nadie sabe lo que es la vejez | Revista Crisis
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nadie sabe lo que es la vejez
El virus nos obligó a enfrentarnos con el aislamiento, la fragilidad y niveles de incertidumbre desconocidos. Las personas mayores de sesenta años fueron las primeras apuntadas en la lista de quienes corrieron mayor peligro. Especialistas de todo tipo sentenciaron que debían extremar como nadie los cuidados y el encierro para mantenerse con vida. Seis personas consideradas de riesgo por su edad hacen un balance minucioso sobre cómo han atravesado la pandemia.
19 de Mayo de 2021
crisis #47

 

Vivo la pandemia como vivo mi vida, que es una cuarentena y un riesgo diario hace 25 años. Desde que nació mi hija, que tiene parálisis cerebral por mala praxis en el parto, tengo que asistirla en lo que ella no puede hacer sola: comer, hacer pis, dormir, tener bien la piel, poder respirar bien. Al mismo tiempo fui perdiendo mis salidas libres. Hoy pienso que quizás ese cuidado termina siendo descuido personal, pero la situación me paralizó, siempre tenía que actuar. Soy madre enfermera, con todas las dificultades que puede traer esto. Sentí el riesgo a diario de que algo podía pasarle y de que yo tenía que estar con ella. Antes no veía la vida como un riesgo. [Se frena]. Disfruto de muchas cosas pero se me está yendo ese viento, esa cosa mía.

Nunca existió el tiempo de reloj y de golpe me vinieron todos los tiempos marcados. Mi ideal era ni siquiera tener un marido, andar por la naturaleza, que los vínculos surgieran. Ante esa situación con mi hija, me creé ese ambiente adentro; busqué que no termine en terapia intensiva, que no esté desconectada, que pueda tener otras percepciones, que le canten, que la acaricien. Miles de veces me dijeron “es una planta, no mira, no hace esto, no hace lo otro”. Y yo decía: “Ella hace un montón de cosas”. La medicina sabe de patología pero no de la vivencia. Eso lo sabe el que acompaña. Yo la llevaba al pasto para que mire una hormiga, para que toque una hoja. Es una situación demasiado absoluta, requiere mucho tiempo, es comprender un lenguaje distinto.

Ahora con el Covid salió el tema de morir en soledad y la discapacidad es soledad. Ella empezó a dejar de salir cuando se deterioró la silla de ruedas pero también cuando fue más grande y la mirada exterior implicaba tener que dar explicaciones. Escuché decir dos o tres veces “ahí viene el monstruo”. O en el parque: “No molestes”, o “pobrecita la nena”. Es muy doloroso. ¡Es fatal cuando vas a un lugar de placer! Todas esas cosas me fueron llevando a una situación de aislamiento. Mi vida es un aislamiento. Por lo menos acá en mi casa escucho música, me río. [Mira para arriba]. Pienso qué situación tan similar la que le está pasando al mundo. Y, por otro lado, qué locura lo que está pasando con la vida. De este virus no sabía bien hasta dónde podía afectar y no se sabe cuándo se va a terminar. Es lo infinito. Quizás esa incertidumbre es la angustia, no poder prever.

Con mi hija, al principio, eso mismo me hacía buscar respuestas médicas: si iba a caminar o tener determinados logros. Pero no sabían. Me acostumbré hasta que no busqué más explicaciones. Esto del Covid lo tomo igual, como tomo la vida: como incertidumbre. Lo que sí, que estemos todos en una misma línea frente a una situación que no podemos manejar, me da una cosa fraterna. Como un naufragio masivo, o un llanto que no se produce. Nunca sentí temor frente a este virus. Mi terrible temor era que, si esto se desbordaba, las personas más grandes o las personas con enfermedades neurológicas, iban a tener muy pocas posibilidades. Si tenían que elegir en una cama de terapia intensiva entre mi hija y una persona de la misma edad, iban a elegir a la otra persona.

Enfermera. 57 años. Lugano 1 y 2, CABA.

 

el colibrí

Cuando tenía tres años llegamos de Bulgaria. Mis viejos, como evangélicos adventistas, eran apolíticos, naturistas y estaban en contra de las vacunas. Yo no me voy a vacunar porque no quiero correr riesgo de efectos secundarios. Me parecería una falta de respeto que sea obligatorio. Tienen que averiguar si estoy enfermo o no. Pero intensifiqué temas de higiene: mi casa, mi cuerpo, sobre todo la boca. Como todo natural. Demoro 45 minutos en hacer la ensalada, agrego verdura hervida y algo cocinado, como nueces y palta, oligoelementos. Después de cada comida me higienizo la boca con sal. Si con eso no estoy vacunado, para qué vivo. Y disfruto de lo que como, si no es con gusto no hace bien. [Sonríe].

Cuando Larreta dijo que los viejos no podían salir, si lo tenía al lado no sé qué le hacía. Lo llamo a mi médico y le digo “me muero si no puedo viajar”. Me sometí a lo que se exigía, pero nunca dejé de salir, tuve la certeza de que a mí no me iba a afectar el virus. Tomo en cuenta cómo vive la gente este momento y respeto eso. Me uno. Camino por la banquina y llevo el barbijo abajo. Cuando llego a destino me lo pongo para que nadie se preocupe. No tengo miedo de las personas, le tengo miedo a las exigencias porque son limitantes. Me preocupa si voy a poder viajar a Brasil a ver a mi hija y a mis nietas. Para mí amedrentan a la población porque saben que la mayoría le teme a la muerte. Yo no estoy pensando en la muerte, porque no está en mi presente.

Hay gente que no piensa en la muerte porque le teme, justamente. Otra pobre gente sí está continuamente pensando en la muerte. Ahí bajan las defensas de la gente. También es porque no está ocupada con la vida. Si está ocupada con la vida, no está ocupada con la muerte. No digo que en ningún momento pienso en ella. Se me viene la idea de llegar a la muerte con optimismo. [Sonríe]. Casi todos los días toco y estudio guitarra. Seguí innovando en cuanto a la técnica. Logré actualmente tener los dos brazos libres y tener la guitarra ubicada donde debe estar, con un sistema de cuerdas elásticas para que se mueva lo mínimo, acompañando el cuerpo. Me vino la imagen del colibrí, que cuando se acerca a la flor y el viento la mueve sigue el movimiento ahí dentro, no discute con el viento. Yo me dejo llevar. La música es un lenguaje como el hablado: hay preguntas, hay respuestas. El sonido de la palabra, el sonido de la música, para mí es la vida. De eso me ocupo. No me dan las 24 horas para hacer lo que quiero.

¿Quiénes son los viejos? Yo no me considero viejo. Viejo es el que se entrega a que ya no puede hacer cosas. Yo siento cansancio algunas veces, pero el que se entrega no se ocupa. Están muy instalados los límites: “de sesenta años en adelante”. Molesta un poco el cartelito. Es difícil también decir “vamos a averiguar quiénes de esa edad están bien y entonces pueden salir”. El problema es que a priori se considera que desde esa edad es un peligro. Y lamentablemente la gente lo cree y lo toma. Ojalá que sean muchos los que no piensen que son viejos, que son débiles. Si creés que sos débil, sos débil. ¿Cómo puedo pensar algo cuando tengo evidencias sobre mí mismo de que no es así? No puedo aceptarlo para mí.

Guitarrista jubilado del Conservatorio Público. 86 años. Palermo, CABA.

 

countries espaciales

Yo me crié prácticamente en la calle. En 1978 estuve en un instituto de menores donde nos llevaban a hacer de caddy a un country cercano. Hace veinte años gané concesiones en restaurantes del mismo country, por casualidad, pero siempre seguí siendo el caddy: soy el mozo, el que les sirve y cobro por ese servicio. Teníamos cuatro restaurantes. Pero a partir del 20 de marzo del 2020 tuvimos que cerrar todo. Lo único que quedó fue un delivery que se reactivó en diciembre, cuando muchos se fueron al country porque no podían viajar. Tampoco venían al country como venían antes, a los torneos de golf, etc. La vida diaria que había se cortó. Fue un golpe bravo financieramente para toda la familia. Empezamos a vender muñecos para el Día del Niño. Cosas así. Estoy sin trabajo fijo. [Hace una pausa]. Soy una persona de riesgo más allá del Covid porque tengo problemas del corazón, sobrepeso, diabetes, hipertensión. Intenté dejar de vivir dos veces. Eran más bien momentos en los que me cansaba la vida.

Pero en el 2013 empezó a fallar la máquina. Tuve que asumir que me podía morir. Ahora hay que cuidarse más, pero creo que todos estamos en una situación de riesgo. Tengo temor con los chicos, porque no tienen mucha conciencia. ¿Viste cuando decís “los jóvenes no tienen conciencia”? Eso es porque me estoy poniendo viejo. Habrá que vacunarse y salir a vivir como siempre. [Hace una pausa]. Sostengo la actividad en Alcohólicos Anónimos más que nunca, por la ansiedad. Esta situación de incertidumbre te hace dar manija con cosas que uno no puede manejar. Si bebiera, sería peor, así que el grupo fue vital. Hoy por hoy el consumo de alcohol, con la soledad y la pandemia, ha aumentado. Para nuestra recuperación es importante el grupo de pertenencia, siempre el alcohólico se ha sentido discriminado. [Se frena].

Desde la pandemia, con mi esposa tenemos una comunicación única; también fui por primera vez a ver a mis hijos jugar al fútbol; invitamos amigos a cenar, que no lo hacíamos hace mil años porque estábamos sumergidos cada uno en sus cosas. Todo esto me hizo valorizar mucho los afectos. No sé si la pandemia tiene que ver con la prescindibilidad humana, pero cada vez el lugar para los innecesarios está haciéndose más chico. Y los que están dentro creen que es porque se lo merecen, porque han jugado mejor la vida que esos negros de porquería. ¿Van a hacer countries espaciales por todo el mundo? Aunque parezca caótico se puede construir. Creo que lo estamos palpando.

Gastronómico. 57 años. Moreno, Provincia de Buenos Aires.

 

las horas

Sé que estoy muy bien, salgo, camino, bailo. Pero muchos jóvenes dicen: “Ay, esta vieja de mierda”. Y la palabra “vieja” se me pega. Sé que está mal, ahora todos dicen “los adultos mayores”. A veces me pongo a pensar que si me agarrara el virus, ¿qué sería? Si llega un joven, creo que van a mirar más para el joven. Con 67 años me dejan ahí abandonada. Pero dentro de todo estoy tranquila. Cuando me llamen para vacunarme iré, pero a eso sí le tengo un poco de desconfianza. Si me dieran a elegir entre la Pfizer y la rusa, elijo la Pfizer. Siempre me encomiendo a Dios para que me resguarde de todos estos males. Así que tanto miedo no tengo.

Lo que más sufrí fue no ir a bailar, no ir a un cine, no ir a un shopping. Pero he salido bastante igual. Y me mentalizo que en algún momento va a pasar esto. A veces me despierto a la noche, me levanto para orinar y después me empieza a trabajar la cabeza, entonces prendo la radio y me duermo otra vez. No quiero tomar pastillas. Estoy muy tranquila de la vida que llevo, pero supongo que hay algo del pasado que me remuerde la conciencia, porque hay muchas cosas tristes en mi vida. Creo que prácticamente desde que me casé no dormí nunca ocho horas seguidas. La vida de novios con mi marido era todo color de rosa. Pero a los seis meses quedé embarazada y él se quería casar sí o sí. Y tampoco se estilaba que la mujer tuviera un hijo y se quedara sola, era mal visto, más en la familia. Él era muy agresivo de palabra. Mi rol era angustiarme y llorar porque si le decía algo empezaba a los gritos. ¡Era un despelote mi casa! ¡Estaban los chicos! Entonces trataba de callarme la boca, de tragar, tragar, tragar. Error mío también. Pero, ¿a dónde iba a ir con tres chicos chicos?

El miedo mío era no llegar a fin de mes. Cuando falleció tuve que trabajar tres veces más en mi casa y afuera. Fui a trabajar de limpieza. Estuve ocho años del trabajo a mi casa, de mi casa al trabajo. Esa era mi vida. Ahora tengo 67 años y quiero vivir mi vida, no quiero sacrificarme como me sacrifiqué. Me privé mucho, como cualquier persona trabajadora. Los italianos, los españoles juntaban, juntaban, juntaban. ¿Para qué? ¿Para los hijos? ¡Ni en pedo! Me gusta disfrutar porque yo no sé cuánto tiempo voy a vivir. No le tengo miedo a la muerte, tengo miedo a sufrir. El otro día pensaba: ¿Cómo serán mis días? ¿Los terminaré en un geriátrico? Eso sí que no quisiera. Es muy triste.

Jubilada monotributista. 67 años. Ituzaingó, Provincia de Buenos Aires.

 

nadie sabe lo que es ser viejo

Estuve meses sin ver a nadie de mis afectos, eso sí que es cruel. Porque además la vida no es la vida de uno mismo, somos vida porque hay otro que te afecta y que vos lo afectás a él. Desde diciembre volví a encontrarme con mis amigos, aunque no mucho y con muchos cuidados. Me gusta ver a mi prima porque es la única testigo que me queda de mi infancia. [Sonríe]. Me emociona eso, porque también es una idea de la muerte.

Pienso que si me agarra Covid lo voy a superar porque soy una persona muy sana. Hace mucho tiempo soy consciente de que mis proyectos son más a corto plazo. Como viejo sabés que estás siempre más expuesto, que cada vez se acerca más. Nadie sabe lo que es ser viejo hasta que es viejo. Yo sé cómo me siento, sé que por más que te digan “pero mirá lo bien que estás”, este cuerpo está afectado por casi ochenta años de existencia. Ser viejo también es eso, que la gente joven, que te ve con buenos ojos, te dice cosas lindas. No sé si es verdad o mentira, no importa, es simpático.

Y al mismo tiempo no tienen la menor idea de lo que es ser viejo. Ser viejo es que te duele todo el cuerpo, que te levantás de la cama y hasta que podés ponerte derecha pasa un montón de tiempo. Todo es más lento. Yo sentí que durante la pandemia envejecí más de lo que había envejecido en tiempos normales. Eso pesa en las relaciones. Cuando tomé conciencia empecé a cuidarme mucho. Creo que mucha gente que vive sola quedó más sola con sus recuerdos, con su propia vida. Yo me acordé de mis años de militancia. Eran años de terror, era una militancia de riesgo de vida. Con sucesivas represiones. No sé si son sensaciones repetidas pero sí esto de vivir con temor, vivir con riesgo. Muchas veces tenía esa sensación de salir a la calle y sentir que estaba adentro de una película. Por suerte pude mantener una capacidad de trabajo, puedo concentrarme.

Si hay algo que me salvó el año fue el taller de escritura que hago. Creo que desarrollé el tema de los sentidos. En la vejez entran las dos cosas, lo biológico y que por dentro te sentís con muchas facultades como cuando eras joven. Es la primera vez en mi vida que no tengo fantasías con ningún hombre y eso me trae una tranquilidad interior increíble. Pero también me di cuenta que estoy totalmente erotizada, en el sentido de las sensaciones. Me conmuevo con la música, soy sensible a la poesía, a la pintura, los colores y las formas como que explotan en mi cabeza. Entonces hay una erotización y eso te mantiene muy viva, muy expectante, lo que no significa que no sufras.

Editora jubilada. 78 años. Parque Patricios, CABA.

 

solo un poco

Hasta hace un par de meses yo no me subía a un colectivo, iba caminando hasta donde podía ir. Dejé de ver a todos mis amigos y colegas plásticas. Extraño ir al cine porque no es ir a sentarse frente a una pantalla dos horas. Implica un montón de cosas. Ayer debuté yendo a ver una muestra. ¡Tenía una emoción! También lo que se me hizo complicado en este tiempo es la dificultad para concentrarme. Tengo cansancio, vivo como dormida. Los días se hacen de goma.

Este mes tuve la determinación y me compré un libro. Hasta que pude manotear el libro estaba con la idea de “tengo que producir”. También, al estar todo el tiempo en casa, tengo la radio encendida todo el día. Eso también me afectó. Hay cosas a las que automáticamente no les presto atención, no me puedo ocupar de todo, no me jodan, mi cabeza tiene un límite. Además está la necesidad de hacer algo más que estar simplemente mirando o escuchando. ¿Cómo no necesitar salir, juntarse, gritar e incluso ver qué más se puede hacer? Porque la verdad que no es cuestión de solamente descargar la furia. Poder generar algo un poquito más constructivo… qué se yo… se cruzan muchas cosas. [Llora]. Ese fin de semana del 20 de marzo dejé de fumar. Si sobreviví a tantas cosas, a tantas, no voy a ser tan pelotuda de entregarme tan livianamente. Siempre hay cosas más meritorias por las cuales entregar la vida. Me parece tonto. Si puedo evitarlo, lo evito.

Ya hace bastante tiempo, antes de cumplir los 60, empecé a sentir el final cada vez más cerca. No sé, algo pasa con los 60. Vi gente que, como yo, mantenemos un ritmo de vida con nuestro cuerpo, con movimiento, actividad. Pero igualmente ahí, en la frontera de los 60, ¡pum, caen! Fulminantes, muertes demasiado repentinas. En algún momento, cuando me atropelló un camioncito, me di cuenta que uno se rompe y que puede ser en cualquier momento. Todavía era joven. Esa fue la confirmación de la fragilidad. La idea de enfermedad no es algo que entre en mi cerebro tan fácilmente. Eso lo desconozco. Pero cada tanto sí, ya sea por Covid o por lo que sea, siento que no puedo andar tan liviana pensando que tengo tiempo. Mejor no distraerme porque no sé cuánto tiempo más... Las cosas que quiero hacer mejor no le doy muchas vueltas. [Ríe].

Hay una cosa en donde se instala a los mayores. Están los que le dicen abuelo a cualquiera. Por lo menos yo todavía no doy con la imagen. ¡Y yo soy abuela, caramba! [Ríe]. El día que me digan abuela se van a ligar un tortazo. Yo soy abuela de mi nieto. Es la mirada complaciente porque es viejito. O es la falta de ubicación al pretender que uno está en condiciones de hacer cualquier cosa o comparte cualquier cosa con el otro. ¡No! Cuando veo a los jóvenes cancheres, caminando sin barbijo, sobretodo a los que promedian los 30 años, sobradores, no se las perdono: los asusto. Cuando los tengo cerca, así de la nada, les digo: “¡Uy, te olvidaste el barbijo!” Que anden así por la vida sin importarles absolutamente nada de la gente con la que se cruzan, esa actitud de cagarse en el prójimo, me da mucha bronca. Los adolescentes son adolescentes y su propia naturaleza es esa. Les diría “todo bien entre ustedes, háganla, pero cuidado”. Andan todo el tiempo desafiando. Pero los más grandes no. [Se frena].

En medio de todo esto, donde no sabés cuándo se termina, pero a la vez habiendo hecho tanta fuerza, de haber pasado por lo que pasamos hace tantos años, no me puedo hacer la boluda y decir “no me importa si las cosas son de una manera u otra mientras yo esté bien”. No voy a poder ser así, pero sí disfrutar un poco más y jugar un poco más, igualmente. Just a little. Por lo menos intentarlo.

Artista plástica. Jubilada docente. 64 años. San Telmo, CABA.

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