En esta misma revista pero hace casi medio siglo, Haroldo Conti aseguraba que la isla Paulino, el lugar sobre el que escribió en su última crónica, no existía.
“He revisado cuanto mapa y cuarterón junté en mi vida de vagabundo y no aparece ese nombre”, escribió en diciembre de 1975, unos meses antes de ser secuestrado y desaparecido por la dictadura militar.
Sus 15 km2 tampoco aparecen hoy en ningún mapa en internet. Aunque sí hay algunas referencias, como la “Escollera Isla Paulino”, el “Apiario La Paulino”, o “La Quinta de Miguel”, una huerta declarada patrimonio provincial con tomates, higueras y parras para hacer vino de la costa. Pero la isla en sí no se encuentra ni siquiera haciendo zoom en Berisso, municipio al cual pertenece.
“Todo lo que quiere esta gente de los que mandan en tierra firme es: agua, luz, un baño público y una sala de primeros auxilios”, apuntó Conti. A casi cincuenta años, los reclamos son similares. Hasta hace poco, la Paulino iba a ser la primera de muchas localidades aisladas del país en tener electricidad con baterías nacionales de litio catamarqueño producidas por UniLiB, una fábrica pública creada por Y-Tec, la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y el Conicet. Pero desde que asumió el gobierno de Javier Milei e impulsó una política de ajuste y primarización de la economía, los vecinos perdieron sus esperanzas.
“No lo van a hacer, menos ahora, aunque sería lo mejor que podría pasarle a la isla”, desconfía Andrea Ruscitti, la Tana, cuando habla de las baterías para Paulino. Tiene 56 años y es una de las últimas isleñas originales que quedan. En su casa una tele prendida a 12 voltios, potenciada por un panel solar, da las noticias de otro día de ajustes del Gobierno. “¿Qué beneficio podrían encontrar haciendo un proyecto así?”, insiste.
un día en la paulino
Es apenas mediodía, pero de un día gris, y el alumbrado público del muelle ya está prendido. Le da luz a “Miguel te cruza”, el servicio de lancha taxi que recorre apenas 200 metros hacia el otro lado donde nadie alumbra los límites. Ahora, en la isla, a menos de veinte minutos del continente, la luz es una extrañeza.
En Paulino (como en muchos otros lugares de Argentina) nadie piensa en los autos eléctricos, sino en cosas mucho más esenciales: una salita de salud equipada donde atenderse más allá de 8 a 12, por ejemplo. “No te ahogues o te descompongas después de esa hora porque no la contás”, se queja la Tana.
En febrero gastaba $400 mil pesos por mes en nafta para alimentar su generador. Solo para la heladera gasta cinco litros de nafta por día, y a eso hay que agregarle la bomba de agua, el televisor, y el resto de las máquinas que no pueda tener a batería. El costo termina equiparando su salario entero como trabajadora pública en la provincia de Buenos Aires.
El resto de sus ingresos vienen de la venta de dulces, licores, conservas y escabeches que prepara con la cosecha de La Quinta de Miguel, el negocio familiar que heredó de sus padres, en el cual trabaja la tierra desde chica. Unas pocas hectáreas con higueras, ciruelos, plantas de tomate, parras “y quizás algún morrón que haya sobrevivido a la creciente de diciembre” la convierten en una de las referencias más famosas de Paulino, de esas que permiten ubicar a la isla en los mapas hoy.
“Si a los 18 años me preguntabas si viviría en la isla te decía ‘ni en pedo’, yo me quería rajar. Es que cuando era chica vivíamos en el continente [en Berisso] y pasábamos fines de semana, feriados largos, vacaciones de invierno y de verano en la isla. No para vacacionar, veníamos a trabajar la tierra —recuerda—, pero hoy te digo que la vida en la isla es fascinante, la tranquilidad que hay acá no la conseguís en ningún lado”.
La tranquilidad de los habitantes de Paulino no concilia con los esfuerzos que hacen para tener electricidad. Los que tienen más dinero instalan kits de energía alternativa —paneles solares—, mientras que los otros usan generadores a combustible.
“No es fácil vivir en la isla”, dice la Tana mientras cuenta con los dedos de una mano a los pocos isleños que quedan ahí. Muchos se murieron, otros se fueron. La comunidad —que inició en 1887 con la llegada de inmigrantes italianos— se fue desarmando con el paso del tiempo. El punto de inflexión fue 1940, cuando el Río de la Plata creció más de tres metros e inundó casas, proveedurías y quintas, la fuente primaria de la que vivían la mayoría de los habitantes de Paulino.
“La puta creciente del 15 de abril, esa negra fecha que está en la memoria de todos y que es el acontecimiento más notable de la isla”, escribió Conti en 1975. Hoy quedan algunos descendientes de las familias originales, pero muchos de los 60 hogares que se contabilizan entre habitantes permanentes, temporarios y “bolicheros” hoy están habitados por personas que se mudaron por cercanía o necesidad económica.
La precariedad energética no ayuda a que se pueda articular, nuevamente, una comunidad que una a nuevos y viejos.
“El gasto de energía es ineficiente y caro. Cada vez que se muda una familia hay un problema de abastecimiento energético,” se lamenta Andrés Aguiar, que vive a unos metros de la Tana.
Según el diccionario del delta, Aguiar sería islero, pero su vida desde que se mudó a la isla a principios de los 2000 ameritaría la categoría de isleño. Él, que es técnico de campo, se instaló en Paulino y allí se dedicó a la organización comunitaria. Hace un tiempo era el poblador más joven de la isla con 30 años.
Aguiar tiene dos hijos y un proyecto: que la Paulino no se hunda. “La ausencia del Estado hace que las decisiones pasen por individuales, por eso es tan importante la energía… El parque solar estaba pensado para ser súper inclusivo; si no, siempre se arregla mejor el que está más acomodado y sale perdiendo el que vende lombrices”, dice.
Fue él quien tuvo la idea en 2022 de probar las primeras baterías de UniLiB en un parque solar que diera energía al archipiélago, recordando una petición de comienzos de siglo donde los vecinos consiguieron que se distribuyeran (algunos) paneles solares en la isla. Su misión era ambiciosa pero tenía un objetivo sencillo: lograr la permanencia, cortar la dependencia del cruce al continente —costoso y, a veces, difícil— y asegurar energía para que los isleños pudieran educarse y hacer su vida desde allí.
Aunque Aguiar trabajó enfocado en lograr su misión, los relevamientos se hicieron con una discreción prudente. Supo desde el comienzo que levantar ilusiones sobre un proyecto así podría desmotivar aún más a los isleños en caso de caerse.
(Del otro lado del cambio de gobierno, con la máquina privatizadora y de ajuste funcionando, mientras ceba un mate con un termo que tiene el logo de YPF, a la pregunta de qué hubiera cambiado con las baterías Aguiar responde una sola palabra: todo).
made in PBA
UniLiB no llegó a inaugurarse a mediados del 2023, tal como estaba previsto, y su supervivencia es una incógnita. “La planta no está pausada sino demorada”, responden hoy con mucha cautela fuentes cercanas al proyecto.
Impulsada por la alianza entre la UNLP, Y-Tec y el Conicet, tres instituciones amenazadas con recortes de presupuesto por parte del Gobierno, iba a convertirse en la primera planta de Latinoamérica en producir baterías de ion-litio destinadas a llevar energía a viviendas y, eventualmente, también a vehículos de gran calibre, como colectivos.
Por su capacidad de almacenar importante cantidad de energía en poco espacio, las baterías de ion-litio son fundamentales para electrificar procesos y migrar a energías limpias.
“Ciencia y tecnología es soberanía”, dice una pintada en las cercanías del predio donde hoy se reparten las guardias los 18 técnicos formados en la Escuela de Oficios de la UNLP para trabajar en la primera fábrica de desarrollo de baterías del continente. La puesta en marcha de UniLib no solo es relevante para los habitantes de Paulino. La producción de baterías es el mayor agregado de valor que se le puede dar al litio a nivel industrial e implicaría un salto cualitativo en la explotación del recurso en Argentina.
Mientras que hoy toneladas de carbonato de litio salen del país en bolsas para ser procesadas en China, Japón y Corea del Sur, la fábrica hubiera sido el primer paso para retener algo de esos recursos para desarrollo nacional. Una operación doble: el desarrollo de conocimiento y capacidades que nos dan valor como país, pero también un gesto soberano ante un recurso codiciado en todo el planeta.
“Desarrollar este tipo de capacidades a nivel industrial es una inversión que nos diferencia del resto de la región”, explica Victoria Flexer, doctora en Química y titular del Instituto del Litio (Cidmeju), repatriada en 2016 por el Conicet. “Tenemos recursos naturales y también gente que sabe qué hacer con ellos”.
Es que, salvo por UniLiB, el avance de la industrialización dentro del país está postergado. Hasta ahora, Argentina tiene apenas tres proyectos en explotación y otros cincuenta en etapas anteriores como exploración o construcción. Todos apuntan a la producción de carbonato de litio, el primer eslabón de la cadena.
La normativa actual da incentivos generosos a las empresas, como la estabilidad tributaria por 30 años —garantía de que no habrá cambios sorpresivos en las leyes fiscales que las afecten—; deducción en impuestos y aranceles; y un tope en la tarifa de la regalía muy baja, del 3% del valor boca-mina, es decir, del mineral recién extraído sin agregado de valor, que además depende de reportes de la propia empresa.
Justo Arcadium Lithium, la empresa a la que se le compró el carbonato para arrancar UniLib, es la fusión entre dos empresas: Livent y Allkem. Livent, norteamericana, fue multada en 2022 por exportarle a una filial suya en el exterior por un precio cinco veces menor al del mercado. El margen de acción de las provincias, dueñas minoritarias de los recursos minerales en su tierra, es menor que el del Estado nacional. Las concesiones a las multinacionales se hacen directamente con los gobiernos provinciales, mucho menos poderosos.
En un mundo en el que se compite por escala para bajar los costos, el proyecto platense es pequeño. La planta, de inaugurarse, podría producir 200 celdas por día. La fábrica de Tesla en Estados Unidos produce 13 millones en un solo día. “El proyecto tiene un componente importante para dar un salto en el conocimiento sobre el desarrollo de una batería. No es que se va a industrializar todo el litio, pero es un paso importantísimo para dominar la tecnología”, dice Víctor Delbuono, economista especializado en Recursos Naturales e investigador de Fundar. “A medida que se vaya agrandando el mercado, podremos expandirla con todo el conocimiento adquirido”, complementa Roberto Salvarezza, expresidente de Y-Tec e impulsor del proyecto.
tierra arrasada
Cada institución puso lo suyo. A la UNLP le tocó adecuar el Polo Productivo Tecnológico Jorge Alberto Sábato, que era el antiguo edificio de la administración de aguas de la provincia. Ahí se encenderían las cuarenta máquinas traídas de China que Y-Tec instaló para producir los cátodos y ánodos que terminarían en las celdas de las baterías. Cuando Milei ganó las elecciones, la obra civil ya estaba un 95% avanzada.
Pero por la inflación y el congelamiento presupuestario —que es una prórroga del 2023— la UNLP demoró el 5% restante. De acuerdo con la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), la financiación universitaria para 2024 es la más baja desde, por lo menos, 1997, cuando se comenzó su registro.
Esta demora técnica-presupuestaria para la inauguración de UniLiB esconde una pregunta más estructural. Es que el plan de la nueva gestión de YPF para “cuadruplicar en cuatro años el valor de la compañía” solo apunta al desarrollo de extracción de gas y petróleo no convencional en Vaca Muerta. No hay definiciones sobre los negocios que tiene el grupo en áreas como el offshore, fertilizantes o litio.
“Entonces, ¿por qué seguirían apostando a un proyecto que apunta a desarrollar la cadena de valor del litio?”, se preguntan quienes conocen de cerca el proyecto.
Mucho más lejana que la apertura de UniLiB quedó la esperanza de la Tana y Andrés de tener acceso a la luz en la isla: es que el financiamiento de las primeras baterías de litio nacionales que iban a alimentar un parque solar en la Paulino eran parte del presupuesto del entonces Ministerio de Ciencia y Tecnología, que no existe desde el 11 de diciembre, un día después de que asumió Javier Milei. “Iba a ser una prueba interesante para poder replicar en otras comunidades aisladas”, dice Salvarezza.
elon, mi buen amigo
Pero hay un nombre propio que mueve más para el Gobierno que lo ya hecho. Desde que llegó a la presidencia, Milei amplió la amistad con Elon Musk, la segunda persona más rica del mundo y el dueño de la compañía de autos eléctricos Tesla. Musk es, además, un embajador del universo de ideas de Milei. Tanto así que el día que el presidente dio su discurso en Davos no frenó antes de sugerir, a través de memes, que sus palabras le resultaban ‘muy hot’.
En un conveniente giro para su historia en común, Milei también se siente fascinado por Elon Musk. En su visita a la mesa de Mirtha Legrand días después de asumir, llevó la noticia de que Musk lo había llamado para felicitarlo, y que estaba “muy interesado” en el litio de Argentina. Poco después, en la cadena nacional que anunció el DNU, Milei incluyó entre los puntos que delineaban un nuevo país la llegada de Starlink, la empresa de internet satelital del empresario.
La relación por redes sociales, principalmente por X (exTwitter) —de quien Musk también es dueño—, se concretó en abril cuando el presidente visitó al magnate en su Gigafactory en Austin, Texas. El encuentro fue hermético, pero algunas de las declaraciones posteriores develaron que Musk dijo que estaba preocupado por la tasa de natalidad decreciente, que ambos buscan mejorar el porvenir de la humanidad, y que posiblemente se organice un evento conjunto en Argentina sobre tecnología, demografía y crecimiento económico.
Y también se habló de litio. Por esos días se terminaba de negociar el acuerdo de la Ley Bases, que incluye su régimen de incentivo para grandes inversiones (RIGI), que sería un terreno fértil para alianzas como la de Musk y Milei.
En ninguna avenida de Buenos Aires, ni en las de las zonas más ricas, se ven autos eléctricos en cantidad. En 2023 se vendieron menos de 400 unidades. Starlink llegó, pero a qué costo: instalar el equipo cuesta 600 mil pesos, más que un salario en la escala RIPTE.
En Paulino, el desafío es pagar la nafta para el generador, que ya aumentó casi un 200% desde que asumió Javier Milei, mientras a pocos kilómetros los jóvenes formados en la UNLP hacen las guardias de una fábrica con olor a nuevo, lista para encenderse. Algunos, quizás, usan el tiempo muerto para ver si aparece algún trabajo.
“La isla está ahí, fantasmosa,” insistía Conti prediciendo a la Tana, a Aguiar, al proyecto de llevar paneles solares para abastecerla de energía, “pero entre sus árboles viven hombres de carne y hueso que esperan a pesar de todo esas ligeras amarras que la salven de irse a pique para siempre. Yo mismo mientras recruzo el río no pierdo la esperanza porque, vaya vulgaridad, todavía creo en el hombre y creo en este país”.