Kenny G, no-autor del Quijote | Revista Crisis
Kenny G, no-autor del Quijote
Flavio Lo Presti analiza "Escrituras no creativas", de Kenneth Goldsmith, creador de Ubu Web
Ilustraciones: Mariano Lucano
11 de Diciembre de 2016
crisis #24

 La idea principal de Escrituras no-creativas podría ser resumida en forma simple: Internet significa para el arte de escribir lo que la invención de la fotografía significó para la pintura. Según Goldsmith, Internet es una tecnología "más apta para replicar la realidad", y su inmensa masa de texto ya existente hace innecesarios los gestos de escritura que identifica con el concepto de escritura tradicional.

Es muy difícil discutir con alguien que parece venir desde el futuro. No sólo porque Goldsmith curte un look que podrían hacerlo aparecer en esas parodias de la "onda" que hacen en Los Simpsons (siempre usa trajes extravagantes, zapatos extravagantes, barbas extravagantes y hasta sombreros extravagantes), sino también porque el tono de su argumentación parece decir todo el tiempo que ya ha visto lo que nos espera: un mundo sin creadores sensibles y originales, un paisaje matematizado de poesía escrita "para máquinas por máquinas". Es quizás el punto más débil del libro. Aunque se toma su trabajo para dejar en claro que la literatura "todavía sirve" ("¿quién no disfruta de unas memorias magníficamente escritas?"), el tono de predicador con que propone sus ideas hace pensar que, en realidad, está convencido de que la escritura creativa (la producida por artistas que creen en la originalidad de su creación, producto de una técnica depurada de observación de sus mundos interiores y de una técnica expresiva adquirida mediante el aprendizaje) es un atavío trasnochado, una forma de atraso cultural.

¿Por qué es quizás el punto más débil del libro? Porque el resto se salva en una idea sencilla: toda manía tiene derecho a existir, incluso hacer esculturas con fósforos.

 

Basta de Carver

 

Retomemos el curso de la argumentación de Goldsmith: vivimos en una superabundancia textual. El siglo anterior y el actual se sobresaturaron de imágenes, pero ahí donde los teóricos de la comunicación veían el fin de la palabra, la actualidad nos muestra que el lenguaje constituye la arquitectura que sostiene la colorida plétora que habita nuestras pantallas. Todo es lenguaje, incluso nuestras imágenes, que tienen por detrás de su textura ilusoria códigos hechos con números y palabras. "Confrontados con una cantidad sin precedente de textos disponibles", los escritores no creativos ya no necesitan "escribir más", señala Reinaldo Laddaga en el prólogo; "en cambio, tenemos que aprender a manejar la vasta cantidad ya existente. Cómo atravieso este matorral de información –cómo lo administro, cómo lo analizo, cómo lo organizo y cómo lo distribuyo– es lo que distingue mi escritura de la tuya".

Dado este presente, la escritura podría aprender mucho de las artes visuales. El planteo no puede no remitir a Duchamp, a quien Goldsmith cita con frecuencia, y a su carga de caballería contra la idea de un arte retiniano. Acá se apunta una primera confusión posible en los argumentos de Goldsmith: en términos generales, se puede decir que uno de los problemas que provocó la fotografía a la pintura es volver obsoleto su afán mimético y, por lo tanto, el desencadenamiento de un cambio de paradigma (de un arte que trata de copiar el mundo tal cual lo ven los ojos a un arte que se pregunta qué es aquello sensiblemente significativo que hace que algo sea arte o no, al decir de Arthur Danto). ¿Es eso mismo lo que sucede entre internet y el arte de escribir? ¿Es lo que sucede cuando la tendencia de los que fuimos lectores es navegar entre miles de sitios, chequeando memes, tuits y estados de Facebook antes que sentarnos con la última de McEwan o los cuentos de Chejov? Ya estamos cansados, dice Goldsmith (y puede haber verdad en esa idea) de que nos escriban cuentos sobre pobres diablos que fracasan en sus matrimonios, o que no pueden pagar el alquiler. Para decirlo con él: "pareciera que todo manual de escritura creativa insiste en que 'la memoria es la fuente primaria de la experiencia imaginativa. Las instrucciones de estos libros me resultan terriblemente burdas, poco sofisticadas; en general coaccionan a sus lectores a que valoren lo teatral por encima de lo mundano”.

La literatura, entonces, ha perdido participación en "los debates culturales más vitales y emocionantes de nuestro tiempo". Goldsmith convoca varias herencias para poner a la literatura a la altura de esos debates. El situacionismo y sus conceptos de psicogeografía, deriva y détournement como formas de desautomatizar la experiencia y provocar cambios de contexto y relecturas; la poesía concreta brasileña que pone el acento en los aspectos materiales del lenguaje; los procedimientos de utilización de contenidos ajenos para perturbar la función autoral: utilizar la primera persona para "marcar" textos insípidos escritos por turistas sobre distintos países, pasar a primera persona las interpelaciones publicitarias que hablan de nuestros bienes de consumo, firmar como literatura los relatos escritos en el marco de los alegatos judiciales en casos de violación, como hace la abogada neoyorkina Vanessa Place. Una enorme batería de formas "no-creativas" (inbuenas, diría Orwell) de utilizar el lenguaje para producir arte, un arte no mimético: una escritura conceptual.

 

Noticias del mañana

 

A pesar de que algunas de sus preguntas y reflexiones tienen valor para pensar los problemas reales que Internet y la circulación de textos plantean a las ideas de autoría, originalidad y personalidad, hay otros problemas en el libro de Goldsmith. En primer lugar, sus contradicciones flagrantes. No me refiero a sus conceptos, si no a que se contradice literalmente con unas 5 páginas de distancia: "Al igual que la escritura no-creativa, su idea no era reinventar la vida sino resituarla y resucitar sus zonas muertas" (p. 68); "Debord veía estos esfuerzos culturales como los primeros pasos hacia un objetivo final que involucraba la transformación completa de la vida cotidiana" (p. 72). Por lo farragoso y desmañado de la exposición, Goldsmith incurre en este tipo de disparates con relativa frecuencia.

En segundo lugar está la ya mencionada tentación del mesianismo a la que se entrega por momentos. No recuerdo exactamente, pero Bourdieu cita en un artículo un pasaje en el que Proust se burla de una mujer que cree que la historia del arte es lineal, como si una vez alcanzado un estado de desarrollo estaría negada la posibilidad de las prácticas anteriores. Bueno no hace falta decir que el fin de la literatura ha sido profetizado en los últimos quinientos cincuenta mil fines de semana de la historia.

Por otra parte, y siguiendo con los problemas que se generan en una lectura específicamente argentina del libro de Goldsmith, en nuestro medio sus ideas son noticias viejas. Borges es argentino, y Borges inventó las atribuciones equivocadas, el anacronismo deliberado, el cortar y pegar como práctica regular (hay una cita de Chesterton copiada en tres ensayos distintos de Otras Inquisiciones, toda la segunda parte de El Hacedor son "obras ajenas" e Historia universal de la infamia está constituido por reescrituras deliberadas), y también dijo que ignoraba si la música sabía desesperar de la música o si el mármol del mármol, "pero la literatura es un arte que sabe profetizar aquel tiempo en que habrá enmudecido, y encarnizarse con la propia virtud y enamorarse de la propia disolución y cortejar su fin". Aunque Goldsmith viene dando vueltas sobre estos conceptos desde hace unos veinte años, entre nosotros Aira escribió algunos ensayos que se anticipan y se conectan con las mismas tradiciones: el arte como procedimiento antes que como resultado, la insistencia en Duchamp y John Cage.

Agreguemos además a las contradicciones literales, algunas más profundas. La escritura no creativa se presenta como una forma de democratización de las artes literarias, pero Goldsmith es incapaz de desterrar la idea de calidad: llega a decir que en las artes, la democracia es un desastre (en ese sentido, la propuesta de Aira es más radical, tanto en su recordada defensa de Emeterio Cerro en el Diario de Poesía como en su ligera diatriba contra la vanidad del surrealismo en el ensayo sobre Alejandra Pizarnik).

En segundo lugar, Goldsmith llega a proponer,a la escritura no-creativa "como un espacio éticamente ingrávido donde impulsos transgresores y mecánicos se pueden explorar sin consecuencias" (pág 37), y es quizás por eso que presentó como poema la autopsia de Michael Brown, un joven afroamericano baleado por la policía en 2014. La consecuencia que nuestro Hipster tuvo que enfrentar fue un mitin web de literatos negros que, con cierta justicia, lo "lincharon" metafóricamente. Esto parece un chisme, pero es una consecuencia del carácter celebratorio de la poshumanización y la no identificación que promueve su idea de literatura, y abono para una nueva contradicción. Repudiado, Goldsmith pasó a considerarse a sí mismo un poeta "fuera de la ley", sin importar que da clases en una universidad cheta de Pensylvania y fue recibido en el Salón Oval por Barack Obama y Michelle Obama, cuyos deslumbrantes zapatos fueron fotografiados e instagrameados por el forajido.

Pero por otra parte, ¿por qué alguien que aboga por la despersonalización, la no creatividad y la eliminación de la idea de originalidad, pone tanto empeño en su atavío y empeña tanta vanidad en sus apariciones públicas? Sería terrible que Goldsmith no se admitiera (suele hacerlo) un ser contradictorio.

Pero lo peor de todo no es su prosa aburrida ni su insistencia espástica en berretines, sino aquello que nos condena a padecer. Borges escribió El Aleph y Ficciones. Aira La luz Argentina. El Oulipo (un colectivo cuya idea era imponerse reglas preestablecidas apara escribir) generó obras como El castillo de los destinos cruzados de Ítalo Calvino o La desaparición de Georges Perec, aunque Houellebecq dice por ahí que Perec es un gran novelista a pesar del Oulipo (también advierte que cuando alguien pronuncia la palabra escritura es hora de dar vuelta la cara y pedir otra cerveza). Pero, ¿qué nos ofrece Goldsmith? Poemas que son listas de números. En el camino de Kerouac copiada completa, con otro título y publicada al revés, como entradas de un blog. O sus propios libros: un día completo del New York Times copiado de izquierda a derecha y encuadernado como libro (Day), o todas las palabras que dijo durante una semana, transcriptas (Soliloquy). Pierre Menard tiene la delicadeza de ser divertido hasta la carcajada, pero el dandy del norte nos trae noticias viejas bajo la forma de un aburrimiento mortal. No hay peor lugar que el del conservador anímicamente muerto, el que sostiene la bandera de que no hay nada nuevo bajo el sol, pero no es mi caso. Simplemente, no parece haber nada muy interesante o novedoso en Escrituras no creativas, no solo en lo que corresponde a los aspectos literarios. Lo que propone estrictamente como novedad y revolución está siendo realizado sin necesidad de iluminados universitarios por miles de millones de usuarios de Internet, todos los días. Quizás la literatura simplemente sea otra cosa.

O no. Quizás el sarcasmo y las reticencias que causa este libro sea el efecto de ver en él nuestra propia obsolescencia, una resistencia lógica. En el futuro no vamos a escribir, las máquinas lo harán por nosotros. También leerán por nosotros. ¿Dónde estaremos nosotros?

No sé.

Es una pregunta para Kenny Goldsmith.

 

 

Escritura No Creativa. Gestionando el lenguaje en la era digital, de Kenneth Goldsmith.

Editorial Caja negra, 331 páginas, 2015.

  

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