la oración de mi vida | Revista Crisis
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la oración de mi vida
Acerca de La clase peligrosa. Retratos de la Argentina oculta, de Juan Grabois.
24 de Septiembre de 2018
crisis #36

1. ¿Quiénes conocen la Argentina oculta? ¿Los funcionarios? ¿Los jueces? ¿Los intelectuales? Juan Grabois inicia este libro reviviendo una escena ajena: seis cuerpos calcinados durante otra noche fría en el Barrio Acuba. Nada pasa desapercibido: los cables pelados en la tierra, los pequeños féretros depositados en un rincón roñoso del cementerio de Lomas de Zamora, el pútrido olor de la Cuenca Matanza–Riachuelo, los escombros de una nación pasada a la que le queda poco y nada de proyecto policlasista aunque haga como si. ¿Cómo es el capitalismo argentino de expulsión? La realidad descartada tiene una elaboración compleja. El autor despliega la cadena invisible de una historia que siente lacerante. Recorre una paleta de situaciones: cartoneros en un callejón de Almagro, venta ambulante en Constitución, familias campesinas de El Simbol, carreros del Gran Rosario, comunidades mapuches corridas de sus tierras, presos de la cárcel de Devoto, feriantes de La Salada y La Ribera. Desde una violencia exhaustiva y silenciosa hacia otra de estruendos surgen organizaciones como Cartón y Justicia, Los Topos, Vientos de Libertad y muchas otras que atestiguan la formación de El Movimiento al que se unió Grabois: “me lo crucé en una esquina cuando vi a unos cartoneros que con sus hijos a cuestas luchaban por el pan cotidiano revolviendo la basura nuestra de cada día”. Los acontecimientos de 2001 habilitaron su traspaso de fronteras de clase: “militancia catalizadora”, la llama. Hoy El Movimiento podría patear las puertas de la democracia formal con Grabois tomando envión para ingresar a la esfera de decisión política.

2. Dentro de un capitalismo de descarte, la línea divisoria se traza entre ricos y pobres. Pero, ¿cómo se organiza hoy el Gran Rechazo? En la segunda parte Grabois aborda la relación entre las personas y la tecnología, refiriéndose a los “cibersiervos”. La válvula de escape del malestar sería una virtualidad que tiene efectos unívocos, conservadores. Destaca la ausencia de una teoría sobre el capitalismo, de una filosofía de la historia y de una teoría del Estado y del poder actual. “Los únicos textos con un vigor comparable a las grandes obras de los siglos XIX y XX son del Papa Francisco”, afirma. Sus herramientas de análisis abrevan también en el marxismo-leninismo. Si Grabois tuviera que elegir su momento preferido de la historia sería el discurso de Perón en la Bolsa de Comercio en 1944: “Cedan algo para no perderlo todo”. Momento en el cual los desposeídos adquieren entidad de fantasma para los poderosos. “Una riqueza sin estabilidad social, puede ser poderosa, pero será siempre frágil”, desliza Perón con el mundo soviético en pie. Grabois ironiza: “¿Hubiera conseguido algo Perón si en vez de amenazar a la burguesía con la inminencia de una revolución comunista hubiera amenazado con ‘un capitalismo más serio’? Los reformistas necesitan a los revolucionarios para existir”. La oportunidad histórica actual depende de volver efectiva una nueva amenaza para la clase dominante global que posee la mitad de las riquezas del mundo y está integrada por el 1%. Esta es, por supuesto, la clase peligrosa que señala Grabois pero dejando activo el malentendido porque, en definitiva, la condición de posibilidad de un nuevo proyecto político es que “los pobres” logren que ese 1% se sienta en peligro. A los sectores del catolicismo se los suele cuestionar por "hacer pobrismo", construir desde la derrota. Pero es evidente que el pobrismo de Grabois no comparte esquina con la súplica. Si aún tiene sentido sostenerse desde el “no nos han vencido”, resulta más importante reconocer una verdad acuciante: no estuvimos recorriendo el camino hacia la victoria, sino el de un tiempo concluido. Grabois lo dice varias veces, por ejemplo: “para nuestros compañeros el apellido Quindimil no evocaba nada, nada de nada, ni el amor filial de los cabecitas ni la indignación de los gorilas, ni el desprecio de la burguesía biempensante”. Un punto notable en este sentido es la conceptualización de las experiencias de los gobiernos latinoamericanos, iniciadas con la gran escena del Comandante Chávez, que terminaron confundiendo justicia social con consumo popular. En comunión con Francisco, Grabois piensa que el oponente no es el comunismo sino el consumismo, “un pan que no alimenta”.

3. La izquierda dijo en el siglo XX que se debía tomar el poder para destruir el orden capitalista y edificar uno nuevo, luego postuló que se podía cambiar el mundo sin tomar el poder, y terminó tomando el poder sin cambiar el mundo. Grabois, en cambio, anticipa en una breve narración de tono sentimental escenas cotidianas de la sociedad que tiene su prefiguración en la Economía Popular. Es posible imaginar que la utopía naif del final del libro será leída por cientos y miles de los que hacen El Movimiento y que reconocerán en esas líneas el más íntimo deseo de cambiar su propio mundo.

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