Jorge Semprún: pensando en España | Revista Crisis
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Jorge Semprún: pensando en España
Una entrevista con el escritor español, dirigente del Partido Comunista y sobreviviente del nazismo luego de haber permanecido dos años en un campo de concentración: el modo repentino en que ingresó en la narración, su relación con el cine como guionista para Resnais y Costa-Gavras, la inigualable sensación de la militancia y España, ese lugar que confiesa como su principal obsesión.
02 de Diciembre de 2022

 

Cuando visité Buchenwald, no hace mucho, recordé página por página tu novela El largo viaje; no conozco otra más conmovedora, mejor hecha, sobre los campos nazis.

-No he vuelto nunca a Buchenwald. ¿Qué queda del campo?

Los muros, la puerta con la inscripción de hierro forjado: "a cada cual lo suyo": junto al muro principal, las celdas de tortura donde mataron a los últimos prisioneros...

-El bunker, sí.

Un par de edificios a la derecha, los hornos, el pequeño patio donde mataron a Thaelman...

-¿De los barracones no queda ya nada?

Los cimientos.

-¿No has visto una especie de memorial que han hecho en el campo? Yo vi fotos: me pareció muy feo.

El memorial está cerca del campo. Lo que me llamó la atención fue que a la entrada del campo hubiera una venta de chocolates. Ahora, te digo: después de visitar el campo, yo también compré chocolates. Comprendo que tú, que estuviste adentro, hayas tenido que escribir esa novela.

-El largo viaje lo escribí muchos años después, más de quince, de haber vivido esa experiencia. En 1961, cuando empecé a escribirlo, no estaba previsto que lo hiciera; no había tiempo para eso: yo estaba totalmente metido en la acción política. Ocurrió que estando yo en un trabajo clandestino en España, se produjeron una serie de percances y se decidió cortar los hilos. Después de muchos años de no parar, me encontré encerrado en una casa, con unos cuantos libros, una máquina de escribir y mucho tiempo por delante. Entonces, de un tirón, en siete días, escribí las tres cuartas partes de la novela.

¿Habías escrito antes?

-Siempre he escrito, como todo el mundo: poesía siendo joven; después, pequeñas cosas, pero nada terminado.

Pero El largo viaje tardó en aparecer.

-Volvió al trabajo político y aquello quedó así; pasaron años antes que volviera al libro. Y volví a él, un poco por casualidad. Juan Goytisolo un día se interesó en leerlo, habló con los editores y lo que estaba escrito, sin más, se publicó.

¿Tu proyecto era otro?

-El libro continuaba en Francia; pero los editores decidieron cortarlo y publicarlo así. Ahora estoy escribiendo algo -no es una continuación, no tiene nada que ver que es un retorno al tema de los campos de concentración. Es un libro largo, difícil. Vuelvo a ese tema con una mentalidad y una visión que ya no es inocente; ahora no puede ignorar que existieron otros campos, los campos stalinianos.

¿Cómo será el libro?

-Todo se dará a través de la experiencia de un domingo de diciembre de 1944, cuando nos enteramos en el campo que los tanques británicos estaban aplastando
la resistencia griega. Y que no pasaba nada. Yo era un comunista que tenía veinte años y aquello me produjo una impresión brutal. Tomo ese domingo aunque, claro, el relato no se atiene a ese momento, sino que va y viene en el tiempo, como es lógico, porque la memoria y la imaginación hacen estallar por completo el marco estrecho de ese día.

 

Tu segunda novela es L'evanouissement.

-Sí, El desvanecimiento, no está traducida y tengo la impresión que nadie ha leído ese libro: yo tengo debilidad por él, en fin, algo muy personal: siempre se
tiene debilidad por el hijo más pequeño, por el raquítico de la familia.

Sin embargo el tema es importante: el XX Congreso y tú...

-Sí, yo creo que ahí hay en germen muchas cosas que se desarrollarán después en otros libros; lo que quizás ocurra es que no están logradas desde el punto de vista novelesco.

¿Qué te lleva a interesarte en el personaje de Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, tema de tu tercera novela?

-Me interesa el proceso de un militante que por ser fiel a su causa, que por ser abnegado, termina siendo un criminal. Esa fidelidad incondicional que puede transformar moralmente a una persona. Lo que me resulta imposible de aceptar en el film de Losey sobre Trotsky es la inversión de los temas: Para mí el personaje central del asesinato, no es el asesinado, sino el asesino.

Tú hablas de fidelidad incondicional, pero en Mercader sin juzgar al fondo del asunto, el asesinato en sí puede haber habido una convicción ideológica que lo llevó a él, como ha llevado a otros militantes, a esa situación extrema. Recuerdo una frase de El largo viaje: "todos los muertos no son iguales".

Y digo: "un cadáver del ejército alemán no pesará nunca el peso de humo de un compañero mio".

Esa es la idea.

-Es que es un proceso, digamos, natural; no es un proceso monstruoso, anormal. Y eso es lo que me interesó en Mercader, como referencia, sin entrar en las intimidades sicológicas del personaje.

¿Por qué te golpea tanto el stalinismo y se refleja tan agudamente en tu obra?

-Buscando las razones de lo que yo entiendo es el fracaso de un proyecto histórico de la transformación de la sociedad, como Quijote y Sancho topan con la Iglesia, nosotros topamos con Stalin. Los que seguimos siendo comunistas, aunque hayamos sido expulsados de los partidos, y consideramos la política una de las cosas más importantes de nuestra vida, tenemos que preguntarnos cuáles son las razones de ese fracaso. Y, naturalmente topamos con eso en las novelas, en la vida personal, en los sueños, en las obsesiones, en las pesadillas y también topamos a nivel teórico. Yo no he hecho nada todavía en ese terreno porque después de muchos años de actividad política directa decidí, conscientemente, darme una larga temporada de lectura, de estudio y de reflexión pero es evidente que un día u otro abordaré esos problemas también desde un punto de vista histórico-crítico, histórico-teórico. Aparte de las razones históricas, hay en mí una razón moral, casi intima, personal, de enfrentarme con ese problema; que es el problema de la vida de uno; de la propia identidad.

¿Cómo se produce tu paso de la literatura al cine?

-De una manera casual. No siendo más que un espectador de cine, como cualquiera que viva en el siglo XX, un día, después de haber leído El largo viaje, se me acercó Alain Resnais y me dijo que quería trabajar conmigo. Me pareció una de esas frases que se dicen en los salones, pero él llamó, insistió y de esa colaboración, de ese empeño, salió La guerra ha terminado. Y una vez metido en eso y descubriendo con Resnais y gracias a él, las posibilidades y el impacto social que tiene el cine me interesó como forma de expresión, al margen y al lado de la novela y sin mezclar una cosa con otra.

Tiene que suponer una diferencia de enfoque intelectual y psicológico, proponerse una novela y proponerse un guión.

-Es distinto desde la raíz misma. Un libro es una empresa solitaria, individual, que no exige inversión capitalista; al fin y al cabo todos podemos tener una vieja máquina de escribir, conseguir algo de papel y uno invierte su tiempo y sus ganas y sus esfuerzos y de ahí resulta una obra importante o no. Pero en el cine, antes de haber rodado el primer plano, ya se han gastado millones y uno entra a formar parte de un sistema de producción capitalista; más dependiente pero con una serie de ventajas que no tiene la novela.

¿Y como creador, cuándo te sientes más realizado? Debe haber una diferencia apreciable entre el guión, la película que uno imaginó y lo que termina siendo.

-He tenido mucha suerte en eso. Aparte del desfasaje inevitable que hay siempre entre lo que uno escribe y, por consiguiente, sueña, y lo que otro realiza, pero eso es inevitable, es el juego y se acepta desde el principio. Pero he tenido suerte, he trabajado con realizadores muy atentos, muy cuidadosos de que lo que termine siendo, sea algo que quisimos decir los dos. Nunca he tenido ningún conflicto serio, decir "yo retiro mi firma", ni nada de eso; discusiones, naturalmente, y acuerdos.

¿Te has sentido libre?

-Libre pero dentro de un sistema que maneja una producción capitalista y que maneja créditos bancarios, sujeto a leyes de mercado que no existen en la novela, por lo menos al escribirla.

 

De La guerra ha terminado a La doble memoria aparece el tema de España; es obvio en tu caso, porque te importa el asunto, pero igual me gustaría oirlo: ¿qué es para ti España?

-En el tema de España se precipitan, casi en el sentido químico de la palabra, casi todos mis temas personales. España, es en primer lugar, la infancia; tema importante para un escritor, sobre todo cuando es una infancia truncada por una guerra civil. Yo tenía doce años y viví la guerra muy de cerca; mi padre fue activo en la guerra y ocupó un cargo diplomático de la República y después tuvo que salir al exilio. Nunca murió en nosotros el sueño "de volver a España". España es también un proyecto político. Toda mi actividad política es hacia España, pensando en España; todos los temas, los de la memoria y los del porvenir, se anudan en España.

Pero hoy, ¿qué eres? ¿Un escritor español o un escritor francés?

-La situación es un poco peculiar: soy un español que escribe en francés. Aquí, entre nosotros te digo, que mañana -no sé cuál sería el resultado- podría escribir en castellano con la misma facilidad con que lo hago en francés. Pero escribir en castellano, sin tener público, ni editor, bajo censura, me hace buscar esa vía de mayor facilidad. Me encuentro en esa situación absurda de un escritor que cuando lee sus libros traducidos al español los cierra y los tira; aunque la traducción sea muy buena: yo así no lo hubiera escrito en castellano.

Hay algo que ya es público: tu actuación como dirigente clandestino comunista, tus constantes viajes entre Francia y España, ¿qué significó para ti esa época?

-Fue seguramente la época más importante de mi vida.

¿Por qué?

-Porque la política -como yo la entiendo y sin mitificar lo que es la acción política y el hombre político- es una tentativa fracasada unas veces, otra no- de transformar la realidad. Una tentativa que si se hace por convicción y honestamente reúne las condiciones tanto del conocimiento como de la acción, de la práctica como de la teoría. No hay cosa más espléndida que elaborar las condiciones de una huelga; digo una huelga porque, desgraciadamente, no todos hacemos la revolución de Octubre. Hay una interconexión entre el proyecto, la realización, el reflejo del obstáculo real sobre el proyecto y la teoría, la reelaboración de la teoría, ese vaivén dialéctico que es apasionante.

La sensación de "comerse la pera".

-Ahí está. De estar pesando, de transformar, de alguna manera, la realidad.

Fueron unos cuantos años, ¿no?

-Fueron diez años. Largos, muy largos.

¿Cuál era tu seudónimo? ¿Fernando?

-Felipe, Felipe Sánchez.

-Nos debes una novela sobre ese período.

-Precisamente... voy a decirte algo que no conocen mis amigos más íntimos: el primer libro que publicaré en castellano se llamará Autobiografía de Felipe Sánchez; será una reflexión sobre ese período a través de anécdotas y de acontecimientos reales; aparecerán personajes conocidos del mundo de la política española y no española; pero será una reflexión...

¿Centrada en...?

-...en lo que es el compromiso de un intelectual burgués -digamos las cosas como son con el comunismo y porque, aun habiendo fracasado, eso sigue siendo importante para mí. Porque como decimos en España, no sé si vosotros también lo diréis: "que me quiten lo bailado".

Hablamos algo de tu experiencia en cine con Resnais, ¿cómo ha sido con Costa-Gavras?

-Diría que complementaria. Costa es un realizador más directo, más interesado en el acontecimiento político-social concreto. Hemos hecho Z, La confesión y ahora he terminado de escribir para él otra película, sobre un tema de la ocupación alemana en Francia, en el año 41: una crítica brutal de la justicia francesa a las órdenes de la ocupación nazi y, como te digo, estoy muy satisfecho de mi colaboración con Costa, porque es una faceta distinta del trabajo que se complementa con lo que hago con Resnais.

Tu última película con Resnais, Stavinsky, que se está exhibiendo en París, tengo entendido que no ha marchado muy bien ni de público ni de crítica, ¿por qué?

-Creo que la crítica, a priori, había decidido que esa película tenía que ser de cierta forma: un film político como pueden ser los films de Francesco Rosi, el "asunto Mattei", cosas así; el análisis de un dossier. En cambio lo que nos ha interesado con Resnais es Stavinsky, más como personaje típico de una época en el que se encarnan una serie de fuerzas sociales, que el hecho social que esa muerte y esa estafa, ha producido. Creo que la crítica no ha comprendido bien; lo cual no tiene nada de extraño porque las películas de Resnais siempre son comprendidas unos años después.

No podemos terminar sin que te haga, volviendo a España, una última pregunta: ¿cómo ves la situación de España hoy, la posibilidad de cambios futuros, próximos?

-Todo parece girar en este momento en torno a: muere o no muere el Caudillo, muere o no muere el Generalísimo y uso adrede estos términos porque son carismáticos y es evidente que todo fascismo necesita la encarnación carismática en un Jefe, España es el primer caso en la historia en que podemos estudiar ese fenómeno desde su comienzo hasta su fin: Hitler murió en la Cancillería; Mussolini fue colgado por los pies por los guerrilleros italianos, pero en el caso español podemos reconstruir la trayectoria de Franco desde el cómo se hizo Generalisimo hasta su desaparición biológica; todo un fascismo histórico y nacional que no es, desgraciadamente, ese "poder precario" de que hablaba Dimitrov en el VII Congreso de la Internacional.

¿Qué significará la muerte de Franco?

-Creo que hay que mirar con un poco de relativismo histórico lo que está ocurriendo en España: la muerte de Franco no significará la muerte de los instrumentos que el capitalismo español ha ido creando a lo largo de los años. Porque tampoco debemos dejarnos engañar por el discurso aparente fascista, falangista, clerical de la España de Franco; está ese discurso aparente y está el discurso real, brutal que es el de la expansión capitalista. Y esa expansión no quedará truncada por la muerte física del dictador carismático. Es evidente, sin embargo, que la desaparición de Franco creará una serie de disturbios, de desequilibrios internos en los cuales puede insertarse una estrategia antiliberal, antifranquista, revolucionaria, dependerá de la relación de fuerzas. Se van a producir cambios, pero no serán catastrofistas; serán cambios que van a cristalizar lo que ya la sociedad española está dando de si desde hace muchos años. La izquierda tendrá que elaborar la forma de profundizar al máximo esos cambios. Sin duda entramos a un periodo interesante de la historia española.

¿Eres optimista?

-Hay un poema de Jaime Gil de Biedma, "Poema moral" que dice: "de todas las historias de la historia la más triste sin duda es la de España: porque termina mal". Tal vez no termine mal.

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