Mientras en junio de 2018 en Argentina ocupábamos masivamente las calles por nuestro derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, en Estados Unidos se plasmaba el avance del movimiento de mujeres en las elecciones primarias del Congreso. Más de 500 mujeres se postularon a la Cámara de Representantes, un número récord en la historia de ese país. O sea que el movimiento de mujeres y disidencias se está orquestando con fuerza a escala mundial.
Se viene discutiendo la urgencia de visualizar que las mujeres que llegan a lugares de poder no necesariamente son feministas, ni al entrar ni en el proceso. O también pueden portar esa identidad de la boca para afuera, como Silvia Lospennato, quien cerró con un discurso que citaba a Lohana Berkins, pero es parte del gobierno que subordinó las decisiones económicas nacionales al mando de Christine Lagarde y el FMI. La deuda, el desempleo y la violencia sobre nuestros cuerpos no son compatibles con el feminismo. Sabemos que lo que hoy necesitamos es, sí, conocernos y reconocer nuestros recorridos, porque para nosotras el feminismo no es una moda sino una forma de transitar y construir el mundo.
sobre alexandria ocasio-cortez
Y hablando de modas, no podía faltar Netflix, que sumó a su colección de producciones feministas A la conquista del Congreso, un documental sobre la campaña electoral de cuatro candidatas en las últimas elecciones primarias de Estados Unidos. Durante una hora y media se pone en escena lo que estas mujeres tuvieron que atravesar para ingresar al mundo de la política y cómo vivieron la campaña. Llamativamente, el film está muy centrado en las motivaciones que las llevaron a elegir ese camino, y ahí aparecen algunos “lugares comunes”.
Son madres –o cabezas de familia– que enfrentaron situaciones injustas en su vida cotidiana y decidieron dar pelea en un lugar que les era terreno ajeno: la política. A lo largo del documental se muestra la sensibilidad y humildad con que encaran la campaña, asumiendo la vocería de quienes no están representadxs. Llegan ocupando el rol que nos asignaron siempre, el del cuidado, la amorosidad y la prioridad de un otrx más débil dentro del sistema. Bien sabemos que podemos serlo, en tanto tenga que ver más con el deseo que con la imposición, pero da para pensar: ¿sólo reproduciendo esos valores se acepta nuestra entrada a espacios como estos?
El otro elemento interesante es que todas se oponen a varones de la vieja política, señores que están hace décadas ocupando lugares de poder y gobernando para unxs pocxs. Esto viene a cuestionar, o al menos a complejizar, la lectura lineal de que las mujeres dan un paso en la política con Donald Trump en el gobierno. Es decir, se lee nuestra emergencia como una reacción frente a un gobierno que enfrentó a las mujeres y las disidencias desde el día que asumió. Sin embargo, las movilizaciones de aquí y las de allá develan que el problema es más profundo: no son sólo las políticas clasistas, xenófobas y machistas, sino que las decisiones sigan recayendo en manos de unos pocos varones en su gran mayoría.
el feminismo en el norte
Algo pasa cuando se hace político el silencio, cuando se denuncia con rigurosidad la naturalización de nuestra ausencia como mujeres en todos los espacios que no son la plancha y la cocina: empezamos a poner más atención a qué puertas están cerradas para nosotras. Cuando interrumpimos la escena política es fácil detectar cuál es el límite de lo aceptable y lo no aceptable, porque es sabido que las grandes estructuras de poder necesitan mantener vivos algunos márgenes. Por eso Alexandria Ocasio-Cortez irrumpe con fuerza: no enfatiza en lo mujer sino en lo mujer y trabajadora. Suelo sufrir una doble burla, un doble ninguneo: por mujer y joven.
En un mundo en el que caben muchos mundos, la representación es una búsqueda que debe ser minuciosa. Hay que atender privilegios y también vacíos, hay que trabajar los primeros y ocupar los segundos. Hay que ser conscientes de la miseria que nos trajo la omisión que nos otorgaron para alcanzar por nuestra cuenta las transformaciones, y desde allí increpar a las instituciones. La negación del poder por la mierda que nos arrojaron se convirtió en disputa, como es el caso de Alexandria, o el de Adriana Salvatierra, la presidenta más joven en la historia del Senado boliviano, pasando por la oleada verde argentina.
la juventud, divino enigma
Si cada generación hereda las preguntas de las anteriores –como una pesadilla en el cerebro, dijo un alemán–, también plantea las propias. En 1969, el fuego del Cordobazo cocinaba a lxs jóvenes bajo la pregunta de la Revolución. El 19 y 20 de 2001, el calor de diciembre hacía a lxs jóvenes transpirar la pregunta por la democracia y la rebelión. Sus preguntas son también las nuestras. Pero también estamos cocinando las propias –y cuando el fuego crezca quiero estar allí y que arda–, ¿cuáles son?
Para Macri y los empresarios, somos mera carne y fuerza para precarizar laboralmente. Para las universidades estadounidenses, somos millennials, centennials –y no sé qué otras cosas– condenadxs a síndromes de déficit de atención, ataques de pánico y otras tantas patologías. Lo cierto es que muchxs hemos crecido al fragor del movimiento de mujeres y disidencias, la organización de trabajadorxs de la economía popular y la movilización estudiantil permanente. La sumisión no es un proyecto viable.
Electoralmente aún somos muy ambiguxs. ¿Qué votará la juventud verde luego de ver el papelón de los gerontes que llamamos diputadxs y senadorxs? Somos muchxs quienes votamos por primera vez: ¿qué pasará con el feminismo que no puede reducirse a la “Política” –de la representación– pero no puede ser ajeno a ella? ¿Quién nos va a representar a la generación de la "revolución de las hijas"? Esperemos que nosotras mismas.