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Guillermo González: el hombre local de la DEA
La agencia antinarcóticos norteamericana tiene delegados en nuestro país desde la década del setenta. Figuras completamente desconocidas para la opinión pública, que responden a las órdenes directas de la Embajada de Estados Unidos. En esta nueva saga de la historia de la DEA en Argentina, revelamos quién es su hombre en la actualidad. Surgido de la cantera de la policía bonaerense, “Gonzalito” logró ganarse la confianza del organismo que tiene a su cargo la siniestra guerra contra las drogas.
Ilustraciones: Ezequiel García
13 de Octubre de 2021

 

Sobre Guillermo González se dicen muchas cosas. Que trabaja para la Embajada de Estados Unidos. Que crece porque los yanquis no tienen a otro. Que como ex policía bonaerense conoce bien el oficio. Que heredó la agenda del ex comisario Mario Naldi, su mentor. Que es un “che, pibe” de los agentes de la DEA. Que se mueve como nadie en el inframundo donde se cruzan servicios de inteligencia, magistrados, fiscales, policías y cualquiera que busque el cobre estadounidense.

El perfil de González no es bajo: es subterráneo. En parte por su personalidad, pero fundamentalmente porque la agencia norteamericana no le permite expresarse públicamente. De hecho, esa fue su respuesta cuando lo contacté. No hay fotos suyas en los diarios y portales. Tampoco entrevistas en los archivos. Sin embargo, en el camino para llegar a ser “el” agente de la DEA, debió asociarse y competir con quienes lo precedieron.

Acomódense… porque esta es una historia de película.

 

titanes en el ring

El primer argentino que trabajó para la DEA en el país se llamó René Abraham Tenembaum. En realidad, fue contratado en 1970 cuando aún funcionaba la Bureau of Narcotics and Dangerous Drugs, paso previo a la creación de la agencia antidrogas por parte de Richard Nixon el 1 de julio de 1973. Eran otros tiempos, Buenos Aires aún figuraba como Oficina Regional, estatus que perdería en 1974.

El alter ego artístico de Tenembaum era René Chevalier, el campeón israelí en el popular Titanes en el Ring desde 1962. Fue el primero de la zaga de argentinos que se movieron orgánicamente en el país para que la DEA consiguiera lo que siempre busca: contactos, beneficios y acceso a información privilegiada. Lo hizo durante casi cuarenta años. Hagamos una salvedad: los autóctonos que trabajan para la DEA en Argentina no son agentes ni investigadores, son empleados de la Embajada.

Si bien la responsabilidad de Tenembaum dentro de la DEA porteña fue creciendo a la par de su popularidad, nadie supo de su doble vida hasta que hubo problemas en algunas giras con los Titanes por el exterior, lo que provocó rispideces con el líder y promotor del espectáculo, Martín Karadagian. Algunas versiones sostienen que habría sido detenido en Chile, hasta que por gestiones de la DEA lograron liberarlo.

Tenembaum fue la mano derecha de Michael Levine como jefe de la Agencia en Argentina entre 1978 y 1982. Durante ese tiempo fue cuando se institucionalizó la presencia de la DEA acá. Aunque muchos rebajaron su función a pinche, el actor empezó a participar en reuniones formales e informales, incluyendo asados con célebres integrantes del Poder Judicial. En los últimos suspiros del gobierno radical, Tenembaum vio con sus propios ojos cómo se conformaba la Orden del Martillo, organización compuesta por jueces y fiscales argentinos para tratar exclusivamente con Estados Unidos.

El luchador de Titanes en el Ring fue uno de los pocos que conoció de primera mano cómo la DEA actuaba en consonancia con los intereses de la última dictadura militar. El gobierno de facto usaba los trabajos conjuntos con la Agencia norteamericana para mostrarse internacionalmente como parte de la tan mentada “guerra contra las drogas”.  Supo, por ejemplo, de qué manera implementó en Argentina las extradiciones de facto, eufemismo para encubrir secuestros de sus objetivos cuando las solicitudes de extradición eran negadas por los jueces locales. Pero como nadie se lo preguntó, se llevó toda la información cuando falleció en 2015, tras casi cuatro décadas como empleado de los norteamericanos.

 

problemas de cartel

Promediando la década del ochenta, mientras el gobierno de Raúl Alfonsín sometía su política de drogas al escrutinio de la DEA cada seis meses, apareció un competidor en el camino de Tenembaum. No fue de la nada sino a partir de la Operación Langostinos en 1988. Mientras la DEA institucionalizaba su vínculo con las policías provinciales y algunas de ellas conformaban la División de Drogas Peligrosas con donaciones de la agencia norteamericana, el excéntrico fotógrafo Carlos Savignon Belgrano quedaba bajo la mirada de propios y ajenos porque, luego de actuar como informante, era detenido tras ser considerado parte de una célula del Cartel de Medellín comandada por John Arroyave Arias.

Corría 1990 cuando automáticamente se activó la red de lealtades locales que tenía a la cabeza al vicepresidente Eduardo Duhalde. El barón de Banfield no dudó en presionar a jueces y fiscales, que -en lugar de temer a la DEA- habían metido en el calabozo a su informante por considerarlo integrante de la banda. Por esos días sucedió algo inédito: en defensa del argentino se presentó a atestiguar Ernest Batista, jefe de la estación de la Agencia en Buenos Aires. Dato clave a la hora de mensurar el gesto: gracias a la inmunidad diplomática, los agentes norteamericanos están eximidos de rendir cuentas ante la justicia criolla.

La detención del fotógrafo Savignon representó un momento de quiebre para la DEA en el país. Por fin comprendía que ya no trataba con militares sino con gobiernos democráticos. Otros ojos comenzaban a posarse sobre la discrecionalidad con que se movía en suelo nacional. La Agencia confirmó allí que la pata local solía fallar. Tenembaum, que gozaba de una formación silvestre y limitada, acostumbraba a trastabillar a raíz de su carácter volcánico ante los interlocutores de turno. En tanto que Savignon Belgrano iba de yerro en yerro y a contramano de lo que se demanda a quien se mueve por esos laberintos oscuros: exprimía tan a fondo su pico de fama que llegó a esperar a la tenista Gabriela Sabatini a bordo de una moto Kawasaki cuando llegó al aeropuerto de Ezeiza después de ganar el Abierto de Estados Unidos.

Ese vacío abrió una búsqueda laboral que tardaría un lustro en ser satisfecha. El nombre que completase de ahora en más el casillero debía ser cauteloso, discreto, operativo y tener su propio recorrido. Nadie lo decía, pero también debía poseer un escaso orgullo patriótico. Podía saberlo o no, pero comenzaba el momento del tercer argentino de la DEA.

 

café blanco

A Guillermo “Gonzalito” González nadie lo vio venir. Solamente el comisario de la bonaerense Mario Naldi, quien vivió su época de estrellato cuando participó de varios operativos para desactivar secuestros extorsivos como los que llevaba a cabo la familia Puccio en San Isidro. Se conocieron a fines de la década del ochenta, luego del paso de Naldi por la Unidad Regional de Tigre. La agencia norteamericana prestaba especial atención a quienes trabajaban en el área abocada a drogas. Cuando los identificaba, les hacía una visita y si el policía en cuestión se prestaba a ese juego, lo premiaba con información, recursos y viajes. La División de Narcotráfico Norte era su predilecta. Allí, uno de los escoltas de Naldi era Gonzalito.

El vínculo entre Naldi, Ernest Batista y Terry Parham, los jefes locales de la DEA, se coció a la par que se enfriaba la relación entre la agencia norteamericana y la Policía Federal debido al affaire Savignon Belgrano. El caso clave fue conocido como Café Blanco, en el que, tras dos años de trabajo bastante desprolijos, se incautaron 1030 kilos de cocaína traídos en avionetas desde Colombia a un campo en Catamarca. Sucedió el 7 de marzo de 1995 y fueron atribuidos al cartel de Cali. Un argentino acostumbrado a esos trotes, Mario “El Gallego  Álvarez”, ofició de informante/instigador del delito, lo que no estaba permitido por la ley argentina. La DEA inicialmente apoyó el operativo diseñado por Naldi. Pero luego, al detectar torpezas y el expreso deseo de Carlos Menem de sacar una tajada para su campaña de reelección, solo acompañó con un aporte monetario, incluyendo 50 mil dólares para Álvarez, que no tardó en fugarse.

En esa oportunidad, Naldi trabajó hombro con hombro con Stiuso y su escuadrón de la secretaría de inteligencia estatal, especializado en interceptar teléfonos. La SIDE aportaba recursos económicos, tecnología y hombres por fuera del control gubernamental.

Esa sociedad fue capturada a la perfección por una foto sacada después del operativo Café Blanco en Catamarca el mismo 7 de marzo. En la imagen se observa a Stiuso que toma del hombro al entonces comisario Guillermo González, quien a su vez está tomado del hombro de Mario Naldi, quien señala uno de los lugares en donde encontraron la droga. Quien no aparece es Terry Parham, el agente de la DEA que los acompañó. No se trataba de una circunstancia menor para ninguno de los que estaba allí, pero mucho menos para González, porque significó el punto de partida de su relación con la DEA.

De izquierda a derecha: el segundo es Antonio Horacio Stiuso, el tercero Guillermo González y el cuarto Mario Naldi. La foto es de marzo de 1995, en Catamarca, después del operativo Café Blanco.

 

En medio del torbellino que se desató luego de que se conocieran las irregularidades acaecidas en Café Blanco y que llevaron a que Naldi fuera pasado a retiro, su nombre no aparecía en ningún lado. La prensa no aludía a él. Prácticamente no se sabía sobre su existencia, solo la DEA reparó en ese comisario flaco de bigotes gruesos y fumador empedernido. La agencia puso el ojo y los privilegios. Después del operativo record, Guillermo González quedó bajó su órbita. El discípulo de Naldi tenía los contactos que da el oficio y conocía a la perfección el paño. Era algo que ni Savignon ni Tenembaum detentaban. También gozaba de un plus: la ventaja que da la discreción, algo que Naldi no experimentaba. Pero aún faltaba la frutilla del postre para que González ingresara de lleno en la DEA. Eso significó en su carrera el operativo Strawberry. Lo llamativo fue que se trató, nuevamente, de un operativo mal hecho.

 

strawberry fields

Café Blanco representó un cambio de estrategia para el cartel de Cali. La pata argentina ya no les daba garantías, por lo que enviaron al país a Alberto Rodríguez Vargas, especialista en crear rutas seguras para el tránsito de droga. El delegado de los jefes del cartel armó una empresa de importación y exportación de pulpa de frutillas y ananá colombianos y de manzanas argentinas que fue todo un éxito: Viardot SA. La firma constituyó domicilio en Tigre.

A mediados de los noventa, Argentina era tentadora para los narcos por sus escasos controles, pero también por la facilidad para ingresar a Estados Unidos. Antes de mandar el primer cargamento importante, el cartel colombiano probó la ruta durante más de un año y medio. A partir de acá, los caminos se bifurcan. La investigación tiene orígenes diferentes según a quien se escuche. La versión oficial ubica a tres viejos conocidos en el centro del escenario: el juez pro DEA, Roberto Marquevich, el retirado Naldi y el comisario González. Y de fondo la SIDE pinchando teléfonos.

Según Naldi, como la droga bajaba en Hamburgo, le dio participación a la Embajada de Alemania. Ñoño [Naldi] asevera que la DEA no participó porque la droga iba hacia Europa y allá no se mete; y no explica cómo ni por qué, pero dice que quien quedó al frente de la investigación por decisión suya fue Guillermo González.

Se puso en acción la dinámica policial de siempre para blanquear un operativo: una llamada anónima a una dependencia de la Policía Bonaerense en Tigre alertó sobre la presencia de narcos colombianos en la zona. Un elemento se le escapó a los observadores en ese momento: a pesar de haber sido pasado a retiro, Naldi siguió detenidamente el desarrollo de la investigación solo que esta vez con la camiseta de la SIDE.  Hay otra versión, no conocida hasta ahora. Es la del espía e informante de la DEA durante casi 20 años, Julio César Pose: “A Strawberry la inventé yo con un muchacho que se llama Nicolás Capoano, a quien conocí durante el servicio militar, y con José Luis Rivero, sanjuanino y muy amigo de Gonzalito”.

Pose sostiene que cuando le llegó el dato supo que no podría hacer la operación porque su jefe en la SIDE, Alejandro Brousson, le había impuesto como condición que no trabajase con la DEA. Entonces se la sirvió en bandeja a su amigo Fino Palacios y fueron a ver a un agente alemán llamado Kurtz. El espía asegura que, en medio de sus conversaciones con el teutón, Rivero filtró la información a la Policía Bonaerense. Es González, de acuerdo con su relato, quien se la lleva a la DEA, que finalmente termina robándosela a los alemanes. Lo que modificó la ecuación, cuenta Pose, es que Estados Unidos paga y Alemania no. Kurtz no quedó afuera, pues empezó a trabajar en conjunto con la DEA y la Bonaerense con González a la cabeza.  

A priori, todo terminó el 30 de abril de 1997 cuando, bajo el comando del juez Marquevich, efectivos del GEOF descendieron del techo de un galpón en General Pacheco para decomisar lo que creían que eran 1000 kilos de cocaína pero terminaron siendo 2177 kilos que el cartel de Cali pretendía enviar a Alemania. Estaban ocultos entre una millonaria exportación de cajones de pulpa de frutas congeladas. Se trató del operativo antidrogas más importante de la historia argentina.

 

agencia federal

Mientras el show montado por Marquevich rendía en rating, la policía alemana veía cómo se frustraba el plan que habían montado en el puerto de Hamburgo para desbaratar a los dealers locales tras lo que preveían que iba a ser una entrega vigilada. Todo concluyó en un conflicto diplomático entre ambos países. Policías que participaron en el operativo estimaron que si Marquevich no se apuraba y dejaba que el circuito se completase, el botín hubiera sido el doble, solo que no iba a ser en suelo argentino. Sería el comienzo de una serie de irregularidades que terminarían derrumbando el expediente judicial. Dos años después, el Tribunal Nº3 de San Martín declaró nulo el juicio debido a graves irregularidades durante la investigación. Fundamentalmente, la ilegalidad de una parte de las escuchas llevadas a cabo por la SIDE. En conclusión, a pesar de la droga incautada, no se había desbaratado ninguna organización, ni atrapado a los responsables. Luego, la Cámara de Casación ordenó que se llevase a cabo otro juicio. Finalmente, los dieciséis imputados iniciales quedaron absueltos y libres. 

En todo ese despelote, el gran ganador fue González, a quien se le abrió definitivamente las puertas de la DEA. La agencia cuida y valora como ninguna a quienes la sitúan primera en su lista de prioridades. A partir de ese caso, el comisario se convirtió en un empleado de la Embajada: sería el encargado de los recados, quien recibía a los visitantes, el puente con los informantes y en ocasiones el chofer.

A medida que copaba los lugares de Tenembaum, González visitaba jueces y ex compañeros policías. Toda una red que la agencia norteamericana usufructuaría y robustecería a base de recursos. Aunque competían, también se complementaban. Uno de los comisarios mendocinos formados por la DEA que los vio en acción fue Oscar Sentilini, quien admite sin muchas vueltas que los operativos antidrogas más importantes en los que participó la Policía de Mendoza fueron coordinados por la agencia norteamericana. No obstante, Sentilini se percató -en campo- cómo se ensamblaban González y Tenembaum. Así lo cuenta: “González fue quien logró que el gobierno provincial se interese en trabajar con la DEA sobre la base de recursos. Eso ocurrió a fines de los noventa. A los cursos que eran en Estados Unidos los pagaba la DEA. Ahí se sistematizaban los conocimientos, nos donaban vehículos (motos, autos, camionetas, camiones), vehículos equipados para realizar vigilancias a distancia (ya sea fílmico o escuchas) y apoyo económico. En cambio, Tenembaum era el cemento de contacto que actuaba cuando González no lograba convencer a los mandamases provinciales. Lograba que se abriesen las puertas necesarias. Ablandaba posiciones que los políticos no lograban ver, por medio de comidas en las que reunía a los diferentes actores”.

Una de las principales tareas de González es la de tantear. Antes de que el agregado diplomático o un agente de la DEA se presenten en despachos de ministros, jueces, fiscales, o un nuevo jefe de alguna fuerza de seguridad federal o provincial, González mide la temperatura de la disponibilidad de la persona en cuestión.

El abogado especialista en extradiciones, Carlos Broitman, defensor del financista del Triple Crimen, Ibar Pérez Corradi, y de los narcos colombianos Ignacio Meyendorf y Henry “Mi Sangre” Londoño, tiene una buena relación con Guillermo González. Para él, Gonzalito tiene el background de advertirle a la DEA qué abogado vende humo y cuál no, con cuál se puede negociar y con cuál no. Eso conduce a la creación de un listado sui generis de abogados facilitadores. O sea, letrados que logran acuerdos para sus clientes en función de los intereses de la DEA. Como premio, algunos de ellos son impulsados en sus carreras judiciales. Según Broitman, muchos de sus pares quieren tocar puertas pero no saben cómo, ni cuándo, ni dónde. Tampoco entienden cómo se negocia con la DEA o con el Ministerio Público en Washington. En fin, es el dedo del ex comisario de la Bonaerense el que señala con quién sí y con quién no. 

 

la nueva normalidad

2020 fue un año crítico en la relación entre la DEA y Argentina. En octubre, se conoció la sentencia contra el mencionado Julio Pose, quien de esa manera se convirtió en el primer informante, reconocido oficialmente por la DEA, condenado en Argentina.

 Sin embargo, esa causa originada en diciembre de 2003 es importante por otros motivos. En ella, según la sentencia, se comprobó que la DEA financia a fuerzas de seguridad argentinas sin que conste en ningún lado, hace espionaje aunque esté prohibido y ha instigado el delito de narcotráfico para lograr su cometido. Aparte del entonces jefe de estación en Buenos Aires, Tony Greco, y su segundo, Tkai Solís, quienes acompañaron a Pose en todo el proceso, fueron también el agente Arthur Staples y René Tenembaum, escoltado por Gonzalito. Por eso, aunque la Embajada no permitió que Greco, Solís y Staples declararan, tanto Tenembaum como González quedaron obligados a hacerlo en 2004.

Cuando fue su turno, Tenembaum tenía 74 años. Mintió al afirmar que no intervenía en los casos, pero quienes le preguntaban no sabían nada de nada. Y agregó, aunque no le prestaran atención, que la DEA tenía vínculos estrechos con Misiones, Córdoba, Salta, Jujuy y Mendoza. Ningún funcionario judicial lo interrogó sobre lo obvio: ¿Eran conscientes de que la DEA no podía transportar droga por el país ni hacer procedimientos?

Seguramente sí, pero no les importaba. Tanto él como González ratificaron la coartada de Pose, que aseguraba que había actuado como informante según lo disponía la ley N°27.737. Es la primera y única vez que dos contratados por la DEA en Argentina declararon frente a un tribunal. Pero fue poco lo que cambió del modus operandi de la agencia yanqui.

Durante buena parte de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, la DEA (y por ende Gonzalito) tuvo como principal interlocutor a Aníbal Fernández, quien acató todos sus pedidos excepto uno: la legalización del consumo de estupefacientes, que la DEA siempre rechazó. En cada reunión, Aníbal descalificaba a quienes dentro del gobierno, como el entonces interventor de la Policía de Seguridad Aeroportuaria, Marcelo Sain, enfrentaban a la DEA. En una ocasión, según lo reveló Wikileaks, lo llamó “elefante con metanfetaminas”. Su interlocutor no era otro que el embajador Anthony Wayne.

Pero todo voló por el aire durante el segundo gobierno de CFK. Puntualmente con la llegada de Nilda Garré al Ministerio de Seguridad. El hecho que cortó todo vínculo fue la incautación del material para entrenamiento de la Policía Federal que traía un avión militar norteamericano, aunque las asperezas ya tenían historia. Una de las cosas que más molestaba al gobierno de Cristina eran las críticas que se vertían en los informes anuales que difunde la Agencia.  Desde 2009 el capítulo argentino llegaba cada vez con más cuestionamientos que luego eran replicados por los medios de comunicación y la oposición. El encargado de curar levemente las heridas era el Secretario de Seguridad Sergio Berni, quien, durante una reunión con la DEA, cargó contra la información que les entregaba González. A su juicio estaba viciada y en muchos casos eran apenas recortes de columnas publicadas por el diario La Nación. Algo le costaba aceptar a la administración de Fernández de Kirchner, que bregaba por reducir la discrecionalidad con la que se movía la DEA: las agencias norteamericanas más activas habían construido vínculos con sus pares argentinos que trascendían las administraciones nacionales. La DEA se llevó a sus agentes a Montevideo, pero siguió alimentando la relación con las provincias, que se animaban a desafiar al gobierno nacional. 

Se suele incurrir en un error de diagnóstico a la hora de mensurar el poder y la penetración de la Agencia: no necesita tener un batallón de agentes en Argentina porque en las áreas de inteligencia, drogas y hasta en las propias cúpulas de cada fuerza tienen interlocutores directos. Es más, sin darse cuenta el propio kirchnerismo había puesto al frente de Drogas Peligrosas de la Federal al hábil Néstor Roncaglia, un producto de la DEA desde 1993. Luego, con Patricia Bullrich, pasaría a conducir la fuerza.

Cuando el macrismo llegó al poder, González llevaba casi dos décadas enrolado en las filas de la DEA local. Ya no había nadie que le hiciera sombra. Tenembaum había fallecido en 2015, mientras que Savignon Belgrano, ya octogenario, fue relegado a una agencia contra los ciberdelitos. A cargo de Seguridad, Patricia Bullrich también acató todos los pedidos de la agencia antidrogas. La ministra estrella de Macri le allanó el camino a la DEA cada vez que desembarcaba en las provincias, le permitió recuperar su lugar en la Triple Frontera, le abrió de par en par el acceso a las cuatro fuerzas federales de seguridad y fundamentalmente le concedió la creación de los Grupos Operativos Conjuntos, cuyos integrantes eran seleccionados por la DEA.

De allí que a poco de asumir Sabina Frederic, Rodolfo Cesario, el jefe de la DEA porteña, fue escoltado por Gonzalito en la reunión en la que presentaron un pliego de demandas ante la funcionaria. Poco después, Argentina ingresó en cuarentena. La pandemia devolvió a los agentes norteamericanos a su país y la crisis gubernamental que abrió la derrota en las PASO hizo que Frederic fuera reemplazada por Aníbal Fernández.

Solo una cosa se puede asegurar: es una gran noticia para Guillermo González.

 

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