El verano de 2025 volvió a traer fuegos descontrolados a la región cordillerana de la patagonia argentina. En el Parque Nacional Nahuel Huapi se queman desde Navidad más de 10.000 hectáreas de bosques nativos. El 16 de enero se desató un incendio en Epuyén, Chubut, que se cobró más de 70 casas y más de 3000 hectáreas de vegetación nativa y plantaciones de pinos exóticos. Apenas se había alejado el fuego del casco urbano (porque todavía arde y seguirá ardiendo un largo tiempo) cuando se encendió el Área Natural Protegida Río Azul-Lago Escondido (ANPRALE), cerca de El Bolsón (Río Negro). Más de cien viviendas se vieron afectadas y una persona falleció.
Ni son los únicos de esta temporada, ni son los únicos en los últimos tiempos. Año tras año, verano tras verano, parajes, campos y ciudades sufren la devastación. En 2015, en Cholila, Chubut, a medio camino entre Esquel y El Bolsón, se produjo el que posiblemente sea el incendio forestal más grande la historia argentina, con unas 40.000 hectáreas boscosas consumidas por el fuego. Al año siguiente ardió parte del Parque Nacional Los Alerces (PNLA). Al siguiente, otra vez. En 2021 se produjeron los incendios en “Las Golondrinas” y “El Boquete” que quemaron 13.000 hectáreas incluyendo más de 300 viviendas en El Hoyo, Lago Puelo, El Maitén (Chubut) y El Bolsón (Rio Negro). Tres personas fallecieron y la zona se vio fuertemente impactada por la reorganización social que conllevó el repoblamiento del lugar. La zona de Cuesta del Ternero, en El Bolsón, se incendió en 2021 y otra vez en 2023. Después volvió a la primera plana el PNLA, con incendios en 2022, 2023 y 2024, atribuidos más tarde (aunque sin pruebas fehacientes) a una comunidad mapuche en conflicto con el Parque.
¿Qué pasa? ¿Hay más fuegos que antes? ¿Hay pirómanos recorriendo la Patagonia? ¿Las plantaciones de pinos tienen la culpa? ¿Son “terroristas mapuche” o capitalistas conspiradores internacionales los responsables?
interfaces poco amigables
¿Es raro o necesariamente malo que se quemen los bosques? Hernán Colomb es ingeniero forestal y tiene una larga trayectoria en la gestión pública vinculada a las áreas naturales. Fue subsecretario de Bosques del Chubut, intendente del Parque Nacional Los Alerces y actualmente dirige el Centro de Investigación y Extensión Forestal Andino Patagónica (CIEFAP) en Esquel. Según sus palabras los bosques, a medida que crecen, acumulan biomasa (material combustible), que es una de las condiciones para que se generen incendios. Esta acumulación y condiciones como las actuales de cambio climático, caracterizadas por altas temperaturas y sequías prolongadas, generan que la recurrencia y dinámica de los incendios se vea alterada. “Lo que naturalmente podría suceder cada 50 a 60 años, hoy es mucho más frecuente, agravado por la intervención del hombre - dice-. Un incendio se origina con una fuente de ignición, como un rayo (forma natural) o un fuego mal apagado (negligencia antrópica), pero la naturaleza se encarga de propagarlo a través del viento, con condiciones de humedad del aire muy bajas y temperaturas relativamente altas”.
No es moralmente bueno ni malo, sino que forma parte de la ecología de los bosques andinos: de manera recurrente se producen fuegos que “limpian” de materia muerta y permiten el desarrollo de árboles jóvenes. Si sumamos que la Patagonia apenas empieza a salir de una sequía que duró más de diez años, las condiciones para que la biomasa arda parecen favorables. Pero lo que caracteriza a los incendios de los últimos años es la interacción entre las poblaciones humanas y el bosque: se llama “zonas de interfase” a los lugares donde las zonas boscosas y los poblamientos humanos se solapan. Los contornos de los pueblos y ciudades se entremezclan con las regiones agrestes, se desarrollan interrelaciones urbano-boscosas. Señala Colombo que, a nivel mundial, en general hay menos incendios que en décadas anteriores: “Lo que ocurre, en la Argentina y a nivel mundial también, es un aumento en la cantidad de incendios en la interfaz urbano rural. Son lugares muy apreciados para vivir, pero a su vez con el riesgo de incendios. Es en donde se producen la mayor cantidad de incendios”.
Entre el 2% y 3% de los incendios queman el 80-90% de la superficie, y estos son en general producidos por rayos. El resto de los incendios se producen cerca de o en las interfases urbano rurales, en donde son totalmente indeseados.
adn del desastre
El fuego da vueltas, va y vuelve, sube y baja las colinas. Parece que se ha alejado, pero el viento cambia y las casas que parecían haberse salvado vuelven a estar en peligro.
Además la tierra queda caliente. Está llena de brasas, de troncos que todavía humean, de fuegos subterráneos que se pueden avivar en cualquier momento. Aparecen focos secundarios, los que se habían apagado vuelven a encenderse, las certezas se diluyen a cada momento. Los vecinos juntan agua, tapan con tierra las brasas, desmalezan y limpian los perímetros de las viviendas.
En Mallín Ahogado, paraje que forma parte del municipio de El Bolsón y que es la puerta de entrada al ANPRALE, algunos se han autoevacuado y otros van y vienen entre el pueblo y la chacra. El área protegida, lindera a la propiedad de Joe Lewis, guarda más de una decena de refugios de montaña y maravillas naturales como el Cajón del Azul o el Hielo Azul. Pero también centenares de casas, de campos, de corrales con animales, escuelas y centros de salud. Se quemaron un montón de casas y campos y la gente perdió todas sus pertenencias. El día 2 de febrero falleció allí el anciano Ángel Reyes, antiguo poblador del lugar y suegro del Coordinador General del Servicio de Prevención y Lucha contra Incendios Forestales (SPLIF) de Río Negro.
Julieta no vive en el Mallín, pero su novio sí. Cuando se desató el incendio se cortó la comunicación. Sabía que el muchacho tenía la camioneta lista para salir pero no aparecía por ningún lado. No estaba en casa de amigos ni en el centro de evacuados en el Polideportivo. Al otro día le entraron mensajes al celular diciendo que “tenemos el fuego al lado”. En la desesperación la gente busca a los suyos incluso yendo hacia las llamas. Un brigadista le dice que varios vecinos que están ayudando a los combatientes del fuego se quedaron a dormir en la escuela 118. Por suerte no pasa nada, están todos sanos, la casa se salvó y pasan los siguientes días trabajando en el campo, mojando, enfriando, juntando agua.
Julián subió a ver si la hectárea y media que compró hace años se quemó. Tiene una casa que no se terminó de construir que mira hacia el barranco por el que corre, muy abajo, el río Azul. El vecino se había autoevacuado. El fuego pasó cerca pero no les tocó el terreno. Y sin embargo al otro día cambia el viento y el incendio, que se había ido barranca arriba del otro lado del Azul, cambia también de dirección y empieza a acercarse. La gente del SPLIF lo ataca y detiene. “Menos mal que estaban ellos” -me dice Julián- “si no se quemaba todo”.
Llegan también amigos y conocidos de la Comarca, que vienen a ayudar. Han ganado experiencia en incendios previos y se consideran una suerte de “brigada comunitaria”. En el incendio anterior, el de Epuyén (que por cierto sigue activo) se publicaban incluso partes informativos independientes de los estatales. También se organizan para reconstruir las casas de los amigos afectados.
Al mismo tiempo circulan comentarios y versiones desesperantes, en las que cuesta a veces separar la fantasía de la realidad. Que encontraron bidones con nafta en los pinares. Pilas de ramas listas para ser encendidas. Que tiran clavos miguelitos en la ruta para pinchar las ruedas de los móviles de las brigadas. Que vieron gente salir del lugar en que se supone se inició el incendio momentos antes que se desatara. Que una Toyota Hilux blanca fue vista escapando en la banquina de una ruta, dejando atrás un fuego que fue sofocado por otros automovilistas.
En el desastre de 2021 circularon cosas similares. Se buscaba a un auto blanco que iba prendiendo fuego en los pinares abandonados por EMFORSA y MANOSA, dos empresas mixtas que habían abandonado dos décadas atrás las plantaciones que se incendiaron. Sin embargo y aunque la investigación no concluyó, las hipótesis más firmes indicaban que chisporroteos provocados por el tendido eléctrico en mal estado (cuyo mantenimiento es responsabilidad de la provincia) habría sido la causa del fuego.
Las plantaciones de pinos son también señaladas como culpables. El fuego, dicen, se propaga a través de las líneas de pinos, los pinos estallan como granadas y esparcen un perímetro de fuego y desastre. Pero el bosque nativo arde igualmente. En redes sociales circulan también rostros de acusados de iniciar los incendios. En Epuyén se dijo que los chispazos de una amoladora habían iniciado las llamas pero cuando se investigó el asunto no se llegó a ningún lado.
La conversión del bosque nativo en terrenos de valor inmobiliario es otra hipótesis. El fuego transforma zonas vedadas al loteo y la edificación en potenciales countries. Sin embargo hay leyes nacionales y provinciales que prohíben estos procesos y poca o ninguna experiencia de barrios de lujo asentados en terrenos incendiados previamente.
Como en un relato policial, un crimen cuyo móvil no se termina de comprender genera un gran misterio y el fermento de especulaciones múltiples. ¿A quién le conviene que la tierra arda? La necesidad de ponerle palabras al desastre alimenta incluso las acusaciones cruzadas y reaviva disputas antiguas.
Las explicaciones en términos políticos también tienen su lugar. Tras el incendio de 2021 en El Hoyo mucha gente pensaba que había vivido el fuego como una represalia por haberse opuesto a la minería a cielo abierto en la provincia u a otras iniciativas propuestas por el poder. Ello implicó incluso el ataque al vehículo en que viajaba el entonces Presidente Alberto Fernández en la única recorrida que hizo por la zona. Y aquí empieza a desplegarse un nuevo espacio de discusión, que es cómo comienzan a inscribirse los incendios en las tensiones y confrontaciones presentes en la región.
algo muy grave va a suceder en este pueblo
Aún cuando las causas permanezcan oscuras, las declaraciones públicas comienzan a proponer rápidamente líneas de interpretación. Hace tiempo que el gobernador del Chubut, Ignacio Torres, viene achacando la responsabilidad de los incendios a un confuso colectivo de “mapuches” o “pseudomapuches” terroristas.
El 9 de enero se desalojó al lof Pailako dentro del Parque Nacional Los Alerces. En el desalojo estuvieron presentes Torres, Patricia Bullrich y el presidente de la Administración de Parque Nacionales, Cristian Larsen rodeados de decenas de uniformados de todas las fuerzas de seguridad, izando una bandera argentina en un mástil en la recuperación. Torres venía desde hace un año sindicando a los miembros de este lof como los responsables de los incendios que año a año destruyeron partes del PNLA, pese a que la comunidad siempre lo negó y las investigaciones judiciales nunca arrojaron resultados que apoyasen tal hipótesis.
Ahora, el 17 de enero ardieron varios camiones y máquinas pesadas dentro de la Estancia Amancay, cerca de Trevelin (Chubut). Este no fue un incendio forestal, sino de maquinarias. El gobernador señaló nuevamente la responsabilidad de los “delincuentes de siempre” en el incendio. Luego declaró: “dejémonos de joder, estoy cansado de los jueces que tienen miedo y que ideologizan todo: los celulares de la mitad de los que tomaron los terrenos en Lago Puelo comenzaban con 011, eran todos del Conurbano bonaerense y ninguno tenía un derecho ancestral; son chantas protegidos”.
Las primeras investigaciones sobre el incendio en Amancay comenzaron a sugerir el uso de bombas molotov arrojadas a las cabinas para encender los camiones. A los pocos días se dio a difusión en un medio independiente chileno un comunicado atribuyéndose el atentado por parte de la “Facción Autónoma de Liberación Mapuche Puelwillimapu”. En el documento se reivindica la lucha de la “Resistencia Ancestral Mapuche” (RAM) y el Movimiento Mapuche Autónomo Puelmapu (MAP) en los años anteriores y se señala que el atentado fue una respuesta a la represión estatal. Sin embargo se desligan de los incendios forestales: “nos desmarcamos y a nuestro pueblo de los incendios forestales, solo atacamos infraestructura, maquinaria e intereses materiales del enemigo winka burgués, no naturaleza ni a nuestra gente, ni siquiera winka pobres, aunque sean fachos”.
La estancia en cuestión había sido adquirida hacía poco tiempo por Miguel Mirantes, pariente de la Ministro de Producción de Torres, la ex-comisaria Laura Mirantes. El gobernador Torres publicó entonces en X un extracto de su discurso en la 87° Exposición Rural de Comodoro Rivadavia: “Esta batalla la vamos a ganar, sin importar quién tengamos en frente, ya sean los delincuentes que incendian nuestros bosques, la justicia remolona y garantista que les asegura impunidad, o cualquier otro que se interponga ante nuestro legítimo derecho a la propiedad, a vivir en paz y, sobre todo, a la defensa de nuestros territorios y soberanía.
También Patricia Bullrich, recién vuelta de Disneyland, denunció la poco oportuna reaparición de Facundo Jones Huala, que presentó un libro llamado “Entre rejas. Antipoesía incendiaria”. Le achacó “intimidación pública, incitación a la violencia colectiva, apología del crimen y asociación criminal”.
Respecto de los incendios desatados en Epuyén y en El Bolsón la actitud fue similar, esta vez a dúo con Alberto Weretilnek, gobernador de Río Negro: “los incendios son intencionales”; “van a terminar todos presos”; “encontraron una botella”; “vimos un video con encapuchados”. Sin embargo, el fiscal a cargo de la investigación sostiene, con otros tiempos, que hay varias líneas de indagación abiertas.
Una característica común recorre estas declaraciones: circulan a una velocidad desproporcionada respecto de las investigaciones judiciales. Señalan responsables y achacan responsabilidades sin presentar evidencias concretas y mezclando escenarios de diferente origen y dinámica.
El paso siguiente son las detenciones arbitrarias. Al cierre de la redacción de estas líneas tres personas habían sido detenidas como sospechosas de iniciar los incendios en El Bolsón. Mientras sus familias y amigos reclamaban su liberación denunciando que se trata de “perejiles”, se reeditó la escena de jinetes atacando a manifestantes, que ya habíamos visto cuando asesinaron a Elías Garay en 2021 y cuando la Marcha por la Soberanía intentó llegar a Lago Escondido en 2023.
Sean mapuche, terroristas, chilenos, bonaerenses o chantas delincuentes protegidos, la posición gubernamental descarga sobre identidades confusas y ambiguas la plena responsabilidad de lo que ocurre. Los brazos policiales, para-policiales y la justicia por mano propia actúan en consecuencia sobre la base de rumores no confirmados.
las raíces de las llamas
En la medida en que no esclarece las causas y no identifica a los responsables -si es que los hay-, la Justicia permite una acumulación de experiencias múltiples y confusas en la memoria colectiva de quienes poblamos esta zona. Sin embargo, un sustrato compartido parece nutrir los polos de la discusión: la idea de que si el otro, el que supuestamente prende el fuego, no existiera, entonces no habría incendios. Si los “mapuches terroristas” estuvieran todos presos, no se quemarían los bosques, las plantaciones ni las casas. Si Lewis, los especuladores inmobiliarios o el gobierno fueran expulsados, no se encenderían las áreas protegidas, las chacras y las estancias.
Cabe preguntarse si este tipo de interpretaciones no obstruye la comprensión de procesos más complejos. ¿Es que los incendios descansan solamente en la acción dañina de algunos presuntos incendiarios? ¿Con sólo reprimir a quien inicia las llamas se manejan las áreas naturales?
El Servicio Nacional de Manejo del Fuego (SMNF), creado por la ley 26.815, publica periódicamente informes de ocurrencias de incendios por mes y por día para todo el país. Observar estos documentos es sorprendente por la cantidad y diversidad de los fuegos que se producen constantemente, pero no alcanzan difusión en los medios de comunicación: hay muchos más incendios de los que nos enteramos. Y muchas veces, cuando se producen lejos de zonas pobladas o no alcanzan magnitudes críticas, ni nos enteramos de que ocurrieron.
En el marco de problemas generados por el desfinanciamiento, la precariedad de los contratos de los combatientes del fuego y las tendencias privatizadoras del territorio, un manejo eficaz de las áreas naturales y las zonas de interfase se vuelve una ilusión lejana.
Una línea aparte para los brigadistas. Los héroes del verano y los olvidados del invierno, apenas se apaguen los fuegos volverán a las acciones de protesta para que se los pase a planta permanente o se aumente el monto de sus contratos.
¿Existe planificación urbana en las ciudades cordilleranas? ¿Quién y cómo se regula el acceso a la tierra en la región? ¿Hay recursos y planes de manejo consensuados para las áreas protegidas? ¿Se le da el mantenimiento que requiere a las líneas eléctricas? ¿Qué dinámicas en las zonas de interfase hacen que se incrementen los incendios en estas zonas? ¿Cómo se las aborda?
Esto no quiere decir que el fuego no sea o no pueda ser usado en el marco de conflictos sociales. Muchas veces, en un desalojo por ejemplo, se usa el fuego para destruir las viviendas y que los desalojados no puedan volver (en Pailako, por ejemplo, se derrumbó la vivienda utilizada por el lof con una topadora). Los atentados incendiarios de maquinaria dan cuenta de lo mismo: el fuego puede ser un arma.
Pero cuando arden territorios por los que nadie se pregunta, los contornos de los presuntos responsables se desdibujan. En la comuna de Atilio Viglione, por ejemplo, arden desde hace semanas miles de hectáreas sin que hayan despertado la visibilidad que tienen otros fuegos ¿por qué algunos incendios llaman la atención más que otros?
Existe una certeza: los fuegos y sus interpretaciones son integrados a las relaciones de poder. Se repiten discursos, pero también actores, protagonistas y formas de hacer las cosas. Lo que no se renueva son las formas de habitar el bosque, de regular esa convivencia, de manejar las necesidades y los recursos.
Los fuegos se apagarán, esta es otra certeza. En algún momento empezarán las lluvias y la nieve, bajará la temperatura y el esfuerzo denodado de vecinos, brigadistas y bomberos se verá coronado con la extinción de las llamas. Y se abrirán meses de paréntesis que difícilmente nos preparen para lo que viene.