Perón: un líder de la patria grande | Revista Crisis
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Perón: un líder de la patria grande
Dos ex presidentes latinoamericanos –Joao Goulart y Hernán Siles Zuazo- y cuatro destacadas figuras del peronismo –Sebastián Borro y Luis Monsalvo, dirigentes obreros, y Rodolfo Puiggrós y Arturo Sampay- recordaron la figura del general Perón para crisis.
30 de Junio de 2022

 

sebastián borro

¿Cuándo lo conoció?

-De cerca, en 1950. Yo era en ese momento delegado metalúrgico.

¿Cuál fue su impresión?

-Y… para un peronista como yo, aquello era lo máximo. Quedé como cortado. Éramos setenta obreros que hablemos ido con nuestra dirigente sindical a consultarlo.

Usted lo había visto ya en actos políticos.

-Imagínese. En todos los actos políticos en que habló desde 1944 lo había visto.

¿Qué atraía en él al comienzo?

-Su poder de persuasión. Escucharlo era convencerse. Cuando hablaba, toda su capacidad quedaba al desnudo.

¿Y cuáles fueron las cosas que descubrió en él cuando lo conoció personalmente?

-Me di cuenta de su humildad. ¿Usted sabe una cosa? Él no se sentaba en su silla hasta que se había sentado el último de los compañeros. Y sabía escuchar, escuchaba con respeto, fuera quien fuera el que hablaba. Era un hombre amable, cordial. Creo que lo he querido como a mi madre, mi padre o mis hijos. Y, muchas veces, los dejé por él. Quiero aclararle que nunca recibí de él nada material. No es agradecimiento de ese tipo lo que me lleva a expresarle estas cosas.

¿Cuándo volvió a verlo?

-Así de cerca, cuando murió Evita. Le estreché la mano. Pero él no me conocía. Luego volví a verlo en el sesenta.

¿Cómo recuerda su caída en el 55?

-Un día de lluvia. Llovía que daba miedo. Y yo me sentía mal porque me había clavado una tijera en un dedo. De pronto, escucho en la radio al General Lucero leyendo la renuncia de Perón. Era el 19 de setiembre. Me levanté como un resorte y me fui al Frigorífico Lisandro Latorre, que era donde trabajaba. Allí me encontré con mis compañeros; muchos querían salir a la calle. Impedir que se fuera del país. Tengo que decir, con dolor, que, entre los que queríamos salir había pocos directivos, pocos dirigentes. Formamos una comisión de emergencia. Casi ninguno de nosotros tenía actividad anterior. Éramos simplemente muchachos peronistas.

Me dijo que en el 60 volvió a verlo.

-Sí, yo era el representante del Frigorífico en las 62 organizaciones. Y estábamos viviendo un momento difícil. En algunos hechos se insinuaba la traición dentro del movimiento sindical peronista. Así que en una reunión de las 62 con el Bloque Peronista de las 62, se decide, casi por unanimidad, que yo viaje a Madrid. El 16 de junio de 1960 hago el viaje. Cuando llego a Barajas me estaban esperando Alberto Campos, delegado del movimiento que había llegado unos días antes, y Américo Barrios, secretario personal del General. Nos trasladamos a El Plantío, su residencia en ese momento. Yo era, creo, el primer delegado gremial que lo visitaba en Madrid. Llegamos. Yo iba cargando el portafolios y los zapatos que todos los años le enviaban los compañeros del calzado mientras estuvo en el exilio. Cuando lo vi en la puerta, le aseguro que de la emoción se me caían las cosas de las manos. ¡Aquel gigante! Nos abrazamos lagrimeando los dos. Perón me dijo: “No se emocione, Borro, no se emocione”, y él lloraba igual que yo. Le aseguro que, a los cinco minutos, era como mi padre, mi hermano, porque él hacía todo lo posible para que uno olvidara lo grande que era. El sabía que era grande. Pero actuaba con tal naturalidad, espontaneidad… Uno terminaba por ser espontaneo también.

¿Cuánto tiempo convivió con él?

-Quince días viví en su casa. Desayunábamos, almorzábamos y comíamos juntos, con Isabelita y con Barrios. Allí lo conocí mejor. A veces salíamos por Madrid. Caminábamos por las calles. Yo veía entonces el cariño que tenían por él los españoles. Lo saludaban, lo aplaudían. Recuerdo un día que fuimos al Corte Inglés. El personal dejaba todo y lo rodeaba, le pedían autógrafos. Él firmaba libros, pañuelos. Apenas lo dejaban caminar. Recuerdo que el Negro Campos le dijo: “General, mira que toda esta gente… puede ser peligroso”. El General sonrió: “No, son buena gente, me hacen bien”, dijo. Él sabía ubicarse con los humildes.

Un día estábamos tomando café y charlando. Yo le dije: “Nosotros, los que estamos en la lucha, sufrimos cárcel, torturas, persecuciones, pero todo eso es, de cualquier manera, una consecuencia de la vida que elegimos. Nuestros padres y hermanos no eligieron eso. Ellos son, en definitiva, los que realmente sufren. Sufren mucho más que nosotros”. Le pedí, entonces, que escribiera una carta para mis padres porque una carta de él les serviría de compensación. Me dijo que sí, y señalándome una vitrina sobre la cual estaba la foto de Evita, su insignia de coronel y un sable corvo, me dijo: “Mire, Borro, un día antes de irse a Buenos Aires toma ese sable y se lo lleva a su padre. Él se va a alegrar porque es de un paisano suyo, el rey de Marruecos”. Yo le agradecí, pero, por supuesto, ni pensaba en tomar aquello. El día que estaba haciendo mi equipaje me lo alcanzó: “Póngalo en su valija”, me dijo.

Era espontáneo, sentimental, difícil de comparar. Tenía una relación con los perros, los gatos, los patos... Él llegaba y los patitos venían en fila a picarle los zapatos. Una cosa es quererlo de lejos y otra convivir con él. Tenía un carácter alegre, parejo. Y era un gran observador. Esté segura de que a Perón no se le escapaba nada. No era de los que se dejaba vender un tranvía. Esto es todo… aunque mire, hay otra cosa que quería decirle. Perón demostró definitivamente lo que era mientras velaban sus restos. Pero no por el cariño del pueblo. Eso se sabía. Escúcheme: en 1955 todos se unieron para decirle “tirano”, “entreguista”, “vendepatria”, cualquier cosa. Lo difamaron, lo calumniaron. Para qué le voy a nombrar personas e instituciones. Sabemos quiénes fueron. Pero él fue más fuerte y los perdonó. Porque siempre le importó el país por sobre todas las cosas. Y el país no puede marchar si se divide. Su muerte probó definitivamente su grandeza.

 

João goulart

¿Cuándo lo conoció?

-En el 47 o 48 cuando yo era secretario de interior y Justicia en Rio Grande do Sul. Vine a Buenos Aire a fin de solucionar un problema de desabastecimiento que afectaba al Estado de Rio Grande.

Vino, entonces, con fines comerciales.

-Sí, precisábamos cosas primarias esenciales: carne, trigo, harina. Lo interesante fue que yo, acostumbrado al sistema brasileño, nunca imaginé lo que pasaría. Llegué a Buenos Aires y me presenté al General Oriundo, jefe de la Casa Militar, a fin de que me fijaran una hora para el encuentro. Yo paraba en un hotel próximo a la Casa Rosada. Serían las 9 de la noche cuando llamó el propio General Oriundo para comunicarme la hora en que sería recibido. Él cortó y yo quedé pensando si habría oído bien.

¿Qué hora le habían marcado?

-Me dijo que estuvieron a las cinco y media en su despacho, que a más tardar sería recibido por el presidente a las seis de la mañana. Esto era totalmente inédito. Nunca podía imaginar una cosa así en Brasil. A las seis en punto estaba entrando. Era un gran hombre.

Cuénteme su primera impresión.

-Alcanzaría con decirle, en cuanto lo vi, desapareció la tensión que llevaba. El hombre que yo tenía delante era sencillo, cordial, afectuoso, espontáneo. Me dio un gran abrazo.

Empezaron a hablar.

-Sí, yo le dije que había venido conmigo el intendente de Uruguayana. “Pero que pase –me dijo-, que entre también”. Entró y hablamos. Queríamos muchas cosas. Llegar a un acuerdo para que nos abastecieran de ganado en pie. Queríamos que la Argentina abriera la frontera con Brasil para que pudiéramos pasar a abastecernos de cosas fundamentales que nos hacían falta. Ese año la sequía nos había golpeado fuerte. Él, con gran cordialidad, encontraba soluciones para todo. De inmediato mandó abrir toda la frontera con Brasil y concordó en cuanto el envío de ganado.

Sin problemas.

-Sin problemas. “No hay fronteras –dijo-. Todos somos latinoamericanos. Si uno tiene un problema, el que pueda, debe resolverlo”. Y piense que esto fue hace más de 25 años.

¿Cuándo volvió a verlo?

-A partir de ese día, siempre que venía a Buenos Aires lo veía. Él me recibía alegre y muy interesado en los problemas de Brasil.

¿De qué manera se interesaba? ¿Qué cosas le preguntaba?

-Economía… vida sindical… no sé. Todo le interesaba. En un momento, siendo yo ministro de Trabajo, vine a fin de examinar las leyes que se estaban gestando en el campo del derecho laboral. El me proporcionó asesores del Ministerio de Bienestar Social dirigido por Evita.

¿Conoció a Evita?

-Sí, muchas veces la vi. Gentil, alegre. Estábamos estudiando en una sala y ella entraba a menudo. “¿Cómo va todo?”, preguntaba. Era una mujer muy expresiva, comunicativa. Alguna vez, en esta oportunidad fui a la quinta de Olivos. Allí los veía con sus dos perros, muy grandes. Uno, mire usted, lo recuerdo todavía, se llamaba Canela.

¿Lo vio en España?

-Si, en dos o tres oportunidades, a él y a Isabel Martínez. Y, por supuesto, nuestros temas eran generalmente América Latina, Argentina, Brasil. Tenía una memoria que me sorprendía permanentemente. Prodigiosa. Me preguntaba a veces por personas de Brasil que ni yo mismo recordaba.

¿Volvió a verlo aquí?

-Lo vi hace tres meses.

­¿Cuál fue su impresión?

-Sinceramente, lo encontré un poco cansado. Tenía muy fresca la impresión de España de hace un año… jovial… manejando él mismo su automóvil. Debo confesarle que me pareció algo abatido. “Lo veo abatido”, le dije. “Las cosas se acumulan –me confesó-, tengo mucho trabajo”.

¿Lo encontró cambiado?

-Lo encontré con la misma lucidez y agilidad mental de siempre. Solo que menos jovial que en España. Creo que sufría el desgaste de la lucha diaria y del trabajo sin horario. Estaba fisionómicamente cansado pero optimista, sin embargo.

 

luis monzalvo

-Conocí a Perón el 21 de setiembre de 1943. Nosotros, los hombres de la Unión Ferroviaria, estábamos descontentos con el interventor en el gremio, capitán de fragata Puyol, porque hacía todo lo posible por dividirnos y restarnos combatividad. Decidimos entonces establecer contacto con los hombres de la revolución del '43, a pesar de que todos los dirigentes obreros estaban en contra porque consideraban que el gobierno era nazi. Éramos aliadófilos y amigos del agregado cultural de la embajada de los Estados Unidos, Griffith, después creador de la Unión Democrática. Nosotros, un grupito de ferroviarios, corrimos el albur, a pesar de las críticas porque veamos bien algunas actitudes del gobierno, por ejemplo, ante el “fraude patriótico” y la política de las empresas ferrocarrileras inglesas. Fue así como nos citaron en el antiguo Ministerio de Guerra. Ahí nos presentaron a Perón, que nos escuchó durante más de una hora y media. Le planteamos todos nuestros problemas.

¿Cuál fue su respuesta?

-Mire, Perón escuchaba y no decía nada. Fue atento, pero parco. Al final nos dijo: “Veremos qué se puede hacer, hablaré con el presidente”. En la segunda reunión, en la cual nos preguntó: “¿Cómo se resuelven estos problemas?”, mantuvo la misma actitud. En realidad, nos contestó con actos, con realizaciones. Lo cierto es que al mes era interventor en la Unión Ferroviaria el coronel Mercante, hijo de un ferroviario, y se comenzaban a tomar medidas que satisfacían objetivos por los cuales veníamos luchando desde muchos años atrás, sin conseguir nada. Un ejemplo en el montón: en un año, los ferroviarios pasamos de un hospital a 44 hospitales. ¿Qué le parece? Pero más aún. Al mes, Perón se hacía cargo del antiguo Departamento Nacional del Trabajo, hasta ese momento más el servicio de las empresas que de los trabajadores, como él mismo lo señalara, y apenas un mes después se concretaba otro pedido nuestro: la creación de la Secretaría de Trabajo y Previsión. A cargo de ésta, Perón realizaría una obra extraordinaria. Pronto les bases, a pesar de la resistencia de sus dirigentes, comenzaron a apoyarlo y a establecer contacto con él.

¿Cuáles son las causas que lo llevan a Perón, que actúa en un movimiento nacionalista, pero no popular, a conectarse de esta manera con la clase trabajadora?

-Su conocimiento del país, su sentido de la justicia social, su identificación con el pueblo. “Soy un hombre del pueblo y como tal me interesan todos los problemas que emergen del pueblo”, nos diría poco después. Era un revolucionario nato. Un creador que supo transformar la creación colectiva. Era también un organizador, un gran conductor. Él conocía muy bien el país y había visto la realidad: un nacionalista sin pueblo, un socialismo sin patria, un movimiento obrero sin trabajadores. A partir de ahí, de la observación de nuestra realidad, de su solidaridad, y no de su relación circunstancial con el fascismo; y también a partir de su atención minuciosa a todo aquello que nosotros la transmitíamos sobre la situación de la clase trabajadora, elaboró y creó su teoría. Cuando el Centro Universitario le publicó una recopilación de sus escritos y discursos me dijo: “Tome, Monzalvo, aquí tiene la herramienta”. Y yo le contesté: “Coronel, yo voy a pelear por esto mientras viva”. Es que aquí estaban la justicia social y el reconocimiento de la dignidad del trabajador: la necesidad de organizarse socialmente frente al individualismo liberal que tanto mal había hecho a nuestro país; el nacionalismo revolucionario que buscaba obtener la independencia económica y la soberanía política desde y con los trabajadores.

¿Es en momento ese que se establece ese diálogo característico entre los trabajadores y Perón?

-Sí, tanto aquí como en el Interior. Y esto se verifica en la primera gira que organizamos. Primero en Rosario y luego en todo el país. Las direcciones no se animaban a acercarse a él. A veces venían a las cuatro de la mañana para que nadie se enterara de que querían pedirle cosas. Pero las bases enseguida comenzaron a seguirlo.

¿Dónde ve usted, que lo vio surgir, la clave de este diálogo?

-En el estudio, en el conocimiento a fondo de los problemas que le planteaban, y en las soluciones que proponía, siempre las adecuadas. Mire, yo he conocido muchos líderes políticos de gran poder, pero ellos eran enanos frente a Perón. La diferencia estaba en que él sabía llegar a la gente, porque estaba en contacto y la interpretaba fielmente. Donde Perón hablaba, salíamos enloquecidos. Y no sólo por su simpatía. Interpretaba a la gente de trabajo, veía los problemas del movimiento obrero. Al hablarnos una vez sobre cómo había elegido los hombres que podían ayudarlo a sentar las bases de un verdadero organismo social, nos dijo que había elegido los obreros porque éstos, por haber sufrido en carne propia las necesidades eran los que mejor conocían el remedio. Y ahí está la clave: él creía en los trabajadores.

 

Rodolfo puiggrós

-Lo conocí circunstancialmente muchos años antes de que fuera famoso, una década antes.

¿Dónde era eso?

-Él integraba, con algunos militares amigos, el grupo que luego constituyó el G.O.U. Pues Perón tuvo ya en su juventud la misma preocupación que animó desde principios de siglo a los militares con una conciencia nacionalista e industrialista. Estos entendían que la defensa nacional resultaba una fantasía sin la independencia nacional y el pleno desarrollo de la industria, ya que en la guerra moderna resulta indispensable una base de abastecimiento propio que abarque todos los renglones de la economía. Ahora bien, estos militares tenían una muy limitada la posibilidad de llevar a la práctica sus ideas pues, por una parte, estaban aislados de la oligarquía y, por otra, del movimiento obrero al cual no comprendían.

Tal vez por la ideología de éste, muy marginada de la problemática nacional.

-Sí, las izquierdas que lo dirigían lo marginaban de la problemática nacional.

Usted considera que Perón consiguió salvar estas barreras.

-El mérito histórico de Perón, su genialidad política, consiste en haber proclamado como premisa de la liberación nacional la participación del movimiento obrero. De aquí se deriva en la práctica, que un coronel desconocido se transformara en el líder de las masas trabajadoras argentinas. Él hizo posible que se llevara a cabo el gran plan de nacionalizaciones de los transportes, comercio exterior, sistema bancario, seguros. También hizo posible la extensión en gran escala, sin precedentes, de la legislación social y las conquistas obreras. Ahora, desde el comienzo de su actividad política y gremial, Perón, rechazando toda barrera ideológica, tendió la mano a militares de todas las tendencias. Algunos aceptaron la invitación y formaron parte del Peronismo o Justicialismo naciente. Otros, imbuidos de esquemas universales y desconocedores de la historia y la realidad argentinas, caracterizaron al Peronismo de “nazi-peronismo”, y lo atacaron sistemáticamente. En el año 1951, el 21 de octubre, tuve el honor de participar con el General Perón en el acto de clausura del Congreso de los Hombres de Buena Voluntad, iniciativa tendiente a acercar a todos aquellos que desde distintos ángulos ideológicos y políticos aceptaban intervenir en el proceso renovador de entonces.

¿Cuál fue su relación con Perón durante el destierro?

-Mis relaciones en ese momento se hicieron más profundas y estrechas. Desde el exilio me envió numerosas cartas.

¿Tuvo con él contactos personales? Me gustaría conocer su imagen de Perón mas en lo personal.

­-La imagen que me ha quedado de Perón es la de un hombre sencillo, de una gran bondad, con una extraordinaria capacidad de comunicación y, sobre todo, de asimilación de todas las ideas, aun las de los adversarios, cuando podían fortalecer las propias. Creo, tal vez, que para completar esa imagen que usted me pide, corresponde desmentir categóricamente cuanto han dicho mediocres y mercenarios acerca de la cultura de Perón. Su historia militar revela no solamente un caudal de conocimientos universales poco común, sino también un dominio de la dialéctica que surge, con el caso de Von Clausewitz, del propio análisis de la guerra. Debo añadir que, en los últimos años, durante su largo destierro, Perón no mantuvo quieto su pensamiento un solo instante. En contacto directo o indirecto con la problemática mundial de estos tiempos, la asimiló, pero no con el propósito de trasplantar a la Argentina modelos extraños a ella, sino para elaborar el proyecto nacional que solamente es viable partiendo de nuestra historia y de nuestra realidad presentes. En el último encuentro que tuve con él en España, le dije algo que únicamente podía admitir y comprender un hombre de su grandeza: “Usted, como el Cid Campeador, va a ganar batallas después de muerto. Y su imagen va a ser recogida por las nuevas generaciones y va a ser olvidada por quienes se acercan a usted por intereses inmediatos”.

 

­arturo enrique sampay

¿En qué circunstancia lo conoció?

-Almorzando con Scalabrini Ortiz, en casa de José Luis Torres. El mismo Perón había pedido esa reunión.

¿Cuál es su recuerdo de él en ese momento?

-Me impresionó por su gran claridad de ideas en primer término. Por su receptividad, por la cuidada cultura política que poseía y por su capacidad para entender el proceso histórico. Ese primer encuentro ya nos unió en una lucha cuyos objetivos compartíamos.

¿Cómo caracterizaría el pensamiento de Perón en su primera época?

-La primera época podríamos ubicaría en los años veinte. En ese momento sufría el influjo del pensamiento de Leopoldo Lugones y de Nietzsche, que estaba en las fuentes de Lugones. Perón se alineó frente al yrigoyenismo, actuando, no obstante ser un capitán, en primera fila para derrocar a Yrigoyen. La decepción respecto al gobierno surgido el 6 de setiembre de 1930 y su posterior radicación en Europa le revelaron en toda su magnitud el fenómeno del ascenso de las masas al proscenio de la historia. Y aquí está el comienzo de lo que podríamos llamar “Segunda etapa del pensamiento político de Perón”, etapa que lo llevo a convertirse en líder de los sectores populares.

El volvió al país en 1943. ¿Cómo podría caracterizar su pensamiento en ese instante?

-Cuando volvió, ya tenía muy claro que la lucha de los sectores populares en nuestro país no podía ser sino lucha contra el imperialismo.

Reláteme algún episodio que usted haya presenciado y que sea revelador de la personalidad política de Perón.

-No recuerdo ni el mes ni el año en que ocurrió. Se trató de una conversación que él sostuvo con el embajador Braden y que el doctor Bramuglia y yo presenciamos por deseo del propio Perón. Perón había, con gran astucia, empujado a Braden para que confiara en él. La reunión se hizo en el Ministerio de Guerra, en la calle Viamonte en ese entonces. Nosotros estábamos presentes en el momento en que el embajador norteamericano le propone a Perón transformarse en el candidato a presidente de los partidos democráticos argentinos.

¿Braden?

-Sí, Braden. A cambio de algunas exigencias, de las cuales las principales eran pasar a firmas norteamericanas todas las compañías alemanas que el país había confiscado, y además, la concesión a compañías norteamericanas de los servicios internos argentinos.

¿Cómo reacciono Perón?

-Él lo había llevado a esa posición.

¿Lo había llevado a que mostrara el juego?

-Si. Le dijo: “¿Sabe cómo se llamaría acá a un argentino que hiciera eso?”. Y Braden, que a pesar de su audacia, tenía cierta inocencia o estupidez, le preguntó: “¿Cómo?”. “Hijo de puta”, le respondió Perón. Braden se puso de pie, rojo de rabia. Parecía un chanchero. Gordo, grandote, metido en un traje negro. “Usted está faltándole el respeto al embajador de los Estados Unidos”, dijo. Y se fue olvidando su sombrero. “Me lo llevo como trofeo”, dijo Perón. Pero había quedado preocupado. Nos invitó a Bramuglia y a mí a almorzar a su casa. Allí hablamos. “Es necesario precipitar a Braden a que inicie su ataque contra el gobierno”, dijo, y se sentó en la máquina de escribir. En pocos minutos improvisó una carta en buen estilo gauchesco que firmó Juan Pueblo. Apenas terminada, la mandó imprimir y arrojar en las inmediaciones de la embajada norteamericana.

¿Qué buscaba desatar?

-Él quería que Braden empezara enseguida el ataque contra el gobierno para poder plantear entre el pueblo la opción Perón-Braden o, en otras palabras, imperialismo-liberación nacional. Braden comenzó a organizar distintos actos públicos contra el gobierno y Perón, a preparar la opción que él sabía lo llevaría al triunfo. Braden cayó como un angelito.

 

hernán siles suazo

-Mi primer contacto con Perón, aunque indirecto, fue en 1946. Año en que una conjura de la Rosca boliviana colgó a Villaroel. En ese momento, con otros compatriotas, principalmente con los del M.N.R. que se estaba formando, salimos al exilio. Llegamos así a Chile, gobernado por Gabriel González Videla. Informados de que se nos consideraba “ingratos a la democracia”, nos vinimos para aquí. Y aquí la cosa fue bien otra. De inmediato nos facilitaron la radicación. Más que de inmediato. En 15 minutos nos extendieron la cédula. Le dije que mi contacto había sido indirecto, pues estas facilidades eran todas el resultado de órdenes de Perón. En el 48 volví a mi patria. En 1953, ya en el gobierno, fui invitado oficial del presidente Perón. En esa oportunidad, lo conocí personalmente.

Cuénteme.

-Me impresionó su sencillez, su extraordinario don de gentes. La consideración que tenía para quienes lo visitaban y él atendía.

¿De que hablaron en ese momento?

-De algo que nos interesaba a ambos inmensamente: la unidad de América latina. En mi partido yo había propuesto consignar, como una de sus aspiraciones, la formación de una Federación Sudamericana. Coincidíamos en ver el problema de la unidad como fundamental. Él siguió, luego, en el exilio, desarrollando su tesis hasta desembocar en la posición tercermundista de que tanto se enorgullecía. Y éstas no eran charlas de diplomáticos. Él tuvo, al menos, la oportunidad de demostrarlo. De probar que su pensamiento era ése, realmente. Cuando la revolución boliviana pasó por un momento económico muy difícil, él facilitó el envío de abastecimientos. Su solidaridad fue instantánea y sin restricciones.

Creo que usted también estuvo a su lado, durante un desfile militar.

-Sí, fue una oportunidad excelente para comprobar la relación que él tenía con su pueblo. Era un 25 de mayo. Se trataba de un desfile de reservistas. Bueno, yo sentí que había una cordialidad profundamente humana de arriba abajo y de abajo a arriba. Sentí que ellos se sentían expresados, auténticamente representados en el gobierno. Eran miles y miles con la misma predisposición, el mismo gesto de contentamiento. Como si fueran parte del poder. En realidad, lo eran. Se sentían en el poder. Luego hubo una recepción, volví a ver la emoción y el respeto en sus compañeros de armas que lo saludaban. Y finalmente fuimos juntos a un Tedeum. En el trayecto, las expresiones de afecto eran infinitas. “Usted va a morir de viejo en la presidencia”, le dije. Me contestó: “Son muy buenos conmigo, pobrecitos”. Nunca imaginé entonces el desenlace que se produciría poco después.

¿Cuándo volvió a estar con él?

-En 1962 fui como embajador a España. Allá lo visité en su residencia de Puerta de Hierro. Esta vez me impresionó su vigor físico, que le hacía lucir casi joven. Mostraba estado atlético, y como siempre, lucidez y claridad.

Fue la última vez.

-Personalmente, sí. Vine a Buenos Aires cuando las elecciones –yo estaba exiliado en Chile- pues quería observar como corrían aquí las cosas en esa oportunidad. Así pude ver esas multitudinarias manifestaciones peronistas donde se destacaba la presencia de una juventud dispuesta y apasionada.

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