La máquina respira. Tan sólo un panel que dibuja líneas oblicuas, a veces en verde y otras en rojo. Dos tubos transparentes, arrugados como fuelles, una maraña de cables y, cada dos segundos, una exhalación que se siente viva pero es artificial. Es un respirador, de los pocos que quedan disponibles para salas de terapia Covid en la provincia de Buenos Aires, y los técnicos están probando que funcione bien. Cada dos segundos el guante quirúrgico blanco conectado a los tubos se infla y desinfla y, de vez en cuando, alguien se acerca a mirar los números del panel superior y asiente con la cabeza y después vuelve, sin más, a la tarea que le fue asignada.
En cuestión de media hora, dos salas –antes vacías– se llenan de personas que visten ambos y delantales, con barbijos y cofias, que llevan y traen cajas, arman camas de hospital, trasladan colchones que luego cubren con sábanas azules. Otras, sin uniforme, perforan las paredes e instalan repisas, lámparas y enchufes en la parte superior de las camas. El Hospital Mariano y Luciano De la Vega (antes de la pandemia, el único de Moreno para una población de más o menos 600 mil personas) acaba de acondicionar dos salas para recibir pacientes críticos de coronavirus. Y aún así, todo parece indicar que no serán suficientes.
estrategias de campaña
De afuera, este edificio de 2.767 metros cuadrados parece un elefante dormido. De un lado, sus ventanales de vidrio, los colores pasteles –a veces grises– de sus paredes; del otro, los estrechos pulmones de manzana, algunos sectores que conservan la fachada de principios del siglo XX y el jardín lindante, donde ahora hay una carpa que fue hospital de campaña en Colombia, una casa de refugiados –donaciones ambas de los Cascos Blancos para combatir el coronavirus– y el rumor incesante de la gente que espera entrar a la guardia, al otro extremo de la puerta principal.
Emmanuel Álvarez (36) no es ajeno al movimiento inquieto de la institución que dirige. Desde que asumió como director del Hospital en febrero de 2020 no dejó de diseñar planes y estrategias para vencer a la pandemia y, justo ahora, siente que la segunda ola del coronavirus le gana la batalla al sistema en su conjunto. Decidió, entonces, escribir una carta pública, difundir que la saturación de los hospitales es real e inminente. La misiva trepó en un santiamén a los portales nacionales: que no hay camas, que el personal de salud está extenuado, que es imperioso volver al aislamiento, que aún así no hay garantías para los pacientes de Covid, que ellos pueden agonizar sin hallar nunca un respirador disponible.
Quizá recuerda que a menos de un mes de asumir su cargo directivo en el Hospital, tuvo que afrontar los primeros contagios de coronavirus en Moreno: 20 infectados por asistir a un cumpleaños de 15. “Irrumpió sin aviso, fue una explosión que significó –en ese momento– internar a todas las personas que eran casos sospechosos, hisopar y atender a los pacientes cuando no había experiencia, prácticamente, en ningún hospital de Capital o de provincia”, cuenta a crisis.
Emmanuel Álvarez, director del Hospital Mariano y Luciano De la Vega, partido de Moreno.
Con el tiempo, se creó la sala Covid con un centro de hisopado, habitaciones de aislamiento de pacientes y la inauguración, después, de un laboratorio propio para diagnóstico y test rápido. “Tuvimos que conseguir los equipos de protección. En ese momento no había barbijos N° 95. Pudimos superar esa primera situación gracias al apoyo de todo el equipo de salud y la comunidad (y los operativos Detectar); se generó una red de confección de camisolines y barbijos entre trabajadores de la salud, vecinos y vecinas de Moreno. Con todas esas estrategias pudimos evitar el colapso sanitario en la primera ola”, dice Álvarez.
En junio de 2020, se inauguró el Hospital Modular Floreal Ferrara para casos de Covid a la par del Centro de Emergencias de Cuartel V en Moreno. Es uno de los 20 hospitales modulares que se crearon por la pandemia en el país y de los pocos que no dejó de funcionar en diciembre, cuando pasó la primera ola. Además, recibe pacientes de otras localidades: Merlo, General Rodríguez, Tres de Febrero y Hurlingham.
“Nuestra estrategia (para la segunda ola) fue ocupar primero el Hospital Modular de Internación Covid. En este momento, las 15 camas de terapia y las 60 camas de cuidados intermedios están ocupadas al 100%. Aquí, en el Mariano y Luciano de la Vega, ahora tenemos una ocupación muy importante de casos no-Covid: el 90% de las camas de cuidados intermedios y 85% de las camas de terapia intensiva están ocupadas”, afirma Álvarez. La nueva sala Covid en el Hospital de Moreno suma 8 camas de terapia intensiva (con 8 respiradores recién traídos) y entre 18 y 24 camas de cuidados intermedios para pacientes de coronavirus.
Álvarez lo dice: donde hay un lugar se arma una cama, pero a pesar de que han sumado personal al Hospital (se incrementó entre un 20 y 25% el plantel de trabajadores en relación a la gestión anterior), a pesar de que se creó un Comité de crisis para tomar las decisiones referidas a la pandemia con participación de trabajadores y sindicatos, y de que el 98% del personal de salud tiene la vacuna (el 2% no, por decisión propia), hay un 100% más de hisopados en la población de Moreno, es decir de casos sospechosos, que hace 15 días atrás. “La segunda ola es mucho peor. En la primera había un aislamiento social preventivo y obligatorio y la gente lo cumplía, pero en este pico no hay aislamiento, no hay fase 1 ni fase 0, solo una gran circulación de personas en toda la sociedad. Eso te desmoraliza y te genera mucha angustia, porque sabés que se viene el crecimiento de casos: podría ser el colapso”, dice.
Entonces ¿cómo se enfrenta al virus ahora?
entre lo público y lo privado
Moreno es una localidad ubicada en el segundo cordón del conurbano, es decir, no está a la par de la Ciudad de Buenos Aires sino un poco más alejada de la Avenida General Paz. Y sin embargo, desde hace un tiempo, los profesionales del Hospital han comenzado a recibir llamados y mensajes telefónicos desesperados de colegas de la Ciudad y otros distritos del AMBA. “Nos piden por vía informal una cama. No sólo nos buscan de hospitales, también las clínicas privadas”, dice Álvarez.
Las derivaciones de pacientes en el circuito formal de la salud pública sólo pueden hacerse por medio del Sistema Integrado de Emergencias Sanitarias (SIES), pero los pedidos informales existen y están motivados por la desesperación de los profesionales que llaman. Quienes trabajan en el sector privado de salud –exento de cumplir sistema alguno– son los más afectados y ya han comenzado un proceso de derivaciones de clínicas privadas de Capital a clínicas del conurbano, sobre el que no existe control alguno.
En el momento más crítico, ¿qué políticas hacen falta para contener el colapso del sistema sanitario de la Ciudad, del AMBA y de todo el país? Para Álvarez, la cuestión radica en el Estado recupere la capacidad de gobernar, controlar y supervisar todo el sistema, incluyendo las obras sociales y el sistema privado. “En la primera ola, el 80% de los internados por Covid de toda la provincia de Buenos Aires estuvieron en los hospitales públicos, provinciales o municipales. Es decir, en instituciones del Estado y no en las clínicas privadas que son prestadoras de obras sociales”, reafirma.
¿Es posible saber con exactitud cuántas camas libres existen en este momento si el Estado no tiene la información ni el control sobre los privados? Esta fragmentación del sistema de Salud se refleja en el gasto millonario invertido en el sector privado y en las obras sociales. “Al no estar centralizado, no sólo no hay gestión sino que tampoco hay resultados”, asegura Álvarez.“Se produjo un desfinanciamiento de la salud pública que se mantiene en la actualidad con la descentralización. Hay una gran inequidad, depende de donde uno viva (provincia o municipio), se accederá en mayor o menor medida a la salud. No es lo mismo vivir en San Vicente que en San Isidro”, dice.
Román Luna, intendente del hospital.
entre el miedo y la esperanza
Es un hospital pero bien podría ser un laberinto, con vericuetos extraños en las esquinas, pasillos eternos y escaleras imposibles. Parece que todos los pisos son iguales y también las personas: los ambos, los barbijos y los pacientes desorientados en esa geografía difícil. Hasta que aparece algún cartel: “Sala Covid”, “Laboratorio”, “Traumatología”, “Mantenimiento”, “No compartir mate”, “Obligatorio el lavado de manos frecuente” y “Uso obligatorio de barbijo en cualquier sector del hospital”.
Carmen Esther Vera (55), Jefa interina del departamento de Enfermería, deja por un momento de desarmar cajas en la nueva Sala Covid y dice que al principio no sabían bien cómo manejarlo, que llegaron a tener 18 personas internadas con coronavirus en cuatro habitaciones. “Nos enseñaron cómo colocarnos los camisolines, cómo sacarlos, cómo lavarnos las manos porque teníamos que hacerlo con precaución, cómo manipular las máscaras que nos donaron, recibimos muchas donaciones”, dice con una sonrisa que se borra al rato, cuando cuenta también que el Comité de infección era liderado por el enfermero José Jopia, fallecido por ACV hace un mes, que se ocupaba de todo eso. “No tuvimos ningún compañero que haya muerto en esta situación (de Covid) porque se manejaron bien las medidas de bioseguridad. Si no pasó fue por la garra que (José Jopia) le puso. Desde que comenzamos, estuvo 24 horas en el Hospital y por Zoom capacitándonos”, cuenta. “Esta vez nos encuentra cansados. Nosotros también tenemos miedo, también tenemos familiares y nos estamos cuidando”. Y replica ese rezo que repiten quienes trabajan en salud: “Les pedimos, por favor, que se cuiden, que no se reúnan en fiestas, ya vamos a tener momentos para descargarnos”,
Damián Leyes (32), Licenciado en Enfermería y Supervisor del turno mañana, también se las arregla para sonreír mientras cuenta que hace poco pensó que se moría. Se contagió de coronavirus y después tuvo una neumonía bilateral; fue internado por un tiempo y luego aislado, solo, en su casa. Cuando el hisopado dio negativo, volvió a trabajar. “No te voy a mentir, hay miedo e inseguridad porque nos enfrentamos a algo desconocido. Si vos me preguntás cuál es el nexo epidemiológico, cómo me contagié, no sé si fue con un paciente o en mi casa. Nunca sabés por dónde pudo entrar”, asegura y dice que hay un solo objetivo común: no colapsar. “Lo único más fuerte que el miedo es la esperanza. Sé que vamos a trabajar un montón, lo que no queremos es atender en los pasillos y negar un respirador porque no lo tenemos”, dice mientras acomoda uno recién instalado junto a la cama vacía de la sala.
Todavía están llevando mobiliario a dos habitaciones pero además hay otras salas, un poco alejadas, con pacientes no Covid que miran, asustados, ese correteo inusual o se tapan los oídos para intentar dormir un poco. Matías Provenzano es el Jefe del Servicio de Clínica Médica y durante el año 2020 estuvo a cargo de las salas de pacientes con coronavirus. Tanto él, como su esposa –también médica del Hospital– y sus hijos de 4 y 5 años se contagiaron a fines de junio pasado, con síntomas leves. “Son sentimientos encontrados, por un lado tenemos el temor de volver a enfermarnos o de contagiar a personas de riesgo ya sea familiares o pacientes –dice. Es bien conocido el problema del pluriempleo en el personal de salud, nosotros trabajamos con otros pacientes, muchos con patologías que provocan un aumento del riesgo. Ante el temor, hablo por mí, aunque creo que lo podría generalizar al resto del equipo de salud, prima la vocación de servicio”.
en la trinchera de los hisopados
Hay que dejar atrás las nuevas salas de Covid y caminar hasta el final de ese pasillo extenso, para cruzar por una puerta de madera a dos aguas y doblar a la derecha. Hay que bajar las escaleras estrechas y encontrarse, de repente, en una de las salidas laterales del edificio, entre tubos de oxígeno que esperan el recambio –que no son suficientes, repite el Director del Hospital– y hacer unos metros hacia la vereda para encontrar el nuevo centro de hisopado. Ahí, sobre el pasto recién cortado y con un cartel visible que dice “Cascos Blancos” hay una casa de refugiados, de material, que será la primera parada para los casos sospechosos de coronavirus.
Unos pasos más adelante se levanta una carpa blanca, antes hospital de campaña en Colombia, donde –según cuenta Silvia Corbalán, enfermera y encargada del área– habrá tres puestos separados para hacer los hisopados y un último box –el área sucia– donde los enfermeros y enfermeras podrán lavarse las manos, desechar mamelucos y material descartable. “Un equipo de limpieza desinfectará cada diez pacientes y nosotros, los enfermeros, cada tres lavados en seco de manos (alcohol) nos lavamos con agua y jabón aquí, en una bacha que la gente de mantenimiento creó para nosotros”, dice Corbalán y señala un espacio vacío dentro de la carpa. Es enfermera de Oncología y trabaja en el Hospital de Moreno hace veinte años, pero cuando surgió el coronavirus tuvo que reacomodar su profesión a la realidad. “Al principio teníamos internaciones, era algo totalmente nuevo para todo el sistema de salud. Ahora el protocolo cambió. Fue aprender en el día a día: cómo tocar cada superficie, cómo manipular un paciente y fue difícil. Lo que implementamos fue empatía porque en realidad ellos y nosotros estábamos –estamos– pasando lo mismo: tenemos miedo a lo desconocido. Además llegaban por los medios de comunicación imágenes de otros lugares del mundo que eran atemorizantes”, cuenta.
Con el dispositivo externo de hisopados se busca descomprimir la guardia ya que en las últimas semanas aumentó el 100% la cantidad de posibles infectados. En la planta baja del edificio, en uno de sus extremos y casi como un depósito, yace lo que fue la primera Sala de Covid. Los boxes de hisopados, luego usados para vacunación, aún conservan carteles que advierten sobre la distancia social y el uso adecuado del barbijo. Del otro lado del salón, unas camas apiladas y un colchón sucio se amontonan en desuso. Enfrente, una puerta indica que allí se guardan las vacunas contra el coronavirus, varias heladeras y freezers contienen las cajas con las dosis que el Hospital tiene inventariadas. Incluso un sistema de seguridad por medio de una aplicación advierte a las autoridades de la institución cuando un freezer ha sido abierto y por cuánto tiempo. Más allá está el laboratorio, que se inauguró en junio del año pasado y permitió no sólo mayor independencia de la institución sino también descomprimir la demanda al Hospital Posadas. “La técnica que usamos es la de amplificación isotérmica y test rápido, un promedio de más o menos 250 muestras diarias resueltas en las 24 horas y la entrega de resultados”, dice Cynthia Montes, la bioquímica a cargo.
Cynthia Montes, bioquímica en el hospital.
cuando se cierra la garganta
Hay algo más allá de la tristeza en los ojos de Román Luna, un histórico de la institución que desde hace pocos días es el nuevo Intendente del Hospital. Hay algo que ni puede decir: ese mismo día, a la mañana, una compañera de hace muchos años, falleció de un infarto. “Nos pasa lo mismo que a la gente de afuera en lo psicológico. Somos personas como todos, también sufrimos, nos apoyamos en nuestras familias, ellos también se cansan”, dice y pide perdón porque se le cierra la garganta pero antes llega a decir: “Si no tenemos la ayuda del pueblo de Moreno por más que pongamos todo, no podremos sacar esto adelante. Por eso convoco a todos, a que nos den una mano porque necesitamos que se comprometan. Venga a verme el que quiera donar frazadas, sábanas, lo que sea, en todo lo que puedan ayudar, vengan porque nosotros le ponemos todas las ganas”.
“Cuidar a los que cuidan” es una red creada para acompañar y contener a los que asumen ese rol durante la pandemia. En el Hospital de Moreno, un equipo de salud mental se puso a disposición para trabajar con quienes están en situación de ansiedad, angustia, pánico o depresión, a raíz del coronavirus. Las consultas y urgencias que más han aumentado en la guardia hospitalaria son patologías cardiovasculares como infartos, Accidentes Cerebro Vasculares (ACV) en su mayoría hemorrágicos, cáncer, pancreatitis. El director Emmanuel Álvarez asegura que se han incrementado, también, las patologías abdominales por mala nutrición y la falta de cuidado en la salud: piedras en la vesícula y enfermedades de transmisión sexual, sobre todo sífilis. La guardia hospitalaria volvió a inundarse de heridos de armas blancas y armas de fuego, politraumatismos por accidentes de tránsito y violencia intrafamiliar.
“El año pasado no había ningún tipo de circulación de otros virus en la población infantil pero este año sí porque han tenido presencia en las escuelas y guarderías que son los lugares donde hay contagio, no sólo de Covid sino de todo tipo de virus respiratorios –dice Álvarez. Infecciones respiratorias bajas como la bronquiolitis y las neumonías de niños empeoran y generan mayor ocupación de camas. A esto se le suma un punto muy importante, el agotamiento y el cansancio del personal de salud, que es algo subjetivo pero real, y se traduce en que no se consiguen enfermeros y médicos terapistas porque ya están trabajando en lo público y lo privado”.
Una por una cuentan las camas disponibles como se cuentan las monedas de oro de un tesoro preciado. Si la ocupación, si la cantidad de respiradores, si los tubos de oxígeno o las camillas, los mamelucos, si los insumos serán suficientes para pasar ese día. Si hay que salir al frente para cubrir al que, sólo por hoy, no puede más. Si toca aislamiento, si hay pánico de volver a pisar la terapia, si las manos arden y la piel se deshilacha por el uso diario de alcohol y el lavado continuo. Si hoy pasa que, de nuevo, un corazón no soportó. Si hay duelo colectivo, más allá del otro duelo universal, por todas las veces que vieron morir.
El fantasma del colapso que ronda los medios hegemónicos convive con ellos desde hace tiempo. El miedo, ese que más les cuesta reconocer, es que llegue un día la explosión social esperada –después de la desidia, de la indiferencia– a cobrarles la cuenta. Porque serán ellos quienes tendrán que elegir la vida o la muerte de los otros.