E l 14 de abril falleció Susana Etchegoyen, luego de una larga e incómoda enfermedad. Ella fue una persona muy importante para quienes hacemos esta revista.
En primer lugar, por una cuestión formal nada menor: Susi se encargó de rescatar la marca del olvido, a través de un oportuno trámite administrativo. Gran amante de las dos primeras épocas de crisis, con su amigo y cómplice Pedro Cazes Camarero trazaron una estrategia, esperaron la oportunidad y concretaron el salvamento. Como en su época de legisladora porteña, siempre tuvo clara la relación entre la norma y la vida, entre la institución y el movimiento, entre el palacio y la calle. Nunca se trata de algo fijo e inmutable, admitía, pero hay algo innegociable: la prioridad siempre está afuera, donde se cuece el deseo y la multitud respira.
Susi propuso que para confeccionar la nueva crisis era importante convocar a les dosmiluners, generación política que sucedió a la suya propia, les setentistas. Ese gesto tiene un profundo significado ético, en un país donde el trasvasamiento suele ser una utopía. Pero no siempre los proyectos y las articulaciones fluyen de forma ideal y pronto nos dimos cuenta de que la composición entre experiencias etarias y también subjetivas diferentes no se desarrollaba de forma virtuosa. Lo intentamos, pero no se pudo. Entonces su actitud fue maternal, lo cual posee una carga política muy clara. Nos dejó andar, nos alentó a que tomáramos la posta y acompañó con mucho cariño ese proceso. Le gustaba lo que hacíamos y eso nos daba una especial alegría.
La doctora Etchegoyen fue nuestra referencia en los difíciles tiempos de la pandemia, cuando sostuvo el afán crítico aunque la unanimidad absoluta parecía imponerse. Desde los puestos que ocupó como profesional en distintos hospitales públicos u obras sociales, enfrentó a la corporación farmaceútica sin tregua y con el desprecio que se merecen los enemigos que esquilman a la humanidad. Todavía resuenan sus audios en nuestro programa de radio, enojada, filosa, combativa.
Por último, Susi nos contagió también su compromiso con la causa y la cultura vasca, a la que dedicó buena parte de su militancia adulta, con la misma pasión con la que participó de la Juventud Guevarista en sus años mozos. Por su historia de coherencia y por el afecto que nos unió la recordaremos como una compañera imprescindible.
Nunca dijimos esto, y quizás no lo repitamos más, pero lo sentimos posta y preferimos no callar: ha muerto una revolucionaria, viva la revolución.