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Lo que guarda una semilla
Desde hace más de dos décadas, cada año en un pueblo de Catamarca se celebra una ya mítica feria autogestiva de semillas nativas y criollas que se fortalece y resiste el avance del extractivismo capitalista. En sus puestos, las formas de enfrentarlo se cuelan entre charlas de amapolas, algarrobos y la defensa del agua y abren el surco para pensar la política de cultivos en territorio nacional. La guerra silenciosa detrás de las semillas.
Fotografía: Daniel Sticotti
16 de Octubre de 2023

Medanitos, un pequeño pueblo a 22 kilómetros de Fiambalá, tiene el color desbordante del cielo saturado de azul y los cerros de vegetación árida tallados por los vientos intensos de la región, que a veces arremeten como zonda y ahí es cuando se sabe que lo mejor es resguardarse bajo techo. Este año, además, a comienzos de septiembre fue la sede de la XXI Feria de Semillas Nativas y Criollas de Catamarca, a donde llegó gente de las más diversas geografías con un objetivo en común. Si bien algunas cosas cambiaron desde la primera vez, la fiesta que invita al encuentro entre campesinas y campesinos, gente de los pueblos y organizaciones sociales, aún conserva el mismo espíritu colaborativo. Al menos así lo considera don Nicasio Chaile, presidente de la Asociación Campesinos del Abaucán (Acampa), que recuerda que en las primeras ediciones había semillas y plantas que se ocupaban pocas mesas pero que servían para fortalecer el intercambio en medio de la crisis económica que el 2001 dejó.   

Con un mercado agrícola super concentrado, la tendencia va hacia el oligopolio. Sólo las multinacionales Bayer y Corteva manejan hoy el 40% del mercado mundial de semillas. Junto con Syngenta, están a la vanguardia del desarrollo de agrotóxicos y biotecnología, tanto que es difícil encontrar campos que no utilicen algunos de sus productos. En total se consumen en la actualidad 600 millones de litros por año, equivalentes a 12 litros por habitante, sin tener control de los efectos graves que la mezcla de formulados genera en nuestra salud, ya que los informes de impacto ambiental se hacen desde las mismas empresas. Según un informe elaborado por el Grupo ETC, "Los Barones de la Alimentación", las corporaciones no solo explotan trabajadores, además de envenenar el suelo y el agua, perpetúan un sistema alimentario estructurado sobre la injusticia racial y económica. Este sistema oligopólico es, en gran medida, responsable de la crisis climática actual. Pero aún hoy la producción campesina es la que nos alimenta. La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) estima que el 70% de lo que comemos proviene de sus manos. En Argentina la producción familiar, como llaman al trabajo campesino, solo cuenta con el 15% de tierras cultivables, de ahí su relevancia y el conflicto que plantea: se oponen dos modelos que no pueden convivir. El agronegocio destinado a producir commodities, fagocita y contamina a la agricultura sin venenos. En un artículo de Lautaro Leveratto para Agencia Tierra Viva, el coordinador nacional de la Federación Rural para la Producción y el Arraigo (UTEP-Agraria) plantea que es necesario discutir la reforma agraria para hablar de un proyecto de desarrollo popular para Argentina. Además de la importancia del impulso de las prácticas agroecológicas como respuesta a la destrucción ambiental que genera el agronegocio. Hoy, con actividades promovidas desde la Dirección Nacional de Agroecología, el camino corre grave riesgo frente al panorama que se puede atisbar después de las elecciones. 

La feria en Medanitos, entonces, es hoy registro de una pelea con gigantes, la resistencia de un modelo de tradición milenaria frente al embate de las multinacionales semilleras.

 

tiempo atrás hubo un bosque 

 

Para conocer el origen de la feria de semillas es conveniente apelar a la memoria de Nicasio Chaile, uno de sus fundadores. Él cuenta que sus bisabuelos llegaron desde Belén a esta zona del Valle atravesada por el río Abaucán. Antes, todos eran artesanos de la madera, hoy ya van por la cuarta generación. “Pero parece que voy a ser el último porque mis hijos se dedican a otra cosa. Son empleados, profesionales”, acota con cierta tristeza. 

Allá por el 86, llegaron desde la ciudad de Catamarca miembros de la asociación civil BePe (Bienaventurados los Pobres), que les propusieron trabajar en comunidad. Más organizados, formaron grupos. "Teníamos roperos comunitarios, armamos una cooperativa. Nos ayudamos, conseguimos gallinas, empezamos a intercambiar productos”, cuenta. Las uvas que cultivaban, además de ser sustento y convertirse en vino, servían para cambiarlas por zapallo, papa o batata, que venían de otras regiones. Con el tiempo crearon un fondo rotatorio para las compras, movimientos basados en la confianza. “Somos unas cien familias en ACAMPA, de aquí, Tatón, Chuquisaca, de todo el Bolsón de Fiambalá”, calcula. 

La feria es una pequeña muestra de lo que sucede en el Valle durante el año. Porque la adaptación de las comunidades de campesinos se hace en torno a los alimentos y a los lazos que se tejen entre ellos. Y ahí el cambio climático es crucial. “Nos perjudica mucho, este año hemos tenido una helada tempranera, antes de que cosechemos la uva, en marzo -dice-. El año pasado hubo una en noviembre, cuando brota la viña". Entonces se ocasionan grandes pérdidas, y hay que volver a empezar. También el viento zonda ha cambiado, cuenta Chaile. Ese viento caluroso proveniente del norte antes corría de junio a agosto, después era viento fresco hasta abril, se podía prever cuando bajaría de golpe la temperatura. Pero ahora el zonda se extiende y es imposible asegurar la cosecha. 

Pero aún hoy la producción campesina es la que nos alimenta. La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) estima que el 70% de lo que comemos proviene de sus manos.

Para él, una de las formas de resistir es trabajar la tierra y concientizar a otros para que cuiden los árboles. Tiempo atrás hubo un bosque de algarrobo.  Los guardianes solo usaban la madera muerta. Pero ahora llegó gente de afuera que se arrogó el derecho de cortar la madera, talar y quemar. “Dijeron que eran del gobierno, nos prohibieron que entremos al campo y alambraron. Nosotros queremos seguir defendiendo lo que tenemos”, cuenta. Todavía queda agua, saben que es el bien más preciado: "Nos querían llevar esta agua a un emprendimiento privado. Ahí resistimos y no lo dejamos". 

Acá en los pueblos hay Consorcios de Agua que distribuyen el agua de riego y se sostienen con el aporte de los campesinos que pagan por las horas estipuladas de uso. Chaile se refiere al caso de una empresa propietaria de una finca de 36 hectáreas, de vinos de exportación, que le reclamaba al Consorcio un turno mayor de horas de riego, lo que perjudicaba a las familias. Ahí fue necesario llegar a la justicia en 2007 y cortar las rutas en medio de la intervención del Consorcio y los fallos a favor de la empresa. Resistieron con apoyo de la radio local y la asociación BePe. El triunfo fue de los pueblos. Es que en Medanitos y en el resto del Bolsón, el agua de deshielo que proviene de la Cordillera por el río Abaucán abastece las actividades de riego y la vida de los cultivos. Es el río que ahora peligra por la instalación del proyecto de litio Tres Quebradas.

"Cuando entró esto del litio la propaganda era que no iban a usar el agua. Ya tuvimos testimonios de otra gente que lo ha vivido, se llevaron el mineral y los dejaron sin nada. Nos tomaron como antiprogreso, ignorantes, pero muchos se dan cuenta de que teníamos razón, están sacando montón de agua y ven que falta el agua para el cultivo", concluye Chaile. 

Entre las mesas, una se destaca más por sus carteles que por lo que ofrece. “Sin Agua no hay Semillas" y “¿Sabes que es Mekorot?". Esta es la forma que encontraron las integrantes de la asamblea Fiambalá Despierta para generar conciencia sobre uno de los mayores problemas que enfrenta esta región. Al extractivismo del litio, se le suma la firma de un convenio con la empresa estatal israelí Mekorot, que promete planes maestros para una "gestión más eficiente del agua". Según la campaña “Fuera Mekorot”, los antecedentes de la empresa son preocupantes. En Palestina está acusada de violar el derecho humano al agua, un verdadero apartheid. Su intervención desde 1982 no solo la encareció, también la volvió un bien demasiado escaso, que se utilizó en beneficio de los colonos israelíes. A pesar de la resistencia de algunas poblaciones, es más lo que se desconoce de este riesgo en el manejo del agua que en ningún caso se sometió al voto popular. 

Mientras tanto, las mujeres de la asamblea venden alimentos, intercambian semillas, informan y comen, todo al mismo tiempo. A su lado, Claudia Elena pregunta con ojos curiosos por Mekorot y luego parece recordar, algo escuchó. Ella es colombiana y lleva varios años en el pueblo de Saujil. Su familia elabora harinas autóctonas y preparan alfajores de chañar o algarroba, también ofrecen sales sin refinar que provienen de los humedales conocidos como salares. Punto de conflicto, hoy, para quienes son testigos de la fiebre del “oro blanco” y saben que bajo sus pies existe un metal que se extrae por evaporación y que está cambiando el paisaje en el que crecieron. Como un Rey Midas del revés, todo lo que toca el litio pierde valor y se seca cuando se abre un nuevo proyecto. 

Así sucedió en Antofagasta de la Sierra, como narra Lucía Maina Waisman en el libro Las aguas visibles, publicado en 2021 con apoyo de BePe. A través de voces críticas, como la de Elena Caro, ex concejal de Fiambalá por la UCR, se sabe lo que sucede en otros sectores de esta provincia. La misma Elena, presente en la feria, no duda en hablar sobre la impunidad del saqueo. En plena Puna catamarqueña, el proyecto Fénix que ahora maneja la norteamericana Livent en fusión con la australiana Allkem. En el Salar del Hombre Muerto, extrajo tanta agua del río Trapiche que secó sus vegas. En la actualidad utilizan el río Los Patos del que todavía se abastecen en la región pero que está en riesgo frente al uso compulsivo de este bien. Según el informe de impacto ambiental al que accedió la asamblea Pucará (Pueblos Catamarqueños en Resistencia y Autodeterminación), que nuclea a las asambleas de la provincia, el permiso para extraer agua es de 650 mil litros de agua por hora, más de 3 millones de toneladas por día. 

Eso es lo que intentan evitar en Fiambalá quienes se oponen al proyecto Tres Quebradas (3Q), que comenzó a desarrollarse en 2016 de la mano de la empresa Neo Lithium y que hoy continúa la china Zijin Mining, con el apoyo de la subsidiaria local Liex S.A. Una planta piloto dentro de la ciudad, otra de procesamiento de carbonato de litio que según la misma empresa declara, “estar finalizando su fase de construcción”, cerca de la ruta 60 que desemboca en el paso de San Francisco, conocida como Los Seismiles. Y camiones que suben y bajan 4300 msnm para llevar la materia prima extraída de un sitio único en la Cordillera de los Andes, distribuido en más de 30 mil hectáreas. Ahí se encuentra el campamento en el que conviven —en su mayoría—, empleados mineros chinos y argentinos, en medio del hermetismo más absoluto. 

3Q está solo 30 kms del Balcón del Pissis, donde el turismo accede por un sendero sinuoso, entre vicuñas, plantas y arbustos adaptados al clima, para quedarse en éxtasis frente a la vista de lagunas de colores indescriptibles, volcanes y montes nevados. Hoy los caminos se mantienen abiertos para el tránsito incesante de camiones con leyendas chinas. El misterio que rodea al proyecto es alto pero en un informe realizado por Patricia Agosto y Rosa Aráoz, de BePe, se analizó el impacto social provocado. No solo la disminución drástica de la posibilidad de desarrollar otras actividades productivas, también la violación de los derechos humanos básicos y la profundización de las condiciones de pobreza estructural de las poblaciones. Además hablan de una violación del derecho a la participación y a la consulta libre e informada, ya que "en las audiencias públicas sólo se escuchan los discursos empresariales y políticos con presencia de fuerzas de seguridad para amedrentar voces opositoras". Se pudo observar una invasión cultural: desde la promoción de talleres de idioma chino en las escuelas y la organización de actividades deportivas, o celebraciones infantiles; la cooptación de medios de comunicación. A cambio, el costo de vida aumenta, los alimentos y la vivienda se encarecen y las poblaciones pasan a depender de una actividad de la que terminan siendo rehenes. 

“Se considera que la minería de litio es minería de agua”, afirma el biólogo y filósofo Guillermo Folguera. Grupos ambientalistas y asambleas denuncian que en el proceso es imposible no afectar salares, ríos y aguas subterráneas, aguas dulces y saladas que se perderán en las piletas de evaporación. Tampoco se salvarán esas lagunas Altoandinas y Puneñas repletas de minerales que desde 2009 integran el sistema protegido por el Convenio Ramsar para la conservación internacional de humedales. Tanto el ecosistema como la producción local están amenazados. La proyección de la primera etapa es de 20 mil toneladas anuales de carbonato de litio.

A 3Q se le sumó el proyecto Fiambalá Norte de las empresas YPF y CAMYEN (Catamarca Minera y Energética Sociedad del Estado), en una superficie de 20 mil hectáreas, cerca del Paso de San Francisco, en la frontera con Chile y la creación de una planta de celdas de baterías de litio. Las presentaciones de informes de impacto ambiental se realizaron como mera formalidad. La asamblea Fiambalá Despierta, denuncia que la convocatoria fue mínima, se hicieron en horario laboral, sin presencia de los sectores más afectados como la agricultura y el turismo, tampoco se respondieron preguntas sobre los impactos en los ecosistemas y recursos hídricos, y se falsearon cifras en materia de puestos de trabajo. 

El debate más fuerte que se realiza sobre el litio es el económico. En torno al modelo productivo, los bajos impuestos y regalías menores al 3% del valor del mineral declaradas por las propias empresas mineras. Poco se habla de su destino, para posibilitar una transición energética desigual, destinada al Norte Global que deja daños ambientales irreparables en las zonas de sacrificio del Sur Global. 

 

preparar la tierra

 

Valeria coloca las semillas, prolijas, dentro de sus cajas de exhibición. Se le ilumina la cara cuando cuenta que es de Potosí, Bolivia. Que desde allá vino a vivir a Neuquén y luego se mudó con su pareja, Santiago, a Catamarca. Gracias a los talleres y capacitaciones, aprendió técnicas para cuidar las semillas, como la “cama caliente”, Luego sembró vicia para preparar la tierra y empezaron a trabajar el campo. Se quedaron en Chuquisaca, un pueblo homónimo del boliviano que tal vez la acerque a su país natal. Valeria comparte semillas de maíz, dice que tiene muchas. También, variedad de semillas de flores, amapolas y girasoles; frutas y hierbas. Hortalizas y papas andinas. Todo lo que crezca en su huerta que alguna vez supo ser más generosa y que hoy depende de las enormes variaciones climáticas. Junto con su pareja, las intercambian y venden, además viajan a otras ferias, es su manera de resguardar las semillas y hacerlas circular.  

En su libro Teoría Política de la comida, Leonardo Rossi, doctor en Ciencia Política (CEA-UNC), habla de la experiencia de esta feria. A partir de sus investigaciones desarrolla conceptos acerca de “las prácticas agroculturales y los suelos contrahegemónicos que todavía cultivan la comunalidad”, como observa su director de tesis, Horacio Machado Aráoz. Rossi conoció la feria hace siete años y asistió a varios encuentros desde entonces. “La feria tiene ese entrecruce entre prácticas campesinas heredadas de generación en generación, la conservación de la biodiversidad —el germoplasma o acervo genético—, que es la base del sustento agrocultural de las comunidades que habitan ese territorio. A la vez dialoga con prácticas más novedosas, como es el movimiento agroecológico. En ese cruce, la feria adquiere un rol central para pensar en clave ecología política no sólo las formas de resistencia a estos modelos extractivistas, como ocurre con la minería de litio, sino otras formas de producir y coproducir la vida, en comunidad y con las comunidades no humanas, la diversidad de seres que componen ese territorio”. Rossi propone pensar a la semilla fuera de su lógica capitalista del agronegocio, no como mercancía sino como punto de coproducción comunal de la vida. “Para quienes venimos con vidas fuertemente urbanas, modernas, con lógicas políticas desarraigadas de los territorios, nos abren otros horizontes para pensar lo político, ahí está implicado el cuidado del alimento, del agua, de los vínculos afectivos con la comunidad más próxima, una serie de tramas de coproducción que se puede vivenciar si uno agudiza y cambia la mirada de lo que entendemos por lo político. La feria es una instancia en donde eso se ve de forma más explícita”. 

 

Rossi propone pensar a la semilla fuera de su lógica capitalista del agronegocio, no como mercancía sino como punto de coproducción comunal de la vida. “Para quienes venimos con vidas fuertemente urbanas, modernas, con lógicas políticas desarraigadas de los territorios, nos abren otros horizontes para pensar lo político"

 

En contextos frágiles, las redes comunitarias son imprescindibles. Doctor en Ciencias Humanas, el politólogo Horacio Machado Aráoz ha estudiado los procesos históricos neocoloniales que, según explica, empezaron en la década del 70 y se profundizaron en los 90. Habla de un pacto oligárquico multiescalar que impone la inviabilidad de otras alternativas de vida: "Ese pacto oligárquico son élites locales, tiene que ver con las burguesías económicas, en el caso de Catamarca, fuertemente estructuradas en torno a la concentración de la tierra, del comercio, y la apropiación privada del Estado". Transversal a las posibles lógicas de la competencia política electoral, tanto en el bipartidismo, como en la grieta actual, Machado Aráoz afirma que no hay otro modelo de propuestas para los territorios que la propuesta extractivista: “Así se articulan intereses económicos, élites académicas, universidades y la misma clase política, los sectores que viven de esa apropiación diferencial del Estado. Frente a eso la asimetría de poder es enorme”. 

El autor de Potosí, el origen. Genealogía de la minería contemporánea, habita las contradicciones como investigador del CONICET y profesor en la Universidad de Catamarca, de ser una voz crítica dentro de un sistema que también propicia el conocimiento al servicio de los intereses privados del extractivismo. Analiza las estrategias de resistencia de los pueblos que crearon habitabilidad en zonas extremas, de condiciones inhóspitas, que hoy también son requeridas por las empresas que destruyen los tejidos comunitarios y hacen que la resistencia sea difícil frente a la asimetría de poder. 

Sin embargo, frente al colapso de nuestra civilización, tiene una mirada esperanzada: “Este modelo de vida urbano industrial centrado en la valorización monetaria,  abstracta, que puede crecer a costa de la destrucción de los valores y fuentes de vida concretos, va al colapso. Vamos a tener menos energía, menos minerales, los automóviles no van a servir. Vamos a un declive energético que va a significar  que tendremos que adecuar nuestro consumo a las energías verdaderamente renovables, que no son las que hoy conocemos, como energías solares y mega parques eólicos, ultra dependientes de minerales y combustibles fósiles, que reproducen la concentración oligárquica de la energía en manos de unos pocos”. Su  visión vuelve a la escala de lo básico, con ritmos ralentizados de la práctica y con sociedades y pueblos que deciden cómo se distribuye la producción de la vida. 

 

 

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