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golondrinas en los campos de cannabis de california
En las boscosas colinas californianas se expanden desde la década del sesenta los cultivos de marihuana. Ya consolidado como un negocio gigantesco e inequitativo, jóvenes de Argentina viajan dispuestos a realizar un trabajo desafiante con el único objetivo de traerse lo más preciado: dólares frescos y en buena cantidad. Esta es la historia de un mercado que en breve tendrá su desembarco pleno en nuestro país y de una inusual mano de obra nómade.
Ilustraciones: Panchopepe
11 de Octubre de 2022
crisis #54

 

E l mercado legal de cannabis más grande del mundo funciona protegido por más de 500 kilómetros de costa virgen y bosques frondosos. Las cepas más famosas se producen allí, en el Emerald Triangle, un polígono imperfecto al norte de California formado por los condados de Humboldt, Trinity y Mendocino.  

A los trabajadores golondrinas que cada año vuelan tras los pasos de la cosecha estival no les interesa tanto la marihuana como los dólares en efectivo. Si la cosa va bien, en pocos meses podrán hacerse de los ahorros equivalentes a varios años de trabajo. “El laburo más fácil es el de trimmer”, dice Mateo, de 41 años. Trim en inglés es recortar y trimmer aquel que le quita el tallo y las miles de reproducciones a la marihuana. No es la hoja lo que produce el efecto psicoactivo sino los cogollos, que deben quedar en su peso neto para salir al mercado. Pedro, de 31, explica que “es el trabajo menos físico y el que te permite ganar más plata porque no se paga por hora sino por producción”. Malena, de 34, acota: “eso sí, te sentís un chino en una fábrica de muñecas”.  

Los trimmers trabajan ilegalmente. Aunque muchos granjeros trabajan de manera regulada desde 2018, también recurren al sector informal para recortar el cannabis.  

En 2021, Mateo aceptó un retiro voluntario en la corporación en la que trabajó diez años y voló a California alentado por una amiga. En San Francisco, compraron un auto por 3200 dólares y emprendieron un viaje hacia el norte sin rumbo fijo. Formaban parte de un grupo en Telegram en donde la información se acumula caóticamente: venta de autos, licencias de conducir falsas, manos de hongos, puntas de faso, MDMA (éxtasis). Uno pregunta a cuánto toma el dólar Western Union y otro ofrece un ride desde San Francisco. Allí circula también una lista negra de granjas con dueños violentos o que no pagan.  

“En la primera granja a la que caímos había una casa hecha mierda mal, pero no había lugar así que nos acomodamos en el auto. Esa misma noche aparece el granjero sacado, hablando con otros por handy. Se empieza a generar un clima de caos, corridas, cagazo”, cuenta Mateo. Al rato llegan personas en cuatriciclo avisando que había fuego cerca. Arriba de la montaña, un resplandor naranja. La victoria de haber conseguido trabajo les había durado poco. A los trabajadores golondrinas a veces les va bien y otras no tanto. A juzgar por la velocidad con la que se actualiza la lista negra que circula en el grupo de Telegram, los casos de violencia son esporádicos al día de hoy, probablemente gracias al proceso de legalización. Pero las irregularidades en el pago son más frecuentes. “La policía solo controla que las plantas tengan los tags del gobierno”, explica Mateo, quien trabajó dos meses y medio sin saber si le iban a pagar. “A los pibes que estaban ahí les debían como 12.000 dólares. Los granjeros juegan un poco con eso. Ellos mismos te dicen: no estamos pudiendo vender, no les vamos a poder pagar” 

Luego de la evasión por el incendio, Mateo y su amiga consiguieron trabajo en una granja en vías de legalización. Rodeados de moscas y abejas, encerrados en un galpón sin ventanas, trabajaban diez horas al día por 100 dólares la libra. Tenían camas y dos heladeras con comida a disposición, pero no era fácil: “Te empieza a doler la espalda y la cabeza de mirar tanto para abajo. Mi amiga, que no era tan rápida y no estaba pudiendo hacer buena plata, tuvo varios momentos de colapso”.  

 

green rush 

Para entender uno de los sectores más fructíferos de la economía de California, la sexta más poderosa del mundo, hace falta remontarse a sus orígenes: el movimiento Back to the Land. Mientras al sur de San Francisco se consolidaba Sillicon Valley, al norte se crearon pequeñas comunidades que vivían de la tierra. El Emerald Triangle se convirtió así en el refugio de la contracultura de los años sesenta. La marihuana era un remedio frente a los horrores de la guerra y comenzaron a plantarla para consumo personal. Luego de diez años de conocimiento técnico acumulado, el producto adquirió reputación y comenzó a expandirse.  

Para los años ochenta logró sustituirse gran parte de la importación de cannabis en los Estados Unidos. Mientras la plata negra se convertía en fuente de financiación de escuelas, negocios, estaciones de bomberos, centros comunitarios y festivales, atraía a nuevos cultivadores que llegaban por un producto que se ubicaba a 2000 dólares en el mercado mayorista. Fue el nacimiento de un mercado clandestino que funcionaba sin sobresaltos en el anonimato de la montaña. 

Con la declaración de guerra a las drogas durante el gobierno de Ronald Regan llegaron los tanques militares, los helicópteros y la decapitación de más de 1.2 millones de plantas, que irían a parar a televisivas fogatas cannábicas. Durante los años del CAMP (Campaña Anti Plantación de Marihuana) se volvió tan difícil cultivar que el producto ascendió a 4000 dólares la libra.  

En 1983 la guerra sería contra la gente y mientras algunos de los propulsores de un legado decidían abandonar la zona, muchos otros llegaban para hacerse ricos. 

Recién a partir de 1996, año en el que se legalizó el uso medicinal en California, se produce la Green Rush. Se permitía un máximo de diez plantas, que luego serían quince y después veinte, aunque en realidad daba igual, porque nadie las controlaba. Gracias al aval médico, los granjeros ubicaban su producto en el mercado recreativo -todavía ilegal- a precios que alcanzaron los 5220 dólares durante un extenso período que recién termina en 2017. Las cosechas en la zona aumentaron considerablemente y los granjeros no podían con todo. Especialmente durante la época de cosecha, cuando necesitaban manos para limpiar los cogollos, una tarea que se pagaba 200 dólares la libra.  

Para cuando Mateo viajó a California en 2021 las cosas habían cambiado. “Escuchás que a la gente no le garpan y te empezás a bajonear. Decís qué mierda estoy haciendo acá, metido en la montaña”. Tres días antes de volver, sin embargo, logró cobrar 6000 dólares en billetes de veinte.  

 

latifundios verdes 

Cuando el 7 de noviembre de 2017 se aprobó la AUMA (Acto de Uso Adulto de Marihuana) con el 57% de los votos de los californianos, comenzó una nueva era del mercado del cannabis que tenía eufóricos a los consumidores y preocupados a los cultivadores. “En ese momento ya se sabía que toda la estructura de la proposición era un desastre”, dice Corinne Powell desde la cocina de su granja en Mendocino. “Yo voté que sí porque para mí la marihuana es una medicina”. Corinne tiene 74 años y a los 25 años fue diagnosticada con Esclerosis Múltiple.  

En su concepción original la ley limitaba los cultivos a un acre (cerca de media hectárea). La medida era provisoria y se proponía dar a los pequeños productores algo de ventaja mientras completaban formularios e invertían los ahorros de toda una vida en regularizar sus negocios. Pero dos meses antes de la entrada en vigencia de la ley, una resolución de emergencia eliminó la limitación de tierras y dio lugar a colosales plantaciones que inundarían el mercado de marihuana. 

En su concepción original la ley que legaliza el uso recreativo limitaba a un acre (casi media hectárea) el tipo de licencias que se podían adquirir. Pero dos meses antes de la entrada en vigencia de la ley, una resolución de emergencia eliminó la limitación de tierras y dio lugar a colosales plantaciones que inundarían el mercado de marihuana en California.

Algunas de las grandes corporaciones del lobby del Cannabis son FLRish, Weedmaps, Privateer Holdings, Cannacraft Inc, Eaze Solutions Inc y Harborside Health Center. Las grandes corporaciones del lobby del cannabis son –en términos generales– empresas fundadas con capital de riesgo que van desde “la línea oficial de Bob Marley” hasta una de las cadenas de venta legal más grandes del país, pasando por laboratorios de marihuana medicinal y cultivadoras de gran escala. Pero se afirma que las carboneras y hasta la misma Asociación de la Industria de Cannabis de California (CCIA) también invirtieron millones en campañas publicitarias e incentivos a los legisladores.  

La medida no solo iba en contra de lo que había dictado el Departamento de Impacto Ambiental sino que provocaría una sobreabundancia del producto que tendría una decisiva influencia en la caída de los precios. Ross Gordon, director de políticas de la Alianza de Cultivadores del Condado de Humboldt (HCGA), estimó recientemente en el medio especializado MJBizDaily, que se está produciendo aproximadamente el doble de lo que el mercado nacional puede consumir.  

Pero la oferta excesiva no es la única causante del cuello de botella que estrangula al mercado en 2022. Las limitaciones en la venta tampoco ayudan. A pesar de sus llamativos dispensaries, tiendas en las que brillan todo tipo de productos cannábicos y en las que solo hace falta registrarte en la puerta para acceder a ellos, California está por detrás de nueve estados en la cantidad de tiendas por persona y la actividad solo se permite en el 39% del territorio. “La era de la prohibición no ha quedado atrás”, afirma Michael Katz, director de la Alianza de Cannabis de Mendocino. “El cannabis está regulado, pero no legalizado. Hasta que no se pueda vender como cualquier producto agrícola vamos a estar en problemas”. 

Cuando Corinne comenzó el proceso de regularización de su granja en 2017, hacía dos años que cultivaba en la zona y eso implicó la tramitación de un sinfín de licencias y permisos provisorios (vencen en enero de 2023) que diferenciaban los tipos de negocios y hasta de cultivos. Cada jurisdicción podía determinar sus propias limitaciones ambientales, zonales y de extensión, muchas de ellas en contradicción con las federales. 

Al costo de las licencias se le sumaban numerosos impuestos a toda la cadena de negocios, desde la producción hasta la venta. Se estima que hoy en día los impuestos constituyen el 47% del precio del producto. Gran parte de ese costo lo asumen los cultivadores legales. “Estoy viviendo con mis ahorros…”, dice Corinne resignada: “El sistema no está funcionando. Los granjeros no están haciendo dinero, los distribuidores no logran colocar el producto y los comerciantes están apilados en las únicas ciudades en las que se puede vender”.  

Se estima que solo un 25% de la marihuana que se compra en Estados Unidos es legal y que esta temporada hubo una caída en el 17% de las ventas registradas.  

Corinne, después de cultivar durante siete años en Mendocino, está pensando en irse: “No creo que pueda pagarle a los trimmers este año”. Está buscando alternativas como vender las ramas enteras congeladas o conseguir una máquina de trimming, aunque ninguna le convence demasiado ya que la forma en la que se presenta el cogollo habla mucho de la calidad de la granja.  

 

reality show 

El mismo año en que comienza la debacle del mercado, se producen las excursiones de millennials argentinos en busca de su pequeña fortuna de clase media. Malena encontró en la aventura californiana una forma de seguir financiando su vida nómade. “La primera experiencia fue pésima. Había cinco chinos en el fondo trabajando sin parar, la dueña que parecía que estaba drogada todo el día, violenta, con un novio rarísimo también. Dormíamos en carpa adentro de otra carpa gigante. Llovía, se mojaba todo. De la cocina ni me acuerdo, no existía. Hicimos la cosecha y a los cinco días nos echó”.  

El primer año trabajó por un promedio de 140 dólares la libra. La época dorada de la marihuana había quedado atrás: se vendía por menos en el mercado y se pagaba menos por la tarea de recortarla. Pero hay otros factores que parecen tener más incidencia en la ganancia total de los trabajadores que la paga del momento. Ya vimos que la resistencia es uno de ellos. “Yo soy medio manija, trabajaba un montón”, dice Malena. Con su novio trimmeaban trece horas por día en un galpón sin ventanas. Si querían ir al pueblo, dependían de la voluntad del dueño de la granja. El reality show del que nadie querría participar, acaso el que vivimos todos durante la pandemia. “Estaba destruida, me sentía mal físicamente. Subí un montón de peso, porque no acostumbro a estar tanto tiempo sentada”, cuenta Malena, profesora de yoga y bailarina. 

Todos los trimmers entrevistados concuerdan en que la velocidad que se adquiere con la experiencia también es crucial. Las primeras semanas encuentran dificultades para hacer más de una libra al día, pero con el tiempo los más hábiles llegan a hacer dieciséis.  

En 2017 Malena hizo 6000 dólares. Decidió darle una segunda oportunidad a la experiencia y en 2018 hizo 14.000 con una paga similar. Tenía más experiencia y trabajó con mercadería de mejor calidad: “algunos cogollos no pesan nada y te lleva el mismo tiempo recortarlos. Además, hay una determinada cantidad de marihuana y si no le metés… Ves a todo el mundo laburando sin parar y te genera una ansiedad tremenda”.  

Malena no fuma porro. “Fumaba en la adolescencia, pero después dejé. Igual me comía algo con las manos y me repegaba. Al principio no entendía qué me estaba pasando pero después me cayó la ficha: lo estoy tocando todo el día, la resina está adherida a todo”. Al cumplirse los seis meses de permanencia legal en Estados Unidos, se fue a descansar unas semanas a México y “seguía teniendo olor a porro”. 

Los trimmers entrevistados concuerdan en que la velocidad que se adquiere con la experiencia es crucial. La resistencia y la calidad del producto también inciden en la ganancia total. Con el tiempo, algunos llegarán a hacer 1400 dólares en un día.

manos de tijera 

El 2020 es la única excepción en la caída constante de los precios al por mayor. El consumo aumentó gracias a la modalidad de trabajo remoto y a los numerosos estímulos económicos de Joe Biden, y la industria fue declarada esencial, por lo que pudo seguir funcionando. Fue un buen año para los cultivadores de cannabis y, con la mitad de los vuelos suspendidos en el mundo, también para los trimmers que pudieron llegar. 

Antes de la cuarentena, Pedro viajaba por Argentina abriendo sucursales de una cervecería marplatense: “De pronto estaba encerrado entre cuatro paredes, sin un mango, porque me habían reducido el sueldo a la mitad. Para mí fue la oportunidad de cambiar una realidad que era un bajón”. En 2020, a inicios de la pandemia, aterrizó en Miami y en un aeropuerto completamente desolado recibió un mensaje de un amigo confirmándole que había trabajo en Grass Valley. “La marihuana estaba a buen precio, entonces los granjeros querían vender ya. En un momento llegamos a ser 30 personas, lo cual era un bajón porque había un solo baño, una sola cocina y en el galpón donde trimmeábamos estábamos recontra apretados”. 

Durante cuatro meses vivió en un bosque atravesado por arroyos y ríos de deshielo. Agua potable sobraba pero no había luz eléctrica. Evidentemente tampoco había wifi, pero Pedro consiguió un chip de datos móviles, una buena carpa y se instaló debajo de un árbol frondoso. Como no tenían heladera, comían mucho arroz, frijol y enlatados. Con el tiempo, sin embargo, fue adquiriendo la destreza del local: supo que los miércoles y los domingos una iglesia Batista regalaba comida en buen estado que los supermercados debían descartar y se organizaba con los trimmers para hacer compras comunitarias.  

La libra de marihuana recortada se la pagaban 145 dólares. En seis meses logró hacer 16.000 dólares. La granja era ilegal y lo dejaban trabajar nueve horas al día. Pero al año siguiente trabajó en una de las granjas legales más grandes de Humboldt. Aunque la libra se pagaba mucho menos, los cogollos eran premium y el galpón no cerraba: “Exprimía todos los días al máximo. Metíamos jornadas de 15, 17 horas”. La infraestructura también era mejor: “Hasta teníamos un chef que nos preparaba todas las comidas”. Los últimos dos meses de 2020 Pedro había dejado el trimming por un trabajo en la cocina de esta granja y cuando regresó fue a recortar allí. En 2021 hizo la misma cantidad de dinero que el año anterior en un tercio de tiempo.  

Durante cuatro meses vivió en un bosque atravesado por arroyos y ríos de deshielo. Agua potable sobraba pero no había luz eléctrica. La libra de marihuana recortada se la pagaban 145 dólares. En seis meses logró hacer 16.000 dólares. La granja era ilegal y lo dejaban trabajar nueve horas al día. 

final de guerra 

“El que se está llenando los bolsillos es el Estado”, afirma Michael Katz. En 2020, California recaudó 871 millones de impuestos en ventas de marihuana legal. Principalmente por motivos económicos, la guerra a las drogas está a punto de ser erradicada en Estados Unidos. 

En Argentina estamos bastante más lejos, pero los últimos cambios normativos le han dado un envión al proceso de legalización. El Registro del Programa de Cannabis (Reprocann) comenzó en 2021 y lleva más de 110.000 personas inscriptas y 55.000 aprobadas para el cultivo de marihuana con fines medicinales. A mediana y gran escala, el Ministerio de Producción da cuenta de, al menos, quince proyectos públicos y privados en marcha. Sin embargo, los 5 millones de pacientes medicinales que se registran actualmente representan tan solo un 17,6% de los consumidores. El 82% lo hace con fines recreativos. Allí reside el gran potencial del mercado de cannabis. La legalización podría traducirse en un ahorro de más de 40 millones de dólares en causas por tenencia de drogas para consumo personal y en una gran recaudación impositiva.  

Si los que entienden de negocios ya le dieron fin a la guerra más costosa que jamás hayan tenido, ¿cuánto le llevará a un Estado en quiebra como el nuestro dar un paso que a esta altura se comprueba como inevitable?  

Las principales plantaciones de marihuana en Argentina son empresas públicas de Jujuy y La Rioja. El Estado está poniendo plata para ingresar al mercado pero desde la Cámara Argentina del Cannabis consideran que es una locura. Insisten en la importancia de la presencia del sector privado: le ahorraría algunos millones de dólares en inversión al Estado y generaría empleo por fuera de su órbita.  

Sin embargo, antes de apurar ninguna decisión, conviene darle una mirada al caso californiano y entender cuánto puede hacer el lobby de la industria. Los pequeños productores allá están tratando de encontrar soluciones y para eso se acobijan bajo el manto de fundaciones como la Mendocino Cannabis Alliance. “Identificamos que la venta directa a los consumidores es la única oportunidad que tienen los granjeros para sobrevivir. Ya sabes… vendiendo al por mayor a través de toda la cadena de suministro, se quedan cada vez con menos. Si pudieran recibir el valor total de su producto, sería un ingreso digno”, dice su director Michael Katz.  

En 2022 el trimming se está pagando 60 dólares la libra. High Spirit Farm, la granja en la que trabajó Pedro, se reubicó en Oregón. Incluso este tipo de corporaciones se encuentran hoy estranguladas por el mercado californiano, aunque definitivamente cuentan con mejores condiciones de supervivencia. Aun cuando todavía resulte atractivo para quienes puedan usar tijeras a gran velocidad, el golden state ha perdido algo de brillo para estos jóvenes de clase media y alta argentina que viajan para hacerse la América.

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