A penas tres días de marzo bastaron para develar un misterio que permanecía cuidadosamente disimulado por el sistema político y mediático dominante. Para mayor ironía, fueron el 6, 7 y 8 del mes con el que arranca el año. Desde entonces, un remolino de movilizaciones sucesivas convocaron a multitudes que nadie esperaba tan pero tan masivas. No es cierto que la única verdad sea la realidad, pero hay acontecimientos que valen más que mil imágenes. Y, sin embargo, los hechos requieren ser interpretados. ¿Cuál es el significado de esta conflictividad cuya envergadura no se veía al menos desde 2008, y que se expande como una mancha de aceite, en cortes de rutas, convocatorias como las del 24 de marzo y la concreción el seis de abril, finalmente, del más demorado paro nacional que recordemos?
Ante todo, se terminó la ilusión macrista de que el ánimo popular puede manipularse con promesas que se dilatan. La tolerancia de la gente ante el empeoramiento de sus condiciones materiales de vida ha tocado un límite. Cuando el malestar se convierte en cuestionamiento organizado y la calle toma la palabra, el montaje de la representación cruje, se pone a prueba. Y el tinglado político hoy no ofrece alternativas que estén a la altura del desafío de época. Dicen que la política teme al vacío. La película que viene, entonces, puede ser de terror.
Aunque de modos muy distintos, los conflictos a que nos referimos formularon un mismo y crucial dilema: el de las mediaciones democráticas para resolver los diferendos de intereses sociales. La gobernabilidad que ensaya la administración de Cambiemos, a tono con las tendencias globales, convierte al diálogo en simulacro, y a la negociación en una emboscada. Incapaces de reconocer la aguda crisis que atraviesa su estrategia económica, el gobierno nacional hace gala de un pragmatismo sin brújula ni horizonte. Y comienza a mostrar el látigo para atemorizar una realidad que se le insubordina.
La lucha de los docentes es un caso testigo de hasta dónde será posible empujar hacia abajo el salario de los argentinos. Los protagonistas de esta pelea cuentan con la solidaridad de quienes perciben en la educación pública un recurso de ascenso social e integración ciudadana, pero encarnan una demanda defensiva y enfrentan la hostilidad de los funcionarios. De hecho, la candidata top en todas las encuestas, la gobernadora María Eugenia Vidal, se propuso quebrar la resistencia del gremio de maestros más importante del país. Si lo logra sería un gol de media cancha para las pretensiones de disciplinar la protesta, al propinar una derrota ejemplar a los inconformistas.
La última marcha organizada por la CGT fue histórica, por la imbatible concurrencia y por su sensacional desenlace. En el acto, la conducción de la central obrera dilapidó la oportunidad de encauzar la ola de reclamos que, más allá de los desacuerdos, confluían en agregación centrípeta hacia su convocatoria. Estamos ante un sindicalismo posvandorista, que ya ni siquiera pega para negociar sino que ahora hace negocios para negociar. Mientras permanece sometido a la extorsión de funcionarios que provienen del mundo empresarial y saben cómo lidiar con gremialistas sin espesor ético ni autonomía conceptual. Es un hecho que la mayoría de los laburantes tomaron nota de la aguda crisis que perfora a sus instancias de representación sectorial. En el caso de que la conflictividad se intensifique y no encuentre instancias coherentes de dirección, la protesta podría adquirir un carácter salvaje.
En tal sentido, la impresionante movilización de mujeres a Plaza de Mayo y el paro que lanzó la colectiva Ni Una Menos concitando el apoyo transversal de muchísimos actores, anticipa aspectos de lo que está por venir. Una de las particularidades de este movimiento es que sus exigencias atraviesan el repertorio de respuestas que puede ofrecer la democracia formalmente existente. Conmueve las bases de sustentación de la sociedad salarial y las estructuras familiares correspondientes, al tiempo que desafía con un grito de rebelión la violencia sobre el cuerpo de las mujeres. Y, sin embargo, contra la lógica del progresismo humanista, mientras más fuerte es ese aullido de dolor mayor resulta la reacción y el ensañamiento. La historia enseña que los privilegiados se niegan, a veces con ferocidad, a ceder su poder de mando. La brutal razzia desplegada por la policía porteña con participación de la Federal al término de la marcha del 8M y su siniestra reivindicación por parte de los ministros de Seguridad de ambas jurisdicciones son una señal inequívoca de la disposición gubernamental a reprimir sin miramientos.
2017 será un año turbio e intenso, inmune a las predicciones. Asistimos al resquebrajamiento de un gobierno atrapado entre el gradualismo y su propia incapacidad para imaginar una solución innovadora a la crisis. Sin embargo, la inexistencia de alternativas superadoras convierten la coyuntura en un atolladero. El resultado de las elecciones en la provincia de Buenos Aires será decisivo para consolidar el repliegue de las aspiraciones de Cambiemos o para relanzar sus pretenciones hegemónicas. Pero hay que animarse a discutir allí donde la supremacía del PRO echó raíces, para fundar los contenidos de un proyecto emancipador que no se contente con mirar al futuro por el espejito retrovisor. El número 28 de la revista crisis apunta en esa dirección y se sumerge en las cavernas políticas de “la ciudad gaturra”.