En Nada del amor me produce envidia, obra teatral escrita por Santiago Loza, la actriz y cantante María Merlino se mete en la piel de Eva Duarte y de Libertad Lamarque. Lo hace desde el lugar de una costurera que había hecho un vestido para Lamarque y, de repente, llega Duarte y quiere ese vestido para ella, sin saber cuál era su destino. Ambas actrices, entre fines de 1944 y 1945 mantuvieron tensiones durante el rodaje de La cabalgata del circo. Lamarque le habría dado una cachetada a quien pocos meses después sería la abanderada de los pobres. Y eso habría sido uno de los motivos para que la afamada cantante, hija de un militante anarquista, partiera hacia México.
En un momento del unipersonal, Merlino en papel de costurera dispara una frase contundente para apreciar el 17 de octubre ochenta años después. La actriz dice que ella no está ni con unos ni con otros, que ella cuida su trabajo. No es una obrera de fábrica, sino que cose para mujeres de alta posición o para vestidos de novia. Su punto de vista está sustentado por su relación con la producción, dicho en términos estrictos.
La escena puede resultar un buen punto de partida para problematizar la fecha emblemática tres o cuatro generaciones después, cuando el empleo registrado -o formal- es patrimonio de apenas la mitad de los trabajadores. Lo que esa costurera dice, ambientada en 1945, hoy se convierte en la realidad material del vínculo con la producción de millones de laburantes.
Al cambio de la estructura socioeconómica de los sectores populares, además, lo acompañan modos de identificación política que también sufrieron modificaciones. En estos tiempos de comunicación instantánea, de medios digitales, de redes y algoritmos, las fechas del calendario no tienen el mismo peso que años atrás. Las liturgias en los sectores sociales más postergados crecieron partir de propuestas confesionales: por la extrema pobreza, las adicciones, los encarcelamientos a jóvenes marginados. Así se ven en buena medida a los pastores evangelistas o a los curas villeros, como la enfermería de los postergados y necesitados.
Por otra parte, el sostén que brindaron los programas de asistencia social fue muy importante pero no crearon una subjetividad capaz de alimentar convicciones políticas. Muchos trabajadores informales se alinearon con los movimientos sociales pero, tras la jibarización hecha para reducir el apoyo a los comedores barriales y las cooperativas, esas agrupaciones tienen ahora menos peso.
Para honrar un suceso clave de la historia reciente argentina como el 17 de octubre, lo mejor es pensarlo desde una subjetividad dañada. No hay ya una identidad colectiva única de los trabajadores organizados. No es para desalentar a quienes reivindican aquel fenómeno que irrumpió en 1945. Pero estamos en 2025 y las motivaciones subjetivas y los alineamientos dirigenciales son otros.
excepción histórica
El fin de la segunda guerra en 1945, que se cobró alrededor de 60 millones de vidas en cuatro años, abría una ventana para este país sudamericano que mantuvo su neutralidad hasta poco antes del fin del conflicto armado. La paz lograda no significó el fin de los conflictos sino que dio paso a los alineamientos de la guerra fría, que enfrentó a los países socialistas con aquellos aceptaron el liderazgo de Washington. Dos meses después de las bombas atómicas lanzadas por aviones estadounidenses en Japón en agosto de 1945, la Plaza de Mayo fue el centro de concurrencia de los trabajadores industriales llegados de los suburbios, especialmente desde el sur del conurbano.
Aquel 17 de octubre de 1945 tiene para la historia argentina una trascendencia excepcional. Pero el contexto internacional era mucho más extraordinario. Europa enterraba la ocupación del nazismo y, si bien Estados Unidos y Gran Bretaña jugaron un rol importante, la narrativa pro-occidental pretende relativizar que a Hitler lo venció Stalin y que a la Wehrmacht la destruyó el Ejército Rojo.
El gobierno militar argentino presidido por Edelmiro Farrell recién tomó partido por los aliados en marzo de 1945, muy poco antes del fin de la guerra. Farrell estiró una neutralidad cuyo origen era la anglofilia de la oligarquía y no el profascismo de quienes dieron el golpe del 4 de junio del 43. Las carnes y los granos argentinos iban a distintos países europeos pero especialmente a Gran Bretaña. Eso explica el no alineamiento de Buenos Aires con Washington, a contramano de la gran mayoría de los países americanos.
Si hay una definición que me gusta del 17 de octubre de 1945 es la de Raúl Scalabrini Ortiz: lo que se movilizó fue el subsuelo de la patria sublevado. Además, se abrían buenas oportunidades para consolidar un Estado presente, ampliar derechos esenciales, intentar desarrollar una burguesía nacional y también contar con una clase obrera capaz de ejercer una porción importante del poder político. Esa clase obrera tenía una historia de 75 años previos de asociaciones por colectividad, organizaciones por oficio, sindicatos que lograron conquistas tras duras luchas y que, en muchos casos, contaban con conducciones anarquistas, socialistas, comunistas y también radicales.
El informe Bialet Masse “sobre el estado de la clase obrera en el interior de la República” se elaboró a principios del siglo XX, a pedido del propio presidente Julio Roca y daba cuenta de las espantosas condiciones de explotación de la época. Pocos años después, en su segundo gobierno, Hipólito Yrigoyen -aunque le cabe la responsabilidad de la represión en Semana Trágica y en la Patagonia Rebelde- logró la sanción de la ley que estableció las ocho horas como el máximo de la jornada laboral. Eso sí, dejaba de lado el trabajo rural y el doméstico.
Juan Perón, desde 1943 estaba a cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión y se rodeó de líderes sindicales de las más variadas extracciones. Luego del 17 de octubre y de su asunción como presidente, los representantes obreros convergieron con una generación de nuevos dirigentes identificados de manera excluyente con el peronismo. La Confederación General del Trabajo (CGT) contaba con una afiliación masiva y sus referentes tenían un gran poder de convocatoria.
La oligarquía y los sectores medios tuvieron aversión por ese nuevo movimiento político. Muchos veían al peronismo como una expresión vernácula de la revolución bolchevique, aunque el justicialismo llegó al poder a través de las urnas y no se proponía terminar con la propiedad privada. La realidad es que el protagonismo popular fue la base del cambio en la distribución del ingreso a favor de los trabajadores. Eso tensó la lucha de clases en la Argentina.
El ascenso social que suele atribuirse a la movilidad ascendente de las capas medias tuvo como sujeto principal a los trabajadores asalariados, cuyos ingresos y ampliación de derechos perturbó a los opositores. A tal punto quedó postergado el ascenso social de los obreros que la mayoría de los estudios sociológicos prefieren poner el eje en el hijo médico que en el padre mecánico. Es preciso cambiar la perspectiva y entender que el padre mecánico había obtenido una vida que a su hijo le permitía, en muchos casos, trabajar de obrero mientras estudiaba en la universidad.
El subsuelo de la patria logró consolidar en esa década muchos derechos y hasta tuvo la Universidad Obrera Nacional, luego denominada Universidad Tecnológica Nacional, para hacer un sujeto híbrido de ese espacio académico de identidad obrera.
cambio de época
Hoy el subsuelo de la patria está enterrado. En vez de un país que amplía su desarrollo industrial y sus avances científicos, la Argentina se asienta en la minería, el gas, el petróleo y los cereales. Es la vuelta a la Argentina de los cueros, las carnes y los granos. Un país primarizado.
Sus cuentas macroeconómicas, es cierto, no cierran. Es un problema. Y es grave, pero no alcanza con mirar los números del Banco Central. El gobierno actual tiene como norte alinearse con Washington y hacer el ajuste salvaje, lo cuál va en la dirección contraria de salir de la crisis que tiene a la mitad de la población sumergida en la pobreza.
Recordar el 17 de octubre desde este presente regresivo puede alentar a que muchos busquen nuevos rumbos asociados a aquel pasado de protagonismo obrero, pero no es bueno hacerlo con mirada melancólica. Uno de los grandes problemas es que los opositores al actual gobierno no cuentan con suficiente iniciativa política. Como sucedió en otros períodos retrógrados, atraviesan pugnas internas, atomizaciones y no logran esbozar un programa alternativo. Les resulta muy difícil no ceñirse a la agenda del gobierno de Milei.
Visto en la perspectiva del protagonismo popular de aquel 17 de octubre de 1945, es preciso identificar cuáles son sujetos sociales con vocación y capacidad de cambio hoy. Aquel acontecimiento no se repetirá, pero pueden entenderse las razones que hicieron posible su aparición súbita. La subjetividad de los sectores populares se galvanizó en torno a Perón durante décadas, hasta su muerte en 1974. Con conducciones cambiantes, con más traiciones que lealtades quizá, pero con una vigencia capaz de reinventarse.
La llegada de la ultraderecha al gobierno por vía electoral no tiene antecedentes en la Argentina. Sucedió porque la oferta política del peronismo, a fines de 2023, estuvo asociada a la franca retirada de las conquistas sociales. Los programas sociales destinados a los sectores más vulnerables no son una vía de cohesión de la identidad obrera, mientras el número de asalariados fue disminuyendo a la par que el trabajo informal creció.
En términos políticos: ¿qué tiene el peronismo para ofrecerle a la base social que votó por la ultraderecha? Desde ya, no son las conquistas del primer peronismo, que vivieron los abuelos de quienes hoy son trabajadores informales y ven a sus conducciones gremiales bastante alejadas de los principios que dieron origen a los derechos conquistados. Pero hay algo más alarmante: muchos de los votantes de Milei con origen popular tienen aspiraciones completamente distintas a las de sus antecesores.
Aunque disminuida, el peronismo conserva una porción electoral propia. Ya no tiene, como en sus orígenes, una identidad obrera homogénea. En muchos municipios, especialmente del conurbano bonaerense, persiste una hegemonía de los candidatos peronistas por sobre las otras ofertas electorales. Esa persistencia está asociada a la identidad política, pero también a la destreza de los intendentes, sus militantes y funcionarios. Y al aparato del poder local, porque desde las elecciones que ganó Raúl Alfonsín en 1983 los intendentes –no solo los peronistas- lograron fondos de programas provinciales y nacionales para urbanización, vivienda, trabajo, educación y seguridad.
De momento, a diez meses del gobierno de ultraderecha, no se registraron puebladas ni acciones opositoras surgidas de las barriadas populares. Tampoco las conducciones gremiales actuaron de modo unificado para dar un impulso a la oposición en las calles y los territorios. Los recortes a la educación sí parecen convertirse en argumento masivo para oponerse al gobierno.
En mi modesta percepción, la convergencia de fuerzas opositoras no llegará de la mano de las diversas dirigencias del peronismo. No alcanza que Cristina se alinee con Kiciloff –o viceversa, si el orden de los factores importa-, pero sin ese entendimiento el peronismo profundizará sus diferencias y de nada servirá quién presida el Partido Justicialista. Hoy los aparatos políticos del peronismo son un corsé para sus militantes.
el hombre que está solo y no espera
Hay un problema adicional en este sucinto relato. Aquel 17 de octubre, además de la identidad del peronismo se forjó el antiperonismo. Había lealtades bastante consistentes en ambos espacios políticos. Se les llamaba tránsfugas a quienes dejaban sus convicciones, su partido, para brindar apoyo a los adversarios.
Hoy, en una sociedad heterogénea, vinculada por redes sociales y con un alto descrédito de la política, los alineamientos cambian cada rato, las lealtades están mediatizadas por cargos, cuando no por negocios poco transparentes. La ideología se convierte en pragmatismo y priman los ejercicios de conveniencia o de corrupción. Milei tuvo mucho éxito acusando de chorros a los gobiernos anteriores. Eso requiere respuestas, autocríticas.
Desde otras perspectivas distintas al peronismo tampoco aparece el propósito de buscar un frente común. En estas condiciones, es difícil pensar en una oposición capaz de generar acciones e iniciativas gravitantes. Sí es más fácil pensar que la oposición comience a tomar protagonismo, si el oficialismo pierde la iniciativa. Este gobierno no tiene capacidad para conducir al Estado, porque su única acción es ajustar la inversión social y el gasto público.
Más allá de las evaluaciones de la coyuntura, volviendo al inicio de estas líneas, hoy son muchas las María Merlino que mascullan y sienten la soledad en su actividad laboral. Muchos trabajadores perciben o están convencidos de que las agrupaciones políticas y sindicales del peronismo no son su opción. Sería muy ingenuo creer que las identidades de cambio van a surgir de las redes sociales. Sin embargo, esas plataformas son las que les dan voz, muchas veces individualista, a quienes tienen que elegir entre viajar en bondi o comerse un pancho.
Quizá esas redes no sean la base de una identidad de los de abajo, pero sin ellas ya no se puede pensar en la articulación de sujetos colectivos. Los algoritmos producen vínculos con los criterios de las grandes plataformas digitales, que son propiedad de un grupo selecto de empresas y personas con poder. Un poder que no depende de gobiernos y que, a su vez, tiene más iniciativa que los estados. Por algo los líderes políticos de la ultraderecha encontraron en esas plataformas su modo de hacer política.
Hay algunas expresiones de resistencia a esta etapa neoliberal y autoritaria. Desde sindicatos, centros de estudiantes, universidades públicas, clubes de barrio, organizaciones sociales y de defensa de los derechos humanos. No parece razonable esperar que esas expresiones de lo que llamamos el campo popular, además de tomar la palabra y ganar la calle, puedan constituir una alternativa política. Al menos por ahora. Pero sí pueden asumir que las viejas estructuras partidarias son más impedimento que ayuda.
El descontento ante el tremendo ajuste tiene como contracara la capacidad de Milei de contar con un apoyo transversal que, hasta ahora, es equivalente al rechazo de su imagen como líder. Esto genera un desconcierto marcado entre quienes esperan un cambio en la Argentina. Milei no tiene vergüenza en decir que los ricos no tienen que ser gravados con más impuestos y tampoco le tiembla el pulso para vetar una ley que beneficia a los jubilados. Es un signo de los tiempos retrógrados que, cada tanto, vive la Argentina.
Néstor Kirchner llegó al gobierno después de una pueblada. Las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 crearon un clima de protesta sostenida en el tiempo que fue capitalizado con suma inteligencia por el entonces gobernador de Santa Cruz, quien se animó a tomar medidas de gobierno que convocaban a los trabajadores y otros sectores sociales empobrecidos por los programas neoliberales. Kirchner habló de la transversalidad, un concepto ajeno a las tradiciones peronistas, que expresaba la idea de que no alcanzaba con el justicialismo para sacar al país adelante. Sin duda, no se trata de juntar diez caras distintas para una foto de ocasión. Será cuestión de que algún fenómeno disruptivo cree las condiciones para que aflore algo superador a la oferta opositora dispersa que se ve en la actualidad.
Aunque la transversalidad de 2003 no impactó en la dirigencia, por abajo pasó algo. El 25 de mayo de 2010, cuando Cristina Fernández promediaba su segundo mandato, la Plaza de Mayo fue el escenario para que millones de personas se sintieran convocadas. Ya no eran solo los cabecitas negras, los descamisados, eran multitudes por la cantidad y por el concepto: se sintieron convocadas por la idea fundante de la Patria, la gesta de mayo de 1810.
No es tiempo para desesperanzados, ni para ansiosos. Sí es un buen momento para reconocer los errores que contribuyeron a que Milei sea presidente. Y para registrar que en un país inestable y siempre en crisis, es prematuro saber cuándo y quiénes serán los protagonistas que alumbren un período distinto con signo popular.