¿Qué se decide el 14 de mayo? O, mejor, y ante la evidente polarización: ¿qué se plebiscita? La lucha por otorgarle un sentido a las próximas elecciones ha signado buena parte de esta muy larga campaña electoral. Para el oficialismo, proclive a presentarse como único garante de la continuidad democrática, el eje del debate pasa por la diversa aptitud de Angeloz y Menem para administrar esta frágil transición. De allí que la tarea de las usinas ideológicas radicales se haya concentrado en el señalamiento ciertamente mordaz del carácter imprevisible y contradictorio del candidato peronista. Pese a esos esfuerzos, el comentario que domina la calle no gira, precisamente, en torno de la gimnasia de aseveraciones y desmentidas del gobernador riojano, sino que, desbordando el análisis del discurso, se condensa en la más urgente demanda fáctica que supone la agudización de la crisis. Así las cosas, la ofensiva peronista cabalga sobre el descontento de los sectores populares ante la situación económica. Si bien nadie olvida la singularidad de está renovación presidencial dentro del sistema democrático -la primera, en 37 años, desde la reelección de Perón, en 1952-, la fuerte caída del poder adquisitivo de los salarios convierte a la convocatoria electoral en una ocasión propicia para la protesta. Esto es bien sabido por quienes conducen la campaña radical y, en consecuencia, los mayores esfuerzos de Angeloz apuntan a diferenciarse, a tomar distancias ante el naufragio de la política económica del gobierno. Menem, por su parte, ha optado por la cautela, atento a no cometer errores, simplemente, dado que los sondeos de opinión le atribuyen una ventaja considerable.
aurelio: el radicalismo devuelve los votos prestados
El estudio del comportamiento electoral de la sociedad argentina en el período '83- '87 ha planteado a los investigadores la consideración de dos fenómenos complementarios que explican la distinta suerte de ambos partidos mayoritarios en las sucesivas confrontaciones: de una parte, la estabilidad del voto peronista; de otra, el constante retroceso del radicalismo. Así, manteniendo un caudal de votos cercano al 40% el peronismo fue ampliamente derrotado en 1983 y claro triunfador en 1987. Para Rosendo Fraga, del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, la causa eficiente de estas variaciones es el crecimiento del voto de centro-derecha (UCeDé y partidos provinciales), en correspondencia con el retroceso radical. "El radicalismo y el centro-derecha, juntos, señala Fraga, han sumado en los tres comicios más del 50%. De allí que el proyecto de Angeloz parece bien encaminado al dirigirse a esa base electoral, acentuando la polarización para situar nuevamente al electorado independiente de centro-derecha contra el peronismo". Pero los límites de esa estrategia radican, según apunta el propio Fraga, en que "sobre el 37 por ciento de votos obtenidos por el radicalismo en 1987 puede estar produciéndose una nueva transferencia de votos, esta vez hacia el peronismo".
En relación con esta posible transferencia de votos, Julio Aurelio, de Aresco, entiende que se trata de un hecho indiscutible. "En el '83, en el marco de una absoluta polarización, el radicalismo capturó cuánto voto había suelto, mientras que el peronismo mantuvo su base más consolidada, ya que perdió con un 42%, lo cual supone un caudal considerable. Luego bajó mucho, en la etapa eufórica del alfonsinismo, pero ya en 1985 pudo percibirse un cambio de signo, más evidente en los grandes centros urbanos. Sobre el voto radical opera desde entonces una fuerza centrífuga que ha comenzado a recanalizar los votos prestados hacia sus cauces naturales". La transferencia de votos desde el radicalismo hacia el peronismo, evidentemente decisoria, se verifica, según Fraga, "sobre todo en sectores de clase media baja, como docentes, jubilados y empleados públicos, que tienden a alejarse del oficialismo debido a la situación socioeconómica".
La pérdida de esos sectores representaría una transformación considerable de la base electoral del radicalismo. Según apunta el sociólogo Ricardo Sidicaro: "La clase media baja, con ingresos similares a los del sector obrero, ha sido una clientela clásica del radicalismo; gente de origen humilde, popular, que necesitó relacionarse con el Estado durante los años de proscripción del peronismo y encontró soluciones a problemas concretos en la estructura clientelística, dadora de favores, del radicalismo." Pero, ¿supone el posible pase de votos una transformación en las identidades políticas? "No, sostiene Aurelio, esos votantes tal vez no encuentren en el justicialismo una propuesta política válida, pero sí han centrado sus esperanzas en Menem, quien resulta así un catalizador de sus propias expectativas de transformación. Sectores populares que hace algunos años afirmaban con orgullo no ser peronistas se manifiestan hoy por el voto a Menem, como un modo de romper con el estado de cosas existente. La opción para estos sectores no es radicalismo o peronismo, sino la búsqueda de una alternativa ante la evidente desmejora de sus condiciones de vida".
fraga: un corte horizontal de la sociedad
El papel de la crisis, impregnando de fuertes contenidos sociales la habitual polarización entre peronistas y radicales, confiere a esta elección características singulares: "Desde el 46 -opina Fraga- no hay una elección donde el corte de la sociedad sea tan horizontal como en este comicio. El peronismo tuvo en otras elecciones la contribución de fuertes segmentos de clase media; pienso en Cámpora y Perón en el '73, o incluso Luder en el '83. Hoy, en cambio, clase media y media-alta se emblocan, de un lado, y clase media-baja y obreros, del otro. Naturalmente, los sectores que más sufren la situación económica tienden a privilegiar esa cuestión. Otros sectores, más desahogados, o con una identidad fuerte no peronista, privilegian otro tipo de valores". La complejidad de motivaciones que confluyen en la decisión del voto exigen, para Sidicaro, mantener cierta cautela ante la hipótesis de una polarización horizontal: "No hay que simplificar la estructura del peronismo; allí coinciden la clase alta de provincia y los obreros industriales, no hay un corte de clase total. Obviamente, si atendemos a los grandes agregados se verifica la polarización: población rica y población pobre enfrentan sus votos. El clivaje social funciona en los grandes frescos, pero,más detenidamente, hay matices. Hay una franja incierta, con motivaciones complejas, donde debe pensarse el nivel cultural, la variable generacional, la inserción ocupacional tanto como la distinta exposición a la propaganda. Allí, la toma de partido no es tan clara". Se trata, claro, de los indecisos.
hipótesis y proyecciones
Más allá del cuestionamiento a la noción misma de indeciso y su posible utilización ideológica, es obvio que para quienes siguen la campaña electoral el posible vuelco del electorado vacilante en favor de uno u otro candidato ha monopolizado buena parte del interés. Los investigadores coinciden en señalar que el porcentaje de indecisión es mayor en la clase media y media-alta, pero que el mayor volumen de la clase media-baja en la composición global de la sociedad hace que la mayoría de los indecisos pertenezcan a este sector. ¿Hacia dónde orientarán su voto los indecisos? "Manejamos cuatro hipótesis, dice Rosendo Fraga. Una, los indecisos se distribuyen proporcionalmente, tal cual generalmente sucede. No hay un comportamiento particular de los indecisos y suelen ser arrastrados por el conjunto de los electores, con lo cual gana Menem. Dos, los indecisos se dividen por mitades, también gana Menem. Tres, Angeloz se queda con dos de cada tres indecisos; no es fácil, pero posible, con lo que ganaría Menem con menos de tres puntos de ventaja y la resolución se daría en el Colegio Electoral. Cuatro, Angeloz se lleva tres de cada cuatro indecisos, algo virtualmente imposible, pero, de cumplirse, el radicalismo obtendría la primera minoría". Este abanico de hipótesis no clausura, obviamente, la incertidumbre, pero se corresponde con la tendencia de la mayoría de los investigadores a ofrecer resultados con una tasa alta de indecisos. Para Julio Aurelio, en cambio, esas especulaciones no condicen con sus resultados. "Salvo un hecho excepcional, afirma Aurelio, las tendencias están definidas. El posible viraje electoral debido al vuelco de los indecisos ya puede ser desestimado. En nuestras mediciones obtenemos una media a nivel nacional de alrededor del 12%. Esa porción que aún no se define es neutral, políticamente hablando. Sectores con muy baja instrucción, altísimo grado de desinterés por la política, muy alta edad promedio, un gran componente de mujeres ajenas a la política, conformando un conjunto que va a terminar votando por la pauta que definirá el clima ambiental, familiar, amical, lo que se palpa en el barrio".
horowicz: si se propone burlar a la mayoría, la izquierda debe respaldarla
Un tipo particular de indecisos lo constituye el sector al que habitualmente se denomina progresista,inscripto en la amplia franja del centro-izquierda. Algunas mediciones efectuadas entre los votantes decididos por Izquierda Unida -esto es, que se definen por fuera de la polarización- indican que el nivel de rechazo dentro de ese sector ante los candidatos mayoritarios es, aproximadamente, el mismo. "No surge, apunta Fraga, que el votante de izquierda tenga una preferencia muy clara por alguno de los dos. El rechazo mayoritario, cercano al 60%, se manifiesta ante la figura de Alsogaray. El dilema, entonces, se plantea para el votante de izquierda decididamente antiperonista, dado que el discurso de Angeloz tiende a superponerse cada vez más con el de la figura que le inspira más rechazo". El dilema de hierro que opone al progresismo la evidencia de la polarización conecta, evidentemente, con las definiciones de la Izquierda Unida que se propone votar a sus propios candidatos en el Colegio Electoral. Una decisión que ha estado precedida por fuertes polémicas. "Lo que debiera discutirse es una cuestión de principios, afirma Alejandro Horowicz, dado que para un marxista la democracia no es un chiste, y si participa en elecciones se dirige a la mayoría con el propósito de conquistarla, consciente de que no se puede cumplir una transformación revolucionaria sin su concurso. Si un Colegio Electoral se propone burlar a la mayoría, la izquierda está obligada a respaldarla, independientemente de cuáles sean sus diferencias con ella, y éste es el carácter democrático del problema. No supone ningún acuerdo o alianza, sino, simplemente, educar al conjunto de la sociedad en el respeto del derecho de la mayoría a gobernar".
Desde otra perspectiva, privilegiando las estrategias implementadas por cada partido en procura de construir el consenso propio, podría pensar que los polos de la confrontación no "atienden" al electorado progresista, en tanto han desplazado su interés hacia la captura del voto más conservador. "El radicalismo, señala Sidicaro, juega al miedo para conquistar al progresismo, agita el fantasma de la AAA, de la violencia. El peronismo aspira a convocar, como ya hizo con parte del Pl, por vía de exhibir el apoyo de los más pobres, un mecanismo populista que apunta a la sensibilidad social del electorado progresista. Los dos partidos siguen teniendo elementos atractivos para un sector que, mejor, debiera ser capaz de unir 'democracia' y 'justicia social' y construir una opción propia".
sidicaro: por primera vez se buscan votos a la derecha
Si bien todo indica que el bipartidismo electoral habrá de operar un vaciamiento de votos tanto a la izquierda como a la derecha de la polarización, la gravitación de ambas corrientes es, sin duda, muy distinta. El diagnóstico neo-conservador sobre la crisis ha penetrado en amplias capas de la sociedad, contribuyendo generosamente a la redacción de la agenda de temas que organiza el debate entre los partidos mayoritarios. "Creo, dice Horowicz, que se ha constituido un nuevo sistema político de tres patas. Lo grave es que la UCeDé, en relación al PJ y la UCR, ocupa la posición del manantial ideológico. La izquierda queda fuera, y en su afán por hacer política 'seria' termina apostando al marketing electoral sin haber logrado inyectar ninguno de sus contenidos en la discusión". Comentando los efectos de este "clima de época", Ricardo Sidicaro dice: "Cuando uno estudia los procesos electorales argentinos, cuando menos del '55 a la fecha, advierte que todos los presidentes ganaron buscando votos a su izquierda. Así sucedió con Frondizi, con Cámpora y Alfonsín. Por primera vez los candidatos buscan sus votos exteriores a la derecha."
En este marco de competencia, la mayoría de los pronósticos, como se ha dicho, favorecen al peronismo. Los encuestadores más próximos a Menem estiman una ventaja del 9%; quienes trabajan junto a Angeloz, por su parte, reducen la distancia al 4%. Si estas predicciones se cumplen, las expectativas de cambio que confluyen en torno de Menem deberán atravesar un largo período de espera, después del 14 de mayo. Habida cuenta del tono virulento que domina la campaña, de la escisión que recorre la sociedad argentina, la inquietud por la continuidad democrática ganará espacio el día después. Por ahora, como afirmó Cooke en 1946, en el marco de una sociedad también polarizada, "la economía" sostiene todo el peso de la historia".
heriberto muraro y la novela del indeciso
A lo largo de esta campaña ha cobrado entidad una figura que amenaza arrebatarle el protagonismo a los candidatos: el indeciso. ¿Se trata de un dato nuevo de la política argentina?
-Varios investigadores han coincidido en estimar la tasa de indecisos en el 35%. Ahora bien, si mal no recuerdo, en octubre del '83, casi en el mismo momento de las elecciones, la tasa de indecisos era del 31%, por lo cual todos los investigadores de opinión pública acuerdan en que no hay ahora más indecisos que en el pasado. Y se podría afirmar, incluso, estudiando los datos, que hay menos que los previsibles, que hay demasiados decididos. En este punto debe hacerse una distinción, separando a los indecisos reales que efectivamente no saben qué van a votar- de ese discurso ideológico sobre los indecisos. Un discurso manipulatorio que está armado por dos grandes grupos: de una parte, los candidatos que perciben que están perdiendo y apuestan al milagro de revertir la tendencia del voto; el otro sector interesado en mantener alta la tasa de indecisos es la industria de las comunicaciones. Ciertamente, una elección cantada, con resultados presabidos, no provoca expectativas, y en este país las mishiadura también reina en el campo de la comunicación, hay muchos diarios, revistas y canales de televisión que necesitan vender.
¿Cómo se construye esa inflación del electorado vacilante?
-Cualquier investigador puede, según su voluntad, hacer que una encuesta muestre más o menos indecisos. Es la forma en que se pregunta la que determina esa variación. Por ejemplo, si yo inicio un cuestionario sobre la decisión de voto con una alternativa: ¿Está usted dudando entre dos o más candidatos? O: ¿Está usted absolutamente decidido por un candidato? Así, la tasa de indecisos llega a más del 50%. En cambio, si comienzo una encuesta preguntando: ¿Cuál de estos dirigentes políticos siente usted que está más cerca de su punto de vista?, la tasa de indecisos baja al 35%. El fraseo de un cuestionario, el modo en que se lo procesa, determina el porcentaje final de indecisos.
Pero esa cifra deflacionada, ese 35% de vacilantes, ¿no representa, de todos modos, una porción decisiva del electorado?
-El problema de base es que la decisión no es una variable discontinua: de un lado, los decididos; por el otro, los absolutamente indecisos. Hay una curva que va recorriendo diversas gradaciones desde el mayor nivel de decisión y compromiso hasta llegar al tipo del indefinido, por así decir. Si bien hay gente que no sabe del todo a quién va a votar hasta que no entra en el cuarto oscuro, también hay otra gente que directamente no concurre a las elecciones, de lo que resulta una tasa histórica de abstención del orden del 15%. Y esta gente que no concurre a votar pertenece, mayoritariamente, al campo de los indecisos.
Entonces, si hay un 35% de indecisos puede estimarse que cerca de la mitad no existe desde el punto de vista electoral. Sucede que en nuestro medio se confunde deliberadamente los términos "indeciso" y "dubitativo". Aunque los expertos lo saben, se limitan a intercambiar guiñadas de complicidad. Hay tres porciones del electorado. Están los absolutamente decididos, los que juran que van a votar a tal candidato, que representan el 40%. Y hay, además, un 60% al que podríamos llamar, globalmente, "no del todo decididos". De este porcentaje la mitad son "dubitativos", que si bien dudan entre un candidato y otro, ya manifiestan alguna preferencia. En el 30% restante, no dubitativos ni decididos, se ubican los indiferentes. La mayor parte de ellos no habrá de votar y, si vota, lo hará según el consejo de alguien que pertenece a su círculo primario: el padre, el hijo, una amiga del trabajo. Cuando los partidos políticos, y sobre todo los radicales, hacen la mitología del indeciso, en verdad se refieren al dubitativo, porque el indiferente está afuera de las manipulaciones de los medios masivos. ¿Puede establecerse el perfil social o cultural de estos sectores?
-Es clarísimo. El indiferente, en un extremo, es generalmente una mujer de clase baja, ama de casa a quien el no presentarse a votar no le trae ninguna consecuencia. O es también un marginal, casi indocumentado. El indiferente es el límite del sistema político de partidos, que abarca al 85% de la población. Ese 15% restante.