Una multitud conmovedora colmó anoche el barrio de la Chacarita para festejar la derrota de Mauricio Macri. El desbordante clima de felicidad en la calle contrastó con la alegría contenida al interior del búnker del Frente Para Todxs, donde esta vez no hubo euforia como el 11 de agosto.
Los primeros datos ratificaron lo importante: la fórmula Fernández-Fernández ganó a nivel nacional en primera vuelta; mientras en la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof derrotó con amplitud a la otrora imbatible gobernadora María Eugenia Vidal, ubicándose como un actor clave en la nueva escena política.
Sin embargo el resultado fue sorpresivo. Nadie esperaba una recuperación tan notable del macrismo, que logró acortar la distancia de forma significativa. Una vez más las encuestas pifiaron con descaro –aunque el hecho ya parezca un dato natural– y también erró el famoso olfato de los dirigentes, que aseguraban un triunfo más holgado que en las Primarias.
Con la victoria cómoda del oficialismo en la Ciudad de Buenos Aires, el proceso electoral 2019 ha llegado a su fin. La Argentina está sumida en una profunda crisis económica y social, mientras su sistema político permanecerá por varios meses “recalculando”. Si algo escasea son las certezas. La única verdad es la polarización. No tiene sentido debatir si conviene ser optimistas o corresponde el pesimismo. Lo que se impone es comprender los dilemas patentes de una coyuntura dramática.
interrupción voluntaria del pacto
Contra todos los pronósticos la fórmula ganadora retrocedió con respecto a las PASO; mientras quienes parecían condenados a la inanición resurgieron de las cenizas y ratificaron su vigencia.
Así las cosas, el Frente de Todos no llegó al 50% de los votos y quedó lejos de la hazaña. Una lectura posible consiste en señalar que su fortaleza radica en la capacidad para concentrar el rechazo a la administración saliente, sin que eso se traduzca en una esperanza de futuro. La virtud de la unidad se limita entonces a impedir la dispersión del voto opositor, pero no alcanza para convencer a la ciudadanía de que se está gestando una nueva síntesis histórica. En estas condiciones, la estrella del presidente electo inevitablemete pierde brillo y su poder nace condicionado.
Quizás la primera víctima de este cambio de escenario sea el mentado “pacto social”, que requería de una oposición en desbandada y de un centro de poder con capacidad de imantar a los más variados sectores de la sociedad. El pacto ahora, si llegara a concretarse, deberá ser con un macrismo que consiguió casi dos millones de votos más que en 2015, a pesar de su lamentable gestión; y que va a detentar un importante poder institucional, además de condensar los deseos e intereses de los poderes fácticos. Por caso, los términos del desayuno de esta mañana en la Casa Rosada fueron propuestos por el mandatario saliente.
El resultado también significa un límite para los deseos de Alberto Fernández de lograr mayores grados de autonomía al interior de la nueva coalición gobernante. La posibilidad de superar pronto su condición de delegado a través de una avalancha de votos quedó en entredicho y deberá ser ratificada en el ejercicio real del gobierno, a partir del 10 de diciembre.
Anoche el presidente electo fue precedido en el uso de la palabra por las dos figuras a las que su suerte estará indefectiblemente atada. Primero, el próximo gobernador de la provincia de Buenos Aires le recordó el descomunal desafío de gestión que tendrán por delante. Luego, la vicepresidenta más poderosa de la historia rogó por una unidad cuya única amalgama es oponerse al espanto.
deporte nacional
La gira de despedida de Mauricio Macri fue un éxito. No sólo consiguió movilizar a cientos de miles de fans por todo el país; también le permitió galvanizar una narrativa que mejoró su imagen en el segundo debate televisivo; para finalmente capitalizar la apuesta en términos electorales, recortando a la mitad la diferencia con el ganador de las PASO. El secreto de esta recuperación relativa no hay que buscarla tanto en sus escasos méritos, como en la capacidad para representar al antikirchnerismo que abroquela a una parte considerable de la sociedad.
La grieta está intacta. El mapa electoral resultante recompone el panorama que se configuró hace exactamente diez años, con una derecha que domina el centro rico del país y se impone en las grandes ciudades, mientras el peronismo vuelve al poder gracias a su hegemonía en el conurbano bonaerense y en el norte pobre de la nación. Resulta previsible entonces imaginar una agudización de la conflictividad durante los próximos meses y una disputa feroz por quiénes serán los principales perjudicados por la crisis económica en curso. En el horizonte más cercano se recorta un diciembre difícil, signado por el hambre y las urgencias de los sectores más pobres.
Quizás la clave de lo que vendrá se encuentre en un ampliación del campo de batalla, a través de una perspectiva que sea capaz de percibir el trasfondo regional de la disputa que viene. Desde este punto de vista el cambio de rumbo ratificado anoche en Argentina es una noticia significativa para quienes en Chile acaban de derrocar en las calles a un modelo social venerado por el poder económico y sus intelectuales orgánicos. Las principales espadas del neoliberalismo en el cono sur, Piñera y Macri, han sido rechazados por contundentes pronunciamientos populares; lo cuál puede significar un impulso para la recuperación de las fuerzas democráticas que enfrentan al fascismo en Brasil. El reconocimiento del triunfo electoral de Evo Morales por parte de Cristina Kirchner y de Alberto Fernández en sus respectivos discursos de anoche, es un indicador de la importancia que adquirirá el plano internacional en los debates de entrecasa.
Los principales medios de comunicación se apresuraron a leer el escrutinio como un freno a las aspiraciones del presidente electo, un llamado a la prudencia y un límite a sus pretensiones de cambiar las prioridades. Es posible, por el contrario, que los guarismos obliguen al próximo mandatario a una audacia que no tenía prevista, porque moderarse puede parecerse demasiado, en este contexto, a la resignación.