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pandemia porteña: la injusticia social obligatoria
El contagio por Covid-19 en las villas de la Ciudad de Buenos Aires se intensifica a gran velocidad. Desde los hospitales y centros de salud emergen críticas a la tardía reacción por parte del estado porteño para controlar el brote que las organizaciones sociales denuncian hace más de un mes. Un escenario que refuerza los estigmas y amenaza con arruinar los esfuerzos en la lucha contra el virus.
Fotografía: Marcelo Perea
15 de Mayo de 2020

 

Queda lejos, muy lejos, el chascarrillo de aquel primer paciente de coronavirus en Argentina que, a comienzos de marzo, internado en la Swiss Medical Center de Barrio Norte, preguntaba “¿Sushi hay?”. A dos meses y medio de ese día, los barrios populares de la Ciudad de Buenos Aires son marcados en el mapa con rojo o amarillo como lugares de alto contagio.

Dos fichas en hoja oficio escritas a mano con lapicera. En una se lee “Micro 1”, en la otra, “Micro 2”. La fecha es del sábado 9 de mayo. En los casilleros: Nombre, Edad, DNI, Resultado. En la primera columna se mencionan diez personas y en la última se ve, en su mayoría, una cruz de positivo. Solo hay dos negativos. Contagiados o no contagiados. En la segunda página figuran quince personas, entre ellas, un bebé de tres meses y otro de diecisiete meses, con resultado pendiente. Son registros de quienes llegaron ese día en micros escolares al hospital Tornú, en el barrio de Agronomía. El segundo fin de semana de mayo cambió el protocolo de manejo de casos sospechosos y confirmados de COVID-19 en la Ciudad de Buenos Aires y vino el caos. Recién el lunes 11 de mayo se empezó a ordenar eso que sábado y domingo había sido un arreo de gente. Desde el inicio de la cuarentena, el 20 de marzo, habían pasado 49 días. Desde que La Garganta Poderosa anunciara el primer caso en el Barrio Padre Mugica, la villa 31, el 20 de abril, habían pasado más de dos semanas. La demora dio ventaja a un dominó que empezó a mover todas las fichas que ya de por sí tambaleaban. 

“Fue un caos en los hospitales de CABA -cuenta un trabajador del Tornú sobre esos dos días. Trajeron gente de la 31 y del parador de Retiro. Muchos pacientes con síntomas o antecedentes de contacto estrecho con casos de Covid que fueron internados a la medianoche, a la espera de resultados para ver a dónde iban”. El recorrido fue el siguiente: a quienes el estudio les daba leve los esperaban taxis contratados por el Gobierno de la Ciudad para llevarlos a distintos hoteles: Impala, Comra, Facón Grande, Nontué, Rochester, De Las Luces. A quienes les daba un positivo grave quedaban internados, y los casos negativos volvían a sus casas. A los “sospechosos” -así decía el audio de un coordinador de las Unidades para Pacientes Febriles de Urgencia, UFU- los querían mandar a la cancha de San Lorenzo. Hasta ese 9 de mayo, los pacientes del Tornú contaban que no había habido una pesquisa activa: ellos se acercaban cuando tenían síntomas. Muchos familiares tenían miedo de consultar por miedo a ser internados. La situación se complicaba porque en el cambio de protocolo se detallaba que en el caso de que alguien del grupo familiar necesitara internación, el resto de los integrantes debería permanecer ahí también. Lo que había sido preparado para uno, ahora era para, por ejemplo, cinco personas a la vez, y en muchos casos, cuenta el trabajador del Tornú, sin condiciones adecuadas para alojar niños.

La historia de Gladys, de la 31, es más o menos así. Ella quedó separada de su familia. En su casa primero tuvo fiebre y dolor en el cuerpo, pero no consultó porque parecía sólo gripe. Se enteró de que había dado positivo alguien con quien había tenido contacto y fue entonces cuando se asustó. Cuando perdió el olfato, uno de los síntomas frecuentes de esta enfermedad, se autoaisló de su pareja y sus hijos (de 10 y 12) . El viernes, con problemas para respirar, fue al Cesac 21(Centro de Salud y Acción Comunitaria). Ahí le hicieron el hisopado y la mandaron en micro escolar al Tornú. Al confirmarse el positivo, un taxi la llevó hasta uno de los hoteles, desde donde manda este mensaje para crisis y cuenta cómo fue todo. Su familia sigue en casa por dos semanas. Una sobrina, que a su vez tiene a su mamá aislada porque tuvo contacto con ella, se encarga de llevarles el almuerzo. Para la cena hacen durar lo que llegó del bolsón del comedor de la escuela. Hasta el jueves 14 de mayo no habían recibido asistencia del Gobierno de la Ciudad. “A la noche hacen cualquier cosa, toman una leche o algo”, cuenta Gladys desde su celular. Así pasan la cena. 

Al menos hasta la semana pasada, los pacientes que esperaban sus resultados tenían que aguardar en espacios sin calefacción: un gran domo en el patio del Tornú o salas de espera en el Durand, por ejemplo. Ahí se define la suerte: internación, hotel o vuelta a casa. “Durante los primeros días, quienes llegaban no sabían que podían quedar internados y en el Durand no hay ni agua caliente, ni papel higiénico, ni ropa de cama. Quedaban así, sin poder cambiarse. El viernes pasado los trabajadores mandamos frazadas de nuestras casas porque había familias enteras en el hospital”. Quien cuenta eso es Gabriel Rosenstein, médico clínico de la guardia del Tornú, que tiene datos del Durand porque maneja las derivaciones, y agrega: “Si se siguen quedando familias enteras se ocupan camas que en invierno suelen ocuparse por los brotes de enfermedades respiratorias y se va a complicar más la situación”.

Rosenstein cuenta la historia de una chica de catorce que deambuló por el Hospital durante días. Ella había llegado al Durand junto a su hermano, un caso leve derivado a hotel,  y su mamá, que quedó internada en terapia intensiva. La chica, con la familia desmembrada, boyó durante días hasta que lograron ubicarla con su hermano, a la espera de ver qué pasaba con su madre. “Venimos en una situación de achicamiento y reducción de operatividad. Sumado a eso está el tema de los salarios, sobre todo enfermería que quedó fuera de la carrera profesional y ganan entre 25 y 30 mil pesos menos que el resto, que tienen pluriempleo, se contagian en los privados y trasladan eso a lo público. Hay un montón de temas que ahora se ponen en discusión”, describe Rosenstein.

El programa DETeCTar se puso en funcionamiento en la Villa 31 el 5 de mayo; en la 1-11-14 empezó el 11. Organizado por Ciudad y Nación, consiste en un recorrido casa por casa para buscar personas con síntomas o contacto estrecho con quienes han tenido el virus. A nivel nacional cambió el criterio de sospecha y de elección de personas para el hisopado. Por otra parte, la implementación de los micros escolares comenzó hace un tiempo para llevar a las personas que van al centro de salud y necesitan ser atendidas en hospitales o, desde el lunes, llevadas a la cancha de San Lorenzo, donde funcionan también unidades sanitarias.

Hasta el 14 de mayo, los números que difundía La Garganta Poderosa eran: 628 casos positivos en la 31, 226 en la 1-11-14, 13 en la 21-24, 9 en la Oculta, 3 en Zavaleta, Carrillo y Rodrigo Bueno, 2 en Fátima y la 20, 1 en Inta y Mitre. Los barrios más populares ante una intemperie más, y van.

 

sobre llovido, mojado

En el comedor y merendero Gustavo Cortiñas de La Poderosa trabajan desde temprano todos los días. Cocinan, pero primero desinfectan, limpian todo, para preparar alrededor de 450 raciones diarias de comida. Lilian Andrade trabaja ahí y coincide en que la primera parte del procedimiento para detección de casos fue muy desordenada en el barrio y se dio más de quince días después del primer contagio confirmado. Sobre lo que ocurrió el fin de semana cuenta: “En el Durand había familias enteras esperando a la madrugada, algunas con bebés, para ver el resultado. Y llamaban a los operadores del Gobierno de la Ciudad a la noche y no los atendían así que ahí íbamos nosotros, los de las organizaciones. En los micros escolares donde los llevaban no respetan espacios y trasladaban a contagiados con no contagiados. Acá denunciamos la falta de agua, a muchas familias no les están garantizando las cosas básicas y de higiene. Somos personas, no comemos sólo fideos secos”. Además cuenta que desde que empezó la pandemia pidieron asistencia para una capacitación en bioseguridad. Recién cuarenta días después recibieron respuesta. El miércoles 13 de mayo, con la internación de Ramona Medina (referente de  la organización) la angustia se potenció.

El 3 de mayo Medina denunció a través de un video que llevaba ocho días sin agua en su casa del barrio Mugica, mientras respetaba el aislamiento. “¿Cómo pretenden que no salgamos a la calle si tengo que comprar agua o esperar a que los compañeros nos traigan?”, decía. Diez días después dio positivo y hasta del día de la fecha se encuentra intubada en el Hospital Muñiz. Es una de los 628 casos que se cuentan en el barrio. También de allí es Leticia, que está internada en el Comra junto a su hija de once. Su marido está en otro hotel y su padre en un hospital. Desde la habitación en la que se encuentra ahora, ella cuenta: “El 3 de mayo fui al Hospital Rivadavia. Llegué más asustada… tenía miedo de infectar a todos. Esperé cinco horas, hasta las ocho de la noche, para tener el resultado en una casilla chiquita. Después me llevaron al Tornú y de ahí, al hotel en taxi”. El miedo es un sentimiento común en los barrios. Miedo por la enfermedad, por el contagio y por el qué harán si no pueden salir a trabajar y no llega comida a sus casas.

“¿Cómo pretenden que no salgamos a la calle si no tengo agua? Tengo que salir a comprar o esperar a que los compañeros nos traigan”, decía Ramona Medina, referente de La Garganta Poderosa en la villa 31. Diez días después dio positivo y hasta del día de la fecha se encuentra intubada en el Hospital Muñiz. Es una de los 628 casos que se cuentan en el barrio.

“El primer caso en la 31 lo tuvimos en abril y recién esta semana, el lunes, arrancó el operativo para rastrear contactos estrechos, detectar más rápidamente y hacer los hisopados -cuenta una trabajadora de salud de ese barrio. Venimos intentando que se tomen medidas desde mucho antes, que se empiecen a pensar protocolos específicos a los barrios populares en donde las condiciones  de vivienda de acceso a los servicios básicos son muy distintos que los del resto de la Ciudad. Las condiciones estructurales de vida son muy distintas. Por lo cual hay que pensar políticas diferenciales. Ante un virus de alto nivel de contagiosidad, claramente las condiciones de hacinamiento van a hacer que se vuelva más difícil de controlar en los barrios populares. Esta semana recién arrancó esta nueva forma de abordarlo con el plan DETeCTar que enfrenta la problemática principal pero no está pensado junto con los centros de salud que venimos pensando en los territorios con vínculo con las familias”.

La trabajadora, que pide preservar su nombre, cuenta que se están viviendo situaciones complejas sobre todo en cuanto a mantener la privacidad y el trato respetuoso a la hora de hacer los testeos. “Van alrededor de 200 casos confirmados pero estas dos últimas semanas el crecimiento fue exponencial y nos preocupa cómo se sostiene la cuarentena de los contactos estrechos, que tienen aislamiento mucho más estricto pero que necesitan comer, que se les acerquen alimentos y elementos de limpieza. Nos preocupan también los comedores y las ollas populares, que se les provea lo necesario desde el Estado, que tengan los elementos de protección. Si hay un caso en un comedor se tiene que cerrar y la situación es preocupante. Lo más complejo es la falta de planificación con los centros de salud que venimos haciendo trabajo con los territorios. Por lo menos ahora se empezaron a hacer estrategias diferenciales que cambiaron el sábado en el protocolo de la Ciudad”, dice. Para ella, que tiene trabajo a diario en territorio, las próximas semanas serán determinantes. Además, agrega: “La gente se siente señalada, discriminada por tener coronavirus o ser contacto estrecho. Y no se puede empezar a hacer testeos en los barrios sin tener el siguiente paso organizado y garantizado de una forma que respete los derechos y la dignidad de la persona. El eje tiene que estar ahí”.

En el barrio Papa Francisco de Lugano, dentro de la villa 20, llevan dos casos registrados pero la cuarentena igual pesa sobre todos. Estefanía, del comedor Rayito de Esperanza, cuenta que no ha visto gente del Gobierno por la zona para testeos o consulta por síntomas del virus. Tampoco han recibido comida para sostener a los 105 chicos que meriendan en el lugar que ella y otras mujeres llevan adelante todos los días. “Si no recibimos donaciones no podemos seguir. No nos están trayendo comida desde el Estado. Nosotras tomamos precauciones, usamos barbijo. Los martes y jueves damos la cena además de la merienda. Hay mucha necesidad en las familias”, cuenta.

En la 1-11-14 de Bajo Flores, hasta la semana pasada eran las organizaciones junto con la Iglesia las que asistían a los vecinos. Quienes tenían síntomas llamaban al 107 e iban al Cesac cercano o a los hospitales. Desde esta semana, hay un operativo de recorrido que forma parte de DETeCTar con personas del IVC y promotores de salud, además del acompañamiento de organizaciones. El predio de San Lorenzo es la unidad sanitaria para recibir los casos por esta semana. Un rescatista que milita en La Dignidad cuenta que hay algunos miedos entre los vecinos que complican la cuestión: “Se dice entre ellos que se llevaban a la gente para infectarlos, que se llevan a los niños y no volvían más. Las mismas personas que hacen el relevamiento van desmintiendo todo eso”.

 

el estigma vuelve siempre al mismo lugar

“Es una situación difícil porque son muchos los contagiados y es complicado poder asistir a todos a la vez. La conducta que se está tomando es en algunos casos proactiva y, demasiadas veces, pasiva. Las personas también tienen miedo de consultar aunque se sientan enfermas”, dice otro trabajador del Tornú.

La Ciudad de Buenos Aires enciende la luz roja para muchos. Entre ellos está Rodrigo Quiroga, que es bioinformático: analiza datos biológicos con softwares y encuentra patrones y es además docente de la Universidad Nacional de Córdoba e Investigador asistente del CONICET. En estos días, un hilo suyo rebotó de acá para allá. Analizaba el avance de los contagios y señalaba: “Hay un dato que indica cuán bien están encontrando a los infectados en una población: la positividad. Si estás perdiendo casos, ese porcentaje sube. En CABA es muy superior al promedio del país. Mucho más que en Córdoba o en Rosario. Si aislás a los contactos de los infectados, cortás la cadena de contagio. Mientras más tarde llegás a eso, es más difícil de controlar”. Para él fue complicado detectar esos brotes porque se buscó tardíamente a los contactos estrechos, por el hacinamiento y la dificultad para mantener la cuarentena. “Todo esto requiere de una acción del Estado. Hay que llevar la salud a los barrios, envío masivo de alimentos, de artículos de limpieza. Y se entra en un juego de discriminación. Titulares que dicen que el 90 % de los testeos dio positivo y sugiere que en todo el barrio están contagiados… esas ideas refuerzan el estigma”, dice.

“La Ciudad se convirtió en el principal centro de contagios y propagación de la pandemia –decía esta semana Eduardo López, de UTE y CTA. La decisión de Larreta de priorizar la recaudación por encima de la salud de la población convirtió a este distrito en el talón de Aquiles de la Argentina. Los últimos datos de CABA son aterradores. Los casos positivos de coronavirus se duplican cada 12 días por lo que, en lugar de flexibilizar las condiciones, Larreta debe volver a las restricciones de circulación propias de la Fase II del Aislamiento Social Preventivo Obligatorio”.

Por otra parte, los trabajadores del Hospital Piñeiro alertan sobre la saturación del sistema sanitario. Mientras tanto, los diarios levantan la noticia del aumento de los contagios en los barrios vulnerables pero se arma, sin prisa y sin pausa, un estigma que puede testearse en el tono de los comentarios disponibles al final de las publicaciones.

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