los sueños rotos de la offshore propia | Revista Crisis
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los sueños rotos de la offshore propia
El ocaso del estafador Enrique Blaksley, alma mater de Hope Fund S.A., coincidió con el triunfo de una “fantasía de mercado” parecida a la que ofrece Cambiemos, donde también se repiten las cuentas offshore. Un viaje por la política, los negocios y el mal timing de un autodidacta de las finanzas con una suerte opuesta a la de Luis “Toto” Caputo.
Ilustraciones: Ezequiel García
21 de Marzo de 2018

A la distancia, el hechizo de la “compañía privada de inversiones” Hope Funds S.A. tuvo que romperse para que su verdadera magia siguiera funcionando. Un ejemplo instantáneo: denunciado en 2015 por la Procuraduría de Criminalidad Económica y Lavado de Activos (Procelac) e investigado por la AFIP desde 2013 por inconsistencias patrimoniales, la causa contra su titular, Enrique Blaksley, y contra uno de sus “apoderados legales”, Federico Dolinkue, se mantuvo apagada durante dos largos años en los despachos del Juzgado Federal de San Isidro a cargo de Sandra Arroyo Salgado. Fue recién entonces cuando, luego de una única declaración indagatoria, la exesposa del fiscal Nisman se declaró “incompetente” —por un tecnicismo que, al parecer, nadie había notado antes: aunque Enrique Blaksley sí vive en un country en San Isidro, Hope Funds S.A. operaba en la ciudad de Buenos Aires, más allá de su jurisdicción—, lo cual permitió una demora durante la cual la “compañía de inversiones” pudo sumar algunos últimos estafados más a la lista de quienes, ahora, reclaman 25 millones de dólares en compensación por los depósitos con los que esperaban comprar terrenos en un country inexistente en Pilar o ganar intereses del 12% (aunque esa, en realidad, es una porción de apenas 370 personas afectadas por una megaestafa mucho más ambiciosa y abarcativa cuyo auténtico botín, se dice de manera extraoficial en Tribunales, ya se evaporó para siempre).

Pero si el timing de la justicia aún beneficia a Blaksley —cuyo caso está en manos de la jueza porteña María Romilda Servini de Cubría—, fue el timing de la política y la economía los que marcaron su caída. De ahí que, como efecto colateral de un cambio drástico en el régimen del poder político en la Argentina, un reordenamiento de los canales ideológicos de las finanzas y un espasmo en las dimensiones offshore del gran capital, la ruina de Hope Funds S.A. no represente sólo un colorido ejemplo de “esquema Ponzi” en versión local. De hecho, Hope Funds S.A. podría pensarse también como un síntoma magistral de las tragicomedias de una época en la que, quienes hasta entonces la habían mirado desde lejos —o recordaban haberla perdido durante la debacle de 2001—, intentaron alinearse al renovado núcleo fabuloso de la riqueza bajo la idea de que “al dinero utilizado como capital le advienen, per se, las cualidades de un fluido siempre en aumento”, como dice Peter Sloterdijk. Una fantasía que, por otro lado, ilumina en parte el ascenso  de una casta dirigencial cuyos máximos representantes se mezclan, igual que Enrique Blaksley (aunque con menos contratiempos), entre los nombres revelados por los Panama Papers y los Paradise Papers.

 

justicia y timing de mercado

Ahora bien, si esa “zona gris” del sistema financiero en la que funcionaba Hope Funds S.A. fue, en buena medida, reabsorbida desde la llegada de Cambiemos por el sistema bancario formal —que fagocitó a muchas de las casas de “crédito rápido” que pulularon durante los años finales del kirchnerismo—, e incluso si la Unidad de Información Financiera pasó, mediante un preciso reajuste legislativo, de la jurisdicción del Ministerio de Justicia a la jurisdicción del Ministerio de Finanzas —dirigido por Luis “Toto” Caputo, el ministro acusado de esconder su vínculo con las sociedades caimanesas offshore Noctua International WMG LLC y Princess International Global Ltd., y denunciado por invertir 500 millones de pesos de la ANSES en el Fondo Común de Inversión que él mismo administraba hasta 2015, AXIS—, la verdadera paradoja es que la misma fantasía de éxito financiero con la que Blaksley fracasó ante un limitado número de incautos coincidió con el triunfo de esa misma fantasía en una escala pública y masiva representada por el gobierno de Mauricio Macri y su gabinete. Pero, ¿cuál es exactamente el núcleo de esa fantasía? Especializado en las políticas económicas del capitalismo más contemporáneo, el sociólogo alemán Wolfgang Streeck diría que se trata de la loable fantasía según la cual la justicia social es capaz de armonizarse con la justicia del mercado. En otras palabras, la fantasía de que los principios del rendimiento del dinero y los principios de su justa distribución pueden compaginarse para que deje de haber ganadores permanentes y perdedores permanentes (y todos lleguemos a ser alegres). Así las cosas, entonces, ¿por qué ante el desmantelamiento parcial de esa misma fantasía Luis “Toto” Caputo “es un orgullo para el país y para el gobierno”, como dijo el Jefe de Gabinete Marcos Peña, y Enrique Blaksley, en cambio, es un “delincuente, vil ladrón y estafador de cientos de familias”, como dicen sus antiguos inversionistas?

¿Se trata de la política? No fueron lazos ni influencias políticas los que le faltaron a Hope Funds S.A durante su existencia. En enero del año pasado, de hecho, cuando las oficinas en el primer piso de Sarmiento 643 ya solo juntaban papeles viejos y Blaksley llevaba un mes denunciado de manera mediática por estafa, el Grupo IRSA, la empresa accionista de los shoppings más grandes de la Argentina, y para la que han trabajado actuales funcionarios del Pro como “Andy” Freire o apoderados muy cercanos al poder del Pro como Augusto Rodríguez Larreta le firmó a Hope Funds S.A. un cheque por 15 millones y medio de pesos (15.484.634 pesos con 55 centavos rápidamente “mexicaneados” por bancos, intermediarios y un acreedor). A pesar de las circunstancias, esa relación fue, sin duda, una de las más prósperas para Hope Funds S.A., al punto de que, asociados para la explotación inmobiliaria del Buenos Aires Design de Recoleta, en 2012 Augusto Rodríguez Larreta —el hermano del, por entonces, Jefe de Gabinete del gobierno porteño de Mauricio Macri— logró renovar por otros cinco años la concesión municipal de ese espacio en favor de IRSA y Hope Funds S.A. justo un día antes del vencimiento del plazo inicial (de cinco años). Por las dudas, un detalle para entender las ventajas estratégicas de esa clase de sociedades: si las habilidades de Augusto Rodríguez Larreta como apoderado del Grupo IRSA y como oportuno gestor de los intereses de Hopefunds S.A. ante el gobierno porteño se hubieran demorado apenas un día, la Legislatura habría tenido que intervenir en el destino de un negocio de 2 millones de dólares por año. Pero eso no pasó, y fue en esa época, también, cuando Enrique Blaksley ingresó con más decisión y confianza al gran circo de los malabares políticos que ahora sus propios exempleados —a los que también estafó— mencionan como una de las causas del desastre.

 

de massa a usain bolt

El capítulo de Enrique Blaksley como entrepreneur es fugaz, amateur y algo patético, pero aún así podría sintetizarse en dos episodios político-deportivos significativos. Disputado entre los polos territoriales del macrismo y el massismo, el famoso partido de tenis entre Juan Martín Del Potro y Roger Federer organizado por Hope Funds S.A. en 2012 terminó por jugarse en Tigre, evento que tras la presentación estelar de Jorge Rial y la presencia de Susana Giménez en las tribunas, tuvo una rápida reparación histórico-política meses más tarde, cuando Enrique Blaksley trajo también al récord olímpico Usain Bolt para que corriera una carrera contra un colectivo sobre el asfalto de unos de los primeros Metrobús inaugurados por el macrismo en la Avenida 9 de Julio. A la sombra de esos dos picos espectaculares, pero salpicada de nombres como Fernando Marín —exempleado de Sociedades Macri y ahora en la Secretaría de Deportes de la Nación—, Andrés Ibarra —expresidente de Marketing de Boca Juniors y actual Ministro de Modernización— y Hernán Lombardi —fundador de la empresa Sociedad Expansiva y ahora titular del Sistema Federal de Medios Públicos—, en la historia entre Hope Funds S.A. y el mundo de los negocios político-deportivos también aparecen Marcelo Tinelli, Adolfo Cambiaso, Lionel Messi y hasta el Papa Francisco —gracias a una insólita muestra de arte organizada entre Blaksley y el Vaticano en 2015—, y marcas como el Hard Rock Café y la empresa de transporte Hertz, con las que Hope Funds S.A. aseguraba inversiones, guiños y muchas fotos. Aún así, en el momento en que la financiera apareció en los Panama Papers y el pago de intereses a sus clientes se congeló, ninguno de esos contactos, reales o ficticios, se mantuvo en pie. Al día de hoy, se estima que la “compañía privada de inversiones” dejó un tendal de entre 150 y 300 millones de dólares en contratos firmados por personas que, en muchos casos, no podrían justificar de dónde los sacaron en primer lugar, mientras que Blaksley sigue en libertad aunque con un guardaespaldas. Precaución perspicaz si se tiene en cuenta que son también sus antiguos “consultores financieros” los que, al especular sobre el futuro de Blaksley, recuerdan la muerte del financista Isidoro Mariano Perel.

Sin embargo, la verdadera pregunta es qué hace falta para que una carrera como la de Enrique Blaksley, concebida, planificada y ejecutada dentro de los esquemas más lógicos y pedestres del capitalismo del siglo XXI, quede fulminada de un día para el otro. ¿Aparecer mencionado en los Panama Papers por un consorcio internacional de periodistas? ¿Tener cuentas offshore reveladas al gran público por los Paradise Papers? En principio, ese no parece ser el caso del Ministro de Energía Juan José Aranguren, el ex CEO de Shell vinculado a dos sociedades offshore de Shell —una de las cuales ganó 13 licitaciones por 240 millones de dólares con el Estado argentino en 2016—, ni (otra vez) el caso del Ministro de Finanzas Luis “Toto” Caputo, señalado por la Comisión Nacional de Valores de los Estados Unidos como “dueño indirecto” de Noctua Partners, la misma red de fondos de inversión de la que el propio Caputo se reconocía apenas como “administrador”. Pero para notar las aparentes similitudes entre Luis Caputo y Enrique Blaksley (más allá de cierto semblante pícaro) tal vez conviene entender un poco mejor a qué mundo interior del capital pertenecen. Ya sea desde lo que Peter Sloterdijk llama con ironía un “capitalismo de casino” o desde el aprovechamiento inescrupuloso de una “repentina predisposición de numerosos ciudadanos sin la experiencia de la economía de mercado”, de lo que se trata en ambos casos es del dominio de las reglas tácitas y escritas de los círculos de humo a los que se reduce una economía puramente financiera. Y es en ese sentido que Sloterdijk —no precisamente un revolucionario neomarxista— insiste en que “el partido de las ganancias fáciles se atiene inquebrantablemente a la concepción de que el enriquecimiento no es otra cosa que la recompensa natural al riesgo especulativo”. ¿Y acaso estos hombres no lo han arriesgado todo al salir de su zona privada de confort para captar nuevas y más grandes ganancias?

los riesgos de no jugar en equipo

El otro factor importante en el mundo del “capitalismo de casino” es el tiempo. El tiempo de las finanzas, desde ya, pero también el tiempo de la política que aceita su juego. Entre ambos, germina lo que Streek llama “la política del Estado deudor”, esto es, una modalidad de poder político y económico desde la que surge una segunda clase de portadores de derechos y otorgadores de autorizaciones —los acreedores, esos apostadores fuertes en un casino que casi siempre acepta algunas fichas offshore— que se diferencia de la “ciudadanía” del Estado fiscal tradicional por su capacidad para cambiar “derechos civiles” por “demandas”, “votos” por “créditos” y “servicios de interés general” por “servicios de la deuda”. Así es como se origina el sustrato psicodinámico de lo que otro economista, Thomas Piketty, señala con otra paradoja. Aún si la mayor parte de una población elige creer en las promesas del capitalismo más salvaje y las legitima a través del voto democrático —¿y por qué no? ¿acaso no hay algunos que sí pueden ganar?—, la democratización del saber económico necesario para “curvar el entusiasmo” de esas promesas todavía se mantiene limitada. ¿Y en qué terreno ingresamos cuando la regulación de los deseos económicos se antepone a la regulación de los hechos económicos? La respuesta es fácil: el terreno de la estafa (o de los “conflictos de intereses”, en la nomenclatura de cualquier Oficina Anticorrupción). Pero la cuestión, como señalan todos los especialistas, siempre es el tiempo. Y por eso los fundamentos de la equiparabilidad del capitalismo regular con un esquema Ponzi deben verse en el hecho indiscutible de que, en ambos modelos, se trata de un sistema de crecimiento basado en el crédito que, venga de donde viniere, depende de una reproducción rápida e indefinida. Por supuesto, “a ambos sistemas les es inherente una tendencia al derrumbe en cuya manipulación consiste la dinámica del sistema”, escribe Sloterdijk, y también “una imprecisión del momento de la desilusión que aún puede ser interpretada por los participantes en el juego, hasta cierto punto justificadamente, como apertura al futuro”. Entonces, si la fuerza psicomotriz que atraviesa al tiempo de la oportunidad política y al tiempo de la economía financiarizada es la misma, ¿acaso todo se resuelve, en última instancia, en un factor de suerte y timing? Si es así, la suerte se le agotó a Enrique Blaksley casi en el mismo instante en que sus promesas se volvían bastante similares a las prácticas de muchos CEO con acceso a la Casa Rosada. ¿Su error político más evidente? Según quienes trabajaron para él, haber confiado demasiado en su talento como autodidacta independiente. Palabras más y palabras menos, la deficiencia de un amateur sin mirada de largo plazo sobre el horizonte de los grandes negocios, y sin la astucia para detectar cuándo jugar en “equipo”.

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