Una nutrida concurrencia colma la sala del teatro Avenida. Todos esperan ver al ilusionista que revoluciona el espectáculo de Buenos Aires con su gran compañía. En ese año, 1935, ha sido asesinado el senador santafecino Bordabehere en un atentado contra Lisandro de la Torre. Junto a su tía, Héctor René Lavandera, poco sabe de los avatares de la política. Sus 7 años aguardan que se levante el telón rojo y aparezca el mago. Otro mago, pero que en lugar de las manos utiliza la voz, se pierde por ese tiempo entre los hierros retorcidos de un cuatrimotor en un lugar que a René le suena extraño y que muchos pronuncian: Medellín. Chang, el ilusionista de grandes aparatos, está ya en el escenario y el niño se hunde cada vez más en su butaca. Alguien hace posible lo imposible y no alcanzan los ojos para ver.
"Hijo de chino y panameña, Chang tenía una personalidad especial. Fui con una tía a verlo y a partir de ese momento sentí el deseo de hacer algo similar. No hago nada de lo que él hacía, porque en el transcurso de estos 52 años que han pasado desde esa ocasión, evolucionó el mundo y también el arte del ilusionismo. Siento un gran respeto hacia él. Lo mío es diferente, soy un especializado en cartas, hago close up, vale decir prestidigitación de cerca".
Héctor René Lavandera nació en Buenos Aires y para cuando se publique esta nota habrá cumplido 60 años. Jugando al carnaval en una calle de Coronel Suárez, en su infancia sufrió un gravísimo accidente. Su familia se radicó luego en Tandil, donde completaría los estudios de bachiller. Durante diez años fue empleado bancario, hasta que en 1960 debutó como René Lavand en la televisión.
"Yo en realidad no sé el porqué de esto. Pero ahondando, considerando mi vida, la dureza de un accidente sufrido a los 9 años que me amputó la mano derecha, pienso que aquellos vientos trajeron estas tempestades. Entonces, estamos en por qué esto. Me gustaba el ilusionismo como le gusta a cualquier niño ver aparecer y desaparecer una cosa. Cuando vi a Chang, sentí una inyección en mi organismo que movió esa química que evidentemente tenía adentro y quise ser ilusionista. Tras el accidente entré en procesos psicológicos profundos, muy duros, y comencé a crear mis propias técnicas. Al principio hice desaparecer conejos porque siempre se comienza por las cosas clásicas; pero lo mío es la baraja, tiene un embrujo especial. Cuando sufrí un momento de depresión, a los 30 años, acudí a un amigo en busca de terapia y lo hice con mucha pena. Le dije: mirá Carlitos, si yo hubiera seguido otro arte, porque esto es muy limitado, digo, algo que me diera una expansión más grande para lo creativo, me hubiera venido tan bien... Pero el que estaba limitado era yo, no el arte del ilusionismo. Ahora que estoy viviendo un momento placentero, a mis 59 años, estoy creando más que nunca".
René Lavand fuma, maneja su auto y hace los cambios con su mano izquierda. En el trayecto que hay desde la terminal de ómnibus de Tandil hasta su casa comenta que ha sido poco requerido por la televisión argentina este año, paradojalmente cuando son numerosos los shows internacionales que reclaman su arte de barajar la vida por su lado más lindo; el asombro. Deslumbró en México, Chile, Puerto Rico, Uruguay, varios países europeos, Estados Unidos y a punto de viajar contratado por la BBC de Londres (mientras pasamos frente al hotel donde debutó alguna vez) frunce el ceño y sonríe al mismo tiempo.
"No puedo trabajar en mi país. No sé si porque el pueblo pide otra cosa. Creo que no, que le dan otra cosa atendiendo a cuestiones estrictamente comerciales. La gente me pregunta en la calle cuándo vuelvo, pero este año no se han dado las condiciones".
El auto se detiene al pie de un cerro. Esto se llama Milagro Verde porque así lo bautizó un amigo de la casa. Recorremos con pocas palabras el laberinto de la arboleda hasta toparnos con una mesa diminuta sobre la que brillan dos vasos y una botella de vino blanco. No se me ocurre ninguna pregunta, aunque en el viaje a Tandil anoté posibles interrogantes que se me desdibujan en la cabeza. Ahora, la mejor pregunta es mirar.
soy un creador de ilusiones
"Lo mío no es para radio ni para disco, es para televisión o reuniones no demasiado grandes, cien, ciento veinte personas como máximo por una cuestión de tamaño de baraja. Yo vivo para esto y de esto. Tuve que crear mis propias técnicas, soy autodidacta. Me gusta la palabra aficionado, mejor en francés: amateur, pero mucho mejor en portugués: amador. Trabajo 6 6 7 horas por día. De nada me servían a mí los libros, tuve que ser autodidacto y seguro que hubo un gran esfuerzo, ya no lo recuerdo. En un tiempo fui jugador, hasta que me hice prestidigitador y me retiré. Prefiero el halago del aplauso a jugar con ventaja. Yo me dedico a las técnicas de tahúr llevadas al fino arte. Creo que impuse mi estilo. Mago no me dicen, algo he logrado. Al no decirme mago me están diferenciando y eso me complace. Tengo varios laboratorios (cada uno se compone de un paño negro y un mazo de barajas), en el living, en el comedor, en la parrilla y cuando surge una idea camino unos metros a lo sumo y ya estoy anotando un tema, probando una técnica, escribiendo para tal o cual juego".
La mano es más rápida que la vista, pero la vida es más rápida que la mano y la vista juntas. Algo así me está queriendo decir el ilusionista cuando señala que magia es precisamente esto: los muchos verdes que nos rodean en este instante.
"Para mí la palabra más linda es ilusionismo porque creo que soy eso, un creador de ilusiones. Me encanta la magia del amor, de la amistad, de la técnica, pero lo mío es otra cosa, son trucos. Es una forma de engañar sin engañar. Cuando la gente ve aparecer una paloma entre los dedos sí, evidentemente, eso es magia, pero es también ilusionismo. El aficionado es muy importante siempre que sea capaz de deslumbrarse con un juego. Ahora, si me viene como erudito que sabe quinientos mil trucos y conoce todos los secretos pero no sabe presentarme uno, ese señor no me interesa. Yo no soy un erudito. Me encanta que me deslumbren mis colegas. A veces siento la necesidad de ser espectador y no encuentro gente para que me engañe, que me haga sentir niño, que me haga vivir ilusiones. Me gusta vivir la ilusión del momento. Si voy a ver una marioneta no voy a buscar le los hilos, quiero ver la marioneta y emocionarme. Porque no soy tan tonto como para andar buscándole los hilos. La gente tiene una necesidad tremenda de estas cuestiones y la televisión lo permite porque es masiva. La gente tiene diferentes reacciones, es cierto, pero en el fondo están todos contentos de que yo los engañe. Es por eso un género tan noble".
Entiendo que entre magia e ilusionismo hay un gesto, un propósito, una cualidad, una intención que excede la secuencia mecánica del truco. La voz de Lavand juega en esto un papel decisivo, pero también el lenguaje y más precisamente la literatura al realizar un correlato dramatizado entre naipe y personaje. Por el mazo de este ilusionista circula una mujer de un cuento de Mallea, un marciano de las páginas de Bradbury, unos compadritos borgeanos, unos versos de Manzi y muchas historias hechas populares por el cine.
"La palabra que acompaña, es fundamental. No sólo la palabrilla justa para lograr la diversión sicológica, sino que dentro de la composición está lo que se dice y cómo se dice. Lo mío tiene una apertura, un prólogo, un desarrollo, un clímax y un epílogo. Allí pueden imbricarse historias de amor -tengo muchas por mi temperamento- y de otro tipo. Algún día voy a poner una historia policial".
Estamos por fin frente a uno de los laboratorios de Lavand. Desde un rincón nos observa el patrono de los magos, San Bosco, santo de los ilusionistas. Lavand lanza un juego agresivo y su efecto flash (así lo califica) logra el cometido de dejarme perplejo: estampé mi firma en un 10 de corazones, la mano de Lavand mezcló y la baraja se hizo humo. Todo esto duró un parpadeo: entonces arrojó una billetera sobre la mesa y dentro de ella un sobre cerrado con goma y allí, por fin, la baraja con mi firma. El ilusionista comenta, frente al estupor del periodista, que quizás hubiera sido mejor dejar este truco para el final. Tenemos varias horas por delante. Lavand se entusiasma y continúa lanzándome imposibles al rostro. Además del manejo con la baraja hay una manera de colocar el cuerpo, de impostar la voz, de mover los ojos; una manera de desafiarse a sí mismo, un saber dosificar el misterio y, en el desenlace,un asombrarse junto al espectador.
la teoría del atisbo
"Busco el atisbo. Un increscendo: ¿Será? ¿podrá ser? ¿no podrá ser? ¡Sí! ¡lo es! ¡ah! El atisbo. En eso estoy cada vez más, la teoría del atisbo. No poner el efecto así ¡paf!, sino irlo madurando como en una obra musical hasta llegar al acorde final. Es una sinfonía, una composición, una sonata de Beethoven. La gente no conoce este asunto, no sabe lo que antecede a cada juego que ve en la pantalla. ¿Qué es el atisbo? Todo lo que uno hace. Por eso cuando me preguntan cuánto dura el espectáculo, digo que dura la impresión de un juego. Y si yo le hago ese juego y usted no lo olvida en 40 años, esa es la duración de mi espectáculo. Cuando pasan algunos días y no tengo nada para trabajar, estoy inquieto, malhumorado, necesito estar en el tema. Algunos dicen que le he puesto belleza al asombro. Le agrego también belleza literaria. Trabajo bastante con un amigo al que quiero mucho, Rolando Chirico. A veces le doy una idea y viene el ensamble. El pone la letra y yo la música. El arte es como la ciencia, crece escalón por escalón y a veces retomo una idea de 40 años atrás y creo mi propia fantasía, mi propia ilusión con mi estilo y mis técnicas. Escribí cinco conferencias para alto nivel. Este es el único arte que esconde la técnica para no matar la ilusión. Trabajo a veces para los especializados y lo hago porque algún día me voy a morir y quisiera que alguien luciera estas técnicas. Evidentemente, existe un público de una profundidad tal en lo que a inteligencia y emotividad se refiere, al que es posible mostrarle las técnicas. Es seguro que admirará aún más el asunto y no perderá la ilusión ante la reiteración del juego. Yo podría satisfacer la curiosidad de ese público -muy limitado- y ese público seguiría gozando de la ternura del muñeco. Una vez estuve a punto de contar el secreto en la televisión y Chirico me dijo que no lo hiciera. No lo conté y cuando regresé al camarín Chirico había improvisado esto, escuche: 'Eran sólo ellos dos, la isla y el mar. Hacía 20 años que habían naufragado. Uno de ellos partía todas las mañanas en la canoa en busca de pesca; el otro se internaba en el bosque por algún pequeño animal, algunas frutas. Al atardecer se reunían y gozaban del privilegio de la paz. Y supieron que la paz no era otra cosa que un tiempo sin fronteras para gozar de la música de los pájaros y de las olas, y los colores del cielo y del mar. Después de comer, Cazador, que había sido ilusionista, con la misma baraja de siempre deleitaba a su amigo Pescador hasta que éste se dormía en un universo de ficción. Hasta esa noche. Veinte años después de cada día en que las barajas los habían salvado de la desesperación, Cazador cedió a la tentación y por halagar su vanidad le mostró las técnicas a su amigo; le explicó cómo se hacían los trucos. Luego se separaron sin hablar. Al día siguiente Cazador esperó a su amigo Pescador y cuando se hizo la noche supo que Pescador no volvería jamás. Era un hombre que no podía vivir sin ilusiones y las había ido a buscar donde comenzó la vida, en los azules y arcanos secretos de lo profundo del mar'. Así es la cosa. Por eso no debo explicar a nadie cómo lo hago”.
El as de trébol que elegí del mazo de póker, se pierde entre los infinitos dedos de la mano de Lavand. El mismo advierte el extravío y admite una mínima posibilidad de repararlo. El mazo se despliega sobre el paño como una cascabel y Lavand sólo tiene que presionar en uno de los extremos para que del centro y como ayudada por otras barajas, el as de trébol emerja de las profundidades del misterio. Ahora el ilusionista se ofusca con él mismo porque quiere abandonar tres caballos que lo persiguen obstinadamente. Su actuación es magistral. Sin pausa me alcanza las barajas para que yo corte y sin mirarlas (pero ubicándolas frente a mis ojos) identifica rápidamente cada una de ellas. ¿Nemotecnia? Sigue con el atisbo, hace que improvisa, que el juego lo ha desbordado, que se complica, que pierde el control.
"¿Un ejemplo claro de simbiosis? Un loco escultor, Pigmalión, creó una mujer de mármol. Era tan hermosa que se enamoró de ella y su amor le dio vida a la estatua. Bernard Shaw recoge el mito y crea su inmortal obra teatral, Pigmalión. Recordará usted al profesor que transforma a una humilde violetera y le enseña a hablar. A su vez el cine recoge la idea y así nació Mi bella dama ¿se acuerda? Larararará la rará. Hermosa película donde el profesor no sólo le enseña a hablar, sino también a cantar. Pero el destino juega un rol fundamental. El observa cuando aparece una mujer en nuestra vida..." Mientras contaba esto, el movimiento de la mano de Lavand narraba, con los naipes, infinitas y posibles historias. El porvenir, la pasión, la ilusión, las verdades, las virtudes, son naipes que pueden trocarse, en el arte de Lavand, en sucesivos fracasos. Esas barajas que cambian súbitamente de rostro develan comportamientos humanos, lealtades, desafíos, amores, o tesoros ocultos que sin antifaz son -dice- "solamente figurines maquillados de cartón".
Luego de hacer una mosqueta (juego de tres cartas) donde una sota de espadas juega a las escondidas conmigo, Lavand habla nuevamente de Chirico, un poeta que escribe solamente para sus trucos y con efusividad muestra una fotografía donde aparece junto a Davi W. Vernon, el joven de 94 años que reside en Las Vegas y que no duda en viajar a cualquier punto de Estados Unidos para confrontar sus técnicas con las de algún tahúr.
hago la magia del futuro
"Siempre se atribuyó a los orientales el asunto del ilusionismo. Actualmente creo que en España existe un altísimo nivel en este arte por ejemplo Juan Tamariz Martel quien me contrató hace poco para un programa suyo o Arturo de Ascaño que es realmente un maestro. No actúa, sino que escribe y enseña. El hombre que llevó la prestidigitación a los salones fue Robert Houdin; no confundir con el gran Houdini que era el rey de la publicidad y le copió hasta el nombre. Houdin era francés y falleció a finales del siglo pasado. Tengo asimismo gratos recuerdos de Fu Man Chu que era de la misma línea que Chang y se nos fue para siempre hace unos diez años. En realidad se llamaba David Bamberg -séptima generación de ilusionistas- y era inglés de padres holandeses. El me entusiasmó mucho. Gustaba de mi especialidad aunque, hacía otra cosa, obras teatrales como La butaca de la muerte, ponía tramas policiales. Alguna vez me dijo que Fu Man Chu quería decir en chino 'hombre de suerte y también que yo hacía la magia del futuro. Creo que ya es la magia del presente".
Lavand dice estar trabajando actualmente con un juego que llamará Mi gran ilusión y considera uno de los más fuertes. Arturo de Ascaño le enseñó el principio del juego y él ya lo está vistiendo con su estilo. Se trata de dar a elegir una carta al espectador, hacérsela firmar y romper y luego devolvérsela sana. Lejos quedó el tiempo en que un joven probaba imbricar (Lavand dice que es diferente a mezclar) el mazo con una sola mano, escudriñado por los ojos desconfiados de su padre. Ahora su arte reclama otros caminos.
"Claro, de mayor envergadura. Una película o varios programas de televisión donde mi composición se dé en un ámbito de ficción con la música adecuada, escenografía, personajes, el barco a paletas del río Misisipí. ¡Las cosas que podríamos hacer en cine! Contar historias. Por ejemplo la de un viejo jugador de ventaja que me enseñó a perder en el póker. Hablo de ponerle un marco adecuado a lo mío. Yo comenzaría: ¿recuerdan esa música? la famosa pieza que el cine recreó con el nombre de Magnolia... aquel rostro infalible de Ava Gardner detrás de todo eso la historia de esclavos. Y ya está la baraja tratando de desentrañar el secreto del viejo río: una mujer me ha dado plazo hasta esta noche para hacer fortuna y voy a buscar fortuna al viejo barco de paletas del Misisipí y cuando apuesto el todo por el todo en una mesa de póker, pierdo. El tahúr, que me ha ganado con las cartas a la vista, me dice que ha preferido ganarme con trampa para que no me sienta disminuido el resto de mi vida y sea un esclavo del río como lo es él. Ahora estoy escribiendo sobre un sueño surrealista. Hago una historia de póker muy fuerte donde un oriental me gana porque estoy condenado a perder después de haber cumplido un ciclo. Como todo ser humano, como Santos Vega condenado por el diablo".
El protagonista es el naipe que cobra vida en el arte de este ilusionista que hace casi 30 años debutó simultáneamente en el show televisivo de Pinocho y en el escenario del Tabarís. Dice que le aburre muchísimo jugar al póker y al truco, ya que lo suyo son rutinas llevadas al arte y que le gusta vivir en Tandil, en su casita al pie del cerro con su actual mujer, Nora,y sus pequeños hijos Lauro y Lorena. Muestra las fotografías de las hijas de su primer matrimonio: Graciela, Julia Elena, Laura Daniela. Tomamos el café número cinco y en la conversación surgen otros temas, otras personas, como su amigo el titiritero Javier Villafañe a quien nombra con singular afecto y admiración. También habla del Castillo Mágico de Hollywood donde hay montados numerosos espectáculos de todo tipo de magia, desde el naipe hasta los grandes aparatos. Es el lugar donde muestra su arte Davi W. Vernon. Ahora mira a su pequeño hijo, Lauro, jugar con una computadora y reflexiona: "en Japón hay un robot que puede fabricar un auto entero ¿se da cuenta?, pero me tienen que llamar a mí para que les haga mis trucos". La palabra rueda pero la baraja tira más y Lavand vuelve al mazo, porque todavía hay tiempo para otro juego antes de que salgamos hacia la terminal de ómnibus. Lo que sigue es una partida de truco en la cual un imaginario paisano de Ayacucho, envalentonado con su flor de 37 de bastos canta: El que viene de Tandil no ha de enseñarme destreza, para ganarle a esta flor no hay un varón en la mesa. El ilu- sionista ha escuchado atentamente el desafío y sin inmutarse replica: El que vino de Tandil no vino a enseñarle nada, para podar esos bastos me sobra esta flor de espadas. Y muestra sus 38. "Todo así, lentidigitando -dice Lavand- para que sea noble la trampa". Y en una nueva mano el jugador de Ayacucho recibe sus cartas mientras Lavand parece confundido: "es difícil reencontrarme con mi flor de espadas -dice-, la perdí, no sé, quizá pueda darse otra vez en mano a mano donde uno se juega la vida en un cara o cruz". El paisano de Ayacucho muestra un rictus de satisfacción y dice terminante: Se acabó la cortesía, tres puntos de guapo arranco y con toda alevosía tengo flor y no soy manco. Es hora de irse me digo. De regreso, arrebujado en el asiento del ómnibus, veo pasar un campo azul por la ventanilla. Estoy bajo los efectos de muchos de los trucos del ilusionista. Su mazo de barajas continúa pasando delante de mis ojos: por ejemplo ahora, que vuelvo a ver al imaginario hombre de Ayacucho envalentonado con su "jardinera" de bastos ante el aparente desconcierto de su contrincante. Y digo aparente porque Lavand se ha reencontrado con su flor de espadas y ya le está diciendo al paisano de Ayacucho: Nunca será tan difícil que yo pierda una partida. Me están sobrando los dedos, le gano toda la vida.