¿Alguien quiere pensar en el cine argentino? | Revista Crisis
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¿Alguien quiere pensar en el cine argentino?
El cine nacional no queda exento de la embestida que pretenden instalar el DNU y la Ley Ómnibus del gobierno libertario. Amenazada su autonomía, el INCAA, a manos de un difuso ministerio de Capital Humano, se convierte en un interrogante más que corre de eje discusiones pendientes que el sector arrastraba de años atrás. El futuro es un acertijo para el séptimo arte nacional y varias voces se preguntan cuál será la resolución para tamaño interrogante en un contexto donde los tijeretazos vienen de todos lados.
Ilustraciones: Panchopepe
09 de Enero de 2024

 

Luego de amenazar con su sonido durante meses, de mostrarla en actos hasta convertirla en fetiche, la motosierra empieza a trabajar. No se habla de reforma del Estado, como en 1989, porque no hay nada que reformar, por eso tampoco se muestran otras herramientas más sutiles, para operaciones complejas, como la cirugía mayor sin anestesia anunciada por Carlos Menem ese mismo año. El viaje hacia la libertad empieza con la llamada ley omnibus y tiene un asiento reservado para el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. Según se dio a conocer a fin de año pasado, diferentes medidas le quitarán ingresos al Fondo de Fomento Cinematográfico hasta prácticamente desactivarlo. También se profundizará la centralidad del presidente con un Consejo Asesor achicado, todo lo contrario a lo que venía reclamando el sector audiovisual (más integrantes, más federalismo). De a poco, empieza a cumplirse lo prometido en campaña, cuando Javier Milei anunció el cierre del INCAA porque generaba déficit.

El Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM, ex Comfer), entre otras tareas, se encarga de cobrar impuestos a los canales de televisión. Hasta ahora, el 25% de lo recaudado iba para el INCAA y esa era la principal fuente del Fondo, ya no será así, como tampoco seguirá recibiendo el 10% del precio de venta o “locación de todo videograma grabado”. Sólo permanecería el 10% sobre el precio básico de las entradas de cine. Además, no habrá un presupuesto fijo sino que los fondos para el fomento surgirán de los recursos que “determine el Presupuesto Nacional”. El cartel de “fin” escrito con una motosierra podría ser el último fotograma del sector audiovisual argentino si se mantiene lo anunciado.

La ley omnibus arrollaría también otros intentos por emparejar la competencia con las plataformas internacionales, como la cuota de pantalla o el acceso a subsidios para productores independientes. La desfinanciación alcanzaría a la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC), que tiene sedes en distintos puntos del país, con lo cual el golpe para el audiovisual no sólo es durísimo para el presente sino que directamente se cierra como horizonte posible para nuevas generaciones.

En este contexto, los trabajadores de la actividad audiovisual argentina se defienden, salen a las calles, reflexionan y se preguntan cómo seguir, por dónde, con quién. “La primera pregunta que necesitamos responder es qué política cultural y cinematográfica va a tener este país”, reflexiona Alejandra Marino, directora de Ojos de arena y Hacer la vida, entre otras que guionó y produjo. “Hacer cine siempre fue un desafío y una manera de resistir. Más allá de que tenemos que pensar en políticas de cuota de pantalla con las plataformas, en mejorar las vías de distribución y exhibición, la discusión prioritaria va a ser si podemos hacer cine”.

En este sentido, Marcelo Piñeyro (director de Tango feroz, Plata quemada y tantas más) entiende que la posibilidad de filmar películas es, en realidad, una de las oportunidades que tiene una sociedad de expresarse y eso se perdería con el cierre. “La cinematografía es un derecho de todos, no de los que hacemos cine, nosotros somos el instrumento. La sociedad ha elegido tener ciertos relatos y dentro de ellos está el cine, donde se expresan fantasías, temores, historias, amores, modos de divertirse, y mucho más. A veces se confunden los términos y pareciera que la existencia del INCAA respondiera a privilegios de los que hacemos cine y en realidad es un derecho”.

 

Cómo llegar a los públicos

 

La emergencia que plantea el posible cierre del INCAA reabre la discusión sobre cómo se llevaron adelante las políticas de algunos puntos clave, como la exhibición. La actividad audiovisual argentina, mes a mes, durante los últimos años, produjo una cantidad de películas que, salvo excepciones comerciales, no lograron entrar en los grandes complejos. La exhibición se da, fugazmente, en las pantallas propias, las de los espacios INCAA, aunque resulta dificultoso redireccionar los públicos hacia allí, ya sea con entradas baratas, películas de festivales o funciones gratuitas. Algo similar sucede en la plataforma Cine.Ar: miles de títulos están al alcance y sin costo, aunque con algunas deficiencias técnicas, pero las audiencias parecieran no enterarse, o no interesarse demasiado. Uno de los desafíos que surgen para un futuro inmediato sería reordenar los recursos ya existentes si es que logran salvarse de la motosierra. Benjamín Ávila (director de Infancia clandestina, entre otras) grafica la situación: “La palabra “industria” tiene más que ver con una ilusión que con una realidad. En términos de producción somos una industria, como muy pocos países tenemos una ley que permite que el Estado financie el audiovisual. Hace más de veinte años que el audiovisual argentino es fuerte y tiene presencia en festivales. Uno de los problemas, sin embargo, es que no llegamos al público. Por un lado, tiene que ver con el vínculo de la gente con el cine argentino y por otro con el poco espacio que tenemos en determinadas plataformas”.

Si alguna vez, como recuerda Piñeyro, el cine fue un ámbito en el que crecieron discusiones políticas, en el que los debates podían accionar en alguna esfera de la realidad, el traspaso a la reproducción hogareña, entre otros cambios, fue apagando ese hábito, ese punto de encuentro. Las plataformas pasan a ser la puerta de acceso al público pero, como en el caso de Cine.Ar, no alcanza con el catálogo, la interfaz o el precio: la gente tiene que mover la flechita y apretar “Play”. Y para que eso suceda, hay instancias previas que encierran mecanismos en los que se puede ver cómo funciona el poder en esta época. Una de ellas es el acceso a Internet y sus nuevas posibilidades, como el 5G. “La concentración del poder en pocas manos viene creciendo en los últimos años, no sólo en el cine, creo que es la explicación de muchos males. Las plataformas más vistas son internacionales y son pocas, no más de doce, seguramente en poco tiempo sean menos porque se matan entre ellas. Están viendo que la producción local les viene bien para aumentar abonados. La decisión de los proyectos está cada vez en menos manos y eso también es grave, todo esto va en contra de la diversidad de miradas, que para mi es un elemento esencial en el cine”, opinó Piñeyro.

Además de las series, los documentales y las ficciones, las plataformas, según Ávila, están impulsando un elemento que hasta ahora no estaba tan instalado en la región y que es un star system. “Como coproductores de contenido, apuestan a algunas estéticas y trabajan sobre los lugares más tradicionales, a partir de ahí se está generando un star system que logra que artistas, actrices, actores de América Latina tengan un lugar de reconocimiento fuerte. Eso se ha hecho desde la Unión Soviética hasta Estados Unidos, pasando por India o Corea. Uno de los problemas que tuvimos hasta ahora fue que no queríamos hacer “eso del star system”, pero para tener una industria necesitas un sistema, nombres, funcionamiento. En Estados Unidos en los 50 y 60 hubo una cantidad de directores y películas que han impuesto una dinámica de star systems nuevos, como en Italia o Francia. Esas estéticas se masificaron y el público las tomó como propias”.

 

¿Menos puede ser más?

 

Ahora que se avecina la motosierra pareciera no haber más tiempo para sutilezas, para discusiones que hoy pueden sonar menores. Incluso quienes fueron críticos con la política “industrialista” del INCAA, como Mariano Llinás, entienden que cuando está todo en peligro tal vez no sea pertinente preguntarse qué tipo de películas se filmaron en estas últimas tres décadas, que fueron, sin dudas, las mejores del cine nacional. Ávila se anima y señala un detalle que fue centro de debate entre directores, productores y artistas: se produjeron muchas películas pero casi todas de bajo presupuesto. ¿No sería mejor tener menos films y mejor producidos? “Se hacen muchas películas, en las que trabaja mucha gente, pero que terminan siendo vistas por poca gente y con pocas semanas de exhibición. Se sacrifican decisiones artísticas en pos de hacer cine como se puede, quizás se pretendía un rodaje para cinco semanas pero se hace en dos. Ahí nos atentamos contra nosotros mismos. Hubo líneas de fomento exitosas, como el documental digital, se hicieron muchas con poco prespuesto y fue muy dinámico, pero a nivel de ficción es más difícil. La discusión sobre el fomento es todo un desafío”.

Marino, con mucha dificultad, acaba de terminar de filmar un documental sobre infancias, junto a Marcela Marcolini. No tiene fecha de estreno ni garantías de exhibición al momento. De distintas formas, esta especie de carrera artística con obstáculos burocráticos y económicos, sumado al momento de incertidumbre, repercutió a la hora de crear. “Cuando pensás en un guión, ya pensás la realización y se acotan las posibilidades en la medida que sabemos que determinadas puestas de cámara no se van a poder hacer y que va a haber una limitación en la cantidad de locaciones. Más teniendo en cuenta que no se financian películas que requieran más de cuatro semanas. La creatividad no se coarta por eso pero tal vez la producción pierde brillo. Si alguien quisiera hacer una película de acción, que es algo por lo que a veces nos critican, necesitaría una producción mayor todavía. Lo mismo con los efectos y la inteligencia artificial: si no los podés pagar no tiene sentido pensar en incluirlos”.

Casi por último, y aprovechando las referencias a los noventa que circulan a distintos niveles, Piñeyro recordó su debut, con Tango feroz, en 1993, con más de un millón y medio de espectadores. Enfrente tenía nada menos que a Jurassic Park, de Steven Spielberg, “que no tuvo un lanzamiento cien veces más grande, habrá sido el doble o el triple en costo publicitario. La diferencia, a favor nuestro, era que se apostaba a la película y no a la publicidad. Ahora las películas se estrenan en 400 salas y hacen campaña para atraer al espectador en la primera semana. Si no lo logran, pasan a la siguiente, pero la plata de la publicidad no quedó del lado del cine sino de las agencias”.  Cabe mencionar que ese año el total de estrenos argentinos fue de 19, en el 92 habían sido apenas trece, quince en el 95. En 2023 se estrenaron más de cien.

El proyecto de ley audiovisual que contaba con el apoyo de gobernadores y de distintos actores de la actividad quedó en suspenso. Su intención de armar un consejo federal, de sumar pluralidad de voces, de invertir en capacitación e infraestructura, no parece estar alineada con el espíritu privatizador de este gobierno. ¿Qué suerte correrá? Tampoco se sabe, no parece ser una prioridad para un gobierno preocupado en que la motosierra no pierda filo en poco tiempo. ¿Estos recortes se llevarán puesto al cine argentino o habrá una resistencia organizada? La respuesta no tardará en llegar, mientras tanto Piñeyro advierte: “Si queremos que siga existiendo un audiovisual argentino, tiene que contar con apoyo del Estado, ya sea a través de un instituto, de una ley, es imprescindible la ley porque la que tenemos, que es del 94, cuando hubo otra crisis, quedó obsoleta, sólo existía el VHS fuera de los cines para ver películas y la televisión abierta. Es imprescindible actualizar los vínculos con las plataformas y todas las formas de exhibición".


Nota realizada en colaboración con DAC - Directores Argentinos Cinematográficos 

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