el día que se nos quemaron los papeles | Revista Crisis
el año del transa / ceo del hampa / vida conurbana
el día que se nos quemaron los papeles
Después del incendio que destruyó la casa de dos referentes sociales del conurbano, una investigación política se puso en marcha con el objetivo de contrarrestar a los narcos que ambicionan el control del territorio. Poco se sabe sobre este entramado que coloniza las periferias, perfora ámbitos institucionales y cuenta con un creciente potencial desestabilizador.
24 de Septiembre de 2012
crisis #12

Neka

El treinta de septiembre la vida de Neka cambió de un golpe. No sólo perdió en el incendio todas sus pertenencias materiales: “horrible es la sensación de que me arrancaron un modo de vida que habíamos elegido, que construimos con nuestras propias manos y del que disfrutábamos”, asegura. El fuego fue inapelable y arrasó con la casa entera, gracias a la insólita complicidad de los bomberos.

Desde ese día la misma pregunta martilla su cabeza: “¿contra quienes estamos luchando ahora?”. Si fueran sólo un puñado de dealers, los compañeros del Movimiento los sacarían a cohetazos del barrio. La noche del incendio varias decenas de amigos y familiares se reunieron en el galpón, masticaron bronca y decidieron no intervenir. Un milagro impidió que se desatara una batalla campal entre vecinos. O un razonamiento que sonó convincente: enfrentar a los narcos con su propia metodología sólo va a disparar una espiral de violencia. Después viene el vuelto. Y quizás haya que lamentar una vida humana. Palabras mayores.

Neka nunca se hubiera imaginado que iba a estar involucrada en este tipo de pelea (tan desigual), con gente del mismo barrio (tan parecida). Una guerra en la que tiene que moverse a tientas, porque nunca se sabe quién juega del otro lado. La policía es parte activa del negocio, de eso no hay dudas. Custodia y aporta logística en tiempos de paz. Liberó la zona para que los transas se manejaran a sus anchas cuando decidieron pudrirla. Y echó nafta al fuego amplificando la miserable acusación que pendió sobre Alberto, su compañero, con la idea de neutralizar el respeto que les tienen en el barrio, y así poder echarlos del territorio. No se descartaba el linchamiento, in situ.

Neka sospecha que son los comisarios quienes le enseñan a los transas el rudimentario saber político que están empleando. “Decí que los vecinos no se tragaron el cuentito y los transas tuvieron que traer gente de afuera”. Aun así, al otro día, un dudoso diario digital de la zona se refirió al episodio con un llamativo titular: “Pueblada en Pico de Oro”. El libreto estaba escrito.

Ileana

“Lo que nos sucedió a nosotros es una muestra del fracaso de ustedes. De su incapacidad para brindar protección. Si esto sigue así las consecuencias pueden ser desvastadoras, porque no vamos a permitir que nos maten un compañero. Si eso llegara a pasar, vamos a actuar por nuestra cuenta y riesgo”. Con estas palabras Alberto concluyó dramáticamente su relato de lo ocurrido, ante dos representantes de altísimo rango del Ministerio de Seguridad de la Nación.

Fue un momento particularmente tenso. Los funcionarios no intentaron defenderse. Reconocieron la impotencia estatal en términos operativos. Y dijeron: “veamos entonces lo que sí podemos hacer”. Hiperactiva y apabullante, Ileana se desespera por exprimir al máximo cada segundo. Tal es su combate contra el tiempo que a veces el apuro genera el efecto contrario y los minutos se le escapan sin remedio. Ella sabe que por mucho vértigo que le imprima al día, la distancia entre su alta investidura y la capacidad de intervención de que dispone no disminuirá en absoluto. Lo sabe pero igual lo intenta. Cierta experiencia militante previa le permite trazar un círculo de confianza con los denunciantes. No dice que no a nada pero tampoco promete soluciones inmediatas. Y ofrece un amplio abanico de recursos: enviar gendarmes a la zona de conflicto para pacificar en lo inmediato; que desembarque también un grupo de la Secretaría de intervención comunitaria para ayudar en la reconstrucción de la casa quemada e implementar proyectos culturales; avanzar en el plano judicial en distintos frentes.

Pero cada iniciativa implica reuniones con otros tantos funcionarios de otras tantas áreas ministeriales, algunos de los cuales pertenecen a otra línea del gobierno con la que mantienen una interna encarnizada, aunque tácita. Varias gestiones, por lo tanto, naufragan o languidecen. Las buenas intenciones no logran franquear la extrema compartimentación entre diferentes agencias del Estado. “Ineficaces pero buenos”, piensa Neka luego de la enésima reunión.

Claro que también existen, no muy lejos de allí, los que sí saben cómo intervenir en el territorio. Los que pelan el celu y ni siquiera tienen que anunciarse porque del otro lado ya saben quién habla. Muy posiblemente estos sean “los malos”. Pero con una llamada voltean al taquero que se jodió por meterse con el grupo equivocado. Y con otra llamada piden el cierre de la causa que le armaron a Alberto. Y luego prometen cosas que no saben de dónde las va a sacar, pero las prometen. Y lo más seguro es que cumplan.

Watson

Gobernar no es tarea apacible. Y Watson, ministro de Gobierno de Florencio Varela, lo confirma a diario. Años en la gestión le han hecho ver de todo. Acumular horas de vuelo. Nunca se quedó con un mango que no le correspondiera, pero sabe que la honestidad no alcanza cuando se trata de llevar las riendas de una zona caliente del Conurbano. Su secreto: tener actitud, obrar de acuerdo a la ley, sostener hasta el final la fidelidad al sentimiento peronista. Y poner la cara. No borrarse cuando el agua (o la mierda) rebasa los cauces. El que duda pierde y no se hace política para perder. A veces cunde el desaliento, pero una sola cosa lo aterroriza de verdad: el caos, ese fantasma de mil rostros.

La asamblea en Pico de Oro está a punto de hervor. Es domingo a la tarde. Watson afronta estoico los reproches vecinales y las críticas de las organizaciones sociales. La agresividad de la gente lo lastima, y al mismo tiempo lo fortalece. No consigue registrar todas las demandas que le formulan, pero igual se pone a disposición y promete soluciones. Sabe que necesitaría tiempo para considerar seriamente cada uno de los problemas que están aflorando, pero tampoco les resta legitimidad. La política no es solo juntar votitos y salir en la tele, piensa.

Está harto del tema de los transas. Quisiera matarlos a todos y que dejen de agitar en el territorio. Lo dice en la asamblea y lo repite cada vez que tiene oportunidad: el narcotráfico es su enemigo número uno. Pero el asunto es incontrolable. Lo desborda completamente. El negocio se hace en cualquier esquina, en cualquier oficina. Y no es prudente actuar sin pruebas. No tolera que le echen la culpa por el flagelo. Ni que lo cuestionen por actuar “desde la comodidad de lejanos escritorios”.

Watson también ha aprendido a desconfiar de todos y de todas. Una cosa son los auténticos vecinos a los que siempre hay que atender, y otra muy distinta son las organizaciones y los referentes que en realidad quieren hacer política. Y en lugar de colaborar buscan desprestigiar al gobierno, denunciando desde un lugar muy fácil. También le preocupa el cansancio. El territorio lo deglute todo. Hay que estar siempre alerta al juego de los medios. Las bandas aparecen como hongos aquí y allá. Es imposible anticipar para quiénes jugarán esta vez. Los hilos que vinculan al delito con la ley pasan por lo bajo, pero a veces también vuelan demasiado alto. Por eso es importante no perder el sentido de la desconfianza. Cualquier runfla es una amenaza potencial. El único modo de sobrevivir es ser serio en el propio territorio.

Cambá

A Neka y Alberto los había conocido en aquellas marchas salvajes del 2002, en la coordinadora de grupos piqueteros. Desde entonces se encontraron varias veces, muy ocasionalmente. Pero siempre que se juntaban Cambá notaba una fuerte afinidad. Por eso, al verlos en la tele denunciando la agresión sintió una sacudida. Avisó a sus compañeros de la Asociación de Derechos Humanos, y enfiló hacia Pico de Oro a ver qué se precisaba. Su instinto de investigador obsesivo hizo el resto. Cambá habló con varios protagonistas y reconstruyó en una noche la trama del conflicto.
Dice Alberto: “El asentamiento lo armamos en 2003. Hoy seremos en total unas cien familias. Cada toma de tierras es la posibilidad para las generaciones jóvenes de hacerse de lo propio. El complejo de viviendas está desde hace más tiempo, creo que desde los años setenta. El deterioro en la zona es imponente. Basta mirar el lugar para darte cuenta que no hay una vida organizativa, aunque hubo intentos pero esta dinámica narco generó un pacto de repliegue de la gente hacia adentro. La gente sale, trabaja, pero el tejido social está destruido. Sin embargo somos un barrio que está a veinte cuadras del centro de la ciudad. Yo creo que esa combinación de precariedad y cercanía al centro es lo que hace a Pico de Oro un lugar estratégico para los narcos. Más el corredor que supone la avenida Angelelli, una vía rápida entre Pico de Oro y Solari que conecta con otros distritos populosos”.
Ángel colabora en la Parroquia del barrio. Y agrega: “hay una franja de campo aquí cerca, donde podés ir de noche tranquilamente y evadir la visión, cortando por calles de tierra con características semi-rurales y casi nada de población. Podés ingresar un montón de cosas por ahí. Condiciones inmejorables para que puedas transitar o refugiarte en caso de tener que salir rápido. En Pico de Oro existen bandas dedicadas a la distribución de drogas y el reclutamiento de jóvenes desde hace muchos años. Entre nosotros la preocupación siempre estuvo, pero hay demasiados elementos que te inhiben de ir a denunciar. Una vez estábamos recorriendo el barrio y llega un pibe muy deteriorado a comprar, que exigía pero no tenía plata, y le da una trompada al vendedor. Inmediatamente uno de la banda saca el celular y en tres minutos había cuatro patrullas para repeler el ataque de este pibe que salió corriendo, y las patrullas detrás de él. O sea, los transas no tienen su propia fuerza de choque porque cuentan con protección de la Comisaría. Si la policía viene a defender el puesto es porque hay recaudación. Vos veías a toda hora pasando las bicicletas, motos, venían autos a comprar, un tráfico permanente de gente. Por un largo período fue así, era un puesto próspero, muy dinámico, activo”.
Claudia hace poco se recibió de Trabajadora Social y ahora labura en el Centro de Salud. Su relato está lleno de angustia: “Algunos pibes ya venían mal, sin guita y marcando lugares posibles de afano. Cantidad de veces gente que llegaba tarde del trabajo, cuando ya los vecinos estaban durmiendo, fueron asaltados, golpeados, por chicos que a lo mejor estaban comprando y de paso se hacían una changuita para recuperar lo que se invirtió. Por eso ellos tenían una guardia de pibes en las esquinas, postas. Evitando el revuelo y para cuidar el cargamento que almacenaban. Porque podrían ser también mejicaneados por otro grupo. Llegaron a ser casi cien pibes laburando intensamente. Vos entrabas dos o tres de la mañana y veías los chicos haciendo esquina, pero en verdad estaban laburando, avisaban con un sistema de silbatos, se movían bicis”.
Militante de la primera hora en el mismo grupo que Neka y Alberto, Pablo recuerda: “Hubo un tiempo, hace tres o cuatros años, en el que se hicieron varios operativos espectaculares, con helicópteros y un despliegue de tropas impresionante, enmascarados, con escudos. Aterrizaban los helicópteros en el barrio, y el grupo GEO copaba los monoblocks. Pero los transas siempre desaparecían antes. En los días previos se detenía el movimiento. Se armaba el dispositivo, venían los noticieros, se hacían allanamientos, pero a los tres o cuatro días ya estaban trabajando de vuelta. Se los podían llevar para averiguación de antecedentes, o le encontraban algún fierro, pero eso no les impedía seguir trabajando. Nunca, por ejemplo, hubo tiroteo ni resistencia por parte de los narcos, porque como te digo ya el día antes empezaban a desmontar. Es evidente que había una comunicación de las fuerzas para que despejaran todo aquello que los podía comprometer. O a veces caía alguno pero con pequeñas cantidades. Porque eso también es característico: que no hay un solo lugar que vende, sino muchos puntos de venta. Si hay una caída no agarran todo. Es un trabajo en red impresionante, en una manzana hay tres o cuatro personas que venden. Deben querer evitar tener todo concentrado en un único lugar. Estos grupos son capaces de generar impactos políticos, no son fenómenos que tienen que ver sólo con la violencia y el crimen. Te convierten una zona en un infierno, con los medios amplificando, y te generan una situación de desgobierno en el instante”.

Patán

Cuando el periodista Ricardo Ragendorfer, alias Patán, escuchó lo sucedido en Pico de Oro hizo una mueca y lanzó una frase de endemoniado poder sintético: “la policía es el CEO del hampa”. A pesar de las diferencias evidentes en escala, estamos ante la misma matriz que fue descrita en el informe elaborado por el Senado Provincial sobre el caso Candela: “la policía no asesinó a la nena pero hizo todo lo que estuvo a su alcance para ocultar lo ocurrido, porque los protagonistas del crimen son socios de la Bonaerense en sus diferentes negocios”. Si en países como Colombia y México las organizaciones delictivas reclutan agentes policiales o militares y disponen de poder de fuego propio, aquí es la policía misma quien organiza a las bandas criminales y regula su crecimiento.

Durante la gobernación de Duhalde, allá por los años noventa, específicamente bajo el mando del polaco Klodczyk, la Bonaerense (también llamados “patas negras”) se convirtió en un sistema corporativo único y coherente, una estructura empresaria de recaudaciones centralizada y piramidal. La repartija se implementaba desde la cumbre, e incluía al aparato judicial y al sistema político. Ni las numerosas purgas internas, ni los intentos reformistas de Luis Lugones y León Arslanián, pudieron con el asombroso poder de adaptación de la máquina organizativa montada por los “patas negras”. A la Bonaerense le han cambiado en varias ocasiones el organigrama para intentar moldearla de otra manera, pero su matriz de funcionamiento se forja en el territorio al que pertenece.

El manejo de información es el combustible inmaterial para la reproducción del autogobierno, su principal conquista y el corazón de su poder. Información útil para montar negocios rentables; data valiosa para regular a las bandas y mantener el control del territorio. Los sucesivos descabezamientos de cúpulas no lograron desactivar el sistema de linajes que tiñe todos los estamentos de la institución, desde su base misma. Cada intento por intervenirla desde el poder civil fortalece el espíritu de cuerpo. La introducción de la Gendarmería en tareas policiales muestra hasta qué punto el conocimiento del territorio es la clave: “los gendarmes cumplen las funciones de un ejército de ocupación, pero su eficacia depende de la rotación de los efectivos; ya hay estudios que muestran que las denuncias más graves contra esta fuerza se dan allí donde se afincan. Por el contrario, los ‘patas negras’ conocen y gradúan la violencia en el Conurbano. Sus cuadros combinan una cintura política florentina con una capacidad de torpeza y brutalidad bastante únicas.

Los esquemas lógicos no sirven para pensar estas cosas”. ¿Narcos? “Claro que hay. Argentina es un país de tránsito sí, pero de tránsito lento”, sonríe Patán. Aunque no cree que existan cárteles que actúen en el territorio nacional. Lo preocupante es que las policías están ocupando el lugar en relación con la política que antes ocupaban las fuerzas armadas, como se hizo evidente en el golpe paraguayo de mediados de año.

Duque

La conducción de la Policía de Seguridad Aeroportuaria está conformada por civiles con muy poco aspecto de canas. En esta fuerza creada en 2005 no se promueven las típicas formaciones marciales, ni tienen a Rambo como paradigma del agente ideal. “Los veo demasiado blanditos”, les dijo uno de los principales alfiles del gobierno nacional, últimamente abocado a cuestiones de seguridad.

El Duque forma parte de la jefatura de la PSA y parece un empleado estatal progre de cuello blanco. Se mueve sin custodios. “Mirá, aquí hay tres maneras de relacionarse con los narcos. Pactar, que es lo que hace una parte de los políticos, jueces y funcionarios. Nosotros no queremos. La otra es enfrentarlos a como dé lugar, sin miramientos institucionales, sin reparar en legalismos. Nosotros no podemos. La tercera es judicializar el combate. El problema es que muchas veces los jueces y los fiscales no van a fondo. Hace poco, por ejemplo, entregamos el informe de una investigación completísima sobre cómo operan las redes narcos en una provincia del interior (que no te voy a decir cuál es), donde estaba involucrado el comisario general. El juez ordenó todos los allanamientos menos el que correspondía a la institución policial. ¿Qué hacés en ese caso?”. Algunos días después supimos por los diarios que habíamos estado hablando sobre la provincia de Santa Fe. “Nosotros no podemos hacer nada ilegal”, prosigue el funcionario. “Pero dentro del marco republicano, hay que encontrarle la vuelta para que ‘los buenos’ tengamos eficacia en la lucha contra ‘los malos’. Si el juez no quiere avanzar, yo no puedo ir por mi cuenta a buscar al comisario corrupto. Pero, ¿qué pasa si esa información se filtra y la agarra un periodista?”.

Por su ubicación estratégica en la custodia de los aeropuertos, la PSA ha llevado adelante numerosas investigaciones y allanamientos vinculados al tema narco, pero el Duque no posee una idea acabada de la naturaleza del problema. Un día asegura: “no te vayas a creer que hay grandes narcotraficantes en Argentina, acá está lleno microemprendimientos, miles de pymes, el negocio está totalmente anarquizado”; y a la semana siguiente sostiene: “yo creo que en cinco o seis años aquí estamos con cárteles como en México o Brasil”. El escollo fundamental, reflexiona, “es la nula coordinación entre las diversas agencias estatales. La burocracia y los formalismos te impiden cualquier articulación con otras dependencias como la AFIP o la UIF (Unidad de Información Financiera). Todo es muy lento, muy trabado. El Estado corre dos km atrás. Mientras, los narcos tejen redes y se meten por cualquier agujero”. La propia Policía Aeronáutica tuvo el bautismo en marzo de este año, cuando un funcionario de su Unidad Operacional Antiterrorista y un ex empleado de la fuerza fueron descubiertos facilitando el ingreso de traficantes africanos a ciertas áreas restringidas del aeropuerto de Ezeiza, donde forraban a las mulas antes del viaje. Dicen que en el momento de la detención, sus propios compañeros lo trataron de manera ejemplar.

Pero la anécdota que más le gusta contar a Duque involucra al administrador del Registro Único de Análisis del Narcotráfico (RUAN), base de datos creada por Aníbal Fernández en 2007 a instancias de la DEA, quien fue detenido luego de intentar mejicanear a una mulita en Belgrano. Tomarse con humor tales impudicias puede sonar cínico pero también habilita cierta lucidez, como cuando el Duque se ríe de las quejas de los vecinos de exclusivos countries, horrorizados por la llegada de más y más colombianos, que se pasan el día entero en la pileta, disfrutando las bondades de la buena vida burguesa. “Estamos esperando que nos exijan allanar el country, con el mismo tono de indignación que usan para pedir razias en las villas”.

Alberto

Su mente propensa a los razonamientos geopolíticos se explayó durante la conferencia de prensa celebrada en la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires. Habló de responsables políticos, del torniquete de complicidades que sojuzga a los ciudadanos, incluso llegó a decir que la introducción del narcotráfico en los barrios populares es una táctica contrainsurgente que ha sido desplegada en países como Colombia y México, y últimamente en Paraguay y Bolivia, con la intención de pudrir desde abajo procesos políticos como el zapatismo o gobiernos progresistas como el de Lugo y el de Evo. A modo de conclusión, Alberto propuso un juicio sugestivo: “no estoy de acuerdo con llamar ‘zonas liberadas’ a los territorios donde los narcos operan sin impedimentos. Más bien son espacios ultra sometidos, donde la vida se hace muy difícil. No podemos permitir que se apropien de nuestras palabras. Una zona liberada es un territorio donde el poder capitalista no logra hacer pie, y donde aparece otra idea de lo social, más igualitaria, más digna, más feliz. Nada de eso ocurre en los barrios cuando son copados por los transas”.

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