un lobo suelto en el país punk | Revista Crisis
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un lobo suelto en el país punk
Preciso como siempre, pero a la defensiva y austero en materia autocrítica, el ministro de Economía ensaya un primer balance de su intensa gestión, antes de sumergirse en una campaña electoral que considera clave. El póker con el FMI, los debates en la coalición y una tranquilidad para redistribuir que a veces desespera. Un mano a mano con Martín Guzmán, sin concesiones.
Fotografía: Sebastián Pani
23 de Julio de 2021
crisis #48

 

Es una máquina de laburar programada para sonreír. La risita aparece en los momentos de confort argumental. Poseer la razón, y que se note que está en lo cierto, le provoca un especial placer. Pero también es un competidor nato y tensa los músculos cuando debe esforzarse por afilar el razonamiento. Nunca se enoja, es verdad; pero a veces, si lo contradicen mucho, no logra reprimir cierto gesto de fastidio. Fue lo que sucedió cuando insistí dos y hasta tres veces con una misma pregunta: ¿no te parecen insuficientes los recursos que el Estado transfirió a los sectores populares en medio de la pandemia?

“Voy a usar una palabra fuerte: es perverso en un contexto así hablar de suficiente”, dijo el ministro de Economía de la Nación. Y prosiguió: “En un país que tiene tasas de pobreza arriba del 40% y en la población menor de 14 años arriba del 55%, nada es suficiente. Argentina no tiene hoy los recursos de Alemania o Estados Unidos. Nosotros también quisiéramos contar con el crédito que tienen países avanzados, pero no es la realidad. La realidad es que a la hora de definir políticas públicas uno está limitado por las restricciones de financiamiento. Como el gobierno de Juntos por el Cambio nos dejó sin posibilidades de acceder al crédito, terminamos acudiendo al financiamiento monetario y hay que tener cuidado con los efectos que tiene: sí, es cierto que una parte se multiplica y genera un efecto expansivo, que es lo que buscamos; pero hay otra parte que, aun con controles de capital, termina filtrando a la demanda de moneda extranjera. Y eso pone presiones sobre el tipo de cambio, que a su vez presiona sobre la inflación. Entonces, hay que mantener ciertos cuidados y equilibrios”.

A Martín Guzmán le tocó gestionar el peronismo de la escasez. Y gobierna la economía del país punk, con la templanza de un corredor de fondo zen.

 

externalidades positivas

Al filo de las elecciones de medio término, el Frente de Todos deberá hacer un primer balance del posmacrismo. Allá lejos, en aquella era que hoy recordamos como el “antes de la pandemia”, quedaron los grandes enunciados de la campaña presidencial: encender la economía, o aumentarle a los jubilados con los intereses de las Leliq (Letras de Liquidez). Pero Guzmán mantiene la serenidad. Su confianza desentona con la desazón de la mayoría de los funcionarios que pululan por el Ejecutivo nacional. Y su optimismo contrasta con la pesadumbre que todas las encuestas registran en el estado de ánimo de la población.

Debe ser por lo que está aconteciendo en el plano global: “Hubo un cambio significativo en la posición de la administración estadounidense a partir de la asunción del nuevo gobierno”, se entusiasma.

¿Por qué tarda tanto el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI)? ¿Qué es lo que está impidiendo cerrar?

—Bien, el objetivo siempre fue obtener un acuerdo que funcione, más que un acuerdo veloz. Hoy en día necesitamos poder avanzar en mayores entendimientos, incluyendo el tema de los sobrecargos de la tasa de interés que se establecen cuando el país alcanza un nivel de crédito por encima de cierto umbral, y cuyo rol es procíclico y regresivo porque penaliza a los países que están en condiciones macroeconómicas más adversas. Y al mismo tiempo estamos buscando incluir “lenguaje” en el programa por si en el futuro las condiciones crediticias del FMI cambian, y son mejores, que no quede atrapado en algo que podría ser inferior a futuras opciones. Pero lo que tiene que quedar muy claro es que nuestro gobierno jamás hubiera acudido al FMI. Tener que estar negociando un acuerdo hoy es la consecuencia de todo un esquema fallido para el desarrollo económico de la Argentina, que llevó a cabo la administración de Juntos por el Cambio y que culminó con el regreso al FMI, lo cual es un problema para la Argentina.

¿El contexto electoral no influye en la postergación del acuerdo?

—No, ese no es el tema. Una negociación no pasa por la presencia o ausencia de una elección. Hay que poder llegar a los entendimientos para que la Argentina esté bien posicionada luego del acuerdo. Está claro también que el Programa va a ser enviado al Congreso de la Nación, y es cierto que justo si fuese en la vecindad de una elección, teniendo en cuenta que el Programa con el FMI es de una magnitud tal que requiere de una atención fuerte por parte de los legisladores, y considerando que en un contexto de elecciones la atención suele estar puesta en los comicios, que por supuesto son de enorme importancia para el futuro del país...

Entonces es evidente que ya no llegamos a establecer un acuerdo para antes de las elecciones, ¿verdad?

—No necesariamente. Todas las posibilidades están abiertas. Esto es un proceso que implica abordar múltiples dimensiones y además requiere toda una formalidad de lo que son las reuniones de Directorio del FMI. Sin embargo, todavía hay tiempo. Obviamente, desde la gestión económica consideramos a estas elecciones fundamentales y vamos a tener un foco importante puesto en ello. Un triunfo del Frente de Todos permitiría que el Gobierno Nacional tenga condiciones más robustas.

 

La idea de que el Congreso apruebe el Programa tiene que ver con mostrar una señal a los acreedores de que hay acuerdo en el sistema político.

—No, tiene que ver con cómo consideramos que debe funcionar la sociedad. Decisiones de endeudamiento en moneda extranjera o programas con el FMI, porque tienen consecuencias para el pueblo que trascienden a un período de gobierno, tienen que ser aprobados por los representantes del pueblo. No tiene nada que ver con darle una señal a nadie.

Pero entonces, ¿no sería mejor aún que el contenido del acuerdo se discuta en el contexto electoral precisamente para que el pueblo pueda involucrarse en el debate? Sin embargo, hay un cálculo de que mejor dejarlo para después porque no es muy simpático.

—Se está discutiendo de cara a la sociedad. Eso es lo que hemos hecho cuando renegociamos la deuda con los acreedores privados, así como cuando firmamos un puente de tiempo con el Club de París, y es lo mismo que estamos haciendo con el FMI. Eso es lo sano. El anterior Programa no se discutió de cara a la sociedad. Fueron negociaciones que se definieron en unas pocas semanas, sin que haya noticias de lo que estaba sucediendo, y con consecuencias enormemente negativas para nuestra gente.

Si no se llegara a un acuerdo antes de fin de año, entre septiembre y diciembre vencen más de 4000 millones de dólares: ¿se van a pagar esos vencimientos en el contexto de crisis que vive el país?

—Argentina no está buscando de ninguna manera tener una interrupción de pagos con el FMI, pero también está claro que en el año próximo afrontamos un monto de vencimientos a los cuales hoy no tenemos capacidad de hacerle frente.

Te escuché decir la siguiente frase: “nunca más a los endeudamientos insostenibles”. En Argentina aprendimos, gracias a las luchas de la memoria, que para decir “nunca más” y que eso no sea un mero discurso, hay que hacer justicia. ¿No habría que cuestionar la legitimidad y la legalidad de la deuda con el FMI?

—Bueno, no es casual la elección del lenguaje. Las deudas insostenibles socaban las posibilidades de desarrollo de los pueblos. Hacen mucho daño a millones de personas. Eso Argentina lo ha padecido múltiples veces y es una página que hay que dar vuelta. Cuando comenzamos la reestructuración de las deudas con los acreedores privados no la pensamos de forma aislada sino como un proceso que debía llevarnos a una integración sana y no nociva en los mercados financieros internacionales. Y eso requería, a la salida de la reestructuración, definir reglas de juego que impidiese que un gobierno de turno, del cual Wall Street pueda gustar en un momento determinado, le generara un enorme daño al pueblo argentino. Es por eso que enviamos un proyecto de ley que establecía condiciones: a partir de ahora, todo endeudamiento en moneda extranjera y todo programa con el FMI deberá tener aprobación del Congreso. ¿Significa esto que nos inmuniza de enfrentar problemas de sostenibilidad de la deuda pública en moneda extranjera? No, pero reduce las chances de que eso pase. Al final, siempre hay una cuestión económica, pues para poder hacer frente a los pagos de deuda el país tiene que tener capacidad productiva y en particular capacidad de generar divisas.

"A partir de ahora, todo endeudamiento en moneda extranjera y todo programa con el FMI deberá tener aprobación del Congreso. ¿Significa esto que nos inmuniza de enfrentar problemas de sostenibilidad de la deuda pública en moneda extranjera? No, pero reduce las chances de que eso pase".

 

Pero, ¿y la responsabilidad del FMI?

—Aquí hubo una decisión dañina en la que existe responsabilidad compartida. Responsabilidad de quien llevaba las riendas en la Argentina, que fue un gobierno elegido en democracia. Y responsabilidad por parte del acreedor también, es decir el FMI, cuando otorgó un préstamo que fue récord histórico y que muchos consideramos un préstamo político, una apuesta para que el gobierno anterior volviese a ganar la elección presidencial. O sea, claramente la responsabilidad es compartida. Pero no nos olvidemos que aquí hubo una decisión en la cual participó un gobierno democrático. Por supuesto que tiene que haber una revisión de todo lo que fue ese proceso y es algo que hemos venido haciendo. Hoy las discusiones pasan por un marco totalmente diferente. El propio FMI ha aceptado, en distintos comunicados, las premisas que nosotros consideramos apropiadas a la hora de pensar las políticas macroeconómicas y del desarrollo en la Argentina.

La vicepresidenta Cristina Fernández dijo hace muy poco que “el Fondo nos va a imponer condiciones”.

—No, es importante aclarar: no es eso lo que dijo, sino que el FMI busca imponer condiciones. Y eso es algo que siempre ocurre. Pero nosotros somos un país soberano que va a definir su propio destino. Hemos trabajado de forma constructiva con el FMI y una premisa de todo el proceso es que el programa que analizamos será diseñado, decidido e implementado por el gobierno argentino.

¿Estás diciendo que Argentina no va a aceptar los condicionamientos que ponga el FMI?

—El Fondo puede apuntar a las condiciones que sea, nosotros desde el gobierno argentino defenderemos los intereses del país.

En el caso de que el Fondo insista en imponer condiciones, ¿podríamos romper con el FMI? ¿O es algo impensable?

—No se puede firmar ningún acuerdo que no sea sostenible. Ahora, hay aquí algo que leo en tu pregunta, que tiene mucho sentido en función de la historia que ha tenido Argentina con el Fondo, que es una historia de enormes frustraciones, de programas fallidos, muchas veces con un sesgo ideológico, asociado a gobiernos de una bandera que le ha hecho mucho daño al pueblo. Y ahí volvemos al punto de antes: para nosotros las elecciones son muy importantes, porque lo peor de todo es que gobierne la Argentina una fuerza como Juntos por el Cambio. Ahora, con el FMI lo que buscamos no es ir al choque sino entender que hay que buscarle una solución al problema, que es extremadamente complejo. Lo que estamos haciendo es crear un sentido común en el mundo sobre cuál es el camino para resolver este problema de deuda insostenible, como ocurrió con nuestra negociación con los acreedores privados, donde recibimos un fuerte apoyo de la comunidad internacional. Cualquier escenario disruptivo, como un default, es desestabilizante, no solamente para Argentina sino para la otra parte, y para el mundo también. Pero no cualquier acuerdo es una solución.

Mencionaste el debate sobre una nueva arquitectura financiera global para la pospandemia. ¿Cuáles son los principales puntos de discusión y los actores destacados?

—En los últimos cuarenta años hubo un proceso de construcción de reglas de juego para la globalización, que no han servido para el bienestar de los pueblos. Lo que hemos observado son grandes problemas en al menos cuatro frentes. Primero, el crecimiento de la desigualdad. A pesar de que hubo un aumento muy importante de la productividad −incluyendo la del trabajo−, eso no se ha visto reflejado en los estándares de vida de las grandes mayorías. Segundo, hemos tenido un esquema de patentes y derechos de propiedad intelectual que le impide al mundo beneficiarse de una forma plena del progreso tecnológico. El progreso es menor que el potencial de desarrollo de la humanidad. Tercero, los países que entran en situaciones de crisis macroeconómica enfrentan una arquitectura financiera internacional que les hace muy difícil salir. Las reglas han sido escritas para el beneficio del poder financiero internacional. Cuarto, el problema de la sostenibilidad ambiental del planeta. Hay un conjunto de países que están pudiendo tener los recursos para hacer las transformaciones productivas necesarias para la sostenibilidad ambiental, y por lo tanto van a poder competir dentro de diez años en un mundo que va a penalizar toda producción que dañe al ambiente; mientras otros países que no cuentan con esas posibilidades, tanto porque sus estados no pueden grabar a las empresas multinacionales que mayores beneficios generan en el mundo, como por el hecho de que enfrentan condiciones crediticias muy adversas. Eso requiere de cambios muy fuertes.

¿Y sos optimista o seguirá primando la lógica excluyente y dañina de la globalización?

—2021 es un año distinto. Hay muchísimo camino por recorrer, pero estamos ante una discusión multilateral con contenido, cosa que no venía ocurriendo. ¿En qué se está avanzando? Se logró un consenso para poder gravar a las empresas multinacionales que venían eludiendo el pago de impuestos a través de las guaridas fiscales. Otro avance importante tiene que ver con el tema patentes, para que en el contexto de la pandemia se pueda escalar en la provisión de vacunas. Son pasos en un camino que requiere de liderazgos comprometidos con los pueblos, y que cada día vayamos construyendo más entendimientos sobre hacia dónde debe ir el mundo, y votando en función de que nuestros intereses como pueblos estén bien representados.

 

la deuda interna

Martín Guzmán perdió durante los últimos meses buena parte de su capital político. Aquel héroe de 2020 que había logrado despejar el frente externo y sorprendió con un audaz Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), hoy está siendo cuestionado por los sectores mayoritarios de la coalición oficialista, porque se resiste a implementar un shock de consumo rápido y furioso.

Pero el ministro es una rara mezcla de consistencia técnica y pragmatismo político: de un lado, está absolutamente convencido de que su receta macroeconómica es la mejor; por el otro, será todo lo flexible que se necesite para surfear los conflictos internos de un heterogéneo experimento gubernamental sin demasiados acuerdos troncales. Lo que no está claro es si Guzmán tendrá el coraje para plantarse ante los poderosos que concentran cada vez más privilegios.

Leo un fragmento de un artículo suyo publicado en la Revista de Economía Política de la Universidad de Buenos Aires, en 2018: “Generalmente el alivio de la deuda no es una condición suficiente para la recuperació n. El camino hacia la recuperació n requiere un cambio de la estructura de producció n que falló a una má s diná mica que pueda abordar las deficiencias econó micas que prevalecen antes de una crisis de deuda”. Y le pregunto:

Tu idea de tranquilizar la economía, ¿no está impidiendo transformarla?

—No, por el contrario: tranquilizar la economía requiere de una transformación en la estructura económica y productiva, en por lo menos cinco aspectos. El primero es la inclusión, a través de la generación de trabajo en toda nuestra estructura sociodemográfica. El segundo es el dinamismo productivo, lo que requiere agregación de valor en la economía, para lo cual la generación de conocimiento tiene un rol central. Tercero, se requiere de estabilidad macroeconómica, y eso supone generar divisas para que no haya escasez de aquello que siempre ha resultado el bien escaso en la Argentina: los dólares −para lo que necesitamos aumentar las exportaciones. Cuarto, la equidad federal. Y quinto la soberanía, ser dueños de nuestro propio destino. La idea de tranquilizar la economía es amplia, no se refiere a estabilizar. Estabilizar es solo una condición. Cuando hablamos de un ambiente tranquilo, lo que estamos diciendo es que queremos un ambiente diferente al que le generó tanta angustia a la gente, en procesos que nos han hecho muchísimo daño: la última dictadura, los noventa y el gobierno de Juntos por el Cambio.

Tranquilizar la economía también supone evitar los picos redistributivos que, cuando no son sustentables, motivan caídas estrepitosas. En la comparación regional puede verse que Argentina quedó rezagada en materia de transferencia social incluso respecto a gobiernos como el Brasil de Bolsonaro.

—No estoy de acuerdo. Hoy Argentina está transitando un proceso de transformación de su estructura económica. Nosotros gobernamos en un tiempo de escasez y no de abundancia. Escasez sobre todo de divisas. Y estamos dando pasos que están constituyendo los cimientos de una estructura productiva diferente de aquella que tenía el 10 de diciembre de 2019.

¿Cuáles pasos?

—Primero, todos los procesos de reestructuración de deuda. Segundo, haber reconstruido el mercado de deuda pública en pesos y sobre esa base profundizar el desarrollo del mercado de capitales para que en la Argentina haya financiamiento en nuestra propia moneda, una condición necesaria para ir atacando el problema del bimonetarismo. Tercero, hay una redefinición contundente del rol del Estado en la economía, no solamente en la estabilización macroeconómica sino también en el desarrollo. Si ves el Presupuesto 2021 hay un aumento en los rubros que consideramos centrales para potenciar las posibilidades de desarrollo y para que la Argentina tenga la estructura productiva alineada con la idea de tranquilizar la economía: se duplica en términos de producto la inversión en obra pública y vivienda, aumenta en educación y conectividad, en ciencia y tecnología. Y aumenta la inversión en inclusión social activa. Lo que cayó principalmente son los pagos de deuda en moneda extranjera. Y al mismo tiempo el Estado ha tenido un rol muy activo durante el 2020 para proteger las capacidades productivas de la Argentina en el contexto de pandemia, y a los sectores vulnerables. Tan es así que si mirás los datos publicados en estos días, la distribución del ingreso en el primer trimestre de 2021 es equivalente a la del primer trimestre de 2020. En un mundo en el que aumentó mucho la desigualdad debido a una pandemia que golpea sobre todo a la gente que tiene menor capacidad de trabajar de modo virtual, que es la de menos ingresos, la Argentina logró sostener la distribución del ingreso y eso no pasó porque sí, es el resultado de las políticas públicas.

"La idea de tranquilizar la economía es amplia, no se refiere a estabilizar. Estabilizar es solo una condición. Cuando hablamos de un ambiente tranquilo, lo que decimos es que queremos un ambiente diferente al que le generó tanta angustia a la gente, en procesos que nos han hecho muchísimo daño: la última dictadura, los noventa y el gobierno de Juntos por el Cambio".

 

Sí, pero la pobreza aumentó, el mercado de trabajó se precarizó aún más…

—Obviamente, en un contexto de pandemia donde la actividad económica inevitablemente cayó como ocurrió en todo el mundo. ¿Quiere decir esto que las cosas estén bien? Por supuesto que no, la pregunta es cómo lidiar con una situación tan excepcional como la que estamos atravesando. Quiero volver un segundo a la transformación económica: el otro gran bloque es la estructura tributaria. Se han dado pasos, y sin hacer grandes anuncios, que deshicieron la reforma del gobierno anterior que lo único que motivó fue un debilitamiento del Estado y mayor desigualdad. Hoy tenemos una estructura tributaria más progresiva, más alineada con la idea de la sostenibilidad fiscal, más armónica a nivel federal, y que va en la dirección macroeconómica de generar las condiciones que incentiven la inversión, que de hecho está creciendo.

Otro de los pilares de tu propuesta es el fortalecimiento del perfil exportador. ¿No se puede salir de ese esquema de inserción subordinada que está en la base de la desigualdad social?

—Lo que hace falta es diversificar los sectores de exportación. Para poder generar trabajo, dólares y valor, a la Argentina no le alcanza con los sectores tradicionales de ninguna manera. Para nosotros la industria es fundamental. Sin industria no hay futuro. Estamos trabajando fuertemente y hoy la industria está creciendo. Por último, para nosotros sin generación de conocimiento no hay desarrollo, por eso el Estado trabaja en generar más oferta de talento vía el financiamiento de la política científica y educativa.

¿Si tuvieras que hacerte una autocrítica de este año y medio en la gestión?

—Seguramente haya muchas porque se toman decisiones a alta velocidad y que siempre son decisiones fuertes.

Pero algún error en particular, que hayas dicho “aquí metí la gamba”.

—Lo que pasa es que el número debe ser grande, Mario. Pero me voy a quedar pensando en eso.

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