Antes de hablar del mundo de Jack Reacher, que es el personaje literario creado por el novelista inglés Lee Child y encarnado por Tom Cruise en las dos películas que se basan en algunas de esas novelas, hay que definir el marco general para la urgencia de ese mundo. En su último libro de ensayos Siri Hustvedt repara en lo que cualquiera podría reparar si tomara cierta distancia del perfume de la publicidad editorial (un provocador ejercicio de “pensamiento crítico”, según la nueva filosofía oficialista argentina). Su hallazgo es simple y preciso: el principal mérito del noruego Karl Ove Knausgård ‒autor de los seis exitosos volúmenes autobiográficos de Mi lucha‒ es haber saqueado todos los mecanismos de la “literatura femenina”. Y esa, explica Hustvedt, es una literatura que “se ocupa de aquello que entendemos por femenino, lo doméstico, los sentimientos”, y que puede incluso ser “más femenina que la de una mujer”. Para quienes desconozcan la obra de Knausgård, por otro lado, su voz literaria es, efectivamente, la del perfecto castrato contemporáneo, un personaje identificable más allá de cualquier libro. Alguien que, por ejemplo, se ocupa en tiempo y forma de todas las tareas domésticas fuera y dentro del hogar, va a cada una de las reuniones del jardín de infantes de sus hijos ‒donde se jacta, además, de ser el único hombre‒ y que, en caso de sentirse deseado por alguna desconocida, corre asustado hacia su mujer, una golpeadora matriarcal que solo lo deja fumar en la ventana porque le molesta el humo. Desde ya, Knausgård ha tenido muchísima aceptación entre cierto público feminista y es fácil entender por qué: en su versión sumisa de la masculinidad se trafica la fantasía de un mundo de igualdad, un mundo sin antagonismos y sin ningún núcleo traumático alrededor de las diferencias entre los sexos. Un mundo acerca del cual el filósofo Byung-Chul Han también ha usado la frase “el infierno de lo igual”. Es frente a la amenaza palpable de esa sensibilidad anclada en la emasculación que puede leerse la literatura de Lee Child. Y ante esas amenazas totalizantes, en ese contexto, es que su poética se vuelve interesante.
un tierno desfase
La irrupción de Noche caliente, dos historias de Jack Reacher dentro del catálogo editorial de Blatt & Ríos, de hecho, es un signo de esperanza en sí mismo. Entre tantos libros de poetisas y estetas que hacen equilibrio entre lo pretencioso y lo ilegible y que, por supuesto, no tienen nada interesante que decir, la prosa simple y directa de Child en estas dos nouvelles, con un Reacher que a los 17 años pelea contra mafiosos en Nueva York o que, como militar, reorganiza la estructura de trabajo de Fort Benning, suena milagrosa. Sin ir más lejos, cuando describe a Joe Reacher, el hermano de Jack, a punto de ejecutar a una oficial de inteligencia que traicionó al Pentágono, Child escribe: “Pies grandes y torpes, en botas de cuero maltratadas, pero por lo demás un tranco elegante de piernas largas. Sin gorra. Pelo claro y corto, en retirada. Ojos azules, mirada franca, de alguna manera al mismo tiempo naif e inteligente. Una cara por lo demás común y silvestre, con rasgos apenas del lado correcto de lo insulso”. Creado en 1997 después de que James Grant recibiera un telegrama de despido del canal de TV en el que había trabajado durante 18 años y empezara a escribir thrillers bajo el pseudónimo Lee Child ‒un proyecto que ya acumula 36 libros, dos películas y la categoría mundial de best seller‒, Jack Reacher es un ex Policía Militar del Ejército de los Estados Unidos. Un hombre ingenioso, seductor y violento que a pesar de las condecoraciones y el respeto de sus camaradas prefiere deambular por el país a pie o en micro, nada más que con la ropa que lleva puesta y un cepillo de dientes ‒y los billetes que pueda conseguir con su inteligencia o con su impresionante capacidad para “abrir la carne y hacer correr sangre”‒ mientras resuelve distintos conflictos de intereses. En ese mundo, el mundo libre y justiciero de Jack Reacher, donde el dinero no es una obsesión reprimida sino un medio para vivir en la aventura, las cosas tienen, además, la honorable capacidad de ser lo que parecen: los malos son malos, los buenos son buenos, los hombres son hombres y las mujeres son mujeres. Y esto ocurre sin matices sensibleros ni menudeos hipócritas y, sobre todo, sin despojar a los personajes y a los lectores de la posibilidad de disfrutar y entretenerse. Lee Child suspende la pedagogía para llevarnos a un mundo que puede parecer uniforme, pero que por sobre todas las cosas es rústico y desesperado.
Ese es el noble edificio ideológico que el año pasado, con el estreno de Jack Reacher: Never Go Back, y a pesar de las deficiencias de cualquier adaptación contemporánea al cine de Hollywood ‒donde ya casi no se admiten el sexo ni la sangre ni la inteligencia‒, quedó definitivamente en pie. No importaba que los libros de Child circularan en Argentina (como todavía circulan) de manera discontinua y marginal: el mensaje vital de Reacher al fin podía escucharse a gran escala. Y ese mensaje era claro: el “infierno de lo igual” todavía no lo devoró todo. En el camino, fue también con Jack Reacher, la primera película, que en 2012 Tom Cruise ‒que ahora está filmando otra Misión imposible, acaba de estrenar La momia y ya anunció que trabaja en Top Gun 2‒ rescató al cine de acción de lo que parecía un caso terminal de hipoxia cultural arrastrado, como mínimo, durante la primera década del siglo XXI. Y es alrededor de este punto que la obra de Lee Child, editada por primera vez entre nosotros, no revela todavía su nota más alta: sin la fuerza de Reacher, ¿qué tan improbable hubiera sido que el mismo glorioso cine de acción con el que Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, Bruce Willis, Jean-Claude Van Damme y Steven Seagal le habían dado oxígeno mental y catártico a tantas generaciones de hombres se hubiera sofocado para siempre en el mismo arcón de infantilismo y degradación “antipatriarcal” en el que solo germinan películas sospechosamente castas y unisex como Rápido y furioso?