En cuestión de días la coyuntura argentina cambió de signo varias veces, a una velocidad inaudita. El gobierno libertario se encaminaba hacia una elección de medio término consagratoria, cuando una policrisis furiosa lo puso al borde del colapso. Parecía game over, pero un rescate inédito del presidente-magnate norteamericano le inyectó a la ultraderecha otra vida. Que sin embargo puede ser fugaz. En este mundo estallado y sin reglas, nuestro país se torna el laboratorio para un experimento colonial de nuevo tipo.
Así las cosas, el comicio legislativo de octubre dejó de ser un evento anodino y se proyecta ahora como una batalla decisiva. Si el infame pacto entre Trump y Milei resultara convalidado por las urnas, la soberanía nacional habrá sido rifada con la aquiescencia popular. Y aquella operación geopolítica del Departamento del Tesoro norteamericano, que pretende disciplinar al descontento con la amenaza de hundirnos en el caos económico, conseguiría una legitimidad difícil de desactivar.
Por el contrario, un rechazo masivo de votos contra el ajuste, la violencia del Estado y la sumisión al imperio sería un acto democrático poderoso. Una expresión de dignidad ciudadana que depositaría en la oposición política de todos los colores y tonalidades un mandato específico: rechazar el salvavidas de plomo sin medias tintas. A diferencia de lo hecho por el peronismo fernandista en 2019, que aceptó la deuda con el Fondo Monetario Internacional legada por Macri, el próximo gobierno deberá animarse a desconocer de cuajo toda herencia vil de tinte anexionista.
Atravesamos por estos días dilemas que recuerdan a la posdictadura de finales del siglo pasado, cuando la subjetividad colectiva era maniatada por el chantaje de los mercados. “Democracia de baja intensidad” la llamaron en aquel momento, aunque la tiranía quedaba en el pasado y la fe en el nunca más sonaba verosímil. Hoy el peligro de una ruptura del orden constitucional vuelve a estar en el horizonte, aunque cueste imaginarlo. La internacional reaccionaria desarrolla su libreto al pie de la letra y no dudará en desconocer la voluntad popular si es preciso. El interminable genocidio en Palestina es una señal de que están dispuestos a imponerse por la fuerza, contra el sentir de la inmensa mayoría de la población mundial.
Pero en septiembre constatamos una enseñanza preciosa, que ningún pase de magia financiero nos hará olvidar: todo poder, por más delirante y agresivo que se presente, es más frágil de lo que se cree.
amistad y política
Cuando este ejemplar llegue a tus manos, la tercera época de crisis cumplirá quince años. Nuestra partida de nacimiento se firmó en octubre de 2010, en la Biblioteca Nacional, con Horacio González como maestro de ceremonias. El autor de Restos Pampeanos recibió poco después el número dos y, con simpática euforia, festejó que hubiéramos superado el gesto inaugural. “La mayoría de las revistas hoy mueren a poco de andar”, nos dijo, entre el pronóstico sombrío y el ánimo para perseverar. Durante mucho tiempo tuvimos un objetivo secreto, quizás inconsciente, un tanto ombliguista: arribar a las cuarenta ediciones, para empardar a aquellos fundadores setentistas que debieron desistir en agosto de 1976, obligados por la censura y el exilio. Hoy nos gusta imaginar la pícara devolución del inolvidable Horacio, al recibir el número 69.
crisis es ante todo una apuesta por la amistad política. En el centro de esta aventura que cada vez nos cautiva más, hay un axioma fácil de enunciar aunque bien difícil de experimentar: en lo colectivo hay más potencia que en lo individual. Este criterio contiene una carga contracultural explosiva, cuando todas las fuerzas del sistema empujan hacia la salida personal. Pero construir una comunidad de afecto y pensamiento implica mucha atención, altas dosis de sinceridad y también bastante sacrificio. Con toda modestia, vale la pena.
Hay otras máximas, tan básicas como esenciales, que hemos pulido a lo largo de estos años: persistir en una estrategia consistente es mejor que la fama fugaz e incandescente; la autonomía es condición sine qua non para la crítica; la horizontalidad es superior a la obediencia; el capitalismo es una mierda y vamos a vivir para destruirlo. Y una más: conviene decir lo justo y necesario antes que regodearse en la retórica estéril. Continuará.