Historia y conciencia femenina en la revolución salvadoreña | Revista Crisis
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Historia y conciencia femenina en la revolución salvadoreña
La Crisis #48 de noviembre de 1986 incluyó un extenso dossier sobre las luchas libradas en El Salvador por el Frente Farabundo Martí para la Revolución Nacional contra la dura represión protagonizada por la Democracia Cristiana en alianza con los militares. Entre las hogueras de la guerra y el polvo de los terremotos, la autora ofrece una historia y análisis de la conciencia femenina en ese país.
27 de Octubre de 2022

 

(Extracto del ensayo que con el mismo título obtuvo el pasado año una mención en el concurso organizado por la revista Plural de México)

Las siete asociaciones de mujeres salvadoreñas existentes surgieron al calor de las prácticas reivindicativas de los gremios y sindicatos salvadoreños y de las grandes movilizaciones populares de 1967-1980 durante el conflicto armado iniciado en 1981. Aunque no manifestaban claridad en la especificidad de la lucha por su emancipación, desde sus inicios la problemática que desarrolla el sector femenino tiene aspectos particulares.

Si en las luchas por la independencia las mujeres habían sido las más exaltadas defensoras de la libertad nacional, es desde la década de 1920 que en El Salvador las corrientes reformistas y revolucionarias de la naciente clase media y del proletariado agrícola influyeron en la acción femenina.

Al lanzarse a la calle en 1921 contra la tiranía de los Meléndez Quiñones, al ser ametralladas durante la primera manifestación de mujeres en apoyo al candidato presidencial Tomás Molina en 1922, al incorporarse masivamente al movimiento de 1932 y ser asesinadas junto con Farabundo Martí y treinta mil campesinos, al trabajar en el derrocamiento del dictador Fernández Martínez en 1944, al padecer la represión en las cárceles de José María Lemus en los '60, al luchar hoy en los sindicatos y organizaciones que conforman el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional y al participar paritariamente en los gobiernos revolucionarios de los Poderes Populares en las zonas bajo control político-militar de la guerrilla, las salvadoreñas han tomado conciencia no sólo de su explotación en cuanto ciudadanas de una sociedad represiva, sino también en cuanto trabajadoras dependientes y mujeres de una sociedad globalmente explotada.

"La participación de la mujer en las luchas sociales indudablemente está ligada a los permanentes combates que el pueblo salvadoreño ha dado desde hace muchos años”. Pero ¿qué tan cierto será que su “verdadera función" es la de mujer madre, esposa y trabajadora? O sea ¿que sus reivindicaciones específicas "no son su principal objetivo, sino que éste es el mismo por el que lucha tocio el pueblo salvadoreño" como afirman Lilian Jiménez y Norma de Herrera?

En la década del '70, mientras en Estados Unidos y Europa renacía la cultura feminista, en El Salvador, las mujeres salieron a la calle para integrarse a los partidos, a los sindicatos y a los gremios masculinos. Pelearon en las plazas el derecho a no ser reprimidas como campesinas, maestras, obreras y también como madres buscando los cadáveres de sus hijos. La primera organización de mujeres que se formó en El Salvador fue la Fraternidad de Mujeres Salvadoreñas cuyo lema era "Por la defensa de la mujer y del niño"; inmediatamente después surgió el primer Comité de Madres de Desaparecidos que en 1980, fortalecido, adquirió el nombre de Comité de Madres de Presos y Desaparecidos Políticos Monseñor Oscar Arnulfo Romero.

Ambas, pues, estaban rompiendo pautas culturales de siglos, pero mientras reivindicaban su alteridad de valores para la construcción del sujeto mujer en medio de una explotación laboral equitativa, las segundas consideraban que "la lucha femenina no se da antes o después de un triunfo revolucionario, ni se da en forma desarticulada o aislada de todo el contexto de lucha global del pueblo salvadoreño”.

Formada en El Salvador por un promedio de seis personas, la familia es la estructura básica de explotación económica femenina. En ella la mujer no sólo trabaja sin salario ocho o más horas, cediendo su fuerza de trabajo al hombre que la mantiene: administra el salario del marido, permite que éste descanse y le ponga su fuerza de trabajo, sino que, además, reproduce esa misma fuerza de trabajo en continuas maternidades, deseadas o no.

Sin embargo, por los niveles de los salarios, la devaluación constante del salario real y el colón, por no mencionar el que sus hombres están muertos, desaparecidos, presos o cesantes por motivos políticos la mayoría de las salvadoreñas están insertas en el mundo del trabajo, en los servicios, como empleadas domésticas, en los mercados, como vendedoras ambulantes, en los cortes de algodón y café, y en la industria.

No obstante, 84 de las 87 mujeres que entrevisté afirmaron que casarse es importante para que la mujer sea aceptada socialmente y pueda procrear porque "la mujer es más feliz cuando tiene hijos". Los "deberes familiares (trabajo del hogar y cría de los hijos) son para ella una carga inevitable y muy suya. Este esquema, que trasciende un marco inmediatamente económico, está presente aún entre las militantes. Aunque en las casas donde varios militantes viven juntos, las tareas domésticas son repartidas sin diferenciación de sexo; apenas entre ellos se establece una relación de pareja, la mujer tiende a servir a su marido, asumir sus deberes o por lo menos hacérselos más ligeros.

En los Poderes Populares, la mujer participa en cada una de las tareas necesarias para la organización social (transporte, distribución, producción, defensa, alfabetización) y aprende que su lucha sigue en la casa, donde una triple jornada no le es posible habiendo ya desarrollado un turno de trabaje en la producción y otro dividido en las tareas del nuevo organismo estatal en que participa.

Gracias a esta participación masiva, se gesta una reinterpretación del papel hogareño femenino que, aunque muy tibia, ya plantea en los colectivos que "las tareas que tradicionalmente han sido asumidas por la mujer se distribuyan equitativamente entre todos los compañeros”.

Además allí donde el núcleo familiar logra mantenerse unido o en fuertes lazos de relación, se convierte en un centro de politización colectiva en el que las madres educan a los hijos y éstos, a la vez, al politizarse, radicalizan a sus progenitores.

En una reunión del Comité de Madres de Presos y Desaparecidos Políticos Monseñor Oscar Arnulfo Romero, una mujer explicó que se había separado de su marido porque éste no tenía el valor de apoyarla en la lucha para recuperar a su hija de 22 años, desaparecida. Le pregunté entonces si era sólo a partir del apresamiento de su hija que ella se había incorporado al Comité “sí”, me contestó. "Pero es aquí que he descubierto que cada una de nosotras tiene problemas familiares y que nuestras vidas no son nuestras porque son iguales a las de todas, y que la hija mía es la hija de todas, y que el esposo mío el esposo de todas aquellas que todavía tienen esposo". La inmediata percepción política de la vida familiar de esta madre choca con la realidad cultural salvadoreña.

Yuri, primer oficial del puesto de operaciones del frente sudoriental Francisco Sánchez relata: "Al principio mi familia se mostró muy descontenta por mi participación en los problemas sociales. Había un rechazo de parte de ellos, hacia las concepciones que comenzaban a formar parte de mi vida. Mi madre manifestaba que al andar en problemas políticos lo que estaba consiguiendo era que me golpeara la policía y que ése era un problema que resolverían los hombres solamente, que yo me debía dedicar a estudiar, etc. Pero entonces lo que hice fue comenzar a hablar mucho con ellos, sobre todo con mi madre, porque era la más reacia a darle paso a esas nuevas concepciones”.

En una entrevista, Rosario Gómez, dirigente de AMES, me recalcó "la sociedad salvadoreña en su conjunto se ha esforzado por situar a las mujeres un segundo plano. Ella misma parecería haber aceptado su situación como algo natural; sin embargo, en un país donde vivimos amenazadas por la represión, la guerra y el hambre, cambiaron nuestros intereses" La ruptura con la interiorización de la sumisión es fundamental, pero es un camino gradual como todo proceso de conciencia histórica y filosófica.

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