volver irreconocibles | Revista Crisis
políticas de la memoria / espectros en la exma / teatro por la multiplicidad
volver irreconocibles
Desde su expropiación a la familia militar, el predio donde funcionó la Escuela de Mecánica de la Armada fue un terreno de disputas sobre sus usos y sobre las narrativas de la violencia estatal. A fines de 2019 las turbulentas aguas de las políticas de memoria se agitaron de nuevo: un ciclo de performance incluyó las obras "La escena imposible" de Wojtek Ziemilski y Rubén Szuchmacher y "Cuarto Intermedio" de Félix Bruzzone y Mónica Zwaig, dirigida por Juan Schnitman. La jornada instaló interrogantes que ojalá se sostengan.
23 de Enero de 2020

 

Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan.

Susan Sontag, Ante el dolor de los demás.

La vez anterior que entré a la Exma, hace un mes o dos, llovía sin pausa, con caudal y velocidad. Caminé desde Libertador hasta el edificio del Equipo Argentino de Antropología Forense, más allá de la mitad del predio, en el borde derecho. Sus oficinas son nuevas, blancas, impecables. En la recepción, sobre la pared del lado izquierdo, hay una cita de Clyde Snow, el fundador del Equipo: unas letras también blancas, como la pared y como el apellido de su autor, forman una frase que alberga el sintagma los huesos no mienten. Son letras corpóreas. En verdad, creo que dice eso en el muro de bienvenida porque no encuentro en internet ninguna foto que lo pruebe; tal vez es una evocación y no un recuerdo. Allí están alojados desaparecidos y desaparecidas que no sabemos quiénes son. Esa mañana, era viernes, casi le saco conversación a M.S sobre la decisión de haber llevado a la Exma a los desaparecidos encontrados. Tal vez me hubiera dicho que no se trata de un retorno porque es muy difícil recuperar a quienes pasaron por la ESMA: la mayoría fueron arrojados vivos y dormidos al Río de la Plata.

Ahora es sábado. Hay un sol tremendo. Florecieron los jacarandás que bordean al predio con simetría. Llego temprano, camino. Imagino a los cuerpos de los muertos, limpios, ordenados, silenciosos y rodeados de silencio, en la oscuridad de una sala aséptica. Me enfrento a un cartel que recuerda a Franca Jarach: la tinta fue diluida por la luz; el pelo y los ojos permanecen, la nariz y la boca ya no se ven; el texto es ilegible pero sé que dice que tenía 18 años cuando fue llevada a la ESMA. Merodear en el concepto de espectralidad sería un lugar común, pero igual lo hago durante los metros que faltan hasta llegar a la entrada del “sitio de memoria”. El clima de fin de año desciende sobre los cuerpos de los vivos, hay cierta soltura propia de los ciclos que llegan a su fin y un ajetreo bilingüe y nervioso en la puerta. En la vereda de enfrente, sobre Libertador, atrás de las flores lilas, hay un edificio enorme. Cuento 190 balcones que dan al lugar donde el Estado torturaba y violaba a las detenidas y robaba a sus hijas. No puedo determinar si comprarse esa vista es un rasgo de banalidad o de valentía.

Hace unos días, le pregunté a M.Z si antes o después de Cuarto intermedio iba a haber una “Visita”. Recordaba el altillo, la procesión sobre las tablas de madera, el techo tan bajo, tanta gente curiosa, tan poco oxígeno, unas letras, también corpóreas y blancas, que dicen algo sobre el horror, no logro precisar qué. La semana anterior había vuelto a leer Poder y desaparición, de Pilar Calveiro. Ella sobrevivió a la ESMA junto con otras 249 personas, según dirá en un rato A.N cuando comience la actividad. Escribió: “depósito de cuerpos ordenados, acostados, inmóviles, sin posibilidad de ver, sin emitir sonido, como anticipo de la muerte. Como si ese poder, que se pretendía casi divino precisamente por su derecho de vida y de muerte, pudiera matar antes de matar”. Temía (yo) juntar estas oraciones con una nueva experiencia, en lugar de con las imágenes vaporosas del recorrido anterior.

En la vereda de enfrente, sobre Libertador, hay un edificio enorme. Cuento 190 balcones que dan al lugar donde el Estado torturaba y violaba a las detenidas y robaba a sus hijas. No puedo determinar si comprarse esa vista es un rasgo de banalidad o de valentía.

 

[15:43, 26/11/2019] M.Z: “No hay visita. Son las obras, empieza la de Wojtek, que es una perfo de 20 minutos en el departamento que ocupaba Chamorro en el edificio. Como entran solo 60 personas ahí, van a hacer 2 turnos. Mientras el otro grupo va a ver la sala de contexto donde pasan un video. Y luego viene Cuarto Intermedio con todo el público. O sea que todo sucede en planta baja”.

Dice también que está inquieta porque no sabe qué efecto tendrá el humor adentro de la Exma; le comento que el flyer de promoción dice que la obra abarca “los hechos más oscuros de la historia reciente”; el chat tiene un giro contrafóbico y se desintegra.

No sé quién es Chamorro, es decir: sé de qué fue parte, no sé cuál fue su aporte específico, no lo reconocería si me lo cruzara en un vivero, no sé si está vivo, preso o libre. Alguien enuncia algunos datos elementales para entender lo que vendrá y los asocio con una nota de Tali Goldman sobre una niña que jugaba en la ESMA y unas imágenes fijas: espacios amplios y simétricos, quietos, vacíos, un adorno de flores artificiales. Después, ahora, cuando navego reconstruyo: Rubén Chamorro dirigió la ESMA, vivía con su hija en una parte del edificio que hoy es el sitio de memoria. El padre permitía que la niña invitara a sus amigas. Mientras jugaban una de ellas se toparía con una visión aterrorizante que la perseguiría toda la vida. Garras largas las de Chamorro.

 

lágrimas de cocodrilo

En una de esas habitaciones ocurre La escena imposible, la obra de W.Z (polaco) y R.S (argentino descendiente de polacos). Sobre una de las paredes se proyecta un video: un hombre mira a cámara, saco y corbata negros, camisa blanca. Empieza a llorar, primero le es difícil pero luego desata un llanto descompuesto, expansivo, convulso. Mira a cámara, a nosotres, a mí. El hombre que llora fue actuado por R.S.

Pocos minutos después, R.S entra a la sala y se coloca al lado de la proyección, dice que se llama Rubén, como si estuviera haciendo de sí mismo: un cuerpo para dos personajes. El de la pantalla llora y R.S(1) comenta: No tengo idea de lo que le puede pasar a un perpetrador. Me distraigo porque trato de reconstruir la genealogía del uso de esa palabra, perpetrador, para referirse a los integrantes del aparato represivo de la dictadura; busco en la bibliografía que recuerdo; no encuentro; trato de seguir mirando al hombre proyectado y de descubrir qué le está pasando al público, no logro lo segundo. En lugar de concentrarme en la mirada del actor, lo hago en un tomacorriente que queda justo en su corbata. No estaba ahí mientras vivía Chamorro porque es de los que tienen una entrada recta y dos diagonales. ¿Habrán destruido las tomas de electricidad originales o estarán recicladas en algún sitio? No hay testimonios que relaten que la casa de Chamorro fuera un lugar de tortura, pero igual pienso en la electricidad, en el libro de Calveiro, en un párrafo en el que le sugiere al lector que elija uno de los métodos de tortura que describe y lo imagine aplicado sobre su propio cuerpo.

En la Exma la presencia de los perpetradores –creo que aquí todos fueron varones– es documental: nombres, listas, fotos de cuando ejercían, fotos de cuando fueron condenados o absueltos, videos fragmentarios editados para el público que quiere aprender pero no quiere aburrirse. Este es distinto...

 

El perpetrador de la pantalla, mientras el truco de la mirada a cámara tiene como efecto que cada une sienta que está siendo mirado, dice ahora: perdón. Repite: perdón. Vuelve a repetir: perdón. Luego de esta tercera vez, suena el teléfono celular de alguien del público; pienso en quien hizo esa llamada con la que ingresó sin quererlo en una habitación que ya parece el cuarto de espejos de un parque de terrorsiones. Cuando vuelvo a concentrarme en la dramaturgia, R.S(1) está diciendo: lágrimas de cocodrilo. Es un cliché, ¿por qué alguien que escribe una obra usa un cliché? Tiene que haber algún motivo, trato de usar el formalismo para dilucidarlo mientras el perpetrador sigue llorando y el público se mueve sin ruido: no lo logro, ¿quién habrá propuesto llamar cocodrilo al perpetrador?

Antes de que la obra termine, R.S(1) dice: No necesito sus lágrimas, necesito información. En la Exma, la presencia de los perpetradores –creo que aquí todos fueron varones– es documental: nombres, listas, fotos de cuando ejercían, fotos de cuando fueron condenados o absueltos, videos fragmentarios editados para el público que quiere aprender pero no quiere aburrirse. Este es distinto: nos mira como si estuviera acá, como si pudiera afectarnos; de hecho: nos afecta. Quiero que podamos conversar, quiero registrar qué pensamos les que estuvimos mirando: ¿puede el torturador pedir perdón? Pero no podemos, hay que levantarse y caminar a la otra sala donde veremos un video sobre qué pasó durante la dictadura. Pienso que todos los que estamos ahí ya lo sabemos. Lo que no sabemos es qué acaba de pasarnos en ese encuentro con el médium.

 

una risa sin gracia

Los marinos usaban el salón dorado de la ESMA para reunirse, tomar decisiones, acumular información. En la Exma, al final de la Visita, se utiliza para proyectar el resultado de los juicios por los crímenes. La narrativa se basa en la acumulación: los nombres de los condenados caen sobre las paredes en una catarata luminosa de fechas, cifras, apellidos, lugares. El sonido se parece mucho al de aquellos tableros de partidas y llegadas de aviones de los aeropuertos que ahora fueron reemplazados por pantallas silenciosas. Cuarto Intermedio es una obra de teatro sobre los juicios de lesa humanidad, una guía práctica: cómo llegar a Comodoro Py y encontrar la sala del tribunal y aprender a lidiar con ese roce entre las palabras y las reglas que organiza la administración de justicia. La obra abre el dispositivo juicio, lo ridiculiza pero al mismo tiempo lo valora, avanza como Philippe Petit funambuleando entre las Torres Gemelas.

F.B se coloca frente al público y dice que hará de sí mismo: escritor, madre y padre desaparecidos. Cuenta que el origen de este momento que ahora estamos compartiendo es una crónica de una audiencia del juicio ESMA que le pidió Infojus, una web pública de información judicial que ya no existe. Cuando fue a cumplir el encargo conoció a M.Z. Recuerdo esas crónicas porque trabajé ahí. Los juicios eran “política de Estado”; los medios de comunicación hacía rato que habían dejado de cubrirlos; con suerte, informaban las condenas. Lo que allí se pronunciaba –los detalles del método represivo, la composición de la estructura estatal, las cadenas de responsabilidades– no era audible: solo se inscribía en el registro burocrático y casi agramatical del poder judicial.

Una hipótesis organizaba la cobertura de Infojus: para que alguien leyera lo que pasaba en los tribunales de todo el país había que ser atractivos, porque al público contemporáneo se lo presupone perdido en una selva de tedio. Pero además de la mediatización débil había otra cuestión que F.B anuncia justo cuando acaba de aclarar que está siendo sí mismo: dice que nunca había ido a la audiencia de un juicio hasta que le ofrecieron el trabajo de hacerlo. Una hora después, otro hijo, B.A, director de cine, le dirá a F.B: me hiciste preguntarme por qué fui poco a los juicios. Todos fuimos poco a los juicios. El público está prestando atención, empieza a reírse después de todas las líneas que buscan esa conexión corporal. Ahora leo la crónica que escribió F.B en 2014 y que repartieron impresa al inicio de la función; descubro lo que no recordaba. Cuarto Intermedio es la repetición de una repetición, como si tuviera la forma que vemos al mirar el corte transversal de un tronco: ahí está la médula y luego la belleza de las vetas que la rodean, parecidas pero nunca iguales. Cuarto Intermedio agrega una veta distinta cada vez.

M.Z no aclara si es sí misma o es un personaje. Comparte el nombre y el haberse enterado de que su madre y su padre son sobrevivientes del exilio cuando ya era adulta y ya había decidido que los crímenes masivos serían su materia laboral. M.Z y M.Z(1) son bilingües, el español que hablan es particular, es una palabra que siempre parece autoconsciente de su materialidad, una palabra corpórea. M.Z(1) nos dice que estamos sentados sobre una prueba judicial. Espero que se sientan bien, dice con acento francés. Estoy bien sentada, con las piernas cruzadas sobre el mismo piso que pisaron los perpetradores al descender de Capucha. Lo que se siente es algo tenue, histórico y volátil. Unas risas llenan el salón dorado y se evaporan. M.Z(1) enumera los objetos que se encontraron allí cuando la ESMA fue sustraída del ámbito militar; no recuerdo la totalidad de lo que había quedado adentro porque todas las sinapsis se detuvieron en una de esas cosas: encontraron un cocodrilo, dijo. Después aclara que el cocodrilo es un aparato, una máquina, que destruye papeles.

Estoy bien sentada, con las piernas cruzadas sobre el mismo piso que pisaron los perpetradores al descender de Capucha. Lo que se siente es algo tenue, histórico y volátil. Unas risas llenan el salón dorado y se evaporan.

 

Es la segunda vez que veo Cuarto Intermedio, espero que llegue mi parte favorita pero falta. En cambio, llega el momento performático. F.B y M.Z(1) convocan a siete personas del público a que ocupen las posiciones de las salas de audiencias de los juicios: tres jueces, un fiscal, los abogados defensores y el testigo. Los voluntarios deben pasar, sentarse en la disposición habitual y actuar la transcripción de un momento del juicio ESMA. Cada une leerá un documento judicial que transcribe lo que se pronunció en una sala para narrar hechos que ocurrieron hace más de treinta años en el lugar en el que ahora estamos. Tres ciclos de citas, o repeticiones. Ese momento que ahora el público es invitado a actuar es el mismo que presenció F.B cuando fue a cumplir el encargo de Infojus y conoció a M.Z.

Así es como cada función de Cuarto Intermedio agrega una veta a las memorias de lo que aquí pasó. La primera persona que levanta la mano y dice yo es M.E.P y le adjudican el papel de presidenta del tribunal. M.E.P es hija de Patricia Roisimblit y José Pérez, desaparecidos. Patricia parió en la ESMA al hermano de M.E.P, quien conoció su identidad biológica 22 años después de nacer. Otras personas se ofrecen para ocupar los demás lugares. Empieza M.E.P(1), lee las palabras del juez que juzgó los delitos cometidos contra su mamá, pero las pronuncia allí, a pocos metros de donde estuvo Patricia. La audiencia judicial de la ficción forma un bucle de verdad, repetición, voces del pasado habladas por voces del presente, vivos y muertos intercambiados, tiempos que se conectan: este presente en el que escuchamos a M.E.P(1), el del juicio ESMA, el de la mamá de M.E.P. Los muertos pueden salir del silencio. Este bucle de cuerpos y espectros no está en la dramaturgia, está ocurriendo ahora y es irrepetible.

M.Z(1) lee entradas de una enciclopedia francesa sobre justicia internacional. Las lee en francés y en la pantalla aparecen traducidas, nunca exhaustivamente, siempre algo se pierde. A continuación, F.B lee una definición elaborada por ellos dos, una versión propia. En la pantalla aparece una foto, con la estética de lo que fue pescado en Google, que ilustra la definición. M.Z(1) lee en francés la definición de disparitions forcés. En la pantalla aparece un ventilador de pie. F.B dice: “nosotros también tenemos en nuestro diccionario una entrada para desaparición forzada. Pero la teníamos bajo la palabra ventilador. Es la partecita del testimonio de la hermana de una desaparecida, y dice así: “Mamá armaba el ventilador con ropa de la Negrita y decía que a la noche la Negrita venía a hablar con ella. Tenía esperanza en el corazón que la Negrita iba a volver. Armaba un ventilador de pie con la ropa de mi hermana”. M.Z y F.B rescataron estas oraciones de entre las decenas de miles de fojas que transcriben las cientos de horas de testimonios que se despliegan en los juicios. Las sueltan en el aire del salón dorado de la Exma, donde estaba el cocodrilo, donde vivía el perpetrador que es más que probable que nunca haya llorado después de torturar. Algunos se sonríen, no es exactamente por gracia. No sabemos quién es la madre, ni la hermana, ni la Negrita. No necesitamos storytelling ni el primer plano de una piel horadada por la crueldad. Es algo del orden de los afectos lo que se mueve entre nosotres.

 

la historia en un bucle

Termina la función. Afuera, el sol tremendo empieza a apagarse. Hay una charla entre artistas y público. Varios dicen que esta “Visita” es un antes y un después, podría ser por el perpetrador que lloró, porque nos reímos dentro de un campo de concentración, por los viajes en el tiempo. Anochece. Salgo de la Exma y pienso en E.G, aunque en ese momento no sé su nombre. Solo sé de él lo que declaró en la audiencia del juicio ESMA que F.B presenció y que hoy un grupo de personas conformado al azar repitió. E.G tenía 23 años cuando estuvo en la ESMA. Un día fue liberado, salió caminando y detuvo un colectivo, un 107, no tenía dinero para pagar el boleto. En Cuarto Intermedio su testimonio se corporizó en un muchacho que seguramente no sabía lo que iba a tener que leer. En cada función E.G tuvo un cuerpo diferente, una voz distinta, un tono, un ritmo, un titubeo. Pienso en preguntarle a M.Z cuántos de esos bucles ocurrieron, cuántas vetas ya rodean la médula, pero mejor no, la imprecisión también dice algo. Me subo a un taxi. En el camino hacia mi casa, el alumbrado público ya encendido, miro los mensajes de WhatsApp que se acumularon durante las horas que estuve en la Exma. P.L me reenvió un mensaje de D.M que está en Bolivia, investigando cómo está la gente después del golpe. Dice: “Mucha orfandad, poca cobertura, demasiada angustia en la gestión de lo cotidiano”. Pienso si habrá juicios en Bolivia alguna vez, si lo registrarán todo, si alguien pensará que vale la pena leerlo, si alguien deseará actuarlo una y otra vez, con gracia, con un temblor en la voz, con la piel un poco enrojecida, con un pliegue capaz de trastocar el lazo que tenemos con los muertos, y con los vivos. Pienso que tal vez sí, o no, tal vez pasen otras cosas, imprevistas, como las del día que se terminó.

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