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la visita
Transcurrido un mes de la reunión que varias diputadas y diputados de La Libertad Avanza tuvieron con los mayores criminales de la Argentina, el Congreso de la Nación todavía no dio ninguna respuesta institucional. Esta nota reconstruye detalles del encuentro, las palabras dichas, las estrategias diseñadas y un silencio inquietante.
Ilustraciones: Panchopepe
20 de Agosto de 2024

 

"¿Qué sos? ¿El coordinador del viaje de estudios?", le dijo la diputada libertaria María Fernanda Araujo a su compañero de bloque Beltrán Benedit, que estaba parado en medio de la camioneta Renault Master Blanca, patente MBI546, que los llevaría al penal de Ezeiza. Guillermo Montenegro y Alida Ferreyra se rieron, como si de verdad emprendieran un paseo de amigos. Lourdes Arrieta se acomodó en uno de los asientos de adelante, ajena a lo que sucedía a su alrededor, y un rato después se durmió. Rocío Bonacci se puso a hablar por teléfono.

Los seis se habían encontrado ese 11 de julio pasadas las 13, en la esquina de Rivadavia y Entre Ríos, para ir a hacer "una visita humanitaria", según había adelantado Benedit algunos días atrás en el chat que reúne a los treinta y ocho legisladores de La Libertad Avanza, incluido el presidente de la Cámara baja, Martín Menem. De los que habían confirmado sumarse al tour carcelario, la única que faltó fue Emilia Orosco, que decidió bajarse del plan a último momento.    

Araujo volvió a dirigirse a Benedit, esta vez, con una curiosidad mayor.

—¿Beltri, qué vamos hacer hoy?— preguntó. 

—Yo ya hablé con Fernando Martínez, el director del Servicio Penitenciario, para que nos reciban Astiz, Cavallo y González— respondió él. 

Por unos segundos, todos se quedaron en silencio. Araujo, que llegó a la política de la mano del ex carapintada Juan José Gómez Centurión y es hermana de un caído en Malvinas, irrumpió con un cierto dejo de ingenuidad, como si el resto desconociera el prontuario de los ancianos con los que se iban a encontrar. 

—Che, es muy duro ir a ver a Astiz. Es el “ángel de la muerte”—, remarcó.

Montenegro trató de morigerar la incomodidad que empezaba a sentir Araujo. “El que quiere lo escucha y el que no quiere no lo escucha”, dijo. Para terminar de convencer a su compañera de bloque, confesó que él mismo ya había ido muchas veces a visitar a los represores. Bonacci, que también se mostró sorprendida por los nombres que había escuchado, no paraba de mandarse mensajes por Whatsapp con su padre, José Bonacci —apoderado del partido Unite y ex militante del MODIN de Aldo Rico—, que le pedía de manera insistente que se bajara de la combi.

Ferreyra propuso "prestarle la oreja quince minutitos" a cada uno de los genocidas que están alojados en la cárcel de Ezeiza: a Alfredo Astiz, Alberto González y Ricardo Cavallo —que finalmente no participó del cónclave—, pero también a otros tantos. El diputado "coordinador" terminó de leer el listado de los condenados por delitos de lesa humanidad que iban a ver, entre los que había torturadores, violadores y asesinos, sin embargo él prefirió catalogarlos como simples “veteranos de Malvinas”. De paso, le adelantó a sus colegas libertarios que ya estaba trabajando en un comunicado sobre el encuentro, que luego fue dado de baja por orden de Menem.  

Los otros represores que los esperaban eran Raúl Guglielminetti, Carlos Guillermo Suárez Mason (hijo), Antonio Pernías, Gerardo Arráez, Honorio Carlos Martínez Ruíz, Juan Manuel Cordero, Mario Marcote, Miguel Ángel Britos, Juan Carlos Vázquez Sarmiento, Julio César Argüello, Marcelo Cinto Courtaux y Adolfo Donda. 

 

Araujo, que llegó a la política de la mano del ex carapintada Juan José Gómez Centurión y es hermana de un caído en Malvinas, irrumpió con un cierto dejo de ingenuidad, como si el resto desconociera el prontuario de los ancianos con los que se iban a encontrar. —Che, es muy duro ir a ver a Astiz. Es el “ángel de la muerte”.

 

reunión en el sum

 

La llegada de los diputados a la Unidad 31 de Ezeiza fue algo accidentada. Cerca de las 14, se bajaron en una entrada equivocada. Después de dar algunas vueltas, encontraron la puerta del Centro Federal de Detención de Mujeres, donde en un pabellón están alojadas mujeres y en otro los genocidas. Allí los recibieron las autoridades del lugar. Antes de entrar, Bonacci le avisó a Montenegro que no iba a participar de la charla con los represores y dijo que se había olvidado su documento, aunque lo tenía en el bolsillo del saco. La guardiacárcel que estaba en el ingreso hizo una excepción y aceptó que se lo dictara. Bonacci, a propósito, dio mal el número, y optó por no corregirla cuando la anotó con otro nombre. En lugar de Rocío, la inscribieron como Lucía. Ella ya intuía que esa visita no quedaría en secreto. El propio Montenegro le había advertido un rato antes que “en cinco minutos estarían en todos los medios” y se lamentaba por haber ido en un vehículo de la flota del Congreso Nacional. 

Ninguno de los diputados, ni los dos asesores que los acompañaban, fueron revisados por el personal de seguridad. Tampoco les retuvieron sus teléfonos celulares. La única advertencia que le hicieron fue que no sacaran fotos con los internos. Salvo Bonacci, los demás no cumplieron con ese pedido. En una sala de 5x2 metros los esperaban dos médicos, dos enfermeras y algunos guardiacárceles. Había una mesa grande con café, té, agua, medialunas dulces y saladas, vigilantes y hasta dulce de leche. Un verdadero agasajo, que sólo los que estaban muy hambrientos supieron aprovechar. Beltrán se sentó, se acomodó el saco y preguntó: "¿Cuántos presos de lesa humanidad hay en esta unidad?". 

En esa conversación previa a la reunión con los genocidas, los trabajadores del Penal se refirieron al estado de salud de los condenados por violaciones a los derechos humanos, destacaron que hay tres ambulancias y contaron que están cerca de un hospital, por si se presenta alguna urgencia que no puede ser atendida en el complejo. También remarcaron que a todos ellos se les permite tener celulares y computadoras para que se comuniquen por Skype con sus familias. 

Ferreyra y Benedit estaban ansiosos por el encuentro con los represores. No era una visita más. Esta vez no estaban ellos dos solos, como el 15 de marzo pasado cuando fueron a ver a otros genocidas a la Unidad 34 de Campo de Mayo. Habían logrado sumar a cuatro diputados más, entre ellos a las jóvenes Bonacci y Arrieta. Pero, además, se iban a reunir con Astiz, un símbolo del terrorismo de Estado. El que se infiltró en la Iglesia de la Santa Cruz; el que secuestró a las Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor de Vicenti, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco; el responsable de la desaparición de las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet.   

Cuando los legisladores pasaron la primera reja, el ambiente se empezó a oscurecer. Algunos se adelantaron, otros se perdieron por los pasillos. Bonacci quedó rezagada entre las pequeñas celdas, que estaban con las puertas abiertas. En una de ellas, asomaba un diminuto televisor de tubo. En otras, los reclusos terminaban de peinarse y perfumarse. De fondo, se escuchaba un cuchicheo. La diputada Ferreyra apareció en medio de la penumbra con un anciano al que llevaba del brazo. Era Guglielminetti, integrante del Grupo de Tareas del centro clandestino "Automotores Orletti" y ex agente de inteligencia del Batallón 601.  

"La reunión es en el SUM", dijo un guardiacárcel. En el salón, con paredes color verde agua y blanco y cortinas naranjas, había decenas de sillas desordenadas. En un piso que estaba más arriba, se vislumbraba una sala de control. Alrededor de las 14:40, empezaron a entrar los diputados. Se sentaron uno al lado del otro, en el siguiente orden: Ferreyra, Araujo, Bonacci, Benedit, Montenegro y Arrieta. Al otro lado de la mesa de plástico blanca, en la que pusieron un paquete de galletitas de agua que nadie comió, se acomodaron los represores. 

Por pedido de Montenegro, los legisladores se presentaron ante los detenidos. Bonacci se quedó apenas medio metro más atrás que el resto de sus compañeros y evitó decir su nombre. "Podrían ser mis abuelos", dijo en voz alta Arrieta, que aprovechó para contar que su papá es veterano de Malvinas. Ferreyra hizo un paralelismo similar. "Podrían ser mis tíos", soltó y se fue a fumar a un costado.  

Astiz, Pernías y González estaban sentados juntos en un rincón de la mesa. Los dos últimos fueron los primeros en presentarse. González no era uno más del montón. "El Gato", como lo llamaban en la ESMA, es un viejo conocido de Victoria Villarruel. No es el único. Cinto Courtaux, otro de los gerontes que participó del encuentro, es el padre de uno de sus principales asesores, que la seguía a sol y a sombra cuando era diputada nacional.

"El ángel de la muerte" fue el único de todos los represores que no emitió palabra alguna durante la reunión, ni siquiera para decir quién era, parecía tener plena conciencia de que las chances de salir de allí son prácticamente nulas. En las casi tres horas que duró la charla, estuvo de brazos cruzados. Observó y escuchó con detenimiento al resto de los detenidos y los diputados, como si su función allí sólo fuera la de vigilar. Un rato antes, se había encargado de hablar por separado con algunos de los legisladores. "A vos te conozco. Sos Lourdes Arrieta. Yo te sigo", le dijo a la libertaria mendocina.

Casi sin excepción, cada uno de los que habló dijo que estaba detenido "injustamente" y que le cabía el derecho de la prisión domiciliaria por tener más de 70 años. Todos se encargaron de repetir que eran "trofeos de la izquierda y del kirchnerismo", incluso algunos responsabilizaron de manera directa al ex presidente fallecido Néstor Kirchner por estar ahí. Se mostraron agradecidos por la presencia de los diputados. Era "la primera vez que una comitiva tan grande" los iba a visitar. Después de tantos años, ante los ojos de este grupo de legisladores, dejaban de ser meros criminales de lesa humanidad para transformarse en interlocutores válidos para el diseño de una estrategia política que los ayude a regresar a sus hogares. "Esto es algo histórico", lanzó Benedit, visiblemente emocionado. Guglielminetti, uno de los más locuaces, se paró y empezó a hablar de la “patria" y el “territorio argentino”, mientras se daba pequeños golpes en el corazón, con lágrimas en los ojos. Después, le entregó al diputado entrerriano una carpeta de papel madera, con el título Ideas para proyecto de prisión domiciliaria. Adentro había dos hojas con un texto escrito a mano, era apenas un punteo para que se lo pasaran al Ejecutivo nacional. "La Libertad de la que ustedes pueden gozar es gracias a nuestra lucha", dijo Cordero, un militar del Ejército uruguayo que fue condenado a 25 años de prisión por múltiples crímenes cometidos en el marco del Plan Cóndor. Los represores hicieron un breve repaso sobre la cantidad de años que cada uno lleva detenido, sin dar cuenta de las razones por las que se los sentó en el banquillo de los acusados. Se tomaron un momento para conversar sobre los jueces que tienen a cargo las causas de lesa humanidad. Algunos, incluso, señalaron que es necesario que esos magistrados sean evaluados en el Consejo de la Magistratura.

González sorprendió a los visitantes con una reflexión final. Les dio un papel impreso con un mapa de las temperaturas mundiales, subrayó que “hay gran contaminación” y aclaró que la zona menos caliente es el sur de la Argentina, en especial la Antártida. Ninguno de los diputados entendió de qué hablaba.

Al cierre del encuentro, los genocidas parecían esperanzados. Seis diputados del partido de gobierno los habían escuchado durante toda una tarde. Pero no sólo eso, Montenegro y Benedit, que estaban por demás conmovidos, se animaron a impulsar un aplauso y pidieron sacarse una foto todos juntos. Los represores y los legisladores —salvo Bonacci que se negó— se amucharon en un rincón de la sala, con un crucifijo y unas figuras de santos detrás, y sonrieron para la posteridad.

 

"Esto es algo histórico", lanzó Benedit, visiblemente emocionado. Guglielminetti, uno de los más locuaces, se paró y empezó a hablar de la “patria" y el “territorio argentino”, mientras se daba pequeños golpes en el corazón, con lágrimas en los ojos. Después, le entregó al diputado entrerriano una carpeta de papel madera, con el título "Ideas para proyecto de prisión domiciliaria”. 

 

cambio de época  

 

Cinco días después, la visita quedó en el ojo de la tormenta. A través de una nota de La Política Online, se supo que los diputados de La Libertad Avanza habían mantenido esa reunión con los represores para esbozar un plan que les permita gozar de la prisión domiciliaria. ¿Contó o no con el apoyo de la Casa Rosada? ¿Martín Menem estaba al tanto? ¿La finalidad de esa charla era que los genocidas puedan volver a sus casas y nada más? ¿Hay en marcha un proyecto para hacer tambalear los juicios que comenzaron en 2006? ¿El encuentro fue un simple globo de ensayo? Es cuanto menos llamativo que los integrantes del bloque oficialista hayan resuelto romper con cierto consenso democrático en el terreno discursivo sólo para que los represores obtengan la prisión domiciliaria, sobre todo cuando del total de las 642 personas detenidas por delitos de lesa humanidad, 508 están cumpliendo la pena en su casa, o sea, el 80 por ciento, según datos de la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad.

La única certeza es que hasta la llegada de Javier Milei a la presidencia, ningún legislador oficialista se había atrevido a reunirse con genocidas. Ningún político de peso le había querido dar voz a los criminales de lesa humanidad, mucho menos a Astiz. Todos estaban más o menos de acuerdo en que ninguno de ellos tenía lugar en la política argentina. En el pasado, la Cámara de Diputados ni siquiera permitió que los represores Antonio Domingo Bussi y Luis Abelardo Patti asumieran sus bancas, en 1999 y en 2005 respectivamente, a pesar de que habían sido electos por el voto popular.      

“Fuimos a ver a represores: no. Represión es algo que compete a las fuerzas de seguridad en todo caso, fuimos a ver a ex combatientes que libraron batallas contra la subversión marxista por orden de un gobierno constitucional”, explicó Benedit en el chat de legisladores apenas se difundió la noticia sobre la reunión con los genocidas. Y se regodeó: “Las Fuerzas Armadas vencieron al terrorismo marxista por las armas: sí”.  

El diputado oficialista también se refirió al rol de la Justicia, en sintonía con lo charlado en el Penal: “No se cumplen los derechos humanos porque quienes fueron parte (terroristas) hoy se erigen como jueces y fallan en función a la venganza, la ideología y el negocio. Los fallos violan las leyes y los tratados”. Y continuó: “Cuál es su última guarida: ¿el Poder Judicial? Sí. Los vamos a combatir. Sí. Cómo: en el Consejo de la Magistratura”.

En esos mensajes, Benedit repitió casi textual lo que habían dicho los represores el 11 de julio. Sus palabras eran las de ellos. Pero no todos piensan igual en la bancada de la ultraderecha libertaria. Las primeras en desmarcarse de ese discurso fueron Bonacci y Arrieta. Lo hicieron en privado y en público. Ambas aseguran que fueron "engañadas" por su compañero de bloque para ir a Ezeiza y se muestran a favor de que el tema se debata en el Congreso, en una sesión o en la comisión de Peticiones.  

El resto de los diputados de La Libertad Avanza optó por el silencio, aunque por lo bajo condenó la reunión organizada por Benedit y Montenegro. Menem se desligó por completo. Sostiene que no estaba al tanto y busca dar por terminado el tema ante el temor de quedar envuelto en un escándalo de consecuencias impredecibles. ¿Autorizó o no el traslado a la cárcel? Los que fueron parte de la comitiva dicen que sí. En la Casa Rosada también miran para otro lado. El ministro del Interior, Guillermo Francos, y el vocero presidencial, Manuel Adorni, no repudiaron el hecho, dijeron que se trató de una decisión “personal”, pero deslizaron que Milei no habría obrado así. 

La vicepresidenta fue la única del Gobierno que no opinó sobre la expedición de los diputados, a pesar de su discurso negacionista y de haberse convertido en la abanderada de la familia militar. Los hermanos Milei —Javier y Karina— dejaron correr la versión de que ella podría estar detrás de la cumbre con los genocidas. La sospecha se basa en que Montenegro, que ofició como nexo entre los legisladores y los detenidos, era hasta hace unos meses el hombre de mayor confianza de la titular del Senado, antes que se distanciaran por cuestiones personales.

Dentro y fuera del mundo libertario, a nadie se le pasa por alto que la visita a los represores se parece bastante a las reuniones que Villarruel mantenía con Jorge Rafael Videla y otros genocidas en el pasado, con una salvedad que no es menor, ahora los encuentros los impulsan funcionarios públicos que apuestan a amplificar un discurso que aparecía como marginal y apenas se vociferaba en los actos que organizaba Cecilia Pando en Plaza San Martín.

En un Gobierno que dejó de lado el pudor hace tiempo y se ufana de hacer política a través de la provocación permanente, ni siquiera se siente en la obligación de dar explicaciones la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, que habría dado el visto bueno para la excursión por Ezeiza, según se desprende de un chat que compartían diputados, abogados, fiscales y el cura Javier Olivera Ravasi, que hace unos días fue apartado de la diócesis Zárate-Campana por ese tema. La pregunta que algunos se hacen en el oficialismo es hasta dónde puede llegar el afán de la dirigente macrista devenida en “libertaria” de desplazar a la vicepresidenta del podio castrense, como para haberse inmiscuido en un asunto que le era ajeno y del que puede tener que dar explicaciones en la Justicia.     

¿La visita a Ezeiza acaso sacó a la luz una puja irresuelta en La Libertad Avanza entre un sector más democrático y otro que se anima a reivindicar el accionar de los genocidas? El apuro por resolver ese interrogante está más atado al tenor del pedido de respuestas por parte de la oposición que a las necesidades internas. De los autodenominados “dialoguistas” (el PRO, la UCR, Encuentro Federal, la Coalición Cívica y los partidos provinciales), pero también de Unión por la Patria, ahora concentrado en salir parado lo mejor posible del escándalo en el que quedó envuelto el ex presidente Alberto Fernández por la denuncia de violencia de género.

De la llamada "casta" dependerá que Benedit, Montenegro, Ferreyra, Araujo, Arrieta y Bonacci tengan algún tipo de sanción, para al menos dejar a salvo al Congreso, pero será tarea de la sociedad en su conjunto no permitir que los vientos de la historia lleven al país a debatir de nuevo algo que hace tiempo está saldado. 

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