La simultánea exhibición de cinco películas de Pedro Almodóvar en distintas salas porteñas vale, sin duda, como indicador del interés que despierta en un amplio público. Un éxito que algunos prefieren desdeñar atribuyéndolo a una simple moda pero que, desbordando esta interpretación, posibilita algunas reflexiones sobre una filmografía que presenta no pocos rasgos innovadores. A señalar esa novedad se orienta esta lectura panorámica de su obra junto a una selección de opiniones del propio Almodóvar.
Para algunos el éxito de Pedro Almodóvar es una moda pasajera, un espejo de colores del cine español, o, más crudamente, como definió un categórico director argentino: "un invento más de la tilinguería periodística". Puede, sin embargo, ensayarse otra respuesta, más atenta a los méritos y a los rasgos innovadores que comporta la filmografía de Almodóvar en el actual paisaje del cine internacional, para mejor comprender ese éxito que, entre nosotros, provoca alguna incomodidad. Cuando menos, no podrá negarse que Almodóvar revitaliza la noción de film de autor que parecía definitivamente extinguida en la primera mitad de la década del '80, ni que esa fuerte impronta personal -el autor como garante estético/comercial del producto- cuestiona frontalmente el catálogo de imposiciones del cine de productor todavía hegemónico (de Spielberg a De Laurentis, de Lukas a la dupla Yoram-Globus), lo cual vuelve previsibles algunos de los cuestionamientos que merodean su figura.
pintando la rosa
Basta pensar en los años '60, en ciertos exponentes típicos de aquel apogeo del cine de autor, para percibir algunas de las singularidades del estilo de Almodóvar. Recordar a Michelangelo Antonioni, por caso, un cineasta paradigmático de aquellos años. Films como El eclipse o Blow Up sentaron pautas reiteradas hasta el hartazgo por multitud de epígonos: los personajes incomunicados, abandonando los encuadres para testimoniar su desolación; las bandas de sonido escuetas; los tiempos muertos; etc. Por su parte, Almodóvar parece contradecir con entusiasmo aquellos tópicos otrora de moda. Sus personajes se desviven por entrar en cuadro, por ocupar espacios y decir todo lo que pueden, generalmente acompañados por bandas de sonido barrocas, moviéndose en encuadres precisos pero que eluden toda rigidez geométrica. La gente de las películas de Almodóvar no está preocupada por el silencio de Dios, aunque sin duda padece las mismas desolaciones que marcaban la obra de Antonioni.
Comunión y diferencia que tal vez se explique por aquello que decía Hitchcock: los creadores están siempre pintando la misma rosa, sólo que de maneras diferentes. Y la manera de este español parece ser muy distinta de la de algunos de sus antecesores ilustres. Digamos, allí donde Carlos Saura privilegiaba la metáfora, los tiempos narrativos superpuestos, la música de Erik Satie, Almodóvar prefiere el trazo grueso, la narración lineal, los boleros lacrimógenos y, frecuentemente, el humor. Opción que sin duda comparte con buena parte del actual cine español, aunque el propio Almodóvar se ha preocupado en tomar distancias: "En España, después de la hulda de los espectadores de las salas donde se proyectan películas españolas, la comedia vuelve a imponerse como moda y salvación. En principio parece una reacción saludable, pero los resultados son más bien alarmantes. Mis compañeros se han puesto tan ordinarios que, incapaz de competir con ellos, sólo me queda la opción del refinamiento".
Ciertamente, la puesta en escena de este director ha ido evolucionando con el correr de sus producciones, la planificación visual de las secuencias van perdiendo el corte primitivo de los primeros films, la iluminación va ganando delicadeza y los guiones parecen más acotados. Pero la transformación más notable es la que han sufrido sus personajes: el inicial interés en la marginalidad suburbana se ha desplazado hacia la focalización de cierta burguesía arribista, "con pretensiones". Movimiento que, quizá no casualmente, acompaña la ampliación de su público a escala internacional y que, acaso, responda al interés por ofrecerse a una legalidad -una comprensión- universal.
De todas maneras existen denominadores comunes entre los viejos y los nuevos personajes de sus films seres de este director están tomados siempre en momentos culminantes de sus vidas, cuando todo se desbarranca; parecen estar naufragando en un lugar donde, irónicamente, no hay mar. Antes víctima que victimario, el personaje almodovariano confronta con una fuerza superior que lo domina, que lo envuelve y condiciona sus actos. "Hay leyes -escribe Almodóvar- que uno puede burlar, pero hay otras que no. Por ejemplo, uno se tira por la ventana con el lícito deseo de volar. Entonces interviene la ley de la gravedad: por mucho que la desprecies, en cuestión de segundos acabarás estrellándote contra el suelo. La ley del deseo es como la de gravedad, aunque la rechaces tienes que rendirle tributo, un tributo bastante alto".
el lugar del blasfemo
La filmografia de Almodóvar es la obra de un cinéfilo: su cine siempre referencia al cine clásico, sea a través de la comedia o del policial negro, pero también se apropia de algunos géneros largamente excluidos de los cenáculos culturales como el melodrama o las películas de "teléfonos blancos". Con estos materiales tan heterogéneos realiza auténticos "collages" donde entrecruza elementos de la historieta y el folletín, en una estética de la mezcla, se diría, que obtiene su coherencia narrativa por un manejo cada vez más depurado del "suspense". Sucede que este director sabe muy bien que el cine es un juego de fascinación que no tiene (casi) imposibles, que a la única lógica a la que un film debe rendirle tributo es la de lo específico fílmico que ella misma va construyendo al desenvolverse. Es por esto que en las películas de Almodóvar estallan máquinas de escribir, un protagonista se torna vidente, una niña manifiesta poderes telequinéticos y hasta algún policía parece sabio. Almodóvar conoce muy bien las reglas del cine convencional y por eso maneja con acierto las transgresiones, no confunde ruptura con falta de rigor conceptual.
El viejo maestro Ernst Lubitsh decía que el cine era, esencialmente, "como mirar por el ojo de una cerradura". En fin, que todo director cinematográfico tiene alma de fisgón, un destino que lo condena a exponer a sus personajes al juicio de los espectadores, mostrándolos en esos momentos en que nadie quiere que lo sorprendan. Y el perverso Almodóvar es un buen ejemplo, eligiendo los puntos de cámara que dejan a sus personajes totalmente indefensos, cercados por la incomodidad. Nadie escapa a su bisturí: monjas heroinómanas, travestis, pasotas homo- sexuales, toreros, lúm penes, amas de casa, directores de cine, traficantes, maridos polígamos, policías y demás forman parte de la iconografía de la España actual con la que construye sus historias. Historias siempre atravesadas por el amor, el abandono, el deseo, la tragedia. Parecería que para la mirada de este director no hay tema que no merezca un poco de vapuleo: ni el feminismo, ni la tauromaquia, ni la religión, ni tradición cultural alguna de la tierra de Lorca quedan a salvo. Almodóvar elige colocarse en el lugar del blasfemo, aunque no logra ocultar la debilidad que siente por las pasiones que parece mirar con sorna. Tal vez, por aquello que decía Bernard Shaw: "Si te propones decir la verdad a la gente será mejor que la hagas reír; de lo contrario, te matarán"
ignacio garassino
una obra maestra imperfecta
Aún no se ha estrenado, pero ya se oyen muchas cosas de tu sexta y última película, La ley del deseo.
-La mayoría no son exactas y me gustaría aclararlas. Por ejemplo, no es una película escandalosa, los que vayan buscando escándalo se van a decepcionar.
Pero hay chicos que salen desnudos y hacen el amor, ¿no?
-Para mí eso es normal. Me consta que hay gente que para hacerlo sólo se desabrocha la bragueta, pero la película no trata de ese tipo de especialidades, sino de chicos que se quieren y que como expresión de esa pasión se desnudan y hacen el amor. Aunque no me creas esto es bastante común.
También hay chicas a las que le gustan las chicas...
-Sí, pero eso existe desde Safo, que yo sepa. No es nada nuevo.
Incluso hay chicas que antes fueron chicos...
-Sí, no es ningún secreto que en ese aspecto la ciencia ha avanzado muchísimo. Incluso se está investigando para que los hombres puedan engendrar. Ya te digo que el progreso es imparable y que no siempre está de acuerdo con lo que Juan Pablo II opine sobre la naturaleza humana.
Dicho así todo parece muy sencillo.
-No quiero decir eso, hablar de estas cosas no es fácil, hay que ser muy sincero, muy hábil y tener mucho talento.
¿Y tú lo tienes?
-Creo que en esta ocasión me ha salido bien, ¡para qué te lo voy a negar!
Se te ve muy satisfecho, ¿cómo definirías el resultado de tu película?
Pues es una obra maestra imperfecta. Un género en el que me estoy especializando.
¿Qué pretendías antes de hacerla?
-Pretendía hacer un clásico, me dije a mí mismo: la moda Almodóvar como todas las cosas acabará pasando, ya va siendo hora de que haga un clásico. Lo importante era encontrar un título que sonara a clásico. Lo demás ha ido saliendo solo, a base de disciplina e inspiración.
el deseo
Vulgarmente el deseo consiste en la necesidad de que alguien esté por tus huesos, que de todos los manjares posibles tu cuerpo sea un plato favorito, que el hecho de estrecharte entre sus brazos le haga olvidarse de todos los problemas metafísicos, sociales, políticos, económicos, etc. que amenazan el mundo actual. Pero el deseo no es sólo eso. Entendido en términos absolutos, además del cuerpo, uno desea poseer el alma del otro. Reconozco que puede resultar bastante incómodo. Nadie soportaría ser todo para alguien, porque eso te impediría entre otras cosas vivir tu vida.
Aunque se trate de una contradicción, la ilusión de ser deseado sin fronteras (no importa que no te respeten como persona) anida en el fondo de todo ser humano.
nervios y lágrimas
Antes del '68, si una chica abandonaba a un chico, el muchacho estaba obligado a convertirse en un héroe, a través de una aventura personal o haciendo algo por la humanidad, descubriendo una vacuna o algo así. Después del '68, con el aterrizaje en las pantallas del antihéroe con barba de dos semanas, un poco cojo y traumado por alguna guerra o un matrimonio desgraciado, si además le dejaba su novia el chico se comportaba de un modo terriblemente realista y no intentaba hacer nada por la humanidad, al contrario: abandonaba su trabajo y el cuarto de baño y empezaba a empinar el codo más de la cuenta. Y empujado por la espontaneidad propia del alcohol, dedicaba toda su energía a darle lata a su familia, a sus compañeros de trabajo y finalmente -repudiado por todo el mundo- a los camareros, únicos seres condenados tradicionalmente por los guiones a escuchar impunemente hasta que al chico le dieran un Oscar por lo bien que le sentaban las ojeras y la barba.
No voy a negar que los chicos sufrimos, y que la soledad nos pesa tanto como a una feminista, pero ¿a quién le interesa hoy día hacer una película sobre el tema? A mí, desde luego, no. Las chicas, esas sí que saben comportarse cuando su novio las planta. No conocen el pudor, ni el sentido del ridículo, ni esa cosa horrenda que antes se llamaba amor propio. Sus reacciones están llenas de registros.
La mujer es más inteligente, aunque su inteligencia a veces la haga resultar pesada. Sabe que necesita del amor para seguir respirando y está dispuesta a defenderlo como sea. Porque en esa eterna guerra, todas las armas están permitidas.
Si a una chica le deja su amante por otra, la chica en cuestión no tiene reparos en lanzarse a la calle, averiguar quién es la Otra, tirarla por un precipicio si su rival demuestra ser tan tonta como para acompañarla hasta el borde. Si no consigue lanzarla por el precipicio, intenta hacerse amiga suya para que la rival tenga terribles sentimientos de culpa y le cuente anécdotas íntimas de su común amante. A veces, el mejor antídoto para desenamorarse (además de las terapias de grupo, las sectas religiosas, el macramé y la artesanía en general) consiste en descubrir detalles de tu antiguo novio y darte cuenta de que le habías idealizado, que en el fondo es un pobre hombre, débil, mentiroso, impresentable, hedonista y caprichoso (como diría la Jurado), una persona con la que desde luego no merece la pena compartir una brizna de futuro.
alta comedia
Hay elementos que distinguen la comedia de otros géneros, la gente por ejemplo hace cantidad de llamadas telefónicas y el timbre de la puerta no para de sonar en el momento menos oportuno, etc.
Normalmente en las comedias se habla muy de prisa, como si los actores no pensaran lo que dicen. También se camina más aprisa de lo normal y no hay tiempo para que los personajes reflexionan sobre sus actos. Como género, la comedia incluye elementos propios del terror y del cine de aventuras. Ocurren montones de cosas y la vida de los protagonistas suele pender de un hilo, sólo que en lugar de selvas, indios, cataratas, endemoniadas, muertos vivientes o tesoros escondidos, la acción se desarrolla en el seno de una familia burguesa (cocina, salón, alcoba, etc.) o en las barras de bares y cafeterías. La tensión nunca la provoca la sangre (me refiero siempre a la alta comedia), tampoco hay asesinatos, pero los personajes pueden ser tan descarados que a veces dan miedo. Aunque no utilicen hachas ni cuchillos se comportan como si estuvieran acostumbrados a utilizarlos. Las ambiciones más profundas del ser humano se tratan en la comedia de un modo abstracto, casi sintético. La máxima y más común ambición es la de ser feliz o infeliz con la persona a la que amas. Semejante ambición, dramáticamente hablando, resulta tan extraordinaria y tan compleja como salvar al mundo de una tercera guerra mundial.
Lo que da verosimilitud al disparate son los sentimientos. La emoción sentimental supone siempre el mejor vehículo para contar cualquier historia. Y el humor, claro. Se me olvidaba. Resulta francamente aconsejable que una comedia esté hecha con humor.
inyectar optimismo
Con La ley del deseo circulando por todo el mundo, y cuando sólo hace unos meses que la terminas- te, ya estás montando otra película ¿Por qué corres, Almodóvar?
-Kubrick tarda cuatro años en rodar, Huston acaba de morir y Billy Wilder está mayor. Alguien debe hacer películas. Además, yo todavía tengo mucho que aprender y debo darme prisa.
De nuevo una película sobre mujeres, ¿qué diferencia crees que existe entre las chicas de "Mujeres..." y las de tus anteriores películas?
-Estas no se drogan, ni tienen vicios.
¿Y eso?
-No disponen de tiempo. La película transcurre en 48 horas y todas las chicas que salen tienen mil cosas que hacer. Es todo muy vertiginoso y las drogas necesitan cierto rito previo. Por otra parte, los personajes están muy alterados, como dice el título, y las drogas no combinan bien cuando se está nervioso.
También los personajes de "La ley..." estaban alterados y sin embargo hacían el amor y se drogaban a pleno.
-Es una cuestión de ritmo interno y de geografía dramática, por llamarlo de algún modo. En La ley del deseo las cosas más importantes ocurrían mientras los personajes hacían el amor, trabajaban o se drogaban, pero en ésta no. Si estás narrando cómo intenta alguien salvarse de un incendio, no puedes detenerte describiendo qué le gusta hacer en la cama o cómo disfruta poniéndose una raya. Tienes que mostrarle huyendo desesperadamente y llevándose por delante todo lo que encuentra a su paso.
Eso suena demasiado amargo.
-Pues yo lo que pretendo es animar al personal. En la actualidad, al menos en Madrid, ocurren pocas cosas divertidas y no hay sitios donde ir. Hay que inyectar optimismo a nuestro alrededor. He intentado hacer una película donde todo sea muy bonito y muy agradable, aunque no sea real. Quiero dar la impresión de que la sociedad por fin se ha humanizado. La gente viste bien, vive en bonitas casas con preciosas vistas. Los servicios públicos son eficaces y las farmacéuticas no piden recetas. Todo es hermoso, artificial y estilizado. Reina el buen gusto y nadie necesita evadirse porque la vida es cómoda y digna de ser vivida. El único problema es que los chicos siguen abandonando a las chicas, y esto acaba provocando conflictos. Y eso porque en toda historia se necesita un elemento de tensión, si no, no hay narración.
¿Por qué otra vez Carmen Maura?
-Porque necesitaba una chica de 40 años, con el pelo liso, aspecto de mujer formal, que supiera reír y llorar. Y esa es Carmen.
A esto se le puede llamar matrimonio artístico.
-Pues no es deliberado. Siempre que trabajamos juntos surge como por casualidad. Muchos directores han trabajado siempre con la misma estrella. Existen varias razones para ello: por- que sea su mujer, como es el caso de Geraldine-Saura, Ullman-Bergman, Bo-John Dereck, etc. Porque te la impone el productor, como Silvia Pinal con Buñuel por ejemplo. O simplemente porque te gusta y porque sucede el milagro de la química, que dos talentos unidos dan mucho más que por separado. Es el caso de Marlene con Sternberg, Mastroianni con Fellini, Schygulla con Fassbinder o el de Carmen conmigo, De todas las razones, ésta es la más auténtica.
la próxima
Hace casi dos años que no me pongo detrás de la cámara, aunque las cámaras se hayan mantenido muy cerca de mí, tanto que casi me achicharran en este tiempo, pero mi lugar está detrás. Ni delante ni al lado. Detrás. Así que soy feliz, porque desde ayer (3 de julio) estoy en el lugar que amo y con el que siempre he soñado.
Atame es principalmente una historia de amor, o de cómo alguien intenta construir una historia de amor, como quien estudia una carrera, a base de esfuerzo, voluntad e insistencia. ¿Puede una pasión ser diseñada previamente, calculada y provocada? Cuando no se posee nada, como es el caso del protagonista, hay que forzarlo todo. Incluso el amor.
Ricki, el personaje que interpreta Antonio Banderas, es un chico que ha pasado su vida en instituciones sociales; huérfano desde los tres años, toda su vida ha sido un incesante peregrinar por orfelinatos, correccionales y psiquiátricos.
En el momento en que lo ponen en la calle, Ricki sólo tiene, como dicen los flamencos, la noche y el día y la vitalidad propia de un animal.
Una vez libre, decide seriamente sentar la cabeza; su máxima ambición consiste en convertirse en una persona normal. Pero la suya será una desesperada imitación de la normalidad, porque ser normal es un lujo que no todo el mundo puede permitirse. Impulsado por una lógica elemental, decide raptar a una chica de la cual se enamoró en una de sus fugas; de ese modo, ella puede conocerlo a fondo y descubrir que nadie la va a querer como él.
La vida en las ciudades brinda pocas oportunidades para que la gente se conozca a fondo; por eso Ricki se ve obligado a provocar las circunstancias. El noviazgo forzado resulta tan espinoso como un noviazgo legítimo, pero entre las dificultades nace, como es de esperar, el amor.
Ricki intenta provocar lo que nunca ha tenido: una familia y un trabajo. Un puesto en la sociedad de consumo y alguien con quien compartirlo. Lo que en cualquier otro personaje sería una aspiración pequeño-burguesa, en él resulta altamente corrosivo.
Declaraciones tomadas de Ajo Blanco, El País y el servicio de prensa que acompañó la distribución de una de sus películas.