Creo que la novela argentina está asfixiada por la desesperación de responder a un reclamo crítico que no es un reclamo narrativo. Eso está angostando la novela. Aun narradores de muchísimo talento están cayendo en la tentación de escribir novelas para que se las elogie la crítica, y después se molestan mucho cuando el lector no se las lee.
T.E. Martínez, crisis Nº 62, julio 1988
Yo creo que muchos escritores, incluidos algunos escritores jóvenes fascinados por la teoría y haciendo teoría desde sus primeras ficciones piensan o creen que el reconocimiento de la crítica, desde la teoría, significa la consagración, o una consagración.
J. C. Martini, Clarín, julio 1988
Hay una ilusión de un poder literario. Por supuesto, uno puede pensar que la crítica, el periodismo, la universidad, las traducciones, las ventas, los premios, son intentos de construir jerarquías y definir valores. Pero entre los verdaderos escritores eso no tiene ninguna importancia.
R. Piglia, El Periodista, junio 1988
La verdad es que libros aparentemente tan poco académicos como los míos han sido defendidos finalmente por los académicos o por quienes dirigen cursos en las universidades. Con el paso del tiempo he recibido un apoyo de ese sector que me ayudó a soportar los golpes de la crítica. (...) Creo que sin la contrapartida de una lectura más calma y amistosa, que por suerte merecí de parte de la academia, tal vez habría dejado de trabajar hace tiempo.
M. Puig, Clarín, setiembre 1986
Lo que digo es que es imposible cambiar el panorama con una crítica que se ocupa de adorar el fracaso. No recuerdo novelas que hayan vendido considerablemente y que hayan sido tratadas bien en Punto de Vista. Estamos acostumbrados a pensar con una mentalidad seudovanguardista que los únicos escritores interesantes son los que nunca obtienen reconocimiento.
O. Soriano, El Porteño, febrero 1987
Hay dos niveles para enfrentar una crítica literaria: un primer nivel "narcisista", donde uno se siente herido si el juicio vertido es malo. El segundo nivel pasa por lo teórico y es el más importante. Ahí espera encontrar coherencia, información, imparcialidad, razonabilidad y rigor teórico. La crítica literaria debe descubrir lo que hay en el interior de un texto, y no ocultarlo con su propio sistema interpretativo.
J.J. Saer, Clarín, mayo 1988
Parece que en este momento los críticos están hablando un lenguaje que los escritores no entendemos, o que nos costaría un gran esfuerzo decodificar porque hay que manejar una serie de saberes que no dominamos y que quizá no deberíamos dominar. Quizá ni siquiera deberíamos mezclarnos entre escritores y críticos puesto que hemos perdido todo punto de contacto.
A. M. Shua, Clarín, julio 1988
Escribo a partir de la memoria, de la experiencia y de las manos; sin tener en cuenta jamás teorías literarias que, por otra parte, desconozco, y si las llego a conocer no me preocupan demasiado.
H. Tizón, Clarín, julio 1988
Si durante la dictadura aquellos intelectuales que asumieron la responsabilidad de elaborar un discurso de resistencia, postergaron algunas de sus polémicas para conformar una oposición más homogénea, a partir de 1984 el campo de la cultura comenzó a reconstituir paulatinamente sus líneas de enfrentamiento, generando nuevos conflictos estético-ideológicos o reeditando, a veces, viejas polémicas. Así, desde hace algún tiempo, en declaraciones de algunos escritores, puede reconocerse un enfrentamiento a la crítica literaria -fundamentalmente a la crítica académica a la que caracterizarían como elitista, tecnocrática, crípticamente cerrada sobre sí, y atenta sólo a los libros que el público no lee. Planteada en estos términos, la polémica resulta artificial, o al menos, extremadamente simplificadora. En principio, porque las opiniones de los escritores, lejos de configurar un acuerdo, sugieren contrastes y nuevos enfrentamientos, y luego, porque es preciso reconocer que la crítica académica no es homogénea, sino que en ella conviven y también debaten discursos diferenciados. En todo caso, los escritores polemizan con algunos, acuerdan con otros, y en ciertos casos se apresuran a declarar su total prescindencia de cualquier diálogo.
En primer lugar, debería diferenciarse una polémica entre personas, nombres y prestigios individuales-objeto de un anecdotario de veleidades literarias tan viejo como la literatura argentina de un debate entre textos, entre producción literaria y crítica, objeto más bien de la teoría y de la sociología de la literatura. En este último sentido, Pierre Bourdieu caracterizó el campo intelectual como un campo de fuerzas magnéticas, metaforizando así un espacio de luchas, disputas de poder, enfrentamientos entre distintas concepciones de la literatura y de la crítica: el escenario de una lucha por la consagración, en la que escritores y críticos asumen roles complementarios.
Desde esta perspectiva, y acotando la mirada a la crítica universitaria, la polémica -que circula por espacios poco visibles para el resto de la sociedad- permitiría reflexionar, al menos, sobre dos problemas diversos que de algún modo se complementan: la incidencia real del trabajo crítico sobre la producción literaria y, por otra parte, los límites de su lugar y su discurso.
crítica y ficción: un debate de valores
La crítica literaria no sólo trabaja sobre el sentido y la interpretación, sino que a partir de sus elecciones legitima algunos proyectos literarios y rechaza o ignora otros, de acuerdo con modelos estético-ideológicos que suponen la preeminencia de determinados valores. Así, trabaja con lo ya escrito -recompone a su modo fragmentos de una historia de la literatura-, pero al mismo tiempo, revela sus deseos sobre lo que se escribe o lo que aún no se escribió. La polémica que hoy reaparece -subrayando elecciones y desdenes de los críticos- conduce, en última instancia, a un debate sobre valores estéticos, éticos y políticos que la literatura argentina actual pone en juego: ¿la legitimidad o el margen? ¿Las ficciones que cuentan una historia, o aquellas que cuentan que cuentan una historia? ¿Teoría o ficción? ¿Estética o política? Preguntas que en el discurso crítico podrían reduplicarse: ¿La trivialidad o la jerga? ¿Teoría o crítica? ¿Escritores o comentadores? Otra vez: ¿Estética o política? Si en estos términos se reconocen oposiciones esquemáticas, el debate debería intentar escapar de las dicotomías estériles: quizá la literatura y la crítica puedan escribirse hoy, tanteando nuevas respuestas que obliguen a revisar ecuaciones falsas.
el espacio crítico: una cuestión de límites
El espacio de la crítica, por su misma colocación frente a la literatura, es un lugar problemático. Si el crítico es un lector que escribe sus lecturas, esa práctica de la escritura lo separa del público, y no por esto lo coloca de inmediato en el lugar de los escritores. A esa ubicación incierta, se suma su capacidad o incapacidad para encontrar sus propios lectores.
Hacia los años '60, la distancia entre la producción literaria y el público parecía haberse reducido. Entre otros factores que podrían incluirse, la mediación de la crítica contribuyó a acercar a un público más amplio, una nueva producción literaria que desafiaba las expectativas de los lectores. La crítica, y en otros casos, el periodismo cultural, se constituyeron en un vínculo efectivo entre literatura y público, afianzándolo en el manejo de textos de ruptura en diversos niveles - formales, pero también ideológicos. Sin esta mediación, algunas de las producciones literarias del "boom", pero también otras que escaparon a ese fenómeno. (Puig, Onetti, Roa Bastos), no hubieran alcanzado quizás, una circulación amplia por aquellos años. Para ese período podría hipotetizarse una relación menos tensa entre literatura y crítica que posibilitó al público una puesta al día con la producción literaria contemporánea.
Esa relación más estrecha permitió contaminaciones mutuas. La literatura hizo ingresar saberes teóricos específicos (R. Piglia, J. J. Saer, por citar dos ejemplos), y la crítica, por su parte se renovó formalmente, atenuando los límites que la separaban de la ficción. Para los años '70, y de manera paulatina, el discurso crítico ofrecía sus nuevos perfiles. La tecnificación y la especialización, su atención a un espectro de modelos teóricos cada vez más amplio (marxismo, sociología, psicoanálisis, pero también posestructuralismo, lingüística, semiótica), si bien amplían sus límites disciplinarios, acentúan su marginalidad, exigiendo una competencia teórica que, en el extremo, subraya las aristas de una estratificación cultural cada vez más pronunciada en nuestra sociedad.
La reflexión sobre el lugar de la crítica puede orientarse hacia la posibilidad de encontrar nuevos modos de articular un discurso que, enriquecido con todos los debates teóricos que amplían sus perspectivas, alcance un vínculo más enfático con el resto de la sociedad, desafiando los límites que ella misma acaba de imponerse.
Josefina ludmer: “una especie de dialogo epistolar”
¿Se puede establecer un diálogo entre escritores y críticos? O, en todo caso, ¿qué efectos puede tener ese diálogo en la producción literaria y la producción crítica?
-Un diálogo entre escritores y críticos podría entenderse por lo menos en dos sentidos. En primer lugar, como un diálogo entre la literatura y la crítica, a través de sus representantes. Es decir, como un diálogo entre escrituras diferentes o entre tipos diferentes de construcción de representaciones. En ese diálogo, el único que me interesa por ahora, pareciera que cada uno lee al otro, o que cada escritura se lee en la otra. La crítica lee a la literatura (ese es su trabajo) para escribir, y el escritor, o mejor la literatura, lee a la crítica (es decir, lee lecturas de literatura, lee literatura con ideas o creencias sobre la literatura), para escribir. Cada una existe por la otra y donde hay literatura hay crítica y hay diálogo entre ellas. Una especie de diálogo epistolar. Pero me parece, por el modo en que se plantea esta entrevista personal, que se está pensando en el otro sentido, un diálogo oral, en vivo, en presencia mutua de los que escriben. Se quiere poner a escritores y críticos diciéndose sus 'primeras opiniones, las que siempre suponen que se tienen ante sí caras concretas, cuerpos y voces. Y entonces aparecen los amigos y los enemigos, y con ellos los poderes de la crítica ante la literatura: el poder de dar sentido y el poder de dar prestigio (este último, cada vez más débil, hasta el punto en que ahora lo asumen casi totalmente los escritores). Y también los poderes de la literatura ante la crítica: los creadores frente a los comentadores, o las fuentes primeras, que tienen el poder de subordinar a la crítica al segundo puesto porque son las que hacen existir (y hay críticos que prefieren esta posición, y supongo que es por eso que algunos dicen que la crítica es ¡femenina!).
Entonces puede ocurrir la guerra o el silencio. Quiero aclararles que me considero una escritora que hace crítica.
Y aquí, la anécdota personal para que eso sea verdaderamente una entrevista con rostros. Cuando me hice amiga de Manuel Puig y después de Augusto Roa Bastos -cuando tomábamos juntos el té-, no pude llegar a escribir los correspondientes ensayos que tenía en marcha sobre sus ficciones, y que ya llenaban por lo menos dos carpetas. Mi ojo crítico, mi iris, se desplazó rápidamente al rostro y a la voz y los leí del otro modo.
Vos proponés una perspectiva política sobre la literatura. ¿Cómo se traman en tu propio trabajo las relaciones entre política y crítica académica?
-Si por crítica académica se entiende la que hace un montaje entre cierta lista bibliográfica y una redacción, yo trataría de no hacer crítica académica. Si se entiende por crítica académica la que trabaja con algunas ideas o teorías-o la que quiere teorizar sobre los modos de leer la literatura-, yo diría que hago crítica académica. Si me dijeran que hacer crítica periodística o escribir en los medios es estar más cerca de la realidad (o quizás en la realidad misma), trataría de verificarlo para poder escribir allí. Pero hacer crítica periodística es levantar panoramas con listas de nombres y clasificar la literatura en corrientes o tendencias por lo general según un sistema de ideas que no se revisa nunca-, les diría que no, que no hago crítica periodística. Si cuando se piensa en una crítica se piensa en una crítica sociológica, no hago crítica política. Pero si se cree que las ideas sobre la literatura, que son el material mismo de la crítica y de la literatura, son políticas, yo diría que sí, que hago una crítica política.