L a ultraderecha finalmente cumplió con éxito su objetivo de tomar el poder imperial. La asunción de Donald Trump el pasado 20 de enero introduce un corte en el curso de los acontecimientos, un antes y un después.
Lo veníamos sugiriendo hace un buen tiempo: a diferencia de las distintas expresiones de la izquierda y el progresismo, que se moderan cada vez más al punto de convertirse en defensores del status quo capitalista, las extremas derechas aprenden de sus fracasos gubernamentales que de poco sirven el gradualismo y la mesura. Por eso, cuando recuperan el comando ponen quinta, se radicalizan y avanzan con tanta determinación y descaro que el resto de los mortales contemplamos atónitos e indignados, pero sin capacidad de reacción.
En menos de dos meses la globalización neoliberal ha sido arrojada al basurero de la historia. Es cierto que los signos de su agotamiento ya se veían por doquier y hace rato había perdido cualquier pretensión utópica. Pero la imposición de aranceles a mansalva y el vaciamiento de la precaria institucionalidad internacional parecen irreversibles. Sin embargo, hay algo más impactante aún: el quiebre de la espina dorsal de Occidente, la ruptura del atlantismo. El grado de transgresión de la Casa Blanca al entablar una alianza con el Kremlin no tiene parangón. Y se explica por un realismo imperialista que propone volver a repartir el mundo en zonas de influencia o patios traseros. Ucrania es la primera víctima del nuevo orden posneoliberal. Europa entera anda como bola sin manija, obligada a rehacerse un destino.
Las perspectivas inmediatas para la patria grande latinoamericana son dramáticas. México es desde ya el más afectado, por su íntimo entrelazamiento con los Estados Unidos. El cerrojo a los flujos comerciales y migratorios es una bomba para la presidenta progresista Claudia Sheinbaum. Pero todo el continente será estremecido por la amenaza de una verdadera recolonización. Quizás todo sea apenas un mal sueño y los estrambóticos planes de la internacional reaccionaria fracasen en un abrir y cerrar de ojos. Ojalá. Sin embargo, hay que prepararse para lo peor.
En la nueva etapa que se abre ya no es posible la ingenuidad. El elemento principal que debemos incorporar a nuestro análisis es muy arduo de procesar: la democracia está en veremos. Entramos a un juego nuevo y no sabemos cuáles son las reglas.
cancha electoral inclinada
El 13 de abril comienza en Santa Fe un año electoral, que tendrá su clímax el 26 de octubre cuando se defina la nueva composición del Congreso nacional. Tanto la introducción de la Boleta Única de Papel en el comicio federal como la posibilidad de un desdoblamiento masivo en la mayoría de las provincias anticipan una inusual fragmentación del sistema político. La gran pregunta a desentrañar es si esta tendencia nos conduce en el corto plazo hacia una crisis aguda de representación, en sintonía con la pauperización general de las condiciones materiales de existencia.
En lo relativo al sufragio se destacan dos circunstancias poco alentadoras. La principal disputa será al interior de la ultraderecha argentina, donde veremos si se consolida la hegemonía libertaria o el macrismo resurge de las cenizas para conseguir su pedazo de la torta. Por el lado de la oposición no parece haber mucho dinamismo y persiste la impronta de salvar las papas hasta nuevo aviso. Difícil que aparezca algo nuevo en el plano partidario con la potencia para modificar las relaciones de fuerzas existentes.
Nuestras miradas y oídos seguirán atentos a lo que emerja por abajo, en las calles, en los barrios, en la vida cotidiana de la sociedad. Los atisbos de rebelión que surgen en movilizaciones como las del 1F o el 8M, protagonizadas por los feminismos, no poseen la solución ni por sí mismas van a cambiar la historia, pero mantienen encendida la chispa de una resistencia que se irá incrementando. Y que deberá despojarse de la moral y la corrección política. A la fiesta democrática hay que añadirle la rabia desobediente. Al amor por el prójimo hay que sumar un odio profundo por el poder cruel y corrupto. La unidad por arriba para ponerle un freno al fascismo solo tiene sentido si al mismo tiempo alimenta la radicalidad de los desesperados.