luz mala | Revista Crisis
conurbano eléctrico / terrorcitos laborales / unidos y enganchados
luz mala
Desde que en los noventa se privatizó el servicio de electricidad, escasos son los registros de momentos luminosos entre la compañía y los usuarios de la zona sur. En los últimos años a la desidia por invertir de una empresa que maneja códigos de desgaste con sus empleados, se sumaron la quita de subsidios y los tarifazos. Una crónica del lado oscuro de Edesur, desde la perspectiva de los operarios que ponen la cara y rezan por el éxito de la reconexión.
14 de Octubre de 2020
crisis #44

C uando de insultar a Edesur se trata no existen divisiones distritales ni climáticas: es un sentimiento compartido por todo el conurbano sur, y que se expresa en modo frío o calor. Lo sabe Damián, que trabaja en una de las guardias de media tensión de la Empresa Distribuidora Sur Sociedad Anónima, en una cuadrilla que hace reparaciones, cortes programados y “quita peligros” en el área que va desde Lomas de Zamora hasta Cañuelas. Un sector de los más picantes y visibles de la empresa –controlada por la firma italiana Enel– que distribuye y comercializa energía eléctrica en la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires y en doce distritos de la Provincia de Buenos Aires: Almirante Brown, Avellaneda, Berazategui, Cañuelas, Esteban Echeverría, Ezeiza, Florencio Varela, Lanús, Lomas de Zamora, Presidente Perón, Quilmes y San Vicente. Una superficie urbana de 3300 km2, con una cobertura de 2500 millones de usuarios y más de 6 millones de habitantes.

Durante el invierno pasado diferentes intendentes del Frente de Todos hicieron un reclamo coordinado. Martín Insaurralde y Mayra Mendoza movieron el avispero en las redes sociales y en entrevistas. Responsabilizaron a la empresa de no invertir y recordaron las ganancias extraordinarias que tuvo durante el gobierno de Cambiemos, con aumentos de tarifas que llegaron en algunos casos al tres mil por ciento. Edesur se defendió tirándole la pelota a los municipios, los acusó de una deuda impaga en concepto de consumo de electricidad en barrios populares (que viene desde el 2011 y era provincial hasta que la gobernadora luchona les pasó el regalito a las intendencias) y culpó al sobreconsumo de energía “no controlado” de las zonas en las que no hay conexión a la red de gas natural. El petardeo duró unos días, se habló de rescindir el contrato de concesión y de estatizar el servicio.

 

la gran estafa

Ricardo tiene cuarenta y pico y lleva unos buenos años en la empresa. Trabaja también en el servicio de emergencia eléctrica. Su cuadrilla es una de las que hace, en turnos de seis horas rotativas, la zona que comprende Avellaneda, Lanús, Quilmes, Berazategui y Florencia Varela. Es un tipo serio y de pocas palabras, cuenta que el gobierno anterior les hizo realmente difícil el laburo. “No nos dejó hacer nuestra tarea tranquilos. Fueron años muy jodidos”.

El tarifazo quilombificó todo: calentó a la gente, picanteó la relación –ya de por sí áspera– con vecinos y vecinas, espesó las rutinas cotidianas. Y ellos, claro, que están ahí en las trincheras eléctricas, con el uniforme y las camionetas, empezaron a sentir en la piel el fuerte aumento de la temperatura social. En esos años las fachadas de las sucursales comerciales de la empresa pasaron a estar custodiadas de forma permanente por la gendarmería. El montaje antidisturbios se incorporó también a las camionetas Hilux, Amarok o Cheroke que recorrían algunas zonas escoltados por un patrullero. “Siempre hay quilombos –dice Damián. Vamos con gendarmería porque se suele pudrir. Encima muchas veces no le podemos dar solución a la gente porque hay un transformador quemado. Imaginate que es gigante y no entra en la camioneta. Se complica también cuando hay un cable de media tensión cortado y se necesita el camión”.

Existen roles y funciones que no dejan mucho margen para esa negociación típica de la sociabilidad espontánea. Acá pasa algo así. Son tres comandos y punto: cortar, reparar, conectar. Hay oficios que, si no naciste con el corazón ortiba, te ponen siempre en una tensión moral. A esa tensión se le suma la eléctrica –si te agarra una corriente no la contás– y la social que sus acciones pueden provocar. Ricardo rechaza al toque las posibles derivas exibles: de ninguna manera se puede hacer gauchadas. Damián dice que sí, que con carpa y jugándola de callado en una de esas sí. “Ponele que un compañero no tiene luz y nos acercamos al domicilio y lo conectamos”. Dadas las circunstancias esos gestos brillan como pepitas de oro. Pero hasta ahí nomás. Porque, además de la cuestión más filosófica de la ley y la trampa, si se van agregando gestitos piolas y de onda se opaca el sentido del propio oficio y te vas borroneando como laburante.

teoría del foco insurreccional Cuando se corta la luz, se abre enorme la bocaza del lobo que sumerge a los barrios. Esquinas, calles, manzanas, avenidas, campitos y más allá. Cuando se apaga la luz se encienden bien fosforescentes y dispersos esos malestares y ánimos barriales que con el re ejo del sol no se ven bien. Y ni hablar de los garrones del lado de acá de la puerta. Que hace falta el nebulizador para los bronquios del más pequeño o la más vieja de la casa. Que hace calor y ni aire ni ventilador. Que hace frío y olvídate de la estufa eléctrica. Que no hay ni televisor. Que se descarga el celular y pinta la asfixia. Que se caguen en cadena otros servicios como el del agua. Estallan los transformadores, implosionan los barrios y saltan las fichas de cómo se vive.

Los integrantes de las cuadrillas juegan en esos terrenos complejos y lo hacen sabiendo que ese uniforme puede traer felicidad o bronca: pueden ser el Papa Noel que recibe en primer plano la sonrisa de media luna de pibitos y pibitas si hay regalo de luz; pueden ser los verdugos destinatarios de la furia de padres y madres si no hay reestablecimiento. Saben que lo peligroso no son solo los 13.200 voltios con los que laburan, también lo es el material afectivo y social que se manipula. Están en las trincheras hacia las que retornan violentos los boomerangs que la empresa arroja a la sociedad.

“El ánimo, como es lógico, dice Ricardo, varía totalmente si vamos a cortar o a conectar. Ahora no se está cortando el servicio, pero cuando se cortaba había gente que lo aceptaba y otra que no. Hay momentos de ánimos caldeados”. Te esperan piedrazos o aplausos. “Ver la alegría de la gente cuando les vuelve la luz es lo mejor que hay. Lo peor son los insultos”. Ahí es cuando podría prender la frase: la única empresa eléctrica que ilumina –y cumple la concesión– es la que arde junto a los neumáticos que la gente quema. Damián recuerda su “peor de todas”. Una vez nos tuvieron 23 horas en Fiorito. No nos dejaban salir del barrio hasta que no trajeran el transformador”. Vivieron muchos pequeños peajes, pero el “secuestro del día entero” es inolvidable. “Nos trataban bien. Solo querían la luz y nosotros éramos la garantía, ja”. Un juego en el que todos los actorcitos del mundo popular pierden y la empresa siempre gana como en la guerra que desata.

Desde el comienzo de la privatización se inventaron –y se transmitieron de boca en boca– rebusques y argucias para garpar menos o directamente no pagar: el enganche, pinchar el medidor, entre otras. Rechazo a la moral del consumidor y dosis pequeñas de antiempresarialidad de bolsillo y corazón. Lo cierto es que, a contramano del mito gorila y el estigma social, los muchachos de las cuadrillas sostienen que se enganchan todos los que pueden. El problema está en que, si te enganchan enganchado –explica Damián– te cobran cinco años retroactivos a la última boleta y te funden. “Los lugares en donde hay mucho enganche son los countries y barrios privados”.

Desde el comienzo de la privatización se inventaron –y se transmitieron de boca en boca– rebusques y argucias para garpar menos o directamente no pagar: el enganche, pinchar el medidor, entre otras. Rechazo a la moral del consumidor y dosis pequeñas de antiempresarialidad de bolsillo y corazón.

 

recuerdos de familia

“Cuando existía Segba –Ricardo menciona al pasar el fantasma de la empresa estatal que aún roza algunas subjetividades– había una bonificación en la tarifa de hogar para el trabajador. Ahora no”. Y Damián acota “no solo no hay beneficios, Edesur suele mandar gente a nuestros domicilios a controlar si estamos enganchados. La idea de los locos es agarrarte colgado y así echarte”. La búsqueda de excusas para sancionarte o rajarte (mejor aun) es una constante. Como un árbitro quisquilloso, la empresa de despido fácil está siempre lista por marcar la infracción –incluso las que no fueron– y mandarte a tu casa.

Una lógica que explica y le pone contexto al cagazo que existe al momento hacer las entrevistas. Esos malos modales son propios de una empresa noventosa que, más allá de haber pasado por diferentes administraciones desde 1992 en que obtuvo la concesión, tiene manías y un estilo que exhiben también otras, como Telecom y Telefónica: despidos masivos, persecución, aprietes y acoso a laburantes. Un despliegue constante de verdugueo laboral, un aplique de diferentes terrorcitos más o menos intensos que organizan un clima de laburo repoco empleado-friendly.

Pareciera que, además de la guerra contra los barrios y los usuarios (vía aumentos y mal servicio), Edesur se suma a las empresas que encaran batallas de mayor o menor intensidad contra sus empleados. En esos años de fuerte bullying mediático al Estado pachorra y fofo, las empresas privatizadas recurrieron a una práctica aún muy vigente, la táctica de Vito Corleone: Recursos Humanos hace ofertas que no se pueden rechazar y las llama retiros voluntarios. El no es casi imposible porque vienen acompañadas de persecuciones más o menos sutiles, de esas que te van empujando a aceptar la invitación: te pueden mandar a realizar tareas a las que no estás acostumbrado, te pueden trasladar de zona y hasta en algunas situaciones ponerte en disponibilidad y sin tarea asignada para quemarte el coco y quebrarte. Apariencia de zanahoria que esconde mal la coerción y que es clave para que la empresa pueda sacarse de encima al personal más antiguo, a mucho perro viejo que porta anticuerpos sindicales, subjetividades anticíclicas y con memoria vital de la indocilidad cuando iluminaba más.

Despidos, retiros, reducción del personal y una tercerización cada vez mayor –con la que se reducen costos laborales– que se intensificó a partir del año 2016 a la par que crecían las ganancias. Edesur cuenta con 2500 empleados de planta permanente y 2500 contratistas que no están incluidos en el convenio colectivo de trabajo y que, además de percibir un ingreso mucho menor y condiciones de laburo muy precarizadas, padecen aumentos de cargas horarias y de ritmo de trabajo. Incluso se ha denunciado el reemplazo de mano de obra especializada por laburantes no calificados que vienen de otro palo y que no tienen la capacitación suficiente. Cada vez más alejados de la memoria de la familia lucifuercista que se transmite de modo oral. Aunque haya menos incorporaciones con esos genes, aún quedan empleados como Damián, con padres o tíos que hicieron todo el caminito del hombre eléctrico: de “la ítalo-argentino” a Segba y de ahí a Edesur en donde se jubilaron. Esa memoria afectiva del “segundo hogar” –rein amada y hecha mito en la psiquis– contrapesa la rasposidad y la relación tóxica actual. Está el pasado y también el presente que puede ser de buen clima laboral amiguero, efecto de una sociabilidad laburante de factura afectiva propia que emana de abajo, en contraste con el clima de verdugueo y belicosidad empresarial.

 

llorar la factura

Edesur es una empresa que opera en modo victimón: siempre y a contramano de los datos que arrojan sus balances, parece que está en crisis y que la pasa demasiado mal. Un flashback al invierno de 1992. En los contratos de la privatización del sistema de energía eléctrica (única que tuvo marco regulatorio con el ENRE) no se exigían inversiones, pero sí un “servicio de calidad”. Nada de eso sucedió: más allá de cambios de propietarios, del crecimiento demográfico y el aumento de la demanda, la formulita fue siempre más ganancias y peor servicio. Cuando le pregunto a Damián por las críticas que le hacen a la empresa no duda: “hay muchas zonas urbanas que crecieron y hacen falta inversiones. Las críticas que se le hacen son justas, la plata vuela toda para Europa”.

La onda de no invertir y ratonear empieza por casa y por el material que les dan a los empleados: “es muy precario –se queja Damián– por eso es que tenemos siempre problemas de suministro. Nosotros hacemos lo mejor con las herramientas que nos dan. Pero no alcanza. Está a la vista: un poco de calor o de frío y arrancan los quilombos. El tema son los materiales que te dan, son retruchos. Imaginate que antes te ponían cobre y ahora aluminio. Para que se entienda: el laburo que hacemos nosotros es para que dure un rato nomás”. Agrega un ejemplo en donde vuelve a saltar el aplique de terror de la empresa: “Para hacer medidas de seguridad en un trabajo necesitamos unos bloqueadores. Fuimos a pedirlos al depósito y no había. Mejor dicho: los que hay están rotos. Y después viene una inspección y te preguntan por qué las cosas están rotas. A veces no sabés si te lo hacen a propósito. Es así: laburamos con material de mala calidad”.

La coyuntura apestada del covid-19 no parece suspender el verdugueo. “Nosotros somos trabajadores esenciales, las guardias no paran. Se manejaron muy mal desde el principio. Las primeras semanas no nos daban barbijos ni alcohol. Cuando tuvimos infectados, traían a las guardias a los cazafantasmas a desinfectar y no hisopaban a los contactos estrechos. Nos hicieron seguir yendo a laburar y hubo muchos infectados”. Mientras la cuarentena se afloja y empiezan a llegar las facturas in aditas y recargadas, mientras el mal bicho y la inflación se quedan y el verano se acerca, se puede proyectar el peor de los mundos posibles: transpirando, con barbijos y sin luz eléctrica. Esperemos que no se corte.

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