Año 2009, el publicista Federico Callegari maneja su auto deportivo por un camino costero de Los Ángeles. Lleva en el techo una tabla de surf. Va camino a su escritorio con vista al mar, donde cranea ideas para la agencia David & Goliath. Es tal su reputación que ha convencido a Subway de alquilar un orangután para incluir al animal en una pieza fílmica. Al momento del rodaje, percibe que algo no está bien. El lujo y el brillo del set contrastan, a ojos de Callegari, con la precaria imagen de un mono de circo alienado y sucio. Sigue conduciendo unos minutos más y detiene el coche. Días después le escribirá un correo a la colega Malena Blanco. La conoce porque compartieron pasillos en la Escuela de Creativos Publicitarios. Sabe de su reputación como defensora de los animales. Siente que ella puede entender su crisis existencial.
A los cinco años Malena se anteponía al paso de sus compañeros cuando querían visitar la granja del jardín. “No soportaba que maltrataran a los animales”, cuenta ahora mientras toma un café en el patio abierto de la Galería del Liceo, un nodo atípico de locales en el ecosistema comercial de avenida Santa Fe. Voicot tiene ahí su bunker, comparte espacio con tiendas de diseño independiente o de cosmética orgánica. El pelo almendra de Malena llega a la altura de su mentón, rosarios de tattoos besan sus brazos y piernas delgadas. Cuando habla es un volcán de palabras, se dispersa por momentos.
Malena recuerda que tenía once cuando, tras ver un documental en la TV pública sobre mataderos conducido por la actriz Brigitte Bardot, anunció a su mamá que nunca más iba “a comer animales”. Su progenitora le advirtió que se iba a morir de hambre, ella encogió sus hombros e hizo caso omiso. Era el año 1990. Aún no circulaba en Argentina la palabra veganismo, menos el término antiespecismo, es decir, la prédica a favor de una comunión entre la especie humana y la especie animal. Malena cumplió su palabra. Nunca más probó un bocado de carne. O, como dicen ella y sus compañeros, nunca más comió un animal.
Federico retorna al país en 2010 e invita a Malena a tomar algo. Pegan onda, hacen match. Desde entonces ha pasado algo más de una década. Les llevó tiempo, pero lograron construir un amor, y armar una orga, a la que bautizaron Voicot.
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Malena y Federico comienzan con la Fundación Amora, que les permite entender puentes con círculos pares como Animal Libre, o Ánima. El mapa vegano, o antiespecista, era muy pequeño. Malena aún no lograba deconstruirse del todo en términos alimentarios, adoraba el queso por ejemplo. Realizan, entonces, junto a Federico, un taller de alimentación y formación política vegana con Verónica Cerrato, dueña del local Veganius. Recopilan recetas “riquísimas” que les permiten a ella sustituir los lácteos, pero sobre todo salir con su primer acopio de “data política”. Comienzan a percibir una idea: los empresarios maltratan a los animales en la industria alimentaria, o textil, para acelerar los tiempos de producción. Empiezan a leer su empatía con el mundo animal desde una dimensión militante.
Voicot suma un socio, el analista de sistemas Matías Vásquez. Deciden invertir su capital político, su conocimiento en marketing y comunicación, a favor de la causa animal. Cada cual ocupa un puesto definido, Federico es el director creativo, Malena la redactora, Matías ordena las ideas de ellos en planillas de excel. Los trucos aprendidos para endulzar la venta de cigarros o de viajes a Miami los ponen al servicio de una idea, el veganismo. Deciden confeccionar prendas para visibilizar la tortura a los animales. Sacan una tanda de remeras donde se ve a un vacuno desollado en sangre colgando de un gancho industrial. Es un fracaso estrepitoso. “No se la vendimos a nadie, eran muy sangrientas”, recuerda y ríe Malena que viste su atuendo habitual, borceguíes, jean ajustado, buzo negro holgado con capucha. El contorno de sus ojos rebalsa de rímel negro, lo que le da un aire entre gótico y punk.
El proyecto no arrancaba. Malena y Federico deciden vender todo, su auto incluso, juntar la plata necesaria para viajar a Europa. En España toman contacto con Sharon Núñez y José Valle, de Igualdad Animal, quienes les comparten su expertise sobre investigaciones en granjas y mataderos sin necesidad de “romper todo” como hace el Frente de Liberación Animal. Hacen “activismo” en varios países de la eurozona, participan de un mural colectivo en París.
No tardan en realizar un segundo viaje a Europa, ese trip será decisivo en la historia de Voicot. Ya han leído las obras cumbres de la literatura antiespecista, caso “Comer animales” del escritor estadounidense Jonathan Foer, entienden el mecanismo: un ave de corral o una vaca son un insumo más en la cadena de producción. Malena y Federico comprenden que para producir carne a gran escala los dueños de granjas o mataderos rompen el ciclo biológico de las especies, las privan de aire y luz, las golpean fuerte, les llenan la panza de fármacos. También se reúnen con activistas de fama mundial como el divulgador vegano Ed Winters y Anita Krajnc, líder de Save Movement, el movimiento global que promueve vigilias de despedidas cuando los animales ingresan a centros de producción cárnica.
Recapitulando: el golpe político en Europa lo dan a través del arte. A diferencia del Frente de Liberación Animal que dinamita laboratorios por experimentar con roedores, a diferencia del citado escritor Foer que para documentar el horror cárnico ha entrado de noche y sin permiso en megagranjas porcinas, Voicot decide ingresar de día a un matadero de Mar Del Plata para hacer un registro del sistema de producción, caminan junto al capataz al que le han explicado con candidez que son “investigadores” que buscan mostrar “en la ciudad” cómo se produce carne. Les llevó tiempo ese convencimiento, pero finalmente el dueño les abrió el portón principal.
Con todo lo visto imprimen gigantografías polaroids, hacen un video slow motion. ¿De matarifes sádicos, de vacunos guillotinados despidiendo rayos de sangre? No, se muestran a ellos mismos, sus caras derruidas, llorando mares por todo lo visto. Invierten el campo visual esperado. “La idea fue trabajar el concepto de la empatía porque la gente no suele conectar con el dolor de los otras especies, y nos fue bien, logramos llamar la atención”, recuerda Federico y enrolla el tercer cigarrillo artesanal de la última hora. “Para ese trabajo sumamos a un muy buen fotógrafo que come carne, pero a mí no me importa porque yo quiero el mejor registro, mi moralidad no se pone por delante”, aclara Malena. Las imágenes de dolor de Malena y Federico logran integrar la muestra “Behind the walls” en la galería The Strand en Londres. Acaparan los ojos de la prensa ecológica global. Retornan al país. No tienen un centavo en los bolsillos. Se perciben indestructibles.
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“La idea es profesionalizar el movimiento, que el veganismo no sea algo de hippies o de gente con problemas emocionales, sino que es un problema político, un problema serio, algo que nos incumbe a todos”, dice Federico Callegari. Sus ojos negros, la barba tupida y prolija como un monje, enrolla otro origami con pulpa de tabaco. Se reúne con otros creativos en el bunker de Voicot. Piensan en voz alta, salen al pasillo a fumar, siguen pensando, anhelan seducir a las masas, componen un no cuadro de la serie Mad Men.
De ese meeting despacharán afiches rosas que serán adheridos en las marquesinas de Mc Donalds o Burger King en localidades como Avellaneda, San Juan, Rosario, Córdoba, Jujuy, Tierra del Fuego. Los milicianos de Voicot saldrán de noche en grupos de cinco a ocho personas, si es necesario utilizarán una escalera para estampar en altura sus tatuajes callejeros efímeros. Son consignas amígeras, potentes, bolcheviques. Prometen luchar “Hasta que la última jaula este vacía”, advierten que “Violencia es comer animales”, resaltan que “El grano que alimenta al ganado podría terminar con el hambre en el mundo”.
¿Comer carne deteriora la salud? Malena cita una investigación en el campo de la medicina que demoró veinte años, y en la que participó el doctor René Favaloro. Los doctores Colin Campbell y Caldwell Esselstyn comprobaron en The China Study que la población oriental contaba con índices bajos en sobrepeso, diabetes y enfermedades cardiovasculares gracias a su patrón de dieta, donde el consumo de carne industrializada era poco frecuente. Sin embargo, en la última década, donde Beijing consolidó su rol como global player, sucedieron hechos sociodemográficos significativos fronteras adentro: se agigantó la clase media del país, y con ello el horizonte de consumo. Millones de chinas y chinos comenzaron a comprar más de todo: celulares, televisores, carne. Ese desplazamiento económico y cultural explica la pronta radicación de megagranjas porcinas for export en la provincia del Chaco.
Voicot abre sus puertas de lunes a sábado. En la tienda venden su catálogo de remeras políticas, sus fanzines de estética punk, sellos antiespecistas para estampar billetes o lo que sea, los libros de la biblioteca antiespecista curada por Malena. El bunker es atendido por Catalina — aca, aros, introspectiva— y Erika —pelo corto, viste de negro. Todos los días, pasado el horario del almuerzo, desciende una misma paloma de plumaje escuálido hacia el balcón del segundo piso, donde se amucha la militancia vegana. Malena la espera con agua y semillas, le tiene especial cariño, dice que las palomas de ciudad son despreciadas por la gente, y eso la aqueja.
Es viernes de tarde, el cielo de la ciudad es un azul hecho escombros. Circula un mate, se abre una charla. Se suceden temas varios. Malena comenta que habló días atrás con Moira Millan, del Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir, una organización con la que Voicot viene anudando una alianza política estratégica; Erika destaca que el último jueves un grupo de zona sur de Voicot cocinó y sirvió hamburguesas veganas en un comedor popular de Lomas de Zamora para 150 personas. Hay una pausa, Malena retorna a un tema que concentra su atención los últimos meses, el acuerdo porcino con China: “Las megagranjas acelerará otro negocio, el de sangría de yeguas, que deja mucho dinero. Para acelerar el celo de las cerdas se utiliza una hormona que está presente en las yeguas en sus primeros meses de embarazo. Lo peor es que las yeguas generan más hormonas cuánto más débiles están, las inseminan artificialmente, les sacan sangre dos o tres veces al día, luego les generan un aborto, y las vuelven a inseminar, así cada tres o cuatro meses, hasta que no dan más”, detalla Malena y su rostro empalidece a medida que habla.
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La politóloga y experta en temas ambientales Flavia Broffoni es portavoz de Extinción o Rebelión (XR). XR es una organización cercana a Voicot, juntas integran la recién constituida coordinadora Basta de Falsas Soluciones (BFS). La red BFS, al momento de movilizarse, escuda sus rostros detrás de barbijos negros estampados con hocicos rosados. Proponen que la localización de megagranjas industriales porcinas se decida en un plebiscito ciudadano, además exigen a Cancillería que haga pública la letra chica de una asociación comercial que hoy aparece difusa. Al parecer, según manifestó el Palacio San Martín, el acuerdo con Beijing se cayó. Sin embargo, la BFS denunció que se “tercerizó” vía acuerdos provinciales.
El perfil de XR es similar al de Voicot, priorizan la “desobediencia civil pacífica” por sobre el cabildeo hacia gobiernos o corporaciones. Es un lunes de noviembre, con un atardecer ventoso sur se apaga el calor de la ciudad. Alrededor del obelisco se ovillan las columnas de la coordinadora BFS. Voicot llega con una bandera amarilla donde se lee: “El dolor no diferencia especies”. Sus militantes amean banderines rosas que ondean dos siluetas negras: la de un puño cerrado junto a la pata de un ave de corral, y cantan: “Liberación Animal, son sus vidas, no las nuestras; son sus cuerpos, no los nuestros, Liberación Animal”. Vistos de cerca las y los militantes de Voicot son reconocidos por sus huellas distintivas: gruesos piercings dan filo a sus labios y cejas, tatuajes ecofeministas encienden sus cuerpos, que además son fibrosos, enjutos, atléticos.
¿Comer carnes contamina? “Según el inventario argentino de gases de efecto de invernadero, la industria ganadera es responsable de un 25% de la huella local de carbono. Pero, si sumamos el impacto de actividades asociadas, como transporte o refrigeración de carne, estimo que un tercio de nuestras emisiones está vinculado al consumo de animales”, específica Broffoni. A su lado un joven de piel canela porta un cartel que advierte: “Todo fuego es político”. Flavia explica por qué el desierto verde sojero es también un desierto rojo. “Según datos del ministerio de Agricultura el 83% de la producción argentina de soja se utiliza para alimentar a animales industrializados de otros países”, detalla Broffoni.
Voicot objeta el patrón alimentario, y con ello pone todo en cuestión, el orden político, económico y cultural. ¿Cuál es su hoja de ruta emancipadora? ¿Anhelan conquistas parciales? Federico no parece confiar en un programa de reformas: “El Estado es una herramienta más de este sistema capitalista, no dictamina qué se hace y qué no, eso lo determinan los grupos de poder”. “Cada vez descreo más de las políticas de este sistema, creo que hay que habitar el mundo de otra manera, construir otro tipo de huellas y generar vínculos de amorosidad”, complementa Malena.
Los activistas de Voicot quizás se pasaron de largo los textos donde Gramsci aconseja gradualismo con su guerra de posiciones, quizás desconocen el elogio de Mao a la amplitud de miras en función de la contradicción principal. Para Malena y Federico es todo o nada.
La lucha antiespecista de Voicot parecería estar musicalizada con los acordes punks del “No Future”. Pronostican un futuro alimentario apocalíptico: niñas y niños desnutridos, personas adultas obesas y malsanas alimentadas con animales manipulados, reventados, rotos. Para Voicot el mañana tiene olor a veneno, el mañana es un cielo incendiado, un mar extinguido, una tierra yerma. Voicot considera certera esa pesadilla, advierten que somos la especie en peligro de extinguirlo todo.