falla de origen | Revista Crisis
manifiesto / 2021 odisea de los precios
falla de origen
Fotografía: Emiliana Miguelez
15 de Marzo de 2021
crisis #46

 

El gobierno de Alberto Fernández sigue sin decolar. Abrumado por las circunstancias, retorna una y otra vez al pasado macrista, como si en el contraste con el amarillo fuera a encontrar su identidad.

Primero fueron las demoras en concretar los nombramientos, según la propia autocrítica oficial; luego se dijo que, tras el loteo ministerial, la máquina debía terminar de aceitarse para arrancar a toda velocidad; más tarde llegó la pandemia y todo se empastó; ahora entramos en el túnel electoral, del que saldremos a fin de año, cuando el Frente de Todos haya llegado a la mitad de su mandato.

Pero la angustia que ronda al presidente tiene una profunda raíz existencial. La falla está en el origen. En la complejidad que supone interpretar el mandato para el que fue elegido, porque dentro de la coalición oficialista existen dos hojas de rutas distintas acerca de hacia dónde dirigirse. Y no parecen compatibles.

Para emprender su propio itinerario, Fernández necesitaría sepultar la influencia que posee la vicepresidenta en la vida política nacional. Como hizo Néstor Kirchner con su elector, en el 2003, cuando le decían “chirolita”. Lo sabemos: la historia nunca se repite.

Así las cosas, el presidente se pliega cada vez con mayor decisión al rumbo señalado por el sector mayoritario de la alianza, para disgusto de su entorno que poco a poco va siendo raleado. El giro posee una alta cuota de sensatez, pero Alberto Fernández no podrá liderar una gesta que le resulta ajena. Seguirá esforzándose por mantener la unidad, a costa de sacrificar su liderazgo.

 

a la derecha, la pared

Pese a que el manual de buenas prácticas electorales recomienda volcarse hacia el centro a medida que se acercan los comicios en busca del voto blando, en la Argentina de 2021 la polarización arrecia y en las huestes opositoras se impone el derechismo más recalcitrante. Al mismo tiempo, y en estricta coherencia con su legado carroñero, en lugar de poner el hombro en los momentos críticos las élites procuran sacar ventajas extraordinarias agudizando las contradicciones. Por eso, mientras el Consejo Económico y Social que propone “hacer de nuestra patria la casa común que deseamos” no perfora el umbral mínimo de visibilidad, las disputas entre los distintos poderes de la República se agudizan y nadie puede garantizar que la confrontación no se salga de sus goznes.

En este río revuelto y barroso, la ganancia es para una ultraderecha que prolifera gracias a su carencia de tapujos morales, la audacia con la que interviene en el espacio público y su eficaz toma de las redes por asalto. Y si bien se encaminan a una división en las urnas que puede darle la victoria al oficialismo, hay algo que los libertarios representados por Javier Milei tienen en común con la línea dura del macrismo que expresa Patricia Bullrich. La misión histórica de este bloque consiste en desarmar el maridaje entre el credo económico neoliberal y el progresismo cultural de buenos modales – pergeñado por los marginados Jaime Durán Barba y Marcos Peña.

Que el neoliberalismo se vista con ropajes reaccionarios, violentos y supremacistas no es una novedad ni una sorpresa; lo llamativo es que adopte un cariz antisistémico, rebelde y callejero, con pregnancia entre los jóvenes. Y que al cumplirse veinte años de la insurrección de 2001, intente llevar para su molino el legado de la consigna “que se vayan todos”.

Como suele suceder, el desenlace electoral va a depender del bolsillo de las mayorías. La recuperación económica se verifica con claridad en los rubros agroexportadores, en la construcción y la industria, pero el consumo popular no rebota.

 

sin hacer olas no hay oleada

Una conocida frase de tufo marxista asegura que cuando alguna expresión política del campo popular llega al gobierno, no necesariamente accede el poder. Durante el macrismo pudimos tomar nota de la segunda parte de ese axioma, o su reverso: cuando los sectores de élite arriban a la gestión del Estado, les es muy fácil adecuar las instituciones a lo que demanda el poder real. De allí que en apenas cuatro años la administración Cambiemos haya podido desmontar con precisión y celeridad quirúrgica muchos de los cambios que el kirchnerismo introdujo durante sus tres mandatos.

Para modificar esta encerrona intrínseca al sistema político, es necesario que una fuerza externa presione en el sentido transformador. Que obligue a romper la inercia del “no innovar”. Que empuje a los funcionarios que no funcionan, a ver si despabilan. A diferencia de lo sucedido a comienzos de este siglo, cuando el pueblo se volcó masivamente a las calles desatando una fenomenal desobediencia plebeya, hoy la protesta social parece contenida. Y en lugar de explotar, los sectores populares implosionan.

Como suele suceder, el desenlace electoral va a depender del bolsillo de las mayorías. La recuperación económica se verifica con claridad en los rubros agroexportadores, en la construcción y la industria, pero el consumo popular no rebota. La caída en los ingresos y la precarización de las vidas sigue su curso sin que haya indicios de un cambio de tendencia a la vista. En estas condiciones, si la campaña de vacunación finalmente logra ser exitosa, la nueva normalidad puede ser socialmente mucho más injusta. Sobre todo si el destino de nuestro país continúa atado a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.

Es cierto: no existe un camino alternativo. Pero en la excepción late siempre el germen de otro tipo de norma.

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