Mis padres y yo vivíamos en un departamento antiguo en Viamonte y Pasteur –justo en la esquina de la AMIA– cuando explotó la bomba. Todos los vidrios de todas las ventanas de nuestra casa, que eran muchas, estallaron.
Tuvimos suerte. Solamente sufrí un corte en la muñeca izquierda. Me quedó una cicatriz casi imperceptible ubicada en el lugar exacto en el que un suicida se cortaría las venas. La concibo como una marca, un recordatorio de ese día que está entre los peores que viví.
Desde la explosión, mi edificio y el de enfrente se convirtieron en un punto estratégico. Cada 18 de julio, reporteros y camarógrafos se instalan a cubrir los aniversarios del atentado desde nuestras ventanas.
En esos años empecé a sacar fotos, pero todavía me daba vergüenza fotografiar a desconocidos de cerca. Entonces sacaba fotos desde mi ventana. Unos minutos después de la explosión fotografié mi cuarto, mi escritorio, las ventanas rotas y la escalera. Todo había quedado completamente cubierto de partículas de vidrio. Todavía recuerdo la sensación de estar temblando sin poder poner el rollo en la cámara.
Por esa cercanía geográfica, en cada aniversario –casi como un ritual– hacía una foto. Cuando se cumplieron tres años del atentado, en julio de 1997, también saqué algunas. Revelé el rollo en mi laboratorio casero, pero nunca hice copias. En 2003, en medio de una mudanza, encontré una caja de cartón con mis primeros negativos. Eran todos blanco y negro. Estaban guardados en sobres iguales escritos a mano. Miré uno por uno, con una lupa, a través de la ventana. Uno de los sobres decía “AMIA 1997”. Lo abrí.
En el primer fotograma del rollo había un grupo de personas en la terraza del edificio de enfrente. El siguiente era la imagen vertical de un fotógrafo asomándose por la ventana con su cámara pegada al ojo. El tercero, la imagen horizontal del mismo fotógrafo pero más cerca. La foto siguiente era una vista general del acto sobre la calle Viamonte. Apenas vi esos negativos ya me pareció que era él. Cuando los escaneé, lo confirmé: ese fotógrafo que se asomaba por una ventana era Diego Levy, mi marido. Le había sacado una foto antes de conocerlo.
La foto que Diego Levy hizo en ese momento fue publicada en la página dos del diario Clarín, el 19 de julio de 1997. El epígrafe decía: “Todos juntos. Una multitud se concentró ayer en los alrededores de Pasteur al 600 para reclamar justicia”.
La imagen es cenital. Hay muchísimas personas en el cruce de las calles Viamonte y Pasteur, y cinco camiones de diferentes canales de televisión que forman una fila ordenada. En el extremo izquierdo se ven dos de los seis pisos del edificio antiguo estilo francés, ubicado en Viamonte 2295, en el que viví durante siete años con mi familia.
(El texto y la imagen forman parte del libro Las fotos, publicado por Paisanita Editora en abril de 2020)