y mas allá. Hoy la llave maestra es la deuda, para los estados en todos sus niveles, y para la población en su conjunto, sin distinción de clase ni raza, porque un plástico no se le niega a nadie.
El consumo es el lenguaje contemporáneo donde se dirimen las luchas sociales y también el terreno donde se negocia la servidumbre voluntaria de las mayorías. Ninguna moral puede negar esta evidencia de los tiempos. Si la derecha ha conseguido construir una nueva hegemonía es porque comprendió mejor que nadie cómo funcionan los algoritmos que organizan el sentido en nuestra comunidad desollada. Si la oposición sigue aturdida, ya sea peronista o de izquierda, es porque insiste en hablar el idioma del siglo XX, sirviéndose de significaciones conservadoras acerca del trabajo y la soberanía.
Todavía no contamos con las herramientas de lectura que nos permitan calibrar las contradicciones entre las formas desterritorializadas, hiperexplotadoras y protomonopólicas que incuba el capital puntocom, y las necesidades de legitimación de instituciones cada vez más incapaces de articular políticas de desarrollo a mediano plazo. Pero lo cierto es que el gobierno de Cambiemos enfrenta la encrucijada de haber prometido una modernización liberal que sería conducida desde el Estado, y se debate entre aplicar su recetario ideológico o ceder antes el canto de las sirenas neopopulistas. Algo similar ocurre entre “la gente”: si de la boca para afuera añoramos la cultura del trabajo, nuestras subjetividades adhieren al consumo y sus valores de impersonalidad, fluidez y eficacia a la hora de realizar las transacciones. Mucho se habló de la incapacidad del macrismo para comunicar la pertinencia del ajuste, pero es hora de ir asumiendo que quizás esas formas de comunicación banal, fascistoides en su amable hipocresía y vacías de contenido, son los que sostienen el cartón pintado de una modernización que depende de la tómbola financiera y el disciplinamiento salvaje de la fuerza laboral.
La contracara del bienestar que ofrece el consumo no es solo el recorte del poder de compra de los ciudadanos. Es también la violencia. Sobre la naturaleza, sobre los tejidos comunitarios urbanos, y sobre todo cuerpo que exprese el malestar de una sociedad constreñida. El regreso del hombre y la mujer hiperendeudados, en el caso de que nuestros gobernantes consigan el beneplácito de los financistas globales, desplazará el ajuste hacia un futuro brumoso, y tal vez redoble la furia contenida. Estamos en manos de Donald Trump.
El acontecimiento del 19 de octubre último, cuando se celebró el Primer Paro Nacional de Mujeres de la historia argentina, junto a la inédita movilización de #Niunamenos, abre un potente desafío hacia el futuro. Entre la fuerza de la política feminista y el contrapeso plebeyo a los intentos por imponer una nueva gobernabilidad conservadora, se juega el destino de esta larga marcha democrática hacia la austeridad y el garrote.