Las directoras Clarisa Navas (Las mil y una, Hoy partido a las tres) y Daniela Seggiaro (Husek, Nosilatiaj) nunca se habían visto ni habían hablado entre sí antes de este encuentro (virtual). Eso no quiere decir que no supieran de la existencia de la otra, por el contrario, bastante en el radar se tenían. “Voté tu película en la encuesta del cine argentino que se hizo el año pasado”, se acuerda Daniela. Clarisa agradece el reconocimiento para Las mil y una y se ríe: ella no votó. “Soy un poco anti con esas cosas”, se excusa, “pero sí vi tu primera película (Nosilatiaj) y me gustó mucho”, aclara, rápida.
Navas nació en Corrientes y desde allá filma: primero estrenó Hoy partido a las tres, luego Las mil y una. Las amistades, los amores, el deporte, los cuerpos, son algunos de los temas que aparecieron en sus películas llenas de diálogos, acción, humor. El cine de Seggiaro es más contemplativo. En su ópera prima Nosilatiaj puso el foco en la comunidad wichi y eligió un corte de pelo como metáfora y eje. Husek, su segundo film, también reflexiona sobre los vínculos entre ese pueblo y las costumbres y leyes que impone el mundo occidental.
Antes que ellas, sus películas habían entrado en diálogo. Tienen mucho en común estas dos directoras que decidieron filmar historias, personajes, rituales, formas de vivir en territorios que están a la vista de todos pero que también son microscópicos. Lejos de Buenos Aires, cerca de comunidades originarias, dentro de barrios hacinados, desde ahí narran, con paciencia, con un tono propio, con especial gimnasia para esquivar los lugares comunes. Sobre el habla de los locales, el porteñocentrismo y los escenarios elegidos fueron las primeras reflexiones.
¿Cómo eligen los temas, las personas, los idiomas que van a filmar? ¿Cómo se van relacionando con las problemáticas antes de llegar con el equipo de filmación?
Clarisa: El mío es un trabajo muy situado en Corrientes y el nordeste porque hace nueve años que estoy haciendo una película en la frontera de Clorinda con Nanawa, Paraguay. Son territorios que me resultan cercanos, donde también trabajo como docente o simplemente tengo una vida, afectos. Parto de estar situada y de un diálogo, a veces más problemático, con cierta vida ahí, como Las mil y una, que es el barrio donde viven mis viejos y donde me crié. Cuando filmé quise mostrar esas condiciones de vida, en la película anterior aparecían mis compañeras de fútbol. El azar o la casualidad me van encontrando en algunas situaciones, como esta película que estoy filmando en la frontera. Me entrego a eso. Hay un recorte, ciertas líneas, por donde una elige no ir para no reforzar clichés. Es complejo salir de lugares convencionales porque no es solamente el trabajo de una, hay un montón de gente poniendo el cuerpo y responden a cierto inconsciente audiovisual colectivo, entonces descentrarse de esas maneras es un desafío. Ahí empieza el trabajo.
¿Podés dar un ejemplo?
Clarisa: En mi primera película estuve atenta a las maneras del habla. Cuando empezamos a ensayar con mis compañeras de fútbol aparecía una espontaneidad que me fascinaba, sobre todo en la forma de mezclar el guaraní con el habla cotidiana que ocurre en Corrientes, en Chaco inclusive. Cuando nos poníamos a ensayar la escena, empezaban a hablar como en una telenovela. Largaban todo sin respirar el texto o intentaban no hablar como correntinas o chaqueñas porque era una vergüenza. Mi idea era amigarse con una manera de hablar diferente y ese fue un trabajo largo, de muchos meses para explorar.
Daniela: El tema del habla es clave en estos cines que estamos tratando de generar. Había una idea unificadora, en películas antiguas, de cómo habla el interior del país. En mi caso, en las dos películas de ficción que hice traté la relación entre el mundo indígena, wichi en particular, y el mundo occidental. También trabajo en el este de Salta, en la frontera con Paraguay y Bolivia y ahí te das cuenta de que la variedad lingüística es enorme y hay que pensar cómo hacer para generar un espacio para que esos idiomas puedan explayarse. No podemos llegar desde afuera a imponer lo que debe ser. El gran desafío en las películas que venimos haciendo es generar un espacio para que emerja tanto un idioma propio como la diversidad de formas de expresarse.
¿Cómo son sus procesos de trabajo? Pareciera que son largos.
Daniela: No queda otra que hacer esas películas de una manera vivencial para conocer el lugar, vivirlo primero para llegar a plantear una película porque estamos contando con tiempo escasos por las formas de producción que tenemos en la ficción. Tuve poquito tiempo de rodaje, si quería que hubiera algo verdadero, o si iba convencida de que podía encontrar algo, es por haber tenido, como decía Clarisa, una experiencia previa, por estar atravesada por el espacio o por lo que una está queriendo narrar.
Clarisa: Este tipo de películas tienen que buscar su forma de producción en cada proyecto. Tenemos que reinventar y acomodar. He trabajado con películas que tenían apoyo del INCAA, otras sin INCAA, siempre el esquema de producción fue diferente. Conociendo otras experiencias regionales, cuando se fuerza un modo y una manera, que es la de Buenos Aires, y se repite tanto, terminan saliendo unos enlatados que solamente cambian sus piezas pero terminan teniendo un ritmo, una suerte de ansiedad que se nota. No se diferencian las provincias de las que estamos hablando si no se cambia el esquema, si los modos de producción no se reelaboran.
Daniela: Eso impacta directamente en las narrativas. Hay que encontrar para cada película una forma propia de narrar. Ahí está el gran desafío de producción: pensar nuevas formas de producción, más orgánicas con lo que queremos hacer, esa es una deuda que tenemos.
Clarisa: Y que también puedan pensarse desde ese lugar situado. Hace siete años que doy clases en la ENERC de Formosa, está buenísimo, todas las sedes de la ENERC son increíbles y parte de un proyecto revolucionario en el que creo muchísimo. Sí siento que los sistemas vienen prestados de un centro y se plantean ideas relacionadas al cine que son difíciles de pensar y adaptar a una región que no tiene una industria formada, ni para alquilar equipos. En estos proyectos de educación federal hay que situarse y trabajar desde el territorio.
El mercado internacional, los festivales, incluso las plataformas muestran interés en el cine argentino ¿Creen que hay una serie de elementos que se espera que incluya una película que viene desde acá?
Daniela: Desde los centros esperan ciertas cosas de las periferias porque son los que dictan los modelos. Nuestro quehacer es salir de eso y no pensar en que hay una certeza de cómo tiene que ser el cine de tal o cual lugar. Pensaba en un señor de la película en la que estoy trabajando ahora. Es un cacique wichi y dice “la gente viene, mira un poquito y dice que ya sabe cómo es toda esta gente, cómo viven. Dicen ya entendí todo”. Hay tanta diversidad en cada mínimo rincón que habitamos que lo lindo del cine es poder dar cuenta de eso. Es clave tratar de no hacer lo que se espera que tiene que ser una película correntina, salteña.
Clarisa: Coincido completamente. Esa condescendencia a reproducir un modelo, una expectativa, quizás pasa también por hacerse otro tipo de preguntas. En el caso de Las mil sería por qué las condiciones de vida se pensaron de esta manera en este barrio. A partir de esas preguntas nuevas el proyecto comienza a tomar una singularidad que no se corresponde con las ideas o clichés de siempre. Inclusive son cosas que después terminan repercutiendo en un lugar simbólico bastante complicado. En Corrientes después del estreno de Las mil se formaron bandos con gente que decía que no era la imagen de Corrientes que querían dar al mundo, no estaba el chamamé por ejemplo. Es difícil construir sin esos símbolos y esos estereotipos. Ante la imagen del grupo de futbolistas tortas, decían “esto no es Corrientes”.
Daniela: No sé si lo notás, Clarisa, pero esa potencia en el mundo popular de las provincias forma parte de lo cotidiano, el problema es que tenemos personas que ocupan lugares en espacios de poder que son los que tratan de decir cómo hay que retratar a Corrientes, Salta. Pero en realidad todo el tiempo el pueblo está escapando de ese corset. Es muy lindo cuando una arma un proyecto de película que va a dar lugar a que eso aparezca. En la convivencia con el equipo, se da algo de la potencia que tienen nuestros pueblos, que es alucinante pero se coarta por los espacios de poder. Los sistemas, ya sea del cine o de otras narrativas, anquilosan las cosas y creo que la diversidad está en el pueblo.
Antes de terminar, les quería preguntar por dos elementos que sobresalen en sus películas. En el caso de Daniela, en Nosilatiaj, el pelo es el eje. ¿Cómo lo filmaste, cómo lo pensaste?
Daniela: Es la historia de un corte de pelo así que todo tiene que ver con eso. Era muy poderosa la imagen para desde ahí narrar un territorio entero y el peligro que corren bosques y el lugar que habitan los pueblos indígenas de esa zona, y que también habitamos todos. El pelo fue el factor estructural de la película y, sobre cómo filmar, creo que el nombre de la película (Nositelaj, la belleza) tiene que ver con una fascinación con esa potencia simbólica de esos pelos que siempre me fascinaron en Salta. Una decisión muy importante fue no filmar el corte de pelo. Durante el rodaje algunos me decían “filmalo y lo tenés, cómo no lo vas a tener”. Yo dije que no, porque si me muero alguien puede montar la película con ese corte y yo no quería. Era muy importante no traer al mundo esa imagen que era lo peor, no cortaría un árbol para hacer una película, prefiero pensar el desmonte de otra manera, tampoco quería ver el momento del corte. La potencia estaba en otro lugar y mejor pensar en sus consecuencias y no sólo en esa imagen.
Clarisa, en tu primera película filmaste el fútbol femenino, en la segunda aparece el básquet, ¿qué encontrás en el deporte?
Clarisa: En Hay partido a las tres me pareció que había un territorio existencial muy único, diferente, era un momento en el que el fútbol femenino no estaba tan visibilizado. La grabamos en el 2014 y entre 2010 y ese año jugué mucho al fútbol en Corrientes y Chaco en esos espacios que siempre existieron pero muy al margen. Eran lugares relegados a una clase en donde la pasión se encendía de un modo nada institucionalizado, eso me llamaba la atención y era parte también de la pregunta por la pasión o por el juego. Me ha pasado de perder y sentirme mal durante días ¿por qué siento que la vida se me desmorona por un partido?. La película partió de esa pregunta y qué pasaba en una duración que tenía que ver con un día: todas las cosas que se atravesaban y cruzaban con el evento deportivo en sí. Todas las trabas, todos los impedimentos y sin embargo el cuerpo puesto ahí a desatarse y tratar de ganar algo, porque a veces en la vida sólo te queda ganar en esos terrenos, esos lugares simbólicos. Como argentinos podemos dar cátedra de eso. Cuando filmamos Las mil había cerca de la de mis viejos una casita que se caía a pedazos que decía “acá vive una familia campeona del mundo”. Hay una relación con el deporte que sigue siendo muy misteriosa. Al contrario de lo que se dice muchas veces, que el fútbol es una perdición del pueblo, una distracción, siento que hay algo simbólico y que la vida si no tiene ese tramo de ilusión, de fantasía, de entusiasmo, de poder ilusionarse con algo, ¿qué es? Una cagada si no podés ganar a algo en algún momento, el deporte trae algo muy hermoso para la existencia. Lo he vivido de cerca y lo sigo viviendo (ahora no porque estoy lesionada).
Ahora sí, antes de cerrar, ¿quieren contar algo sobre sus próximas películas?
Clarisa: Hace nueve años que estoy filmando un documental con un chico que ya no es más un nene, está a punto de ser padre (pequeño spoiler). Voy a Paraguay a filmar con un colectivo del que soy parte, que se llama Yagua Pirú y que es un encuentro de afinidades entre amigues del nordeste y Paraguay. Eso nos permite el hacer y el ir inventando modos y formas que resisten a hacer cine en las provincias. Inventan maneras de hacer los proyectos.
Daniela: Estoy terminando la posproducción de un material de archivo que se filmó en una comunidad wichi. Me conmueve el proyecto y fue una gran responsabilidad trabajar esa película porque la filmaron en los noventa. Claramente Miguel, que era el que filmó y falleció hace poco, quería hacer una película y me confió el material para terminarla. Es un proceso muy lindo de diálogo y yo no conocía la totalidad del material, vi fragmentos que me acompañaron durante mi vida en unos VHS. Es muy conmovedor. Va a ser un trabajo documental y en diálogo con ideas de ficción. Hay muchas escenas filmadas de una forma increíble, estoy contenta de la posibilidad de trabajar eso, me siento afortunada de haber tenido la confianza de la gente de brindarme estos materiales.
Nota realizada en colaboración con DAC - Directores Argentinos Cinematográficos