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fabián tomasi y los venenos
Quería ser aviador pero se quedó en la tierra, y señalaba los límites hasta donde el glifosato podía llegar. Y el glifosato lo terminó matando justo el día del agricultor. Mientras en Estados Unidos el jardinero Dewayne Johnson le ganó un juicio histórico a la multinacional Monsanto, propiedad de Bayer, por 289 millones de dólares, por un hecho similar, en Argentina la justicia tiene caminos misteriosos. Esta es la historia de Fabián Tomasi.
Ilustraciones: Martín Rata Vega
24 de Octubre de 2018

Es julio del 2017 y el calor abruma la ciudad entrerriana de Basavilbaso. El monocultivo cambió el clima y también el paisaje. Hay soja en los grandes campos, soja en las pequeñas parcelas y soja en las banquinas a la vera de los caminos. Hay soja en todos lados y, junto a ella, hangares para los aviones fumigadores, depósitos donde guardan los químicos y, por sobre todas las cosas (las plantas, las personas), hay químicos. La soja se ve bien verde. Los químicos son mucho más discretos.

A unas cuadras del centro de la ciudad, en el living de su casa, con dificultad Fabián Tomasi intenta sentarse. La silla está especialmente acondicionada con almohadones para alivianar el dolor que le causa la rigidez de sus músculos. Lleva puesto un buzo azul de lana, pantalones grises y unas pantuflas. La espalda curva, las manos cerradas en un puño. La delgadez extrema también parece dolerle.

De chico, quería ser piloto como sus tíos. A los 23 años comenzó a trabajar como apoyo terrestre en la empresa de fumigación aérea Molina & Cía.

12 horas por día cargando con una manguera los aviones fumigadores con glifosato, endosulfán, gramoxone, 2,4-D.

12 horas por día cargando herbicidas, fungicidas, insecticidas creados para matar a las chinches, al amaranto, a las malezas, a todo lo que no fuera soja.

12 horas que incluían ponerse entre los cultivos para ser la marca de propiedad que alertaba al avión hasta donde podía fumigar. Así, después de manipular los químicos, era rociado por ellos.

Nos juntábamos a la mañana antes de la salida del sol con un plan de vuelos para el día. Los venenos que se iban a echar no eran siempre los mismos y entonces había que saber qué se echaba en cada campo, para cargarlos en una camioneta. En el camino, recuerdo, solíamos parar para recoger a maestras que iban a dedo a su escuela y las acercábamos. Ellas, por supuesto, tenían que viajar atrás, junto a los bidones (de veneno) hinchados por el calor. Cuando llegábamos, el avión descendía en el propio campo y nosotros cargábamos el tanque, y el avión carreteaba y salía a hacer lo suyo”, escribió en su Facebook en junio de 2016.

Y nosotros ahí, expuestos. Si nos agarraba el mediodía, así mismo como estábamos, vestidos de verano, nos sentábamos debajo del ala del avión, y nos preparábamos sandwichs sobre los mismos bidones”.

Las semillas transgénicas propiedad de Monsanto, híbridas y estériles, estaban diseñadas para ser resistentes a las malezas y los insectos si a sus brotes se les aplicaba una serie de agroquímicos, como el glifosato, también de Monsanto. Estos productos, decía su publicidad, eran biodegradables, es decir, se eliminaban al contacto con el suelo. Pero sus propiedades milagrosas nunca existieron: el glifosato fue prohibido en 74 países y fue declarado por la Organización Mundial de la Salud como “posiblemente” cancerígeno.

 

silencio cómplice

El dolor empezó en 2006. A la noche le ardía la espalda. Le salieron llagas. Sin una razón aparente, le sangraban las puntas de los dedos. Bajó mucho de peso. Se cansaba con facilidad. Cuando el dolor se hizo insoportable y no pudo trabajar más, fue despedido. El médico de su ciudad, Roberto Lescano, fue el primero que advirtió que podría estar intoxicado: “Esto que tenés no lo causa una diabetes”, le dijo: “Vos te estás secando por dentro”.

Sin trabajo ni dinero decidió presentarse a la ANSES para que lo jubilaran y ahí recibió su diagnóstico definitivo: polineuropatía tóxica severa causada por su exposición a los agroquímicos. Le dieron seis meses de vida hace doce años.

Se convirtió en la primera persona a la que licenciaban por esa enfermedad.

En una vitrina del living, hay avioncitos. Pequeños, de colores, inofensivos.

Ese solía ser su pasatiempo, antes de perder la fuerza y la movilidad de las manos: armar réplicas a escala de aviones de la Segunda Guerra. Los mismos bombarderos que años después Estados Unidos utilizó en Vietnam para arrojar el agente naranja, un veneno causante de muerte y malformaciones congénitas. Esos aviones aún están en una vitrina del living de su casa.

 

-¡Nadia!-, grita Tomasi. La espalda se le arquea y suelta un quejido leve.

Su hija de 21 años se encarga de cuidarlo, pero estos días están distanciados. Discutieron. Ella le reprochó que su exposición pública estaba teniendo consecuencias sobre su salud. Él le dijo que eso es lo único que lo mantiene vivo. Desde entonces no se hablan.

Luego de que apareció en la muestra fotográfica “El costo humano de los agrotóxicos”, de Pablo Piovano, la exposición pública de Fabián Tomasi fue creciendo, apoyada también en su verborragia y en su humor. Sus ideas fueron ganándole terreno al testimonio de su experiencia personal y así fue como se convirtió en un referente de la lucha contra el uso de venenos para la producción de alimentos.

-Yo escribo las letras con el mouse sobre la pantalla. A veces empiezo a     las dos de la tarde y termino a las 19hs. y lo publico-. Y así lo hizo todos los lunes.          

Empezó a ser invitado cada vez más a participar de congresos: para hablar con los estudiantes y los médicos, los primeros alertados de la situación sanitaria que estaban atravesando los pueblos fumigados.

En el Congreso de la UNR en Rosario de 2015 dijo: “Yo creo que la medicina está callando. Sean dignos. Les estoy pidiendo ayuda, pero no por mí. Pido por toda esta gente que está atrás mío sufriendo mucho más que yo”. El país cubierto de soja verde. El país rociado con agrotóxicos.

Según la Red de Médicos de Pueblos Fumigados, en las zonas agrícolas los casos de cáncer se han triplicado. Los abortos espontáneos se han triplicado. Los nacimientos con malformaciones aumentaron un 400 por ciento.

¿Por qué nadie hace nada?

En Argentina se sigue usando porque es parte del modelo de producción de soja transgénica. El país cubierto de soja verde: el 55% de las 37 millones de hectáreas sembradas. Más de 300 millones de litros de venenos al año. 300 millones de litros. 300 millones.

-Por eso digo, vos quedate quietito que el veneno te va a venir a buscar. Así actúa. El veneno anda, camina, te espera, se esconde, ataca, porque son sustancias diseñadas para eso. No hay manera de tirar tantos litros de veneno y pensar que no van a hacer nada.

Aunque esté sentado, Fabián Tomasi parece un hombre alto. Antes del veneno, debe haber sido robusto.

Un informe que el SENASA difundido ese año reconoce que el sesenta por ciento de las frutas, verduras, hortalizas, verduras, maíz, soja, girasol, trigo y arroz tienen restos de agroquímicos. Los cítricos llegan al noventa por ciento y las peras, al cien. Peras con jugo de veneno.

-Vos hablás del problema de agroquímicos y dicen “los pueblos fumigados” como si en Buenos Aires o en Rosario no tuvieran el mismo problema. O acá que dicen “paren de fumigar las escuelas”. Es ridículo. Para qué carajo cuidamos a los chicos en las escuelas rurales si después los dejamos ir en bici por los campos y pasan los fumigadores por arriba y llegan a la casa y los padres los abrazan con veneno.

un ataque a la política económica del país

Fin del día algo tarde y muy cansado y hambriento. Volvía a mi casa, munido de la misma ropa con la que había salido pero esta vez cargada de venenos con los que trabajé toda la jornada. Aun me acuerdo ver a mi chiquita, muy pequeña... correr con sus bracitos abiertos dándome la bienvenida también ansiada por mí.... ese abrazo venenoso que yo sin intención le propinaba”. Escribió en su Facebook.

-¡Nadia!- la vuelve a llamar. Está inmóvil como si un dolor eléctrico, medular lo envolviera.

-¿Qué? - responde su hija, desde algún rincón de la casa.

-Traeme calmantes -dice Tomasi.

-¿Qué te duele?

-Todo.

 

Los gestos y los movimientos se limitan a su cara. Su cuerpo permanece inmóvil. Tiene las manos rígidas sobre su regazo cerradas en un puño y sus hombros, que están inclinados hacia delante, dejan ver su delgadez extrema y la curvatura imposible de su espalda. En esta misma casa dio más de 300 entrevistas para medios radiales, gráficas, digitales y se filmaron documentales nacionales e internacionales. Cuando todavía podía caminar, asistía a congresos y daba charlas. Además se convirtió en la versión autóctona de David contra Goliat al entablar una demanda al Estado Nacional y 11 empresas multinacionales: Monsanto-Bayer, Syngenta y DuPont, entre ellas, por el daño que le causaron.

Esta demanda comienza con una frase categórica: “Iniciamos proceso colectivo urgente, autónomo y definitivo por daño ambiental, moral y punitivo”. El abogado de Fabián Tomasi, Daniel Sallaberry, dice en su estudio porteño:

-Cuando la justicia nos admitió la demanda dijo que esto es un proceso colectivo que se va a tramitar como acción de clase y que la clase va a estar constituida por toda la población.

Esto fue así porque la demanda le pide a la justicia que dicte normas mínimas de protección ambiental en materia de bioseguridad, que declare la urgente suspensión de la venta y aplicación de agrotóxicos, como el glifosato o glufosinato de amonio (químicos utilizados para la siembra), que deje sin efecto la primera norma administrativa –a la que le siguieron más de veinte– que autorizó la venta y utilización de semillas transgénicas, modificadas genéticamente por Monsanto, y que los alimentos que los contengan estén etiquetados. Este último punto fue clave. La jueza entendió que como las semillas transgénicas estaban presentes en sardinas, panificados, galletitas y casi todos los alimentos ultra procesados que se encontraban en los supermercados, la población debería estar informada de ello apelando a su derecho de consumidor.

En esta misma acción legal también se demanda a todas las empresas que fabrican y comercializan estas semillas y agrotóxicos (Monsanto-Bayer, Dow AgroSciences, Nidera, Ciba Geigy, Novartis Agrosem, Agrevo, Syngenta Seeds, Syngenta Agro y Pioneer Argentina).

En la demanda, acompaña al caso de Fabián Tomasi la historia de tres niños: “Julieta Florencia SANDOVAL: fallecida a los siete meses, el 13 de diciembre de 2010, en la ciudad de Bandera, departamento Belgrano, provincia de Santiago del Estero, producto de sus múltiples malformaciones a causa de los agroquímicos. Sus estudios genéticos dieron en dos oportunidades «femenino normal 46 cromosomas». (...) Juan Estanislao MILESI: Leucemia linfoblástica aguda luego de ser bañado por la fumigación de una avioneta en Mercedes, provincia de Buenos Aires, cuando tenía 2 años. (...) Selena Aylén LEMOS: de seis meses, con diagnóstico presuntivo de epilepsia, anemia hipocrónica y microcítica y pelvis renal derecha bífida sin dilatación según la historia clínica del Hospital Garrahan”.

Pero el negocio es millonario: las semilleras tienen una facturación anual superior a los 2.500 millones de dólares. En nuestro país la soja representa el principal rubro de exportación, el 46%, en forma de granos, harinas, aceites y otros subproductos. Dos de cada tres dólares que ingresan lo genera el campo con este modelo de producción de alimentos.

Por eso, cuando la jueza Claudia Rodríguez Vidal consultó al Ministerio de Agroindustria, a la Cámara de Diputados y a la de Senadores sobre la inocuidad de este modelo agroindustrial, los tres organismos respondieron lo mismo, que la demanda “era un ataque a la política económica del país porque no está probado que sea peligroso”. Entonces la jueza rechazó la cautelar que pedía la inmediata suspensión de las fumigaciones, la prohibición de la venta de semillas transgénicas y sus agrotóxicos y la obligatoriedad del etiquetado de los productos.

 

- Yo soñaba con ir a un estrado.

- ¿Usted piensa que eso no va a pasar?

- No, nunca. Nunca. ¿O me vas a decir que en este país tenemos justicia? Sería ridículo pensarlo.

La demanda se elevó a la Cámara Federal N°2 donde también la rechazaron. Lo que hizo que la decisión final vuelva a estar en manos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, quien no tiene plazos para expedirse.

-Una cosa es pelear por las convicciones, otra cosa es pelear porque se está sufriendo. Esto es lo que me está matando. Lo que no me deja hacer todas las cosas que quería hacer en la vida. Sé que voy a morir y no voy a conseguir nada. Pero voy a morir diciendo la verdad.

 

amaranto

En el 2017 tuvo tres infartos: en enero, febrero y marzo. El último, después de recibir el premio Rieles, otorgado a la personalidad del pueblo. No llevaba adelante ningún tratamiento, no podía costearlos con su jubilación de cinco mil pesos.

-Cobro la mínima y a eso le resto todos los créditos que saco para sobrevivir, no hay magia, no me alcanza. La salud es directamente proporcional al dinero que uno tiene. El pobre muere más fácil.

-Ahí voy-, responde su hija y aparece por el pasillo. Busca dentro de una caja de cartón. —Hay Diclofenac y Tafirol-, dice.

-Bueno-, responde él.

Entonces su hija le pone la pastilla en la boca y le inclina sobre los labios un vaso con agua. Le pregunta si tiene calor y le sube con suavidad las mangas del buzo azul. Abre las cortinas y las ventanas para que entre el aire y la luz blanca de la capitulación. Ya no parece enojada. Después le ofrece la merienda. Tomasi sonríe.

 

El 7 de septiembre de 2018, el día del agricultor, Fabián Tomasi murió a los 52 años a causa de los venenos de Monsanto-Bayer y el silencio del Estado.

Fabián Tomasi firmaba sus columnas de opinión agregándose el nombre de Amaranto. Decía tener la tenacidad de esa hierba que se cuela entre la soja hasta ahogarla, una plaga en Entre Ríos.

A mí me quieren arrancar de raíz como a ese yuyo, decía.

Pero lo que ellos no saben es que yo no soy la planta.

Yo, decía, yo soy la semilla.

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